EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

XII

Silvestre Pacheco León

Enero 08, 2017

En Frankfurt

Sábado primero de octubre de 2016. Estamos en Frankfurt, en el hotel JohannesHof, el hospedaje por los tres nos cuesta 105 euros con el desayuno y el estacionamiento incluidos.
Después de tomar un descanso por la tarde salimos a comer siguiendo las indicaciones de Arley, nuestro amigo colombiano que trabaja como gerente de reservaciones.
Cuando cruzamos la calle del hotel vemos que sigue parado el autobús de pasajeros que detenía el tráfico a nuestra llegada, lleva en su interior a una veintena de azafatas asiáticas, todas vestidas de rojo con sus gorros coquetos y sin perder la compostura. Se ven como si estuvieran en un aparador.
Ninguna se mueve o intenta bajarse del autobús, son como maniquíes y seguramente le rehúyen al ambiente frío que dejó en la ciudad la lluvia intempestiva.
El espectáculo del autobús lleno de mujeres asiáticas me recuerda que en todas partes de donde venimos nos hemos encontrado con grupos o parejas procedentes de aquel continente; ya a nadie se le hace rara su presencia, incluso reparamos en que son demasiados los que pasean en Europa, aunque luego hago cuentas que comparados los que hemos visto con el número de asiáticos que son, estos turistas no dejan de ser una pequeñísima minoría.
En Marsella, en la tienda de la catedral de Santa María, vi a una señora local admirarse con tantas asiáticas comprando, y no se quedó con las ganas de preguntarles su procedencia ¿porcelaine o chine?, korean, le respondieron.
Esa es la novedad, la presencia de coreanas como turistas. Las hemos visto en grupos numerosos, las jóvenes vestidas muy a la moda europea, de jeans y tenis, blusas vaporosas, con sus tocados o gorros y bufandas, muy bien maquilladas.
Luego comentamos que no es tan fácil distinguir una japonesa de una china, o de una coreana, porque de estatura, ojos rasgados y pelo hirsuto, son semejantes. Bueno, se parecen hasta en lo expresivo al hablar, que a veces con sus gritos destemplados resultan chocantes.
Pero luego me convenzo que me excedo en mis comentarios pensando que para los asiáticos y europeos les debe pasar lo mismo cuando se trata de distinguir entre un mexicano, un peruano o un chileno, hablando la misma lengua.

La comida en Frankfurt

En el centro comercial que nos han recomendado encontramos todo para comer. Compramos ensalada, arroz, pasta y albóndigas, a cual más apetecible y de buen sabor, luego el pan, el queso, las cervezas y el vino. Pagamos 14 euros.
En el mismo establecimiento se puede calentar la comida, hay un espacio limpio y amplio para sentarse y comer con toda calma.
De regreso al hotel las azafatas por fin se han marchado, aunque el autobús sigue averiado. Nos alegramos por ellas pues el frío aumenta a medida que llega la noche.
Como en el JohannesHof la fiesta de la boda sigue su curso, cuando regresamos aprovechamos para platicar con nuestro amigo colombiano, quien sin perder el modo de hablar característico de su país nos cuenta su historia.
Recién terminó la carrera de ingeniería civil y pronto dejará el trabajo del hotel para dedicarse a su profesión, dice que le cuesta trabajo despedirse de sus patrones, por la gratitud que les guarda.
Quince años ha cumplido viviendo en esta ciudad donde llegó muy joven como cuidador de niños, uno de los trabajos más socorridos y con ventaja para ambas partes porque el inmigrante aprende la lengua local y los niños se familiarizan con el español que muchos papás quieren como segunda lengua.
Arley que seguramente llegó a esta ciudad ya entrado en los 20 años, dice que en seis meses aprendió lo básico del alemán, y a los dos años dominó esa lengua para estudiar hasta terminar la profesional, en un ambiente que al parecer no es discriminatorio.
Luego nos habla de los lugares de interés que tiene la ciudad y que nos recomienda visitar. La plática va larga y como nos domina el sueño, aprovechamos que unos clientes lo requieren para irnos a descansar. Mañana lo veremos.
Octubre 02 del 2016. A las 8 de la mañana ya estamos en el restaurante del hotel que de tan lleno parece que la fiesta no ha terminado. El día amaneció sin lluvia y con mucho sol para la alegría de todos, pero el clima frío se mantiene.
La mayoría de los trabajadores del hotel son inmigrantes, eso lo vemos con un ligero recorrido de la vista: comenzando por la jefa del restaurante, cocineros y ayudantes (meseros no hay porque el servicio es bufet).
Entretenidos tratamos de adivinar su nacionalidad, primero con la jefa, luego de coincidir en su origen africano: etíope, sudanesa, angoleña.
Nadie le atina porque al preguntarle nos responde que es de Eritrea, un país entre Sudán y Etiopía. Se llama Asmina, o Asmara como su capital, frente al Mar Rojo, mirando a la Arabia Saudita.
Su color es de caoba pero mate, no brillante, con una nariz afilada que la hace más atractiva. Su pelo es abundante y rizado. Sus dientes resaltan de blancos por el color opaco de sus encías. Tiene ojos son verdes, entre enigmáticos y nostálgicos, quizá era princesa en su tierra.

El arte de amistar

Conocer gente es uno de los atractivos de viajar, eso nadie lo discute, aunque para ello la lengua diferente pueda ser uno de los obstáculos, o también el pretexto para iniciar una plática entre dos que comparten el ánimo de conocer nuevos modos de pensar y de ser.
Palmira, mi mujer, siempre me ha resultado admirable por la facilidad que tiene de comunicarse con los demás, sabe exactamente lo que debe preguntar o comentar para interesar en su plática, de tal modo que siempre está haciendo amistades.
En París, por ejemplo, amistamos con una joven y guapa guardia de la Policía Nacional que trabaja en la vigilancia del edificio del Senado.
La conocimos cuando paseando por los jardines de Luxemburgo, colindantes con el edificio senatorial, nos ganó la curiosidad de ver el cultivo de ciertas flores cuyos bulbos aparecían esparcidos en la tierra removida.
La vigilante de uniforme azul, con el arma larga recortada en ristre llegó hasta nosotros en cuanto nos acercamos a la reja.
–Bonjour, ¿que les plantes sont ceux qui sèment? –le pregunta Palmira en tono disuasorio.
La vigilante se sonríe, rápidamente nos ha identificado porque agrega:
–Podemos entendernos en español, lo hablo porque mi padre vino de España.
Se llama Valerie, trabaja en la Policía Nacional y se alegra de platicar con nosotros cuando le decimos que somos mexicanos. Nos dice que le gustaría viajar a la península de Yucatán para conocer más de los mayas.
La conminamos a que nos visite y nos dice convencida que lo único que necesita para venir es que le den sus vacaciones.
Luego de intercambiar direcciones nos despide diciéndonos que las plantas que ahora están sembrando los jardineros, son tulipanes y crocos, que los primeros son rojos y amarillos, de cinco picos, y las segundas tienen seis pétalos ovalados, de caprichoso color azul. Para la Primavera lucirán sus flores.