EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Zihuatanejo, Misión y Destino XIII

Silvestre Pacheco León

Abril 15, 2018

El fin del mundo idílico

Aunque para los activistas de la Ciudad de México el espectáculo de ver una movilización de policías antimotines era hasta cierto punto habitual, su presencia en Zihuatanejo aquel día de mayo nos sorprendió a todos.
Los cientos de policías antimotines venidos de Chilpancingo para desalojar a las familias de inmigrantes pobres asentadas provisionalmente en las faldas de los cerros, se estacionaron muy cerca de la zona a desalojar, como una medida intimidatoria que provocara el abandono pacífico de las viviendas precarias levantadas con grandes sacrificios en los terrenos expropiados al ejido de Zihuatanejo.
La presencia de los cientos de policías con sus cascos, escudos y toletes era siniestra y temible. El ambiente de aparente tranquilidad que se respiraba aquel día en la ciudad se había enrarecido, y la tensa calma que reinaba entre la gente en esa parte de la colonia Vicente Guerrero parecía obedecer a cierta confianza que los representantes habían infundido a los colonos con el argumento de que ya tenían solicitud ante el fideicomiso encargado de la urbanización y sus viviendas eran provisionales, porque todos estaban dispuestos a mudarse inmediatamente al lugar que les asignara el organismo dependiente del propio gobierno del estado que se había creado precisamente para urbanizar y vender lotificada la superficie expropiada al ejido del puerto.
Pero la prioridad del fideicomiso no eran los pobres quienes ante la demanda insatisfecha de un lugar para vivir se habían asentado irregularmente en los terrenos sin urbanizar.
Para el Fibazi lo prioritario eran los políticos, funcionarios en turno y los grandes inversionistas, por eso mientras gastaba el presupuesto en la construcción de la infraestructura para asegurar la plusvalía de sus propiedades, a los solicitantes pobres los entretenía dando vueltas a las oficinas donde eran sometidos a repetidos estudios socioeconómicos para demostrar que carecían de bienes inmuebles y que tenían solvencia para adquirir un lote en propiedad.
En ese juego perverso el Fibazi llegó a manejar más de una lista de solicitantes de lotes, lo que requería de más tiempo para un meticuloso trabajo de depuración.
En el mayor de los contrasentidos, su negocio que era la comercialización del suelo se detenía con el argumento de que pretendían evitar que los poseedores de un lote pudieran aspirar a más, a pesar de los cientos de clientes en espera.
Por eso los precaristas creyeron que la amenaza de desalojo no era más que otra medida para retrasar la atención a su demanda, pero todos se equivocaron frente al poder autoritario del gobierno de Rubén Figueroa.
El gobernador del estado ni siquiera se molestaba en dar una explicación que justificara el uso de la fuerza para el desalojo en Zihuatanejo.
Seguramente creía que ahí se repetía el mismo patrón del puerto de Acapulco donde la caída de la competitividad turística se adjudicaba a la contaminación visual de las casas depauperadas que ocupaban el anfiteatro sin acceso a los servicios de urbanización, cuyos desechos residuales en tiempo de lluvias eran arrastrados por las avenidas pluviales provocando la contaminación de la bahía.
Aquel día de fecha fatídica, como era su costumbre, la mayoría de los jefes de familia salieron a trabajar, dejando a las esposas y los hijos expuestos e inermes frente al riesgo del desalojo.
En contra de sus pronósticos el desalojo llegó, y se dio con toda saña en la oscuridad de la noche.
Los policías con sus perros amaestrados sembraron el terror arrasando con todo, sin hacer caso a los gritos de impotencia con los que acaso los colonos creían poder tener su compasión, pero ni el llanto de los niños y menos la resistencia de las mujeres los detuvo.
Muchas fueron golpeadas, sus casas quemadas y los bienes robados, con abusos de todo tipo. Las máquinas caterpillar consumaron el desalojo derribando las casas que con esfuerzo de años los colonos levantaron.
Aquella acción de fuerza contra los pobres fue el fin del mundo idílico que los medios de comunicación y el gobierno recreaban para la población local y el turismo de Zihuatanejo. El desalojo evidenció ante la población local el apoyo del gobierno para los ricos y el menosprecio por los pobres.
La tierra de la Nación con sus bellezas naturales se urbanizaba con el dinero público para repartirse entre la clase privilegiada. Eso era lo prioritario, no los miles de pobres sin casa que con su trabajo edificaban la ciudad.
Los medios locales de comunicación callaron la acción violenta y si acaso se dedicaron a justificar el desalojo como una medida sana para el futuro de Zihuatanejo porque dejaría a salvo la imagen visual del anfiteatro e incontaminada la bahía.
Para nosotros era evidente que la medida tomada por el gobierno contra el efecto de un crecimiento urbano imprevisto y desordenado era apenas el principio de una situación que estaba haciendo crisis.

El campamento de los desposeídos

Como la mayoría de los desalojados carecían de familiares y amigos con quienes recogerse, buscaron la solidaridad de los maestros y se establecieron en campamento dentro de los terrenos de la Escuela Preparatoria 13 cuya dirección estaba a cargo del profesor Félix Echeverría, quien a su vez era uno de los que en el magisterio disidente del SNTE dirigía el núcleo de la Costa Grande adherido al Consejo Central de Lucha del Magisterio.
Ahí en la explanada de la escuela de la UAG que en ese tiempo se definía como Universidad Pueblo, se realizó el primer mitin para denunciar la arbitrariedad gubernamental.
Entre el dolor y la humillación por el mal trato del gobierno a causa de ser pobres, los colonos se armaron de valor y canalizaron su rabia a través del micrófono en discursos para narrar su experiencia.
Pero como no se trataba sólo de lamerse las heridas, el momento fue propicio para las intervenciones de otros actores sociales buscando articular una respuesta que pusiera a los colonos en la ofensiva.
Fue entonces cuando se produjo el primer encuentro entre el núcleo organizado de los militantes de izquierda recién llegados de la Ciudad de México y los maestros disidentes del sindicato charro del SNTE y algunos activistas del Partido Comunista.
No fue nada planeado para llegar a esa confluencia, sino que todo se dio al calor de la lucha popular con propuestas y consignas coincidentes en la demanda de suelo urbano para vivienda.
El primer aplauso que se escuchó aquella tarde en que oscurecía fue la propuesta de tomar las oficinas del fideicomiso en demanda de la reparación del daño y la asignación de los terrenos a los que tenían derecho por haberse apuntado en la lista de solicitantes.
Apenas se consensaba el acuerdo dando paso al nombramiento de la comisión negociadora cuando ya los primeros estudiantes solidarios hacían fila camino a las oficinas del Fibazi.
La comisión en la que se integraron algunos maestros iba seguida de un nutrido grupo de mujeres cuyos gritos y consignas aterrorizaron al personal de las oficinas que fue impedido de salir.
Mientras se establecía el cerco en torno al Fibazi la comisión negociadora entró sin oposición hasta la oficina del director, personaje que hasta entonces pudieron conocer, haciéndolo responsable del desalojo violento que sufrieron y amenazándolo de que no saldría de ahí si no era con una respuesta satisfactoria a sus demandas.