Jesús Mendoza Zaragoza
Abril 04, 2016
Transportistas, comerciantes, restauranteros, profesionistas, taxistas, empresarios y otros más han manifestado su hartazgo relacionado con el repunte de la inseguridad y de la violencia en Acapulco y en otras regiones del estado de Guerrero. Además de los daños causados a personas, familias y comunidades, se lamenta la caída de la actividad económica que es ya muy preocupante, al grado de que la emigración generada por la violencia y la desactivación económica están agravando la crisis humanitaria que padecemos desde hace tiempo.
El caso es que abundan los lamentos y, junto con ellos, la exigencia para que las autoridades hagan su trabajo para frenar los atropellos de la delincuencia organizada que atiza también a la delincuencia común aprovechando el aire de impunidad y de miedo. Lamentos y exigencias siguen sin ser atendidos si no es que se da un paso más decidido por parte de la sociedad. Se requiere ya la actuación firme de todos para atender la emergencia sin perder de vista que se requiere una actuación sostenida para salir de este infierno que estamos padeciendo. Basta de lamentos y de gritos desesperados al gobierno que sigue sordo al clamor social.
Lamentarse y exigir es bueno pero insuficiente. Hay que ir más allá. Hay que exigirnos a nosotros la propia responsabilidad social. La sociedad tiene que pronunciarse pero, además, actuar dejando de ser espectadora y dejando la responsabilidad en el gobierno. Años van ya con esta dinámica social que no da resultados. Necesitamos movernos para mover al gobierno. El infantilismo social que deja la responsabilidad en el gobierno no nos ha permitido comportarnos como adultos responsables. Cierto que el gobierno es el mayor responsable de lo que está pasando pero la sociedad también lo es. Y lo que hemos hecho hasta ahora no ha sido suficiente. Algo falta.
Entre otras cosas, hay que comenzar por reconocer que todos, sin excepción, hemos sido parte del problema y que tenemos que darnos la oportunidad para convertirnos en parte de la solución. Sin este reconocimiento, seguiremos patinando siempre en el mismo lugar y no podremos avanzar hacia las transformaciones que se requieren.
Otra cosa indispensable es dejar de ser francotiradores. Cada sector social organiza sus propias acciones como expresiones de catarsis o de furia. Los resultados son precarios. Se requiere abandonar el individualismo tan acendrado en la sociedad que nos desmoviliza y nos desgasta. Se requieren pactos sociales en los que los diversos sectores de la sociedad se manifiesten en conjunto y actúen con una visión estratégica. Se requiere organizar acciones no violentas para hacer presión al gobierno. Éste nos se va a mover con lamentos. Evidentemente, esto no es tan sencillo pues necesita madurez y disciplina social, lo mismo, un cambio de actitud en el sentido de buscar el bien común, lo que beneficia a todos.
El asunto de la violencia está afectando a todos, aunque de diversa manera, pero a todos nos está afectando. Lo mismo a empresarios que a trabajadores, a profesionistas que a estudiantes, a jóvenes que a mujeres. A todos. ¿Cómo es posible que mantengamos la miopía que no nos permite ver que todos estamos siendo víctimas directas de la delincuencia organizada y víctimas también de gobiernos omisos o coludidos? Es tiempo de desencadenar una solidaridad social, que coloque a toda la comunidad en el primer lugar de las agendas particulares. Al menos, en el tema de la violencia y de la inseguridad, a todos nos conviene que nos vaya bien a todos. De otra manera, si a un sector social le va mal, nos va mal a todos los demás.
Esto nos lleva a plantear que necesitamos una sociedad civil con mayor fortaleza y madurez que la que tenemos hasta ahora. Quizá esta es una oportunidad para lograrlo. Una sociedad civil con capacidad de interlocución con los gobiernos, más allá de las simulaciones que se han dado hasta ahora. Una sociedad civil capaz de incidir en la política con la fuerza de la razón, de la palabra y de la propuesta.
La violencia generada por la delincuencia y las respuestas que los gobiernos están dando a la misma, revelan nuestro gran déficit en democracia. Si el pueblo no tiene capacidad para decidir no sólo quiénes nos gobiernen, sino también lo que éstos tienen que hacer para dar respuestas adecuadas a los problemas, nuestra democracia sigue siendo solamente formal o de ficción. Nuestro gran problema es la precaria democracia que tenemos que permite que los gobiernos sean sordos y omisos y que el pueblo no tenga la soberanía que le corresponde. Esta es una oportunidad, también, para avanzar en la democracia.
Ya basta de lamentos.