EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Vientos huracanados

Silvestre Pacheco León

Noviembre 01, 2021

Hace una semana el huracán Rick tocó tierra en el extremo noreste de la Costa Grande. Ha sido el más violento que pasa por Zihuatanejo en 40 años. Solo en 2001 recuerdo uno parecido derribando árboles en la ciudad, pero no tantos como el lunes pasado que fue una muestra de que el cambio climático es una realidad presente en nuestras vidas.
El estado del tiempo cambió desde el día sábado 23 de octubre que amaneció nublado con una llovizna inusual todo el día domingo haciéndome recordar los largos tlapayauclis que viví de niño en la región Centro del estado.
Pero el ritmo de la vida siguió su curso hasta que en la tarde del domingo nos informamos que el huracán de categoría 2 localizado a 150 kilómetros de Zihuatanejo tocaría tierra en las primeras horas del lunes.
Como la lluvia no cedía permanecimos en casa todo el día preocupados porque una llovizna durante tanto tiempo reblandece la tierra, hace crecer los ríos y provoca derrumbes.
Cuando el ventarrón se unió a la lluvia vimos agitarse suavemente las ramas de los almendros, hasta que de súbito hacía revolotear en el aire las palapas de las palmeras. Entonces recordamos la noticia que hablaba de una fuerza del viento de hasta 160 kilómetros por hora.
Era de noche y el silbido del viento al chocar con un obstáculo daba paso al crujir de una rama que sucumbía a su fuerza desprendiéndose del tronco.
Acostumbrados a que los fenómenos naturales nos han tratado siempre con amabilidad, la población se mantuvo confiada sin tomar más previsiones que las de asegurar las cosas mal puestas, cerrando puertas y ventanas tras de sí como sucede en una noche de tormenta.
Ayudó a evitar hechos fatales que el viento huracanado procedente del mar tocó tierra en altas horas de la noche, cuando las familias se encuentran reunidas bajo su techo para descansar.
Después supimos que muchas personas se mantuvieron despiertas y angustiadas, como nosotros, mirando por las ventanas la sacudida violenta de los árboles y los objetos volando como si de pronto hubieran cobrado vida.
La tensión se generalizó cuando se produjo el apagón que dejó en la oscuridad a todo Zihuatanejo. Los destellos que por momentos iluminaban la ciudad no eran de relámpagos sino de los transformadores que se quemaban tras una explosión, sobrecalentados por las vibraciones de los conductores eléctricos haciendo corto, como explican los técnicos.
Hasta después de las 4 de la mañana, cuando el viento comenzó a amainar la mayoría asustada comenzó a dormirse confiada en que el huracán nos había dejado siguiendo su curso rumbo al estado de Michoacán.
El espectáculo estaba reservado para el amanecer. Ese lunes suspendí mi caminata matutina hacia el mar, detenido por la llovizna que dejó el huracán hasta que la curiosidad de ver con la luz del día lo ocurrido en la noche me echó a la calle.
El espectáculo no estaba lejos; en la misma esquina de mi casa los árboles que nos daban sombra yacían tirados en el suelo como dos gigantes derrotados, con sus raíces expuestas y sus ramas colgando de la azotea.
Eran dos robles adultos, quizá de 30 años, los que sucumbieron a la fuerza del huracán. Una palmera de cocotero ladeada y mi árbol preferido que alcanzaba unos quince metros de altura cortado a la mitad.
Más allá, a la cuadra siguiente, la avenida Júpiter amaneció desolada. Los grandes árboles de eucalipto de más de un metro de diámetro que la sombreaban estaban siendo troceados por las brigadas de trabajadores que con motosierras abrían paso a los vehículos.
–El viento de la noche se encallejonó en la avenida –dijo un vecino sabiondo como si hubiera presenciado el derribo de los árboles.
En la ciudad los más afectados fueron los robles que visten de flores violeta las calles y avenidas cuando florecen, aunque también cayeron guamúchiles, truenos y tulipanes africanos. Las parotas en cambio amanecieron con sus ramas podadas.
Sin embargo, la pérdida de árboles debió ser por millares en todo el territorio tocado por los vientos huracanados, lo que significa una razón de más para el trabajo que realizan los sembradores de vida que se han extendido por toda la república reproduciendo los bosques.
En el parque lineal tan meticulosamente limpio que atraviesa la ciudad los árboles que resistieron el viento fueron los cóbanos, caobas y caobillas sembrados en fila muy cerca de la iglesia del Ángelus. Al otro día del huracán lucían frescos y brillantes disfrutando la humedad y adornando el paisaje para una postal con los arroyos de Agua de Correa y el Limón llevando su torrente como ofrenda hasta el mar.
Pero en los cerros del anfiteatro muchas casas improvisadas sufrieron el despojo de sus techos y no pocos tinacos vacíos volaron por los aires terminando perdidos en el fondo de los barrancos.
Cuando pude reanudar mis caminatas matutinas al mar conté diez árboles caídos de mi casa a la playa, entre robles, guamúchiles, eucaliptos y algunos de ornato como los almendros, lluvia de oro y tabachines.
Quienes caminan por el Paseo del Pescador cada mañana se dieron una tregua después del huracán esperando que las brigadas de Protección Civil apoyadas por trabajadores municipales limpiaran la basura y la tierra con la que el viento azolvó tramos completos del andador.
Con esta ausencia de paseantes y deportistas una de esas mañanas me sorprendió encontrarme con el hombre de la biblia arreglando el tendido de su venta en una banca de Paseo del Pescador, donde exhibía unos collares de pedrería y sus preciados anillos fabricados con huesos del Cocoyul cortados y pulidos con extremada paciencia sin que ello se vea reflejado en el acabado de su artesanía.
Se llama Alberto, es pastor de los testigos de Jehová que con los años se ha convertido en un experto conocedor de la biblia. Se ocupa de hacer adeptos a su religión y la venta de artesanías es el pretexto para entablar plática con los transeúntes que pasean o que vienen a los restaurantes de la playa, porque tiene gran facilidad para vincular cualquier tema de actualidad con algún pasaje de su libro sosteniendo la idea de que toda la verdad y sus revelaciones están contenidas en la biblia.
Nos saludamos después de habernos mantenido alejados en los más intenso de la pandemia como sobrevivientes del virus mortal.
Alberto procura convencerme de que la vida consiste en tratar de volver al paraíso perdido por el desobediente de Adán, como dice su libro.
Me asegura que en realidad nacimos para vivir eternamente, pero que fue el error del primer hombre lo que nos hizo mortales, pues según la biblia antes había hombres que llegaban a vivir hasta 200 años.
Alberto sostiene que en el mundo el demonio ganó la pelea (se ríe cuando le digo que está en una cárcel de Estados Unidos) y que por eso pronto vendrá el enviado de Dios con un ejército de ángeles para dar la batalla final con la que restaurará su reino.
–Usted ya es un hombre de edad, maduro y de mucha experiencia –me dijo con amabilidad, sugiriéndome que no pierda tiempo para empezar a leer la biblia.
Me despido de él mirando que sin sombrero luce más joven con su tatuaje en el brazo que quisiera borrar como su pasado en una cárcel de Estados Unidos mientras pienso si habrá en el mundo quien le encuentre sentido a la vida eterna.