28 diciembre,2021 5:21 am

Lecciones hostiles para la no ficción

Federico Vite

 

Una de las entrevistas más atractivas que le hicieron a Joan Didion es la del escritor y crítico teatral Hilton Als. La conversación, publicada en The art of fiction, en el número 176, primavera de 2006, aborda uno de los temas que disecciona la escritura de no ficción. Hablo de un género que nos guste o no ha renovado la forma de novelar. Ejemplos de esta aseveración son Truman Capote, Emmanuele Carrère, Paolo Sortino e Iban Jablonka. No sobra decir que Didion era una autora que publicó mucha ficción y mucha no ficción. Navegaba en dos aguas con soltura y con solvencia. Apelando a la entrevista, Als se adentra en el misterio de la elección y el tratamiento del tema.“Escribir ficción es para mí un asunto complicado, una ocasión de pavor diario durante al menos la primera mitad de la novela y, a veces, hasta el final. El proceso de trabajo es totalmente diferente al de escribir no ficción. Tienes que sentarte todos los días y recuperar el libro. No tiene notas, o algunas veces las tienes, hice notas extensas para Un libro de oración común, pero las notas sólo brindan un trasfondo, no la novela en sí. En la no ficción las notas te dan la pieza. Escribir libros de no ficción se parece más a una escultura, es cuestión de dar forma al resultado final de la investigación. Las novelas son como pinturas, específicamente acuarelas. Tienes que ir siguiendo cada pincelada que das. Por supuesto, puedes reescribir, pero los trazos originales todavía están ahí en la textura de la cosa”, afirma Didion y deja ver que justamente esa cosa, el texto en constante reescritura, era para ella una amalgama que se trabajaba como artesano; es decir, a mano y con disciplina. Cito a la escritora estadunidense para explicar mejor mi aseveración: “Cuando estoy trabajando en un libro, constantemente vuelvo a escribir mis propias oraciones. Todos los días vuelvo a la página uno y vuelvo a escribir lo que tengo. Me pone en ritmo. Una vez que haya superado unas cien páginas, no volveré a la página uno, pero podría volver a la página cincuenta y cinco, o incluso a la veinte. Pero luego, de vez en cuando, siento la necesidad de volver a la página uno y empezar a reescribir. Al final del día marco las páginas que he hecho, páginas o página, hasta la página uno. Las marco para poder volver a escribirlos por la mañana. Me ayuda a superar ese terror [de la página] en blanco”.

En diciembre de 2003, poco antes de su cuadragésimo aniversario de matrimonio, murió John Gregory Dunne, el esposo de Didion. Ese hecho fue el motor de uno de los libros que más me ha impresionado. Hablo de un texto brutalmente honesto. Finca un precedente en el que la disertación sobre el dolor y la memoria están expuestos sin engolamientos de voz ni chillidos, la prosa concisa dice todo con elegancia y suficiencia. El año del pensamiento mágico se publicó en 2005. Se convirtió en un bestseller y ganó el Premio Nacional del Libro, de Estados Unidos, en el rubro de no ficción. Dos meses antes de que ese libro llegara a los lectores, la hija de Didion, de 39 años, murió. Quintana Roo Dunne también dejó a la escritora en el proceso de El año del pensamiento mágico. Obviamente, Als le pregunta a Didion si reescribió El año del pensamiento mágico. La respuesta es la siguiente: “Fue especialmente importante la reescritura con ese libro porque gran parte de él dependía del eco. Es decir, lo escribí en tres meses, pero lo marcaba todas las noches. El libro se mueve rápidamente por eso. Por supuesto, siempre piensa en cómo se leerá. Siempre apunto a una lectura de un tirón, algo que se lea de una sola vez”.

Obviamente vienen a la mente muchas más preguntas, por ejemplo, cómo empezó ese libro. “John murió el 30 de diciembre de 2003. Escribí algunas líneas un día después de su muerte, pero no comencé a tomar las notas que se convirtieron en el libro, eso sucedió lentamente, hasta octubre del año siguiente. Después de tomar notas, me di cuenta que estaba pensando en cómo estructurar un libro, en ese momento entendí que estaba escribiendo uno. Esta comprensión no cambió de ninguna manera lo que estaba escribiendo. Fue difícil terminar el libro. No quería dejar ir a John. Realmente no había recuperado mi vida aún cuando Quintana murió”, confesó Joan.

El año del pensamiento mágico relata las experiencias de dolor de Didion después de la muerte de Dunne en 2003. Meses después, su hija Quintana Roo Dunne fue hospitalizada en Nueva York con una neumonía que se convirtió en shock séptico; estaba inconsciente cuando murió su padre. Durante 2004 Quintana fue nuevamente hospitalizada luego de caer y golpearse la cabeza al desembarcar de un avión en Malibú. Había regresado a Malibú, el hogar de su infancia, después de enterarse de la muerte de su padre. En el libro, Didion analiza la muerte de su esposo, además, claro, de que detalla la enfermedad de Quintana. La reflexión sobre la muerte impone a la autora el cambio del enfoque narrativo y eso le permite describir varios aspectos emocionales y físicos. Didion también incorpora en el libro investigaciones médicas y sicológicas sobre el dolor. Es un documento portentoso. Didion trabaja con ahínco periodístico su duelo. Narra que ella estaba obsesionada con los detalles médicos de la muerte de John. Creyó que podía haber hecho más para hacer mucho más significativo el adiós definitivo.

Los recuerdos fugaces de ciertos eventos íntimos y los fragmentos persistentes de conversaciones pasadas con John dotan de intensidad la experiencia del lector. Los continuos problemas de salud y las hospitalizaciones de la hija agravan e interrumpen aún más el curso natural del duelo y agrandan, por supuesto, el dolor. ¿Cómo puede ser neutral un escritor en una situación así? Pues Didion logra eso gracias a que concebía la literatura como un acto hostil. Usted dirá, ¿cómo es eso? Pues bien, Didion explica: “Es hostil en el sentido de que estás tratando de hacer que alguien vea algo como tú lo ves, tratando de imponer tu idea, tu imagen. Es hostil tratar de darle vueltas a la mente de otra persona de esa manera. Muy a menudo quieres contarle a alguien tu sueño, tu pesadilla. Bueno, nadie quiere oír hablar del sueño de otra persona, bueno o malo; nadie quiere andar con él. El escritor siempre está engañando al lector para que escuche el sueño. Obviamente escucho a un lector, pero el único lector que escucho soy yo. Siempre me escribo a mí misma. Así que muy posiblemente esté cometiendo un acto agresivo y hostil hacia mí misma”. Esta sentencia da para muchas reflexiones, pero dejo hasta aquí este breve recuerdo de la escritora que murió el 23 de diciembre pasado y que nos dejó libros imprescindibles, El año del pensamiento mágico es solo uno de ellos.