Silvestre Pacheco León
Mayo 06, 2018
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A la distancia de aquella experiencia de organización campesina que un grupo de activistas de izquierda hicimos detonar en el mes de mayo de 1980, en los municipios de Zihuatanejo y La Unión, en la Costa Grande, resulta más clara la percepción de que las fiesta populares, además de ayudar a la cohesión social, constituyen un medio para facilitar el intercambio de experiencias y la toma de conciencia colectiva en asuntos comunes.
Ése fue el caso que vivimos aquel año en que una fiesta conmemorativa del primer aniversario en la vida de la empresa rural de Buena Vista nos puso al frente de un auditorio de más de 500 campesinos venidos de dos decenas de ejidos.
De por sí nuestro equipo de trabajo era experimentado en organizar y dirigir asambleas, de manera que no nos costó ningún trabajo orientar aquella reunión en los propósitos planeados.
Si habíamos podido extender la invitación de los socios de la empresa ganadera de Buena Vista más allá del municipio, alcanzando tan masiva presencia, no era el caso desperdiciarla, por eso mientras la comisión encargada de la comida se ocupaba en la matanza de la res y el guisado de la barbacoa, en una amplia enramada construida para tal propósito junto al ojo de agua, en un ambiente agradable y fraternal se desarrollaba la asamblea en la que se escuchaba de cada ejido la experiencia relativa al desarrollo de sus empresas.
Con antelación nosotros habíamos preparado el material necesario para facilitar la participación de todos los invitados, atenidos a un guión establecido que deberían seguir las intervenciones de los participantes, con el tiempo medido para darle agilidad a la reunión.
Los conductores de la asamblea se encargaron de crear el ambiente necesario para dar confianza y ánimo a los presentes haciendo énfasis de que no había el obstáculo de funcionarios públicos ni de autoridades que muchas veces inhiben las participaciones.
Cada uno de los oradores iniciaba con los antecedentes de su empresa, sin dejar de mencionar el año de su creación, el número de cabezas de ganado que poseían, la superficie de potreros empastados, la infraestructura, el equipo y su maquinaria. Luego pasaban a enumerar la problemática de orden organizativo que involucraba a la directiva con sus representados, la técnica de la calidad del ganado adquirido, los errores en la construcción de su infraestructura, y la de carácter financiero referido a sus ingresos y gastos y el pago del crédito.
Para ello contamos con el apoyo invaluable del secretario de la empresa ejidal que convocaba al festejo, quien se encargó de explicar el procedimiento a seguir en el uso de la palabra.
Su nombre era Jesús García de la Cruz, un campesino más inteligente que el promedio, de hablar mesurado y excelente oratoria quien se hizo cargo de dar la bienvenida a los invitados exponiendo su propósito, más allá de la fiesta y de la diversión, que era conocerse y compartir experiencias para aprender entre todos.
A propósito dejamos en manos del presidente de la empresa ejidal de La Unión, don Félix Rosas Avendaño, la primera exposición para que narrara la historia de su empresa, la más antigua en la región.
Don Félix era un hombre franco y de palabra fácil, de pelo hirsuto o rebelde, alto de estatura que resaltaba más su sombrero calentano de ala ancha que usaba.
Tenía un historial de rectitud y honestidad tan grandes como su capacidad de trabajo cuya fama traspasaba los límites de su ejido.
La empresa que dirigía era del ejido de La Unión, contaba con tierras planas y de excelente calidad, con potreros empastados y cuidados gracias a las faenas colectivas en las que participaban por igual todos los socios.
Tenían buena cantidad de vacas para la ordeña, una cruza de cebú con suizo que después todo mundo quiso tener, la cual resultó ser la mejor por su resistencia y el doble propósito de dar leche y carne en las condiciones de la costa, reseca, calurosa y escasa de agua y pasto.
Ya habían comenzado a vender la producción de becerros y las vacas de desecho, aunque lo hacían a los intermediarios que eran quienes se quedaban con buena parte de la ganancia según habían descubierto.
Los directivos se ocupaban en mejorar cada vez la calidad del pie de cría de la empresa y en ese propósito comentaron que habían sufrido una pérdida grande porque su semental de alto registro murió a los pocos meses de adquirido, sin que la compañía aseguradora les reembolsara su costo bajo el argumento de que no habían cumplido con el protocolo contenido en sus cláusulas para dar a conocer en tiempo el siniestro, sin embargo peleaban con la seguradora empeñados en recuperar lo invertido.
La ordeña de sus vacas ya era una práctica permanente gracias a que aprovechaban el agua de que disponían en el riego de un área cultivada de sorgo forrajero que utilizaban como alimento de las vacas.
No hacían quesos porque la producción de leche se agotaba cada día en el reparto equitativo entre las familias de los socios y el apoyo a las madres solteras de la comunidad.
El excedente lo llevaban a vender a la cabecera municipal de La Unión donde aún no se popularizaba la leche en envases tetra pack, y con esos ingresos financiaban los gastos de comercialización.
El ganado es buen negocio porque hasta su nombre lo dice, “ganado”, repetía enfático don Félix, emocionado, frente a un público entusiasta que lo aplaudía.
De aquella reunión en la que se describió la problemática que vivían las empresas que padecían la falta de cohesión y participación de los socios, la excesiva intromisión de los técnicos del banco que impedían la libre decisión de la asamblea, así como la carencia de conocimiento para el manejo financiero que tenía a muchos a punto de la banca rota, se esbozó el camino a seguir atendiendo la experiencia de las empresas más antiguas bajo la idea de experimentar en cabeza ajena para ahorrar en las equivocaciones, la mayoría de los campesinos salió convencida de que bien manejadas sus empresas podían tener un impacto positivo en lo económico y social dentro de sus ejidos.
Por nuestra parte, los integrantes del equipo de activistas de izquierda, autores intelectuales de aquella reunión que creíamos única porque ante nuestros ojos los campesinos trataban sus asuntos sin intermediarios, en lenguaje llano de su hablar cotidiano, vivíamos la satisfacción de ver resultados tangibles del trabajo profesionalizado que realizábamos y más por el acuerdo de que en adelante cada mes se realizaría una reunión semejante en la sede de cada empresa para dar continuidad al tratamiento de cada tema.