EL-SUR

Jueves 16 de Enero de 2025

Guerrero, México

Opinión

Volvamos pronto, donemos ya

Ana Cecilia Terrazas

Noviembre 04, 2023

Seguramente cuando este Amerizaje se publique digitalmente, cerca de un millón de personas acapulqueñas seguirá sin comer regularmente y sin servicios básicos. Esta columna no es ajena a esta tragedia ni a sus dimensiones aún imposibles de estimar. Esta columna es un llamado a donar, colaborar, ser sensibles, organizarnos y estar presentes. Y sí, con otro tono, sin dejar de registrar la catástrofe, es una invitación a que, en cuanto se pueda, las personas que suelan hacerlo, vacacionen en el entrañable Acapulco.

La maleta aquí propuesta para colaborar con la pronta reconstrucción del Acapulco –nuestro concepto más cercano a las vacaciones de playa– devastado por Otis, está repleta tanto de perlas como de bisutería emocional, de nostalgia, emoción, ilusión, duelo, pérdida, olvido y también lleva:
Veinticinco bahías memorables como la del Revolcadero, la Condesa, Roqueta, Caleta, Caletilla, Pichilingue, Puerto Marqués o Barra Vieja.
Varias docenas de películas como las de Tin Tan; la de Fun in Acapulco de Elvis Presley; La perla, con el Indio Fernández; La dama de Shangai, Tarzán y las sirenas, Semana Santa en Acapulco y hasta la de Rambo que filmó Stallone en la laguna de Coyuca.
El protagonismo y glamour de Dolores del Río, Elizabeth Taylor, Diego Rivera, Frida Kahlo, Cantinflas, Liza Minelli, Agustín Lara, Clark Gable, María Félix, Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Neil Armstrong, Sofía Loren, Natalie Wood, Frank Sinatra, Jorge Rivero, Luis Miguel, Juan Gabriel la reina Isabel II y Eduardo, el príncipe de Gales…
Cientos de escritos, ya sea de anónimos desconocidos o de conocida pluma como Se está haciendo tarde (final en laguna), de José Agustín, nuestra versión más pulida de la literatura beat.
Comida y vida nocturna como ocurría en el bar de la Condesa, el Tequila a Go Go o el Baby’O. La angosta del extinto Coyuca 22, los taquitos en Barra Vieja o una copa en el bar del hotel Flamingos para ser testigos en primera fila del incendio diario cuando se guarda el sol.
Arquitectura y megaconstrucciones como la maravillosa alberca marina La Concha del club de playa del hotel Las Brisas, y por supuesto el propio hotel con ese nombre. La icónica Cruz Trouyet y su ecuménica capilla. Toda la Costera Miguel Alemán, el Tres Vidas del imaginario colectivo; las mansiones y residencias reminiscencias de época o actuales a las que no se tiene acceso; el hotel Boca Chica, La Quebrada inigualable. El hotel Presidente o el Villa Vera, la ahora abandonada casa de Luis Miguel, el ecléctico Princess o el hoy llamado Pierre Mundo Imperial que se antojaría para visitar con todo y Mauricio Garcés. El Papagayo (que quizá pocos aún vivos conocieron), el mirador Sinfonía del Mar, el reciente lujoso Banyan Tree.
Romances en el álbum. Tantas lunas de miel de muchísimas parejas que tomaron millones de fotos de atardeceres como fondo de su amor y que seguramente mantienen recuerdos de otras miles de noches, mañanas y tardes más.
Y es que Acapulco ofrece desde el mejor servicio hotelero y turístico en el país, hasta las curiosas botellitas de salsa Búfalo rellenas de aceite de coco para un bronceado que te tatema. Acapulco es el corazón que late ante la gran emoción vacacional y es (o fue) la esperanza de los veranos o la posibilidad de Semana Santa. Es el crujido amenazante desde el mar cuando tiembla o las constelaciones de barquitas pescadoras que iluminan esas aguas en la noche.
En este paraíso exuberante que se agolpa en cada rincón, por más que lo ensuciemos, te hacen trencitas con las manos de mango sin enjuagar o te dan masajes delante de todo el mundo o te hacen movimientos de panza –ya no por un peso–, te venden joyería de conchitas y bolsas hechas con un coco o tamarindos en todos sus sabores y formatos.
Si bien la playa es el espacio de la basura, las cuatrimotos y el muy estorboso parachute, para cientos resulta la gran diversión porque ahí se rentan y abordan las bananas, la lanchita bottom glass, la tablita para correr la ola o los insufribles jetskis.
Pero Acapulco es más que esa decadencia que se asoma sin querer en todos sus rincones de injustísima pobreza. Este puerto es el seno de la flor de obelisco que no puede ser más rosa mexicana si quisiera y es sede de los pescadores de a pie.
De manera increíble, si se llega por carretera, los palmares cocoteros brindan una suave bienvenida, memorable por su soponcio estático si abrimos la ventana. Nos avisan que “ya casi” y, de paso, ese clima nos abre los poros. Amores habrá tenido Acapulco, pero no bastará con recordarlo: por el bien de un millón de habitantes y miles de vacacionistas, volvamos pronto, donemos ya.