Arturo Martínez Núñez
Agosto 01, 2023
La violencia, en cualquiera de sus manifestaciones y venga de donde venga, significa el fracaso de la política como herramienta para la convivencia humana. La única razón para la existencia del Estado es que un tercero tenga el monopolio del uso de la fuerza. Cuando este principio se incumple, cuando dos personas deciden dirimir sus diferencias o imponer su voluntad una a la otra a través de la fuerza, el Estado se convierte en inútil y ha fallado.
Décadas, quizás siglos de abandono institucional, han convertido a grandes regiones de México en áreas donde el Estado simplemente ha sido desplazado por otras formas y agentes de poder. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sido el primero que decidió combatir a la delincuencia pero no sólo en la lucha contra los síntomas sino, principalmente, atacando las causas de raíz, es decir, de manera radical.
En Guerrero siempre han existido vacíos de poder institucional que son llenados por cacicazgos locales. Nuestra extensa, accidentada y poco comunicada geografía explica en parte este fenómeno. La violencia como método recurrente para dirimir conflictos pareciera que vive incluso grabada en nuestro ADN. Los guerrerenses nos hemos acostumbrado a fuerza de golpes, a que es correcto, o al menos no es extraño, darle a alguien “su chingadazo”, “su machetazo” o “su balazo”. Muchas familias han vivido el drama de ser víctimas y luego convertirse en victimarios al cobrar la venganza. Muchas familias han sido víctimas de la violencia subversiva y también de la violencia ilegal ejercida desde el Estado. Desde hace algunas décadas, el principal generador de violencia es la Delincuencia Organizada que se fortalece en un robusto poder económico y armamentístico. La plata o el plomo eran las únicas opciones para transitar en medio de los delincuentes.
El gobierno de la Cuarta Transformación optó por cambiar los paradigmas y atacar al problema de raíz, esto es, erradicando las causas que causan la violencia: desigualdad, pobreza, falta de educación, aislamiento, desesperanza, corrupción, injusticia e impunidad, entre muchos otros.
La ruta es la correcta. Hay que apretar el paso y complementar los programas sociales, que hoy son ya un derecho constitucional, con una ofensiva que permita sacar a Guerrero del atraso secular. Pero tenemos que empezar ya. No podemos resignarnos a seguir leyendo todos los días noticias terroríficas como si ese fuese nuestro destino manifiesto y no hubiera nada más que hacer. Hay que dejar de simular en cada temporada vacacional, dando banderazos a programas temporales que no resuelven y ahora ya ni siquiera inhiben la violencia.
A la violencia se le erradica con la justicia social y con la justicia judicial. A la violencia se le erradica con educación y con desarrollo productivo. A la violencia se le erradica con acuerdos logrados a partir del diálogo y no del chantaje o la coacción. A la violencia se le erradica con gobiernos eficientes y eficaces que estén concentrados en los procesos y en los resultados y no únicamente en las fotos bonitas, en la entrega de cachivaches y en la frase ingeniosa, la respuesta chistosa, la salida rápida y falsa.
Cuando Winston Churchill se hizo cargo del gobierno británico en medio de la avanzada imparable del régimen Nazi, habló de frente con su pueblo y le dijo que lo único que podía prometerles era sangre, sudor y lágrimas. El pueblo necesita soluciones no solo chistoretes, el pueblo necesita seriedad y sobriedad. El pueblo aguanta y tolera hasta que un día se cansa y exige cuentas. Aún es tiempo. No perdamos lo más por lo menos. Ya habrá tiempo de hacer fandangos, de hacer pachangas y de buscar reflectores. Hoy son tiempos de encabezar con el ejemplo. De ser absolutamente serios, de tener las manos absolutamente limpias, de no haber hecho pactos inconfesables. La verdad surge tarde o temprano y la verdad nos hará libres. Sí, al diálogo con todos pero nunca bajo presión. Si al perdón y a la amnistía pero a través de la justicia. Si a la paz y la reconciliación verdaderas y permanentes, no al acuerdo temporal ni a los pactos hechos en la oscuridad y prendidos de alfileres.