Federico Vite
Biblioteca mínima (INBAL, Rhythm & Books, Instituto Sonorense de Cultura, 2019, 80 páginas), de Alejandro Arteaga, confirma que el oficio del narrador se solidifica únicamente gracias a la paciencia y el trabajo arduo. Es decir, en silencio, sin el ruido de la fama ni el calor de los reflectores sobre la nuca se escribe en serio.
Antes de obtener el Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés 2019, el trabajo de Arteaga ya había merecido hace algunos años otros reconocimientos. Por ejemplo, con la novela Sick & McFarland, escrita en coautoría con Alfonso Nava, obtuvo el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo en 2016; también recibió el Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano en 2018 con la novela Anfiteatro, pero desgraciadamente la Secretaría de Cultura de Guerrero, como a otros tantos autores que ganaron este premio, le falló la institución, simplemente no publicó el libro como signaba la convocatoria (sirva también este espacio para señalar que la Secretaría de Cultura de Guerrero no está para pacificar ni para unir a los guerrerenses, ni para que las buenas voluntades de muchos políticos prosperen. Fue creada para otros asuntos, justamente para apoyar a los creadores y para que el ideal de cultura, en la práctica, tenga un espacio en plan estatal de desarrollo, no como un elemento decorativo ni mucho menos como una manida estrategia para darse baños de pueblo).
Entrando en materia, este volumen agrupa dos discursos: el gráfico y el estrictamente narrativo. El autor ejercita la minificción desde el púlpito de la cuarta de forros; es decir, narra las tramas de treinta y tres novelas, y esa ficción se complementa con las portadas de cada una de ellas. Arteaga propone un ejercicio que sin duda alguna acicatea los usos y las costumbres del Continente Literario; no sólo porque evidencia la sintomatología del lector (comercial) ávido de narrativas policiales sino porque critica el molde, esa enunciación que hacen los editores al momento de apostar por un autor, con que se ahorma la comercialización de un libro.
Arteaga diseñó las portadas recurriendo a sellos harto conocidos: Alfaguara, Seix Barral, Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, Siruela, RBA, Gallimard, Zeta, Galaxia Gutenberg, Feltrinelli, entre otras tantas. Y amparado en esas plataformas se consuma el efecto de la verosimilitud; se pone en marcha pues el punzante sentido crítico, también burlesco, que fustiga estos usos y costumbres, rituales de paso que forman parte de la ceremonia del enamoramiento entre un lector y un autor.
El primero de los autores reseñados en Biblioteca mínima, John Bernard Sick, afirma algo que los lectores tienen en mente cuando se adentran en este volumen: “¿Un libro de libros? ¿Una broma libresca? ¿El último estertor de las vanguardias o a su agridulce sepultura? ¿Un libro de relatos sobre novelas –o argumentos de novela– o una novela sin relatos? ¿Reivindicación o justicia de la cuarta de forros? ¿Literatura de la publicidad literaria? ¿Simple basura? Todas y ninguna”. Estas interrogantes son las premisas que se demuestran con creces en este documento que despliega con elegancia sus recursos narrativos. Las portadas, unidas a la minificción, reproducen el ritual de quien se acerca a una librería, o a una biblioteca, con la intención de apropiarse de un ejemplar.
También es cierto que Arteaga representa con estas minificciones algunos de los problemas que aquejan al Continente Literario: exceso de libros narrados en un tono noir o policial, montones de dramas que abusan de la pasión amorosa y el desenfreno sexual; aparte, claro, de la ficción fantástica y la siempre intimista y lacrimosa bildungsroman. El autor crea con humor e inteligencia un microcosmos de ese gran caldo de cultivo que es lo literario y sus derivados.
Encuentro un precedente de Biblioteca mínima en 83 novelas (2011), de Alberto Chimal. Este proyecto, publicado por La Guillotina, contiene historias breves que no son novelas convencionales. Aunque conviene decir que el término italiano novella se refiere a una nota pequeña, a un aviso breve y tal vez por eso se titula así este compendio de historias que nacieron en Twitter; después se convirtieron en libro. En 83 novelas hay minificciones tradicionales; pero lo hecho por Arteaga no sólo condensa y mejora esta idea, sino que lo acerca por momentos a Literatura nazi en América (1996), de Roberto Bolaño. Aceptando esto es obvio que en Biblioteca mínima está presente Marcel Schwob con Vidas imaginarias (1896); Edgar Lee Masters con Spoon river anthology (1915); y Examen a la obra de Herbert Quain (1941), de Jorge Luis Borges; pero a quien yo conferiría el título de tutor es a Stanislaw Lem con Vacío perfecto (1971).
Habría que destacar también el tono pícaro y la ironía con la que Arteaga señala a los engolados autores que publican reflexivos análisis de su realidad. Ilustro mi aseveración con Ovnis sobre La Habana, de Yanisleydi Paz: “Una madrugada de 1960, mientras vuelven a casa por la orilla del malecón de La Habana, una pareja de pioneros –Yanelis Maceo y Malvito Sánchez– avista un ovni sobre el fuerte del Morro. Armado de un juego de luces sorprendente, el aparato sobrevuela el muelle y más tarde se pierde en la línea del océano. Según Malvito, se trata de un artefacto espía del Pentágono o, en el mejor de los casos, de una nave aliada del Kremlin. Según Yanelis, no es otra cosa más que la prueba fehaciente de vida más allá de los confines de la galaxia. […] Años más tarde, el 20 de julio de 1969, mientras la misión de Apolo 11 aluniza, luego del enésimo reencuentro en la Plaza de la Revolución con un auténtico aparato venido de las Pléyades, los dos jóvenes universitarios, sobreexcitados, se trabarán en una larga discusión política y fantasiosa en la cual pondrán en tela de juicio sus más arraigados principios, refrendarán los más entre lágrimas revolucionarias y harán suyos –y para lo que venga– unos verso de José Martí: “Y te busqué por pueblos/ y te busqué en las nubes, / y para hallar tu alma / muchos lirios abrí, lirios azules”.
Lo interesante de este proyecto es que Arteaga logra mover el paradigma de la ficción súbita en el país; después de Biblioteca mínima, necesariamente, la forma de encarar la minificción tendrá un mayor espectro creativo. No estará ceñida a secuencias de ficciones que se aglutinan a granel en las páginas de un tomo misceláneo. Cuestión aparte es que gracias a este volumen, tanto Daniel Sada como Juan Rulfo vuelven a publicar y esta vez en ediciones impecables.
Biblioteca mínima ilustra la excentricidad, entendida como una forma extrovertida de la inteligencia, que caracteriza los libros de Alejandro Arteaga.