Jesús Mendoza Zaragoza
Mayo 11, 2020
La pandemia del coronavirus ha invadido casi por completo la agenda social y política, lo mismo que la cobertura de los medios. En parte es razonable que así sea debido a la emergencia sanitaria que nos ha obligado a vivir en una cuarentena que parece que no tiene fin. Otros temas que antes estaban en primer plano han pasado a ser preocupaciones periféricas. Uno de ellos es la violencia en México, que no ha bajado en su intensidad, pero ha pasado a segundo término a lo largo de este tiempo crítico.
En días pasados, el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) presentó su informe 2020, siendo la séptima edición del Índice de Paz en México en el cual, mediante una metodología de investigación propia, proporciona una medición de los niveles de paz en México, señalando tendencias, análisis y cálculos y, sobre todo, cifras sobre el impacto económico de la violencia en el país. Este informe presenta la medición de los niveles de paz durante el año 2019, de una manera muy detallada. Entre los datos globales que este informe presenta, hay algunos que me parecen más sustanciales.
Se identifican cuatro tipos principales de violencia en México, cada una con una dinámica propia y particular: violencia política, violencia oportunista (robo, extorsión, etc.), violencia interpersonal y violencia generada por conflictos relacionados con los cárteles de la delincuencia organizada. No obstante, estas diversas violencias hay que verlas como parte de una dinámica nacional que las hace posibles y las aglutina. El nivel de paz en México se ha deteriorado 27.2% en los últimos cinco años debido, sobre todo, a que la tasa nacional de homicidios se incrementó 86 por ciento, al pasar de 15 muertes por cada 100 mil habitantes en 2015 a 28 en 2019. Por su parte, en 2019, el nivel de paz en México tuvo un retroceso de 4.3 por ciento, deteriorándose por cuarto año consecutivo. Esto se debió en gran medida a un aumento de 24.3% en la tasa de crímenes de la delincuencia organizada. Un cálculo que el IEP hace sobre los saldos de la guerra contra las drogas señala que durante los 13 años de ésta han sido asesinadas 175 mil personas. La conclusión que se ofrece es que la violencia se ha estacionado y no cede. Este es el punto. Durante esta cuarentena, se está dando una competencia entre el número de muertos por el coronavirus y el número de aquéllos caídos por los impactos de las balas.
Con estos datos, el IEP señala que “la inseguridad es la principal preocupación de los mexicanos, por encima del desempleo, la inflación, la corrupción y la impunidad. Al tiempo que el miedo a la inseguridad ha aumentado constantemente en los últimos cinco años, el conocimiento que tienen los ciudadanos sobre las acciones del gobierno para contrarrestarla ha disminuido”. Este tipo de informes tienen sus alcances y sus límites, que necesitan ser ponderados de manera racional, pero nos dan pautas para entender lo que está sucediendo en el país.
Esta es una buena oportunidad para hacer algunas consideraciones útiles relacionadas con la manera de conceptualizar la crisis de violencia desde hace más de dos décadas. En los dos gobiernos anteriores básicamente fue entendida como un problema policiaco que tenía que resolverse con la intervención de la fuerza pública. Esta manera tan estrecha y parcial de enfocar la violencia, no hizo más que multiplicarla de manera arrolladora. Ese enfoque persiste con el nuevo gobierno federal con algunos ajustes que buscan tocar algunas de las causas, tales como la lucha contra la corrupción, los esfuerzos contra las adicciones y contra la desigualdad social.
Si la actual intervención oficial ante la pandemia se ha dado con el enfoque de salud pública, podríamos darnos una idea de la capacidad de este enfoque para atender otros problemas del país, entre los cuales sobresale el de la violencia. No es aventurado el tratar la crisis de violencia como un problema de salud pública que debiera ser abordado como tal. La violencia se ha viralizado y se ha convertido en una amenaza por todas partes. Una amenaza para la economía, para la política y para la misma sociedad. Una amenaza para las personas, las familias y las comunidades. Una amenaza para la democracia, para el desarrollo integral y para el cuidado de la naturaleza.
El virus de la violencia necesita ser abordado como se aborda una epidemia o una pandemia. El Estado debiera ser el gran responsable de encabezar una estrategia de intervención integral para afrontar la violencia así como lo ha estado haciendo ante la pandemia del coronavirus. Esta estrategia incluye el momento de crisis –justo en el que ahora estamos– pero también la prevención y la restauración o sanación. Y en esta estrategia requiere de una participación generalizada.
Todos, absolutamente todos, estamos siendo parte de la actual estrategia orientada a remontar la pandemia del coronavirus. Y lo somos, de diferente manera, según el lugar que ocupamos en las estructuras del Estado. La familia lo hace de una forma, el personal sanitario lo hace de otra, mientras que el ejército lo hace a su modo. La escuela, la universidad, la empresa, cada cual participa de una manera determinada. Los gobiernos, federal, estatales y municipales se coordinan y caminan con un enfoque en su conjunto. Al menos esa está siendo la intención. Cada cual de acuerdo con sus facultades y sus responsabilidades. Los poderes del Estado se activan en esa misma perspectiva. Y todos los sectores de la sociedad asumen, de manera corresponsable, sus propias tareas en una visión de conjunto. Eso estamos aprendiendo.
¿Acaso este enfoque de salud pública no puede ser eficaz para tratar la epidemia de la violencia que no tiene para cuando terminar? Si en este momento, la mayoría de los ciudadanos estamos atendiendo las indicaciones de la Secretaria de Salud para permanecer en casa, colocarnos cubrebocas, guardar la sana distancia y demás, ¿no será posible activar una movilización de los ciudadanos de este país con esa misma lógica para prevenir las violencias y para contar con protocolos claros sobre lo que tenemos que hacer en los casos de acciones violentas?
Entiendo que el virus de la violencia y de la derivada inseguridad, tiene postrado al país y representa un alto costo para todos. El IEP, en el Índice de Paz 2020 hace visibles los costos económicos, como para darnos una idea. Pero hay altísimos costos sociales y políticos que nos están rezagando más y más. El punto que hoy quiero señalar es que los ciudadanos no estamos enterados de estrategia alguna en la cual todo el país esté participando. No tenemos la información suficiente acerca de una visión de futuro y acerca de los pasos que hay que recorrer para ir caminando hacia la paz.
No aspiramos solo a que disminuyan los asesinatos y los casos de desaparecidos en el país. Aspiramos a que haya condiciones para que se reduzcan al mínimo y podamos mirar con optimismo las posibilidades de desarrollo, de democracia y de bienestar colectivo. Aspiramos a participar como lo estamos haciendo hoy ante el coronavirus, tomando las medidas preventivas ante la violencia en todas sus formas y a que todas las instituciones y las estructuras de toda clase se involucren de una manera creativa y responsable.
Tener un país con condiciones de paz nos va a tomar décadas. Para ello necesitamos una estrategia nacional, construida y promovida por los gobiernos y por los ciudadanos. Hoy por hoy tenemos que atender la crisis de violencia para que se vaya dando paulatinamente una transformación social que traiga una paz sostenible y duradera. Necesitamos el firme liderazgo del Estado y de todas sus instituciones para que todos nos involucremos en esta tarea tan indispensable para el desarrollo y para la democracia. Y para ello, tenemos que repensar la manera de relacionarnos todos. Decía Gandhi que “la paz es el camino”. En medio de conflictos y dificultades tenemos que ir encontrando ese camino. Aspiramos a un país sano y saludable. Es posible si cada quien contribuye desde su ubicación social, política o económica en su metro cuadrado, es decir, en el entorno de sus propias responsabilidades. Y un día, un buen día, saldremos de la epidemia de la violencia.