EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Vivir la política. Manuel Garza González

Florencio Salazar

Diciembre 23, 2021

Don Manuel Garza González llegó al término de su vida a la edad de 88 años. Nacido en Reynosa (1933), fue alcalde, diputado federal y subsecretario de la Reforma Agraria. Su vida hubiera sido incomprensible sin la política y la política le era comprensible en la militancia priista. Era un hombre de partido en la más amplia acepción de la palabra: conocía sus ideas, su organización y su nomenclatura.
Su ingenio era vivaz, su inteligencia aguda, su memoria fotográfica. Totalmente político, advertía problemas y se anticipaba para evitarlos. Conocía la naturaleza de los hombres, “Desde que un pelao entra en mi oficina, sé cuál es su humor y a qué viene”. La llamada sensibilidad política la tenía en la yema de los dedos.
Era culto y ocurrente. Célebre por sus dichos y su atinada perspectiva de las cosas. Su red de relaciones era múltiple y diversa. Sabía tejer amistades que lo nutrían de reflexiones sobre el acontecer nacional. Ikram Antaki, por ejemplo, cada semana le enviaba notas manuscritas sobre las condiciones políticas del régimen, del país, de sus desafíos.
No pocas anécdotas y del enjambre de intereses que recoge la zaga La costumbre del poder de Luis Spota, él las trasmitió al autor. Su consejo lo buscaban políticos de diferentes pesos. En el México del Nacionalismo revolucionario, era uno de los principales activos del régimen. Don Jesús Reyes Heroles lo llamaba filósofo ranchero.
De conversación amena y sonrisa fácil, orientaba a sus colaboradores sobre sus objetivos ilustrándolos con experiencias propias y ajenas. No he conocido a un priista más apasionado que él. Y por pasión priista quiero decir: aplicado en la organización partidista, defensor de su ideario, fiel a sus principios.
De tiempo completo, político de su época. Como delegado del PRI en varios estados, conocía al priismo en su territorio; como secretario de organización y secretario general adjunto del CEN, ejecutaba muchos de los acuerdos de su dirigencia. Analizaba a quienes solicitaban apoyo para sus aspiraciones: “Le metes la mano y se va al vacío. No tiene nada.” Lo mismo era interlocutor con los dirigentes de las organizaciones de masas, que conversaba con políticos en ascenso y descenso.
A Garza González, secretario de organización, le encomendó el presidente del comité nacional Adolfo Lugo Verduzco, la organización de la XII Asamblea del PRI para llevar adelante Las siete tesis rectoras de Miguel de la Madrid. La Asamblea se caracterizó por convocar a todo el priismo nacional bajo el lema ­–de mi autoría– El pueblo es la fuerza del partido.
A lo largo de seis meses se realizaron reuniones seccionales, municipales, estatales, de gremios, sindicales, en comunidades rurales y centros urbanos, de acuerdo al programa presentado por Garza González y aprobado por el CEN. Fueron días interminables de trabajo, pues don Manuel instauró un mecanismo de seguimiento para registar los eventos y la recepción tanto de propuestas como de testimonios gráficos y de medios. Obviamente, coordinaba a los delegados en las entidades y tenía comunicación con los gobernadores.
La XII Asamblea Nacional abarrotó de delegados el Auditorio Nacional. A ella acudió el presidente De la Madrid y todo su gabinete. El PRI se puso al día en el contexto de la anterior reforma política promovida por el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles, pero no avizoró los cambios en la política nacional con el arribo a la administración federal de una nueva generación formada en el extranjero, y que desembocaría en la candidatura de Carlos Salinas de Gortari.
El relevo de los cuadros priistas por los llamados tecnócratas fue crucial en el proyecto de don Manuel para ser gobernador de Tamaulipas. Él pugnó, impulsó, el reconocimiento a la militancia y era riguroso en la observancia de las reglas no escritas, que dieron movilidad interna y permeabilidad al partido. Señalaba: “A los que ya bailaron les toca sentarse y a los que están sentados, bailar”. No permitió que los gobernadores –con el apoyo de Lugo Verduzco– fueran excluyentes en las oportunidades de acceso a cargos de elección popular.
Un gobernador lo entrevistó molesto, quejándose de un candidato a diputado local: “Es mi enemigo político, Meme. No puede ser”. La respuesta fue contundente: “Precisamente porque es tu enemigo político va a ser. El partido no es tuyo ni mío, es de todos los priistas”.
Otra vez, llegó un grupo de tamaulipecos: “Meme, no es posible que fulano sea nuestro próximo diputado federal, es un pendejo”. Don Manuel preguntó: “¿Hay pendejos en México?”. “Muchos, Meme”. “¿Vivimos en una democracia?” “Por supuesto”. “Entonces, ¿en una democracia los pendejos no tienen derecho a estar representados?”. Las risas despejaron los ceños fruncidos.
Un priista de larga trayectoria llegó a gobernar uno de los estados del centro del país. El partido emitió la convocatoria para seleccionar candidatos a diputados locales. Don Manuel le llamó dos o tres veces para pedirle su lista de propuestas y el gobernador no atendía. Finalmente, vino a entrevistarse con don Manuel. “Meme, quienes sean no me importa”. “Pero va a ser tu congreso, es fundamental para ti”. “Ya te dije, no me interesa”. “Ya entiendo ­­­–respondió– tu aspiración era ser gobernador, no gobernar.” Asediado por el congreso local, en menos de tres años de su mandato, ese gobernador se separó del cargo.
Colaboré con él como su secretario particular durante cuatro años. Los fines de semana, con más frecuencia de la deseada, a las 11 o 12 de la noche, mandaba a su asistente Rafael por mí para ir a la oficina a redactar notas discursivas. En el último momento, don Adolfo Lugo lo designaba su representante en algún acto matutino. Ya me esperaba Pety, su competente secretaria. Yo tenía clara su orientación: “Siempre los discursos en pro, nada en contra”. En efecto, el pro tiene implícito el contra, pero esquiva la posible rispidez.
Me tocó vivir con él el amargo momento de su frustración a la candidatura al gobierno de Tamaulipas. Siempre pulcro, llegó a su oficina a las 10. Ya lo esperaba un grupo cercano de tamaulipecos. Se encerró en espera de la llamada de Lugo Verduzco anunciando su destape. A sugerencia de don Amado Treviño, que lo acompañó todo el tiempo, escribí un perfil biográfico de don Manuel, que sería entregado a la prensa. Pasaron las horas y el ambiente se hizo tenso. Don Manuel había servido al priismo, impulsado candidaturas de militantes y ahora lo hacían de lado.
Al tercer día se presentó en sus oficinas con señorío. Quién sabe qué tendría en su cabeza, pero se mostró flemático. Don Adolfo Lugo había insistido sobre los merecimientos de don Manuel y el reconocimiento que significaría su candidatura para la militancia. Se supo que De la Madrid dio un golpe en la mesa: “Es Américo Villarreal”. Recordé cuando me comentó que en el smog de la Ciudad de México se respiraba el poder. Sí, pero no todos lo respiraron igual.
Otro momento complicado fue el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu. Yo tenía una relación política con Ruiz Massieu, quien aspiraba a gobernar Guerrero, por lo que establecí el contacto entre ellos. La perversidad ideó el complot de un grupo supuestamente formado por don Manuel, Enrique Cárdenas y Abraham Rubio, para asesinarlo. Evidentemente, fue una burda maniobra en busca de chivo expiatorio.
Con mi jefe y amigo compartí curul en la LV Legislatura federal y en la Gran Comisión, él como propietario y yo como su suplente. A invitación del fiscal especial Mario Ruiz Massieu, como 40 diputados fuimos invitados a declarar ante el Ministerio Público, en una sórdida agencia ubicada en el sótano del Reclusorio Norte. A pesar del fuero constitucional, nos interrogaron en forma intimidatoria. A don Manuel le crearon un ambiente de sospecha. Por supuesto, lo lastimaron los golpes pero nunca lo vi quebrarse. Por amarga que sea la política es para vivirla.
Don Manuel Garza González, político de su tiempo, era “una voluntad con turbina”. Su trabajo partidista difícilmente será comprendido por el PRI de hoy. Creía en la permanencia del PRI en el poder: “Para qué cambiar de cartel si con el que tenemos llenamos la plaza”. Tiempo después, con la ruptura de La corriente democrática empezaron a notarse los huecos en las graderías y el lunetario. La muerte de Luis Donaldo Colosio fue la alarma sísmica. El tiempo demanda innovación y en vez de su reforma el PRI se balcanizó.
Veo a don Manuel lo escucho, converso con él. Sentado tras su escritorio, se ha despojado del saco quedando en mangas de camisa mostrando sus inevitables tirantes. “Hay quienes se pintan el pelo, licenciado. Lo respeto. Pero yo siempre lo mantendré como está, blanco”. Blanco, sin simulaciones, con claridad, con la cara enrojecida cuando tenía que mostrar carácter, o atento, escudriñando con sus pequeños ojos entrecerrados la reacción del otro. Lo veo caminar entre brumas. Ojalá no lo alcance el olvido.
Aprendí con él que la política es de principios con resultados. Un político sin convicciones “no tiene nada adentro”. Y por amarga que pueda ser la política es para vivirla.