EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Zihuatanejo, misión y destino / 6

Silvestre Pacheco León

Febrero 18, 2018

Ya era noviembre con sus lunas más brillantes que las de octubre, a pesar de lo que se dice en contrario.
En mi visita a los presidentes municipales de la zona conurbada de la desembocadura del río Balsas constaté que la planeación del desarrollo no era algo que moviera el interés de las autoridades locales.
No es broma pero cuando se llegó la fecha de entrega del plan, un presidente municipal del lado michoacano llevó consigo una camioneta de redilas como medio para transportarlo. En su idea se imaginó que el Plan de Ordenación era algo tangible de gran magnitud, que requería de un medio especial para transportarlo, cuando se trataba de un instrumento de planeación, útil para gestionar las obras de infraestructura y equipamiento requeridas de acuerdo con una planeación regional y no como ocurrencias.
De todas maneras la experiencia nos sirvió para poner énfasis en la importancia de la planeación participativa en la que se incluía un cambio en la manera de concebir el gobierno.
Una mañana alteró mi rutina la noticia que me trasmitió la muchacha encargada del aseo.
–Un par de personas se presentaron muy de mañana preguntando por usted. Dicen que son sus amigos y que estarán esperando en el estacionamiento del muelle –me dijo la empleada.
Sorprendido me asomé por el amplio ventanal de la oficina que miraba al muelle tratando de localizar a los visitantes, sin ningún resultado. Como en el puerto era yo un desconocido y dudaba mucho de que hubiera alguien que supiera de mi llegada, la curiosidad por saber de quiénes se trataba me hizo bajar a buscarlos.
Caminé por el estacionamiento y hasta el final del muelle sin encontrar a nadie conocido.
Al regreso, cuando pensando que seguramente lo de la visita se trataba de una equivocación, casi me topé con Alejandro, un compañero de partido, estudiante de la UAM que realizaba su servicio social en un ejido de la sierra de Técpan.
Lo acompañaba un campesino que me llamó la atención porque se mostraba sorprendido como niño de todo lo que veía. Era dicharachero, simpático y desinhibido. Calzaba huaraches calentanos, iba con la camisa desabotonada y sin sombrero.
En su visita al muelle, Chabelo, como le llamaban a Alejandro en confianza, había mirado con curiosidad al otro lado de la bahía la vieja construcción de piedra de la que ya he hablado.
–Se llama el Capricho del Rey –le aclaré adelantándome a su pregunta.
–Pues sí le queda el nombre porque sólo alguien con la riqueza de un rey pudo haber hecho su capricho de construir una obra de ese tamaño –me respondió riendo.
Alejandro me contó que habían llegado de San Luis la Loma muy de mañana a Zihuatanejo, traían la dirección de la oficina que habían conseguido con un amigo común que me había acompañado durante el viaje de la Ciudad de México a la costa.
Venía con la encomienda del secretario de Relaciones Campesinas del Comité Nacional del PMT para solicitarme que les diera apoyo en la coordinación de un viaje de visita que planeaba realizar Anacleto Ramos Ramírez a la sierra de Tecpan.
Se trataba de un dirigente campesino al que nuestro partido había dado cobertura legal cuando era perseguido por el gobierno.
Anacleto era un hombre importante y polémico en el escenario nacional de esos años porque como defensor de su ejido se había enfrentado a los rapamontes que extraían ilegalmente la riqueza maderera, para lo cual habían constituido un grupo armado de autodefensa que tuvo cierta resonancia regional al grado que Lucio Cabañas, el guerrillero de Atoyac, quiso contactarlo en el final de su lucha.
Después de que Alejandro me contó los pormenores de la visita y del apoyo requerido para el viaje de nuestro compañero estuve pendiente para saber la fecha en que se realizaría.
Un día antes del día fijado para la visita del dirigente campesino a la zona llegó a Zihuatanejo Pedro García, otro estudiante de la UAM y militante del partido comisionado para acompañarlo.
Ése fin de semana estuvimos en el aeropuerto esperando la llegada de Anacleto Ramos cuyo atuendo llamaba la atención. Era el clásico serrano, hombre sin inhibiciones, de sombrero de ala ancha, bigotes domesticados a fuerza de torcerlos constantemente con la mano.
De estatura regular pero con un sombrero que lo hacía ver más alto, era delgado y simpático, sin dificultades para entablar una plática y con materia para comentar que nos sirvió para aligerar el camino y dejar de lado todo nerviosismo.
En aquella época el Ejército aún tenía los retenes fijos que utilizó para aislar a la Costa Grande en su lucha contra la guerrilla del profesor Lucio Cabañas, en Zacatula, colindando con Michoacán, en Santa Rosa, entre Tecpan y Petatlán, y en Bajos del Ejido, en la entrada al municipio de Acapulco.
En nuestro viaje el único retén que hubimos de sortear y lo hicimos sin contratiempos fue el de Santa Rosa.
Nuestro trayecto por la carretera costera llegaba hasta Guayabitos. Pasando la cabecera municipal nos metimos por un camino de tierra suelta y luego de andar como una hora llegamos al pueblo donde lo esperaba una comisión que lo llevaría hasta Los Corales que era el nombre de la comunidad donde vivía su familia.
En el camino conocimos la versión de Anacleto sobre la presencia del guerrillero atoyaquense en territorio tecpaneco, cuando en 1974 el Ejército había dado con su pista.
Como el último enfrentamiento que el líder guerrillero libró contra los soldados fue en la parte de la sierra dominada por el grupo de Anacleto Ramos, se corrió la versión de que éste habría facilitado al Ejército su ubicación, de tal manera que nuestro compañero tenía que cuidarse del Ejército y de los partidarios del guerrillero viviendo bajo sospecha.
La historia de este campesino justiciero la conocíamos muy bien los del PMT. Sabíamos que sin contar con el adoctrinamiento de una guerrilla su grupo había enfrentado al Ejército y a los rapamontes que en la sierra actuaban en complicidad cometiendo infinidad de atropellos en los poblados.
Después de una prolongada lucha desigual y cuando era inminente el enfrentamiento armado con los soldados, Anacleto consiguió una tregua para evitar la guerra realizando la proeza de caminar por toda la sierra y llegar ileso hasta la capital del país donde dio a conocer la situación que se vivía en esa parte de Guerrero, lo cual ayudó a que se detuviera la agresión.
Anacleto Ramos era un hombre carismático y persuasivo, entregado a la causa de la justicia. Le gustaba cantar corridos y tocaba la guitarra. La Feria de las Flores era su preferida. No lo hacía mal.
En muchas de sus fotos aparece con sombrero, gabán y su guitarra, parado exagerando en presunción, como lo hacen los artistas.
Durante un tiempo ocupó la cartera de Relaciones Campesinas en el comité nacional del Partido Mexicano de los Trabajadores.
Su pueblo era un anexo de Santa Lucía, el ejido más grande del municipio y del estado. Lo formaban unas cuantas casas desperdigadas y de reciente construcción, de gente pobrísima. Ahí vivían sus padres y sus hermanos a quienes volvió a ver después de años de persecución.
Lo dejamos entre los suyos y nos regresamos.