EL-SUR

Sábado 09 de Noviembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Zihuatanejo, misión y destino / 7

Silvestre Pacheco León

Febrero 25, 2018

Juan de la Cabada en Zihuatanejo

Fue un hecho fortuito mi paso por la plazoleta de la biblioteca municipal. Aquélla noche tibia de diciembre de 1979 cuando me encontré con un escenario poco común en el puerto.
Regresaba ese día de la cabecera municipal de La Unión donde inicié dando clases a los alumnos de preparatoria en solidaridad con la UAG que entonces sufría la embestida del gobierno estatal de Rubén Figueroa quien encontró en ella el medio de venganza contra los autores de su secuestro, reteniéndole el subsidio para su funcionamiento en la idea de paralizar el papel que la institución educativa había tomado a favor de las causas populares al definirse como Universidad Pueblo, que significaba abrazar las causas de los sectores sociales más desfavorecidos y llevando la educación hasta los rincones más alejados del estado.
Admirablemente la universidad aprendió a sobrevivir con sus propios medios. La mayoría de los maestros trabajaban sin sueldo, pero hubo quienes se vieron obligados a renunciar en detrimento de la educación de sus alumnos.
En mi recorrido por la región había conocido a la directora de la escuela quien me pidió apoyo para atender a los grupos que carecían de la clase de historia y literatura.
Como profesor de la preparatoria en la escuela de La Unión aportando mi grano de arena a ese modelo avanzado de universidad, me sentí parte de la vanguardia de quienes en Guerrero aspiraban por un cambio democrático de la sociedad sin renegar de la histórica lucha de quienes por la vía armada habían pretendido cambiar la situación de pobreza y desigualdad que nos ubicaba como estado a la cola del desarrollo nacional.
Habían transcurrido cinco años de la muerte del maestro guerrillero Lucio Cabañas en Atoyac, y casi diez de implantada la estrategia regional que el gobierno federal diseñó para superar el descontento social que prevalecía.
Grandes inversiones procedentes de empréstitos internacionales conseguidos bajo el argumento de la pacificación habían fluido a la zona para obras de comunicación e infraestructura turística.
En el campo los ejidos recibieron inversiones para proyectos productivos diseñados y decididos en los escritorios de las oficinas centrales, que se establecieron casi compulsivamente en la equivocada idea de que se podía alcanzar el desarrollo sin la necesaria voluntad e interés de los supuestos beneficiarios.
Viajaba a la cabecera municipal por las tardes tres veces a la semana y ese día que era viernes, a mii regreso se me ocurrió pasar por el centro de Zihuatanejo.
En el presídium aquél hombre de baja estatura, cabellera blanca, lacia y larga que platicaba de literatura con el lenguaje propio de la costa, frente a un público que lo escuchaba absorto, era como una aparición.
Su figurar me era familiar, se trataba del legendario poeta y escritor maya, Juan de la Cabada, quien formaba parte, en ese año, de la primera fracción de diputados comunistas que tuvo nuestro país.
La presencia del intelectual disidente, fundador de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios en 1923, en esa plazoleta de Zihuatanejo me pareció una alucinación, imaginando un futuro en el que las plazas del puerto cobraran vida con la voz de artistas, poetas y escritores en convivio con la población.
Me senté a escucharlo mientras miraba con detenimiento a cada una de las personas reunidas, pensando en que más de una conocía y compartía la formación política de aquel escritor campechano que ahora platicaba las historias de mar del golfo de México a los costeños del Océano Pacífico.
Quizá en un futuro no lejano, pensaba, podría yo estar compartiendo un café con alguna de esas personas sentadas ahí que simpatizaban con las causas de la izquierda y ahora escuchaban aquel hombre que durante su juventud vivió en la isla de Cuba y después formó parte de los voluntarios que participaron en la defensa de la república española avasallada por la fuerza fascista en 1936.
No quise investigar por qué medio el viejo militante comunista, perseguido y muchas veces encarcelado, autor del libro de relatos Paseo de Mentiras, había llegado a Zihuatanejo aquella noche en la que plácidamente contaba el cuento de Juan Fish como le llamaban al forastero negro y gigante cuya historia era recreada en su natal puerto de Ciudad del Carmen, Campeche.
En aquel año presidía el ayuntamiento de Zihuatanejo Armando Federico González un ciudadano emigrado de la ciudad de México quien cobijado por la familia de Rubén Figueroa Figueroa hizo carrera política en el puerto repitiendo en el cargo.
El encuentro con Juan de la Cabada que para mí era un hombre de leyenda, trajo nuevo ánimo a mi espíritu en la búsqueda de los contactos que me permitieran establecer una cabeza de playa para que la izquierda irrumpiera en la sociedad provinciana, dominada por el pensamiento único del priísmo.
Mientras esperaba a que me escribiera la dedicatoria y el autógrafo de su libro, le comenté a Juanito que era yo miembro fundador del PMT y que mi propósito en el lugar era organizar a la oposición política en la Costa Grande. Se alegró de que pudiera vivir y hacer política en el puerto, alentándome a perseverar en la empresa que juzgaba sería útil a México.

Zihuatanejo en 1979

A finales de 1979 Zihuatanejo era un puerto de tres mil habitantes, con una numerosa población flotante de trabajadores, turistas extranjeros y nacionales, atraídos por la demanda de trabajo los primeros, y por sus bellezas naturales los segundos.
El ambiente tranquilo y pueblerino en el que todo mundo se conocía, aunque fuera solo de vista, era uno de los atractivos que ofrecía el puerto, y entonces nadie imaginaba que en pocos años su transformación iba a tornarse explosiva.
Aunque el tráfico vehicular en Zihuatanejo vivía un aumento constante y en el pueblo había el antecedente de un choque registrado camino a la Noria entre los dos únicos vehículos que transitaban en la década de los sesenta, los conductores locales de finales de los setenta se las arreglaban para andar por las calles sin necesidad de que algo como las luces de los semáforos les indicaran su turno para pasar seguros un cruce de avenidas.
Los turistas que llegaban en busca de tranquilidad encontraban aquí el paraíso anhelado porque Zihuatanejo no era, como la mayoría de los puertos en el mundo, un lugar de paso, sino el destino final, elegido para el descanso, donde las celebridades abandonaban su ego tratados de igual a igual por los pobladores que vivían alejados del glamur que en las ciudades envuelve la vida de los famosos.