EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Y los problemas urbanos?

Humberto Musacchio

Noviembre 09, 2006

La crítica a los problemas de la ciudad de México ha estado contaminada en estos años por el encono político, pero ni por eso debemos renunciar al análisis de lo que ocurre en la metrópoli. Por supuesto, de ninguna manera se puede decir que todo está muy mal, pero tampoco que todo está muy bien.
El renglón donde los capitalinos más que insatisfechos estamos indignados es la seguridad. El incremento de la delincuencia es producto de una economía que arroja a millones de mexicanos a la desesperación, pero ninguna sociedad debe posponer el combate al crimen hasta que todo mundo tenga empleo. No ignoro que las mediciones de la actividad delictiva suelen estar atravesadas por el interés político, pero lo cierto es que, pese a los índices criminales a la baja, los habitantes de la capital vivimos en la zozobra, asistimos al cine con temor y al teatro mejor ni vamos, sufrimos insomnio cuando los hijos se van a una fiesta y las historias de asaltos, secuestros y asesinatos –tan magnificadas por la televisión fenicia–nos empujan a una gastritis o una úlcera.
Desde hace muchos años no tenemos una policía de tránsito digna de ese nombre. Hay, eso sí, un grupo de asaltantes que en medio del mayor embotellamiento nunca aparecen porque están dedicados a lo suyo, dizque a comprobar si todo mundo está en orden con la verificación, pues el negocio está en morder a quien no lleva la calcomanía de ese trámite engorroso, absurdo e hipócrita, porque más contaminan los vehículos propiedad del gobierno capitalino sin que se preocupen Alejandro Encinas ni a la Asamblea Legislativa.
La ciudad está llena de indicaciones de tránsito anteriores a la aprobación del actual reglamento. Pero además, el sentido de muchas calles es una invitación a sufrir un accidente, hay otras que tienen quince y más años con semáforo para una calle y sin él para la transversal. Por ejes viales y toda clase de avenidas transitan a cualquier hora camiones pesados, muchos de ellos con la carga mal asegurada, lo que ocasiona cotidianos accidentes, como ocurre en la avenida Constituyentes, por citar un ejemplo. A lo anterior agréguese la cantidad de baches que dan a la ciudad una notoria semejanza con Beirut. ¿Quién nos va a pagar las llantas perdidas por rotura de las cuerdas o los rines doblados, señor Encinas?
Cuauhtémoc es un buen ejemplo de corrupción e ineficiencia. En esa delegación se localiza el área restaurantera de la Condesa, la que, hay que decirlo, constituye una importantísima fuente de empleo. Pero ahí floreció una mafia de inspectores que se dedican a extorsionar a los dueños de bares, restaurantes y cafés. La Condesa es un lugar donde todo se arregla con dinero. Por citar un caso, la Ley de Establecimientos Mercantiles obliga a cada negociación a disponer de lugares para dejar los coches. No los hay, porque el único estacionamiento que había, en la calle Michoacán, desapareció cuando los dueños del terreno obtuvieron la autorización para construir un conjunto de edificios. Sin embargo, si el comerciante acepta los servicios de una empresa de acomodadores (valet parking, dicen en su germanía) recomendada por la delegación, entonces el permiso para operar llega sin problemas, aunque no existan sitios para meter tanto vehículo. La anterior delegada, Virginia Jaramillo, prometió construir estacionamientos. No sólo no cumplió, sino que ahora hay menos aparcaderos que hace tres años.
A lo anterior hay que agregar el cochinero en que están convertidas muchas zonas de la ciudad. En ese punto la Condesa también es una muestra asquerosa de lo que pueden hacer el descuido burocrático y la inoperancia de ciertas rutinas. Las calles de esa colonia son un inmenso mugrero que ocupa prados, camellones y el arroyo (parte de la calle por donde suelen correr las aguas, dice el mamotreto académico). Por supuesto, ésa es la causa de que se tapen las coladeras, se azolven los drenajes y de que cualquier lluvia inunde la planta baja de casas u comercios. El asunto podría resolverse poniendo suficientes botes para la basura menuda, contenedores para la basura mayor y depósitos especiales para el excremento de los perros, que hoy forma parte del paisaje en una de las zonas más transitadas de la ciudad. Si a eso le agregamos las jaurías de perros callejeros que amenazan a la gente en muchos lugares de la ciudad, el panorama es todavía más desolador.
Por si algo faltara, la norma que obliga a separar la basura orgánica de la inorgánica ha convertido los carros recolectores de basura en fábricas procesadoras donde se separa cartón, vidrio y otros objetos de valor que engordan el bolsillo de los choferes y de sus jefes (¿hasta qué nivel?) y propician que tales camiones no lleguen a otros puntos de su ruta.
Lo cierto es que, bajo el fuego graneado de sus enemigos, el gobierno capitalino ha capitulado no ante ellos, sino frente a los problemas propios de la ciudad. Si las cosas no están peor es porque mucho queda de conciencia ciudadana, pero hace falta que aparezca la autoridad.