17 abril,2018 6:46 am

La alhóndiga de Granaditas y “El Pípila” (II)

Fernando Lasso Echeverría*
 
En el artículo anterior expusimos los antecedentes de la alhóndiga de Granaditas de la ciudad de Guanajuato, y mencionamos los pormenores  de la primera batalla independentista que hubo en la Nueva España sucedida precisamente en ese lugar, el 28 de septiembre de 1810, la cual es mencionada por cronistas de la época, como Carlos María de Bustamante y el mismo guanajuatense Lucas Alamán, como una verdadera masacre para los cerca de mil españoles y criollos ricos que vivían en ese lugar, y que intentaron protegerse allí, sin mencionar obviamente que las muertes de los indígenas y mestizos triplicaron las de los peninsulares en la misma ofensiva; y es que los nativos nunca fueron reconocidos como seres humanos con derechos como tales, sino más bien, eran esclavos equiparados con los animales, y las muertes de ellos por numerosas que fueran, no tenían la menor importancia para la sociedad española y criolla.
Pero el héroe de la jornada, el famoso Pípila… ¿quién era este hombre? del cual se sabe poco; El Pípila, un minero al parecer mestizo, que permitió con su acción de quemar una de las puertas del fuerte recinto –arriesgando la vida– la entrada y conquista del reducto por los insurgentes, imitando al carbonero francés que incendió la puerta de la Bastilla en París 21 años antes, iniciando precisamente la revolución francesa, con la toma de esa fortaleza que se usaba en la capital gala como prisión.
Algunos historiadores como el político conservador pro hispánico Lucas Alamán, niegan la existencia de El Pípila y afirman que la quema de la puerta de la alhóndiga fue obra de todo un contingente de indígenas, sin hacer más comentarios, ni dar referencias de la forma en que procedieron para quemarla; no obstante, cuando el suceso ocurrió, Lucas era un jovencito de 17 años que vivió la experiencia encerrado con su madre y difícilmente pudo haberse dado cuenta de lo que en realidad había pasado en la toma de la alhóndiga; Alamán también niega enfáticamente que Hidalgo haya estado presente en esa acción, a pesar de que muchos testigos presenciales que vivieron la experiencia en primera fila como el soldado Pedro García, corroboraron en sus escritos personales la presencia de don Miguel en el evento, y la acción del Pípila; por cierto, Hidalgo salvó la vida de Lucas y la de su familia, pues el cura de Dolores tenía una amistad añeja con los Alamán y los protegió, como lo hizo también con otras familias peninsulares y criollas. Es el historiador Carlos María de Bustamante –también presente en Guanajuato durante el evento– el primer escritor que menciona a nuestro personaje en sus textos y Alamán posteriormente, siempre afirmó que Carlos María, había cometido un infundio  y había inventado al Pípila.
En la Historia de la alhóndiga de Granaditas, escrita por el guanajuatense Ezequiel Almanza Carranza, con 14 mil ejemplares publicados en cuatro ediciones (1968, 1976, 1979 y 1984) el autor afirma que el incendiario de la puerta de la alhóndiga de Granaditas se llamó Juan José de los Reyes Martínez Amaro, alias El Pípila, y exhibe en su publicación transcripciones de sus actas de nacimiento y defunción, cuyos textos se describen a continuación:
“El Presbítero Refugio Solís, encargado de la parroquia de San Miguel de Allende, CERTIFICA en debida forma: que en uno de los libros del Archivo de esta Parroquia, en que se asientan partidas de bautismos españoles, marcada con el número 8, a fojas 80, frente, se encuentra una que al pie de la letra dice. Al margen Juan José. Br. Castible. Al centro. En el año del Ser. De mil setecientos ochenta y dos, a seis de enero. Yo, el Br. Don Juan de Dios Castiblanque, tute de Cura, bauticé, puse óleo  y crisma a un infante español de esta Villa, que nació a tres de dicho mes y le puse por nombre Juan José de los Reyes, hijo lexmo. de Pedro Martínez y María Rufina Amaro; fueron sus padrinos Francisco Martínez y Andrea González, a quienes dije su obligación y cogen.; y para que conste lo firmé con el Sr. Cura.-Dr. Belmonte.- Una rúbrica.- Juan de Dios Castiblanque.- Una rúbrica.- Es copia fiel y literalmente sacada del original a que me refiero. San Miguel de Allende, 27 de enero de 1926     .- J. Refugio Solís. Rúbrica.”
Aquí vale la pena hacer notar, que a pesar de que este personaje era mestizo, sus padres lograron que lo anotaran en el libro de partidas de bautismos de españoles, situación que se daba mediante lo que ahora llamamos “mordida” o acto corrupto de parte del funcionario que tenía a su cargo estos registros, lo cual se intentaba porque en la Nueva España, quien carecía de un certificado de “español” tenía cerrada la puerta de la educación, no podía ingresar al ejército, al clero ni a los ayuntamientos, y sólo podía desempeñar los trabajos más rudos y peor remunerados. Socialmente, mestizos e indígenas eran sumamente despreciados y por ello, los padres trataban de lograr la certificación de su descendiente como español a toda costa, cuando un miembro de la pareja era peninsular o criollo; pero obviamente el aspecto influía también para el trato que el interesado recibía de parte de la sociedad colonial en general; fue probable que El Pípila haya tenido más aspecto indígena que español y por ello, a pesar de la certificación, se desempeñaba como barretero en las minas, por no tener acceso a trabajos mejores. En este punto, merece recordarse también, el caso de José María Morelos y Pavón, quien de acuerdo con algunos detalles de su aspecto físico como su pelo crespo y sus labios gruesos, era indudable que no era español puro, y que éste gran insurgente probablemente tenía ancestros negros en alguna de sus generaciones pasadas, sin embargo él portaba un certificado de español, hecho que le facilitó el ingreso al Colegio de San Nicolás de Morelia, recomendado por don José Juan Izazaga, dueño de la hacienda El Rosario (ahora Coahuayutla) quien era protector de Morelos, y amigo personal del rector nicolaita en ese tiempo: Miguel Hidalgo.
¿Que reflejaba esto? Que en la Nueva España imperaba la corrupción practicada en forma cotidiana desde hacía muchos siglos antes en todo el reino español, en el cual se vendía o se conseguía con influencias prácticamente todo; esa podredumbre social que heredamos de la sociedad española colonial, todavía persiste entre nosotros como un cáncer incurable, ahogando prácticamente  a la sociedad mexicana en la actualidad, por su incremento y su volumen en todos los ámbitos.
Ezequiel Almanza, también anota en su texto el acta de defunción de Juan José de los Reyes, documento que a continuación se detalla:
“Foja 275 del libro de Defunciones. 1863.- Número 622. Segunda clase.- MARTINEZ JUAN JOSE.- En la Ciudad de Allende el domingo veintisiete de julio de mil ochocientos sesenta y tres, ante mí, el Juez del Estado Civil, a las 11 de la mañana, presente Miguel Martínez, originario y vecino de esta ciudad, casado, abrajero de setenta y cinco, dijo que ayer falleció de un dolor cólico JUAN JOSE MARTINEZ de ochenta y un años, hijo legítimo de Pedro Martínez y de María Rufina Amaro, difuntos; El finado fue el que incendió la puerta del Castillo de Granaditas en Guanajuato, en el año de la independencia de 1810, a quién le decían el Pípila.—En cumplimiento de la ley se registró este acto, siendo testigos Manuel Pérez y Antonio López de esta ciudad, el primero de cuarenta y seis años, casado y el segundo soltero, de veintiséis, que no le tocan los generales de la ley con el finado. Con lo que se terminó esta acta, que se leyó al interesado y testigos, que manifestaron estar conformes, no firmando por haber expuesto no saber, haciéndolo conmigo el de asistencia.—Doy fe.—Benigno Caballero.—Un sello que dice: Juzgado Inspector del Estado Civil.— Allende, Gto.”
Es indudable pues, que El Pípila fue un hombre de condición modesta, nacido en San Miguel el Grande –hoy de Allende– y que se avecindó posteriormente en la opulenta ciudad de Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato, trabajando como barretero en la mina de Mellado. Formó matrimonio con María Victoriana Bertadillo, del cual nacieron tres hijos. Cuando se supo en Guanajuato, el levantamiento encabezado por el padre Hidalgo en el pueblo de Dolores, los mineros –tratados siempre como esclavos o gente muy inferior en la escala social de la Colonia– se aprestaron a seguir la bandera de la independencia, participando en forma decidida en la toma de la ciudad y en el asalto a la alhóndiga, donde uno de ellos apodado El Pípila se cubrió de gloria, quemando –a sugerencia de Hidalgo– la puerta de la fortaleza a riesgo de su vida. Este hombre, después del acto heroico y a pesar de estar ubicado a un lado de la entrada, fue atropellado, empujado y tirado al suelo por la multitud que se lanzó al interior de la fortaleza, pasando por su cuerpo parte de esa avalancha; se dice que fue el coronel Mariano Abasolo quien le quitó las ligaduras que sostenían la losa a sus espaldas, y lo ayudó a ponerse de pie. Después de estos hechos, fue llamado por Hidalgo un día después, quien le dio un abrazo y lo hizo sentar a su lado, para que le platicara detalles sobre el episodio de su hazaña, que finalmente facilitó el triunfo de las fuerzas independentistas; luego de oírlo, don Miguel lo felicita y le regala una “taleguita” repleta de onzas de oro, como recompensa de su heroica proeza; posteriormente, El Pípila siguió  a las huestes insurrectas por los caminos de México, encuadrado como infante dentro de la cuarta compañía del batallón escolta personal del cura Hidalgo, participando en los triunfos y en las derrotas de las  fuerzas insurgentes.
El historiador De Bustamante radicaba en la ciudad de Guanajuato con fecha anterior al inicio de la guerra de Independencia, por lo que le tocó presenciar la toma de esa ciudad y el asalto a la alhóndiga de Granaditas; es posible que él haya formado parte del grupo de peninsulares o criollos conocidos que don Miguel Hidalgo y Costilla libró de la turba popular; tres días después de esa carnicería y destrucción, don Carlos se dio a la búsqueda de la losa que le sirvió de escudo al Pípila, encontrándola a escasos metros de la puerta incendiada. Le pagó a un individuo del pueblo que le llevara esa losa a su casa, donde la revisó minuciosamente, encontrando en ella muchas desportilladuras en la cara y aristas de la parte que fue expuesta a las balas; igualmente notó en ella las huellas claras del azogue que a chorros habían arrojado los españoles desde la azotea y chocado en el cuerpo de la piedra; sin embargo, a la losa se le perdió la pista, pues se ignora a ciencia cierta donde vivió De Bustamante, y si todavía existe la casa en cuestión. Como ya se comentó, Don Carlos fue el primer historiador que mencionó al Pípila en sus textos.
Al consumarse la independencia, El Pípila se reintegra a su hogar de San Miguel el Grande, donde vivió el resto de su existencia, pobre y olvidado, porque jamás solicitó ayuda económica ni honor alguno de los gobiernos, por la insólita hazaña que llevó a cabo y que merecía el reconocimiento oficial; es en 1939 –ciento veintinueve años después de su proeza– cuando el gobierno de Guanajuato de aquella época, inició la construcción de un monumento del Pípila en el cerro de San Miguel, frente a la ciudad capital, el cual fue inaugurado en 1940 por los diputados Constituyentes de 1917 sobrevivientes, y desde entonces, la figura  de Juan José de los Reyes Martínez Amaro –que mide 17 metros desde los pies hasta la antorcha– se conserva de pie, en un pedestal inmenso de rocas naturales que mide diez metros de longitud por ocho de ancho y siete de altura, dando la apariencia de un centinela que con la tea en alto  vigila Guanajuato, atrayendo la admiración de los habitantes que suben al peñón a contemplar de cerca la estatua, quienes también tienen la oportunidad de admirar desde ahí, la ciudad que se extiende a sus pies. En el pedestal donde descansa la escultura, está escrita con letras de bronce la siguiente frase lapidaria. “AÚN HAY OTRAS ALHÓNDIGAS QUE INCENDIAR”. Todo ello, enmarcado por una plazoleta de balaustres de cantera rosa, que hermosea el monumento.
No debemos olvidar que en las cuatro esquinas de la alhódiga de Granaditas, a partir del 14 de octubre de 1811 fueron colgadas las jaulas que contenían las cabezas de los primeros caudillos de la revolución: Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, las que fueron exhibidas mucho tiempo en ese icónico edificio, mediante un edicto de Calleja, firmado por el intendente de Guanajuato Fernando Pérez Marañón, documento que se exhibe todavía en uno de los muros del colonial edificio lleno de huellas que recuerdan el ataque sufrido al inicio de la guerra de Independencia. Merece mención que la alhóndiga fue presidio durante el imperio francés y que desde 1967 figura como uno de los principales museos de Guanajuato.
* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.