EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ya en plan cínico

Gibrán Ramírez Reyes

Marzo 07, 2018

Por concentrarnos en lo que no se dice, muchas veces perdemos el jugo de lo dicho. Actualmente es noticia que Ricardo Anaya oculta que es un corrupto, pero en la labor de exhibirlo, y en la de intentar exhibir a Andrés Manuel López Obrador, el gobierno y su candidato se han exhibido también, sin que nadie parezca notarlo.
José Antonio Meade confiesa compulsivamente, pero lo hace con tanta naturalidad que pasa inadvertido. Es la fuerza de la costumbre: no vemos lo que damos por sentado, y es justamente ese comportamiento el que esperamos de un priista. Dice Meade: “Andrés Manuel tendrá que explicar cómo ha vivido, cómo ha mantenido a su familia, tendrá que explicar cómo se le hace para tener una participación pública y privada sobre la base de manejarse en efectivo sin tarjetas de crédito, sin cuentas de cheques, para manejarse en términos fiscales como un fantasma”. Y después es capaz de repetirlo en un tuit sin el menor pudor. De ahí pueden leerse varias cosas.
Primero, el dicho de Meade nos habla del estilo de vida que piensa que debe tener una persona normal con participación pública, que no es concebible sin tarjetas de crédito ni cuentas de cheques. Al respecto, recuerda Diego Castañeda que en Alemania cerca de 80 por ciento de las transacciones se hacen en efectivo. Es decir, la gente no confía en el crédito por buenas razones, lo evita en la medida de lo posible y es capaz de vivir bastante bien sin tener una tarjeta de ese tipo, como lo hacemos muchas personas sin ser premodernas. No es igual en otros sitios, y ello revela –lo que tampoco es ningún misterio– que el referente de economía de la vida cotidiana de José Antonio Meade es Estados Unidos. En una buena parte de su territorio, si uno no tiene récord crediticio se ve impedido de acceder a algunos bienes y hasta resulta sospechoso. Además, no es insignificante que el candidato del PRI crea que una familia no se puede mantener con ingresos menores a 50 mil pesos mensuales (lo que gana López Obrador por dirigir un partido). Meade ignora que gran parte de la clase media mexicana vive con menos de eso. Y, desde luego, en su planeta, eso es inconcebible. Pero no quiero desviarme.
Lo segundo y lo más grave, es la declaración de uso del aparato de Estado. Como si fuera normal, cosa de todos los días, nada de qué avergonzarse, Meade demuestra que han investigado fiscalmente y por completo a López Obrador, sin razón alguna más que la de ser un adversario político. “Fantasma fiscal” se traduce en “le hemos dado un vistazo desde el SAT y lo único sospechoso es que no tiene dinero ni crédito”. Y tan normal es también para nosotros que nadie repare en eso: un ex secretario de Hacienda –lo ha sido dos veces–, confiesa que utiliza el aparato de Estado contra un candidato. Y fracasa en su intento. Ni siquiera a López Obrador le asusta o le sorprende: todos damos por hecho que así actuarán.
Otra confesión, tan grave como la anterior, es la del ex panista Javier Lozano el pasado 1 de marzo. En un video como los que ya ha hecho antes, Lozano acusó a Anaya de lavar dinero de los moches. De inicio nada suena raro, pero basta preguntar ¿moches de quién y para qué?, para que el cinismo brille. ¿De quién van a ser? Solamente del gobierno priista del que Meade era una pieza clave y que tuvo que repartir dinero en efectivo para que las reformas, particularmente las llamadas estructurales, avanzaran. Una de las vías principales para repartir dinero era el Fondo para el Fortalecimiento de la Infraestructura Estatal y Municipal (Fortalece), una bolsa que permitía que los diputados administraran una porción del presupuesto en sus distritos y municipios, la cual aprovechaban para pellizcar y financiar sus carreras políticas. Era un pacto implícito en una Cámara de Diputados donde la solvencia moral no es el fuerte. Dicho fondo desapareció recientemente, una vez que el gobierno necesita poco del Congreso, pero es muy probable que existan muchas otras vías de distribución de dinero en efectivo proveniente del erario. Y alguien tiene que lavarlo, si quiere disfrutarlo con desfachatez.
No se dimensiona, porque suele pensarse que el corrupto es solamente quien recibe el dinero, pero el vocero de la campaña oficialista, del partido del gobierno en turno, está acusando a un candidato corrupto de lavar el dinero que ellos mismos le entregaron. Poco faltó para que le aclarara a Anaya que no iba a poder esconderse, porque los sobornos legislativos están muy bien rastreados desde que se entregan. Todos se saben todo, y por eso cualquier movida en el pacto de impunidad a grandes escalas altera los equilibrios y genera auténticas batallas campales. Si el sacrificio de Anaya se consuma, quizá se anime a hablar, pero lo dudo. Sería por lo menos interesante asomarnos al funcionamiento real de la República simulada.