EL-SUR

Lunes 09 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

¿Y si ganan los republicanos?

Lorenzo Meyer

Marzo 03, 2016

La política del sucesor(a) de Obama puede ser más agresiva o entrometida frente a México ¿Quién y cómo la podría confrontar?

La cuestión. ¿Y si en junio el Partido Republicano elige como candidato a Donald Trump o, para el caso, a Ted Cruz o Marco Rubio? ¿Y si en noviembre los votantes de Estados Unidos eligen como presidente a cualquiera de los tres derechistas duros que hoy ofrecen los republicanos? ¿Cuenta el actual gobierno mexicano con los apoyos, la capacidad y la voluntad para defender el interés nacional mexicano frente al proyecto republicano de “volver a hacer fuerte a Estados Unidos” echando por la borda el relativamente moderado de Barack Obama?
Pero antes de abordar el tema ¿Cuál es exactamente hoy el interés nacional mexicano en su relación con Estados Unidos? En un país tan social y políticamente dividido como el nuestro es difícil formular una definición de interés nacional que tenga el consenso de los ciudadanos.
En la práctica, el llamado interés nacional siempre lo ha definido el grupo en el poder –en esta coyuntura, Enrique Peña Nieto y su equipo, cuya experiencia en materia internacional es escasa– y no siempre de manera explícita. Hasta ahora la posición frente a Estados Unidos de ese grupo y conjunto de intereses ha sido la de administrar el día a día y dejar que la relación con el vecino del norte –quien compra el 79.9 por ciento de nuestras exportaciones, a quien compramos el 48.2 por ciento de nuestras importaciones y quien controla el 38.8 por ciento de la inversión externa– la determine el transcurrir de los acontecimientos que, por otra parte, están muy determinados por la asimetría de poder.
¿Y qué quieren los estadunidenses? De acuerdo con la tesis de Jorge Domínguez, un profesor de Harvard expuesta en El Colegio de México el 25 de febrero, la actual política estadunidense hacia América Latina es… ¡no tener política! Y eso porque en materia internacional la atención de Washington está centrada en el Medio Oriente y en Asia.
En sentido estricto “no tener política” es ya un tipo de política. Una que significa minimizar las posibilidades de involucrarse en acciones fuera de lo ordinario en la región –la última fue la intervención en Haití en 2004 como parte de una fuerza multinacional, pero el contingente norteamericano se retiró de inmediato– y dejar que la red de intercambios y asuntos entre Estados Unidos y América Latina quede a cargo de maquinarias burocráticas como la que regula al TLCAN o la lucha contra el narcotráfico y donde la Casa Blanca no tiene que tomar decisiones. Prueba de que la relación México-Estados Unidos está en manos de la rutina administrativa es que desde hace meses el puesto de embajador(a) estadunidense en México ha estado vacante y ni quién lo note.
Quizá una excepción a la política latinoamericana de la Casa Blanca de no hacer nada fuera de la rutina, sea su esfuerzo por sacar adelante el Tratado Transpacífico (TTP), un proyecto comercial pensado por Washington para contener a China y que, de paso, involucra a México y a otros países latinoamericanos. En este asunto, el gobierno mexicano ha seguido la línea trazada por el presidente Barack Obama sin siquiera pretender que se trata de una decisión realmente mexicana.
El factor republicano. Ahora bien, el siguiente presidente norteamericano, incluso si es Hillary Clinton, quizá no deje la relación con nuestro país a merced de las inercias. La ex secretaria de Estado es partidaria de usar el smart power (poder astuto) como instrumento de política exterior. Con ese enfoque, ella fue clave en vencer la resistencia de Obama a intervenir en Libia en el 2011, pero el resultado final de esa “astucia” ha dejado a Libia en calidad de Estado fallido y vivero del islamismo radical, (The New York Times, 28 y 29 de febrero). Pero la situación puede ser mucho peor si el triunfador es uno de los republicanos.
Donald Trump inició su carrera hacia la presidencia denunciando a México como un peligro para Estados Unidos y asegurando que nuestro país envía entre sus inmigrantes indocumentados –alrededor de 5 o 6 millones– a “violadores, narcotraficantes y asesinos”. Por eso, y como parte del proyecto de “volver a hacer grande a Estados Unidos”, propone la deportación masiva de los indocumentados y construir un muro infranqueable entre México y Estados Unidos ¡con un costo de 10 a 12 mil millones de dólares pagados por México! El TLCAN tampoco le gusta y ha prometido recuperar los empleos, que según él, Estados Unidos perdió con ese tratado. Hasta hoy, Trump mantiene invariable su posición.
Los competidores de Trump, Rubio y Díaz, son menos estridentes que el millonario constructor pero igual de duros, como bien lo mostraron en su debate del 25 de febrero en su negativa a dar una solución al tema de los indocumentados que no sea la deportación. Tampoco proponen hacer algo en relación al contrabando de armas ni modificar la fallida política contra el narcotráfico.
De vuelta a la cuestión. Frente a un nacionalismo tan agresivo como el que representan Trump y los otros republicanos o los efectos del smart power de Clinton ¿Qué podemos esperar de una dirigencia mexicana que hace mucho sepultó el nacionalismo defensivo que en otra época fue un instrumento de cierta utilidad para contrarrestar las presiones de Washington? Queda la esperanza de que ese nacionalismo, que ya fue hecho de lado por la clase dirigente, no haya desaparecido del todo en la sociedad mexicana.

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