27 noviembre,2020 5:42 am

La Constitución de Querétaro, 1916-1917, hoy hace 104 años

Julio Moguel

 I.Palavicini frente al “Gran Jurado” de la Revolución

El 28 de noviembre de 1916 el Congreso Constituyente discutió la credencial de Félix Fulgencio Palavicini. Por razones ya expuestas en los dos artículos anteriores, el caso, que pudo haber aparecido como trivial y “de obvia resolución”, se convirtió en todo un acontecimiento.

El debate se inició con la lectura del dictamen por parte de la comisión revisora: “No es válida la elección del C. Félix F. Palavicini como diputado propietario, y del C. Francisco Cravioto como suplente por el 5º distrito electoral del Distrito Federal”. Las razones se centraban en el cúmulo de irregularidades del proceso electoral en el que había participado la fórmula Palavicini-Cravioto.

¿Podría sentirse derrotado en este punto el señor Palavicini? Imposible. Por lo menos no en el terreno de la “legalidad electoral”. Y así lo demostró en su intervención el diputado por Guanajuato Fernando Lizardi. Por lo que el debate se desplazó inmediatamente al plano propiamente político e ideológico.

Fue a partir de ese nuevo plano que, vehemente y corrosivo, engolado y en extremo retórico, el joven tabasqueño Rafael Martínez de Escobar, conocido periodista por su pseudónimo “Rip-Rip”, decidió usar desde tribuna la ametralladora antes que el rifle de precisión. Para él, Palavicini era poco menos que carroña, “mancha negra”, “sombra perversa”, “llamarada de petate”, “fulgor siniestro”, “reaccionario”, “abyecto”, “miedoso”, “autócrata”, “jesuita”, “esclavo de Porfirio Díaz”, “cortesano de Victoriano Huerta”, “pérfido”, “plagiador”. Ingenuidad o inmadurez política de Martínez de Escobar, pero lo que quedaba claro es que, con sus palabras adjetivas, dibujaba con toda claridad el centro del blanco donde debían clavarse las flechas.

II. Un antecedente significativo

Un año antes de iniciado el Constituyente de Querétaro, a raíz de una crisis ministerial que se dio cuando el gobierno de Carranza operaba desde el puerto de Veracruz, Palavicini, a la sazón ministro de Instrucción Pública, ya había sido acusado por varios de sus oponentes de ser un personaje proclive a los golpes bajos, a la intriga y a la traición. El mismísimo general Obregón, en telegrama fechado el 21 de junio de 1915, ya había sugerido al presidente Carranza, sin éxito, que le cortara la cabeza: “Nunca creí que las intrigas del señor Palavicini, revolucionario de última hora, causaran tanto mal a la Revolución […] Ojalá que este sea el último mal que Palavicini cause a la Revolución.”

III. Palavicini hace su última jugada ajedrecística, marcando a la vez su propio liderazgo legislativo de prosapia enteramente carrancista

Palavicini no era un contrincante fácil en el debate legislativo. Identificado por la fuerza y agudeza de su pluma y sus extraordinarias dotes oratorias, contaba además con una coraza de tortuga reforzada con un acero capaz de doblarse pero nunca de quebrarse. “Yo no tengo el plumaje del cisne”, decía en la tribuna, aceptando que en su tránsito por los “vericuetos de la política [habría] alguna que otra mancha de lodo”. Pero decía esto sólo para dar un basamento de contrapunto a un discurso básicamente cargado de autoelogios y de dardos venenosos contra sus adversarios.

En la opinión de muchos de sus críticos, su principal error en la tribuna tenía que ver con su altivez aristocrática y el uso de un lenguaje que combinaba el guante blanco con la insolencia o procacidad. Se atrevía, por ejemplo, a decirle Ezpelota al diputado duranguense Rafael Ezpeleta, o de acusarlo en público de ser “un anciano incapaz que nunca ha servido para nada”. Y nadie era capaz de impedir sus lances felinos y en algún sentido grotescos contra los asistentes, cuando los acusaba de ser “políticos de campanario”, “provincianos” iletrados o incultos.

Que Palavicini no tenía empacho en hablar de sí mismo en un plano de altísima superioridad queda perfilado en unas cuantas líneas en una de sus múltiples intervenciones en el Congreso:

“Cuando yo tenía la edad del señor Martínez de Escobar, ya protestaba contra los tiranos, ya acompañaba yo a Madero y exponía mi vida. Entonces el señor Martínez de Escobar era un fifí que vivía en México en las esquinas de Plateros. Entré al gobierno maderista para ser director de la Escuela Industrial de Huérfanos (1911) [y] en 1912 fui electo diputado por el 1er. distrito electoral del Estado de Tabasco”.

Para terminar, después de una intervención de casi una hora, colocando su figura política prácticamente en el nivel de Venustiano Carranza:

“Señores diputados: si creéis que el Primer Jefe se ha equivocado, si pensáis que Venustiano Carranza se ha engañado conmigo, no votéis mi credencial. Yo no defiendo mi credencial […] yo no vengo a defender a Palavicini de toda esa ignominia que ha querido arrojarle encima Jesús Acuña por conducto de este mercenario joven Rafael Martínez de Escobar; defiendo la honorabilidad de un hombre a quien Carranza prestó su confianza, a quien Carranza utilizó en el gabinete; defiendo al que ha colaborado en la parte directiva de la revolución. Traigo, señores diputados, el propósito de contribuir con mi humilde contingente en la Cámara a vuestra noble empresa; no pienso llegar a las estrellas, no tengo alas para tanto, pero podéis elegir entre el criterio político de Carranza y el de Martínez de Escobar […]”

Después de otras intervenciones en contra de Palavicini, todo quedó en lo que cualquier buen observador pudo juzgar entonces como un simple y claro juego posicional. La oposición, al menos la que Múgica encabezaba sobre la marcha, sabía que el juego de ajedrez apenas empezaba.

Los votos a favor de dar por válida las credenciales de Palavicini y Cravioto fueron 142, contra sólo 6 en contra. Toda la corriente “dura” votó a su favor. Detrás de ese sufragio afirmativo se escondía, como decíamos, un pacto tácito entre las fuerzas participantes en el Congreso para tratar de llegar hasta el final del camino con frutos maduros desde un claro rango de unidad.

La junta se levantó a las 10.50 de la noche. El día había sido agotador. Pero los “radicales” encabezados por Múgica sentían que habían ganado esta primera partida con cierta holgura y pulcritud.