EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

XVII

Silvestre Pacheco León

Febrero 12, 2017

Brujas

10 de octubre de 2016. Salimos de Harderwigh, Holanda, a las 12 del día, Vamos a Bélgica, a la ciudad de Brujas.
En el camino le cuento a Palmira y Ana que nuestra vecina cree que los patos que vemos en el canal de navegación “se los llevan a otro lugar durante el invierno porque no vuelven a verse durante toda la temporada de frío”. Eso nos mata de risa pensando en los holandeses, capaces de domesticar a los miles de patos para adornar el paisaje, moviéndolos a placer, de un lugar a otro.
En nuestro recorrido por los canales, lagos y estanques he contado cinco clases de patos: los clásicos de cuello verde y azul que nosotros conocemos procedentes de Canadá, unos de cuello color café pringado, otros de color blanco, y los de tono café.
Ayer en un paseo por la playa, atrás del molino, me sorprendió una parvada de cinco patos cuyo pecho se miraba rayado como el dibujo de las cebras, nunca había visto nada igual.
Pasado el medio día vamos rumbo a Utrech y hemos dejado atrás a Harderwigh. Ana que va al volante dice que tiene sueño, lo que nos obliga a detenernos en una gasolinera para cambiarla.
No sé por qué cierto prejuicio contra la monarquía me hacía suponer que Bélgica carecía de renombre en la Unión Europea, y después de conocer Holanda me pareció que era imposible encontrar otro país que pudiera igualarle en belleza.
Reforzaba mi idea de cierto atraso económico de los belgicanos (como les dice Ana), el paisaje que se mira en la frontera, campos baldíos, como desaliñados, fincas viejísimas.
Sin embargo, a medida que nos acercamos a la ciudad de Brujas, el tráfico rudo e intenso de vehículos pesados, conducidos a gran velocidad por modernas autopistas y un túnel larguísimo, separándonos de los camiones de carga, para ahorrar camino, va ampliando mi visión.
Ahora el espectáculo cambia, los árboles del paisaje están podados artísticamente. En las paradas abundan las floristerías y los viveros de plantas. Nunca había visto tantas orquídeas juntas, y menos que las ofrecieran en venta como los ramos de flores. Pregunto por uno que tiene blancas y lilas, cuesta 20 euros, y me parece que son más baratas que en México.
Ahora el campo es otro. Hay sembradíos de girasoles y de flores menudas, también amarillas; huertos de manzanos y extensos sembradíos de maíz. Aquí un lago, otro allá. Muchos ventiladores gigantes con sus hélices incansables, reductos de bosque, grandes empresas y parques industriales.
Hay varios estacionamientos para tráiler Park, trenes viejos, muchos potreros de pasto menudo, casas de campo y figuras de gente hechas de cartón que saludan a los viajeros desde los puentes.
Cuando estamos llegando a la ciudad el sol queda oculto tras las nubes y comienza a llover, la temperatura ha descendido.
Ahora son mansiones de lujo con amplios jardines de pasto bien cuidado. Hay hoteles elegantes, no muy grandes, luego llegamos a un canal con camellones enverdecidos y árboles gigantes.
Estamos a las puertas de la ciudad y de verdad es una gran puerta del medioevo, y junto a ella un molino.

Brugge, Bruges

Es la ciudad de Brujas, Brugge en flamenco y Bruges en francés. Su nombre significa puerto de amarre, o atracadero, nada tiene que ver con las brujas, salvo el ambiente que se respira en la ciudad fundada en la Edad Media y que luce casi intacta.
Su parecido con Holanda son los canales y el sistema constructivo, donde el cieno como suelo movedizo impone su ley. Las casas, como en Amsterdam, se miran chuecas entre unas y otras.
Abunda el agua como una de las riquezas más visibles de la ciudad, junto con sus edificaciones, quizá no de tanto lujo y ostentación como las de Venecia, pero aquí los carros circulan sin ninguna limitación.
En esta ciudad se tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido y hasta es fácil imaginarse cómo era la vida en aquella época.
Es una ciudad conservada para los turistas y declarada como patrimonio de la humanidad. Dicen que al año registra tres millones de visitantes, por eso tanto hotel, para todos los gustos y posibilidades.
Para recorrer la ciudad, que no llega a 120 mil habitantes,lo más usual es a pie, aunque hay paseos en lancha y en coches tirados por caballos.
Un espectáculo digno de verse en estas calles es la calesa tirada por un hermoso caballo frisón, gigante, negro y brillante como el azabache, que baila en vez de caminar, o mejor, que camina bailando.
Como el caballo, la calesa de cuatro ruedas es totalmente negra, también el traje elegante de la mujer que lo conduce, quien lleva de tocado un sombrero de copa alta, viste botas de tacón, pantalón y chaqueta. Solo contrasta con el color azabache del traje su rubia y dorada cabellera, las arracadas de oro y sus labios de rojo carmesí.
Cobra el paseo a 50 euros, por una hora de duración, pero puede uno tomarse las fotos que quiera, nomás para presumir.

Las calandrias de Acapulco

Cuando contemplo el espectáculo de la calesa viene a mi mente el caso de las calandrias en la costera de Acapulco y de la gente que demanda su desaparición por los famélicos caballos que las tiran.
Si los paseos en calandria tienen su demanda, no hay razón para desaparecerlas, basta con mejorar la calidad de los caballos para que luzcan y la presentación de quienes los conducen. Así se podrían preservar los empleos y mejorar la imagen del servicio.

El hospedaje

Después de un ligero paseo por la ciudad teníamos urgencia de encontrar alojo para aprovechar cada minuto. Necesitábamos un hotel y un lugar para dejar el auto, cosa que no resulta fácil en esta ciudad.
Después de conseguir el hotel nos dimos a la tarea de buscar el estacionamiento, y en eso andábamos cuando una agente de tránsito nos llamó la atención con gesto de perdonavidas.
Su actitud cambió cuando le pedimos orientación para encontrar estacionamiento. Nos dijo que junto al canal podíamos estacionarnos gratuitamente por dos horas, pero que al otro lado de la ciudad estaban los estacionamientos, (el otro lado de la ciudad le llaman a la otra orilla del canal, no muy lejos del hotel. El estacionamiento nos costó 3.5 euros la noche).
Después de un ligero paseo para conocer la ciudad ya sabemos dónde cenar. Entramos al restaurante italiano que se mira acogedor para refugiarnos de frío. Tenemos suerte, la mesera habla español y se entusiasma cuando sabe que somos mexicanos. Hace cuentas de que son ya 20 años cuando visitó México, el sureste. Fue de las brigadas europeas de apoyo al EZLN, nos lo dice con nostalgia.