EL-SUR

Sábado 09 de Diciembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

Wendy Guerra: mostrarlo todo

Adán Ramírez Serret

Marzo 01, 2019

Wendy Guerra (La Habana, 1970), con El mercenario que coleccionaba obras de arte ha escrito una novela contundente, en la cual de una manera valiente vuelve a Cuba y la Revolución y sus disidentes sin guardarse nada, mostrándolo todo.
Se trata de una novela que desde la primera página, va directo a su objetivo que es no tener tapujo alguno, “Nunca antes la sangre ajena me pareció tan mía. La vi rodar sobre mis piernas, bajar desde mi sexo hasta la desembocadura de la bañera, escurrirse en espiral dejando un halo amenazante sobre mis dedos… Nunca antes, nunca después, me unté de sangre con tanto placer”.
Es una novela que explora Latinoamérica –Cuba y los cubanos–, desde dos puntos de vista y desde momentos distintos, que se van confrontando, convergen y divergen a medida que se desarrolla la sangrienta y erótica historia página tras página.
Por un lado, está el protagonista terrible que está inspirado en un terrorista-guerrillero que optó por autodefinirse (sí, la autora lo entrevistó) para esta novela bajo el seudónimo de Adrián Falcón, de quien nos dice la novelista, “ha tenido muchos nombres e identidades tras las que se oculta un ser enigmático y cruel, tierno y diabólico, implacable confabulador devenido en guerrero maquiavélico”.
En efecto, se trata de la historia de este personaje contada en primera persona. Resulta fascinante, de una manera terrible, sin duda; descubrir desde las entrañas, desde la voz de un guerrillero-mercenario, los terribles actos de una izquierda que se presumía como una búsqueda de la justicia, y que en muchos casos, terminó manchada de sangre y corrupción.
La otra parte, sucede en París en años más recientes, cuando una mujer debe salir de Cuba para avalar las obras de un famoso pintor con quien recientemente ha descubierto un parentesco. Se trata de una mujer que vivió en Europa la primera parte de su vida con gran nivel, y el resto ha estado “amarrada” en muchos sentidos a Cuba. Se siente completamente identificada con su país al grado que el pasado es un pesado bloque que siempre carga sobre sus espaldas. Todos los clichés y prejuicios que se tienen sobre los isleños habitan en ella y son la causa de sus más profundas desgracias y alegrías.
Me gusta la apertura de esta novela para hablar de lo que todos saben, lo que es explícito y que por lo tanto, nadie dice. En años recientes la literatura, los escritores, se han enfocado en sí mismos; en contar sus historias desde un punto de vista absolutamente personal para intentar descubrir quiénes son, qué es lo que se esconde bajo el individuo actual. Sin embargo, la no ficción, lo que en verdad sucedió, cuando está contenida en un libro, se transforma en ficción pura.
Pienso que en esta novela de Wendy Guerra, en donde “todo” es vida, testimonios y diarios ficcionalizados, novela a secas, podemos decir; abunda la verosimilitud y se tiene la certeza de que todo es absolutamente real; la sensación de estar ante personajes que no pueden ser otra cosa que animalmente humanos.
No tan sólo lo pienso tan sólo por la sangre, el semen y la saliva que abundan. Sino por la cantidad de contradicciones que encarnan. Un chauvinismo exacerbado mezclado con una necesidad por criticar a su país que se transforma en odio. Una promiscuidad adictiva con un amor apasionado y fiel. Y un espíritu revolucionario marxista mezclado con una necesidad de dinero corrupto y manchado de sangre.
El mercenario que coleccionaba obras de arte es una novela en la podemos ver y oler nuestro pasado hermoso y asqueroso y en donde podemos atisbar nuestro futuro similar. La novela comienza con una cita del genial autor francés Victor Hugo, que describe a la perfección su contenido, “En muchos casos el héroe no es más que una variedad del asesino”.
(Wendy Guerra, El mercenario que coleccionaba obras de arte, Ciudad de México, Alfaguara, 2018. 376 páginas).