Adán Ramírez Serret
Abril 11, 2025
El escritor francés Gustave Flaubert pedía enérgicamente a los editores de su célebre novela Madame Bovary, que no pusieran ninguna ilustración de su heroína para que así cada lector y lectora se hiciera su propia idea de la protagonista y, de esta manera, no sólo fuera una mujer en específico sino cualquier mujer de Normandía o acaso cualquier persona que se apasionara a tal grado con las novelas románticas que quisiera vivir en una de ellas.
En efecto, siempre es mejor que vuele la imaginación y que cada persona que lea construya sus propios personajes. Sin embargo, ahora pienso en una fantástica excepción, en la novela El hombre que cayó a la Tierra, de Walter Tevis (San Francisco, 1928-1984), que fue llevada al cine a finales de los años setenta e interpretada en su personaje principal por el polifacético músico, artista plástico y actor David Bowie.
La novela fue escrita a principios de los años sesenta y ha sido, felizmente, reeditada en los últimos años. Es la historia de un hombre apellidado Newton, el guiño es por demás rico en cuanto al sentido científico de la novela, que llega a la Tierra para llevar a cabo una ambiciosa misión que se va develando, poco a poco y con maestría, con cada página que avanza la novela. El personaje es un hombre extremadamente blanco, casi albino, muy delgado y tan ligero que es posible sostenerlo con una sola mano: es precisamente David Bowie, quien además de interpretar al personaje en la película, amaba la novela con devoción. Lo cual he tenido en la mente durante toda la lectura de esta elegante obra de Ciencia Ficción.
Newton acaba de caer en la Tierra y el narrador nos va contando todos los detalles de sus sensaciones. Tuvo que hacer adaptaciones en su cuerpo: en las uñas, en los ojos, en el cabello para pasar por un ser humano. Aquí hace mucho más calor y la densidad de nuestro planeta es mucho mayor que la del suyo por lo que siente todo el tiempo cansado, cargando muchísimo más peso del que está acostumbrado. También vive en una constante sorpresa, pues a pesar de que ha estudiado a los humanos durante los últimos veinte años, se sorprende del comportamiento de la especie; observa el uso limitado que le damos a nuestra inteligencia y, también en ese Kentucky de los años ochenta –la novela es futurista y se proyecta veinte años después de lo que está escrita–, de lo indiferentes que son los humanos ante él. Se sorprende sobre todo de la cantidad de agua. Abre la llave y ahí brota un chorro incesante; está en caudalosos ríos y cae del cielo en abundancia. Viene de un planeta en donde casi no hay nada de agua y nos vamos enterando que su misión tiene mucho que ver con las reservas naturales.
El hombre que cayó a la Tierra va tendiendo los hilos de su trama de manera compleja, Walter Tevis, al igual que Stanislaw Lem, son autores que se preocupan por una escritura fina, en donde todos los personajes tienen dimensiones complejas y también la Ciencia Ficción tiene en verdad una explicación científica. Así que el personaje Newton va descubriendo las cortinas del mundo de Estados Unidos durante la segunda parte del siglo XX, en el cual todo era por un lado una batalla tecnológica; una lucha en donde esta servía por un lado para acaudalar fortunas con nuevas televisiones, cámaras fotográficas o extracción de petróleo o para pensar en nuevas formas de hacer armas nucleares. Walter Tevis toma lo mejor de la ciencia para reflexionar sobre la técnica, sobre su papel en nuestro mundo y de la ficción para observar a los humanos desde los ojos de un extraterrestre inteligente, sensible y amante de la ginebra y, por qué no, de una vez, para pensar en otros tipos de vida, de inteligencia que no sean humanas en este universo. Tal como lo hizo, años después, con geniales canciones de David Bowie.
Walter Tevis, El hombre que cayó a la Tierra, Ciudad de México, Alfaguara, 2023. 233 páginas.