EL-SUR

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Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

¿Y ahora qué?

Lorenzo Meyer

Agosto 23, 2018

La cuestión que da título a la columna –“¿Y ahora qué?”– se formuló al arranque de una plática pública sobre la coyuntura política, coyuntura que bien pudiera llegar a ser calificada de crítica, pues se propone desembocar en un cambio de régimen.
La interrogante parte de considerar que las elecciones del 1° de julio –la federal y las locales–, no fueron sólo otro eslabón de la ya larga cadena de cambios sexenales de administración. Fueron más. De entrada, y para todo propósito sustantivo, el gobierno aún en funciones, casi ha dejado de funcionar. Por otra parte, el equipo que le sustituirá trabaja a todo vapor, pero tiene que esperar a diciembre para asumir el poder. Sin embargo, en este lapso de cinco meses entre fin y principio, no hay un vacío de poder sino la puesta en marcha, en la práctica, de un proyecto de cambio político de gran calado.
Desde el 2 de julio, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), está anunciando nombramientos, tomando decisiones sobre grandes obras de infraestructura, encabezando o promoviendo reuniones con grupos de la sociedad civil, recibiendo a diplomáticos, etcétera. En la práctica, toda esta actividad significa que ya está ejerciendo su nuevo poder. Un poder que, desde el momento mismo en que se conoció su aplastante victoria, empezó, a ojos de todos, a trasladarse de Los Pinos a Chihuahua 216 en la colonia Roma. Ese traslado, que en el pasado se hacía envuelto en un cierto misterio, esta vez fue casi instantáneo y a cielo abierto.
La fuerza del triunfo de AMLO –53% de la votación– y la distancia entre él y quien le siguió –30.9%–, llevó a que las instituciones electorales simplemente no tuvieran campo de maniobra para fallar al estilo del 2006. Y como esa ola inesperada de votos estuvo constituida por votos reales, no como los de 2012, donde las tarjetas Monex o Soriana dieron la ventaja en la urna al viejo “nuevo PRI”, su contundencia fue aceptada por todos los involucrados. Un voto registrado por el INE vale tanto como cualquier otro, pero en la práctica, un voto realmente ganado vale mucho más que el comprado o inducido, pues viene cargado de legitimidad y de compromiso del votante con lo que votó.
En el pasado, la transmisión del poder sexenal tenía lugar entre miembros del mismo partido y, a partir del año 2000, entre dos partidos que ya habían dejado de ser distantes: PRI y PAN. En ambas situaciones siempre hubo campo de entendimiento entre lo que se iba y lo que venía, pero en 2018 ganó la oposición real, por eso en el largo interregno ya no hay mucho que negociar fuera de las formas. Elementos como los expuestos y otros, explican por qué el gobierno que sale ya está casi borrado y el campo de lo político-sustantivo lo dominan ya AMLO y los suyos.
Pero pasemos de ese “¿y ahora qué?” a lo por venir. Si partimos de que lo acontecido en la última elección es más que un cambio de gobierno, entonces la “cuarta transformación” que anuncia el lopezobradorismo tiene que significar un cambio pacífico de régimen, algo inédito en México.
Y aquí conviene detenerse en la definición del concepto. Por régimen político se entiende el conjunto de instituciones que regulan la lucha y ejercicio del poder y los valores que las animan (Norberto Bobbio y Nicola Mateucci, Diccionario de política, México: Siglo XXI, 1988, p. 1409). Nada indica que en México el conjunto institucional y su marco legal vayan a cambiar radicalmente, pero sí los valores que van a animar a esas instituciones, al menos eso es lo que da a entender el discurso de AMLO. Por tanto, pese a ejercerse dentro del entramado institucional heredado, la naturaleza del ejercicio del poder institucional promete cambios de fondo.
Hasta ahora, y en los últimos sexenios, la meta objetiva de quienes han dirigido las instituciones mexicanas ha sido extraer de la sociedad el máximo de recursos para su beneficio personal y el de su grupo. Una extracción compatible con la pretensión de que el país vivía en un “Estado de derecho” pese a que eran visibles en casi todos los ámbitos de lo público la corrupción y el crimen organizado. Forzar a la corrupción a batirse en retirada y revertir la ola de violencia que nos ahoga, significará ya el cambio en la naturaleza real de los valores y acciones del régimen. Pero hay más. Otro cambio de fondo ocurrirá si efectivamente se logra regresarle al Estado la capacidad de regular el mercado para revertir la tendencia natural de éste a promover que acumule más el que tiene más. Redistribuir el ingreso y dar prioridad a los que hasta ahora han recibido menos, afianzaría la idea de un nuevo régimen sin necesidad de una revolución, como en el pasado.
Si la esencia del sistema de partidos es la relación entre sus componentes, entonces el eclipse en las urnas del PRI –el partido que dio forma y modeló nuestra cultura cívica a lo largo de casi un siglo–, tiene que ser otro poderoso factor de cambio de régimen.
Volviendo a la cuestión inicial “¿y ahora qué? Pues el “qué” es nada menos que enfrentar lo que Maquiavelo juzgó la tarea más difícil y peligrosa del arte de la política: el llevar a buen puerto el cambio de un régimen. Y es que en esta fase se tienen en contra a los perjudicados por el cambio y también a los que van a quedar insatisfechos por un cambio que no les dio todo lo que esperaban.

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