EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Y después del Covid 19, ¿qué?

Jesús Mendoza Zaragoza

Marzo 28, 2022

Afortunadamente la calamidad de la pandemia está disminuyendo significativamente. Las defunciones y los contagios han estado cayendo paulatinamente y vamos regresando a las condiciones sanitarias anteriores a la pandemia. Hace dos años dio inicio la cuarentena en nuestro país, conducida por los poderes públicos, con aciertos y desaciertos. Ha sido un tiempo en el que se ha acumulado mucho dolor, en el que hemos experimentado nuestras vulnerabilidades reales. Hay vulnerabilidades colectivas y otras individuales.
No obstante, estos dos años los podemos ver como una gran oportunidad para la humanidad y para las personas. Una oportunidad de grandes aprendizajes. He constatado, después de muchas experiencias, personales, comunitarias y sociales que los mejores aprendizajes suelen venir de los tiempos de dolor. De este modo, la postpandemia puede ser un tiempo de recolección de aprendizajes que deriven en transformaciones profundas para todos, si no queremos que haya sido inútil tanto dolor acumulado en los dos años.
Si el coronavirus destapó las vulnerabilidades en la salud de cada persona, lo hizo también en muchos otros temas. Todo es vulnerable en mayor o menor grado. Y lo vimos en los sistemas financieros globales, en los sistemas económicos dominantes, en los modelos educativos, en las visiones culturales y en los sistemas políticos. Si la política funcionara para el bien de todos, la pandemia no hubiera durado tanto tiempo y se hubiera frenado en tiempos cortos. Hubo decisiones fallidas a nivel global, otras erradas o parciales, otras discriminatorias y excluyentes. Eso está muy claro ahora con la guerra en Ucrania, que nos ha dado el mensaje de que la política, tal como la entienden los poderosos, no funciona para el bien de los pueblos. Este sólo hecho tiene que llevar a cambios profundos en la manera de hacer política.
Por tanto, es tiempo de reconocer humildemente que muchas vulnerabilidades están arraigadas en la conciencia o inconciencia humana, según la perspectiva con la que se le mire. Necesitamos hacer una verdadera evaluación crítica, autocrítica y global para sacar las lecciones que nos deja la pandemia. No podemos quedarnos con la evasiva de que “aquí no pasó nada” y volver a nuestras rutinas anteriores. Si queremos levantarnos de esta situación traumática que nos ha tocado, necesitamos hacer un examen de conciencia honesto para detectar actitudes, relaciones y estilos de vida perniciosos que han estado en el origen y en el desarrollo de la pandemia, mismos que hay que modificar para mejorar las condiciones de vida de este mundo que ha sobrevivido.
La población más lúcida intuye esto: de las desgracias provienen las grandes lecciones de la vida y la sabiduría –no la ciencia– que los pueblos necesitan para mirar el futuro con más esperanza. Y muchos lo están haciendo ya con un alto sentido de responsabilidad humana. De esta manera, podemos tener mejores condiciones para afrontar los temas que pasaron a segundo término en la pandemia y que ahora se están haciendo más visibles, tales como las violencias, la corrupción y las desigualdades.
Es necesario ponderar las condiciones éticas, culturales y espirituales que tenemos en nuestros contextos, pues pueden ser decisivas para lo que tenemos que hacer en adelante. Si estas condiciones no se atienden con responsabilidad, habríamos echado al caño de los desperdicios tanto dolor amontonado debido a los muchos que murieron, y por todas las secuelas sanitarias, económicas, sociales y políticas que nos han quedado. ¿De qué sirvió tanto dolor para que nada hayamos aprendido? ¿Cómo es posible que nos hayamos quedado con ese escaso nivel de insensibilidad humana? ¿Cómo podemos tolerar seguir viviendo con una fraternidad fracturada que sigue produciendo dolor y exclusión?
Escuelas, universidades, empresas, gobiernos, familias, iglesias, cada quién en su campo, pueden sacar las lecciones aprendidas y generar los cambios necesarios para que cada ser humano sea mejor que antes y para que las instituciones funciones para el bien común. Así podemos alinearnos todos para construir un mundo más justo y fraterno. Una consecuencia tendría que ser la transformación de las personas dando relevancia a sus condiciones éticas, espirituales y culturales. Un perfil deseable sería el de personas críticas, creativas, responsables, libres, afectuosas y capaces de trascenderse a sí mismas en el bien común. Y está a nuestro alcance si nos lo proponemos.