22 septiembre,2022 5:11 am

¿Militarización forzada?  

Humberto Musacchio

 

La militarización de nuestra vida pública está a discusión. Para quienes sufren la inseguridad, lo mismo que para gobernadores y alcaldes ineptos, la presencia de soldados en las calles es una necesidad, porque todos vivimos con el miedo a sufrir un asalto o algo más grave, y aunque las estadísticas muestren una baja en la comisión de ciertos delitos, lo que determina esos temores es que el peligro, así se anuncie su disminución, sigue presente.

La sociedad mexicana reconoce el papel que juegan los militares ante los desastres naturales, como ocurre ahora mismo ante los daños producidos por el sismo del lunes. Los uniformados están en primera fila en el auxilio y protección a los miles de afectados. Esa actuación es la que gana aplausos a nuestros soldados y es, también, causa de que los ciudadanos se sientan menos indefensos y los gobernantes menos obligados a ocuparse en reorganizar y hacer eficientes los cuerpos policiacos.

En la imagen popular de los militares influirá, positivamente, el hecho de que se estén abriendo los cuarteles y aun el campo militar número uno a la inspección ciudadana, lo que resulta de especial importancia para los familiares de los 43 muchachos de Ayotzinapa, aunque mucho nos tememos que no encuentren nada, pues años después de los hechos seguramente no se hallará nada comprometedor en los archivos ni quedará rastro de salas de tortura, cárceles o crematorios que puedan constituir prueba de responsabilidad.

Es igualmente bueno que haya cesado la protección institucional a los elementos castrenses involucrados en la desaparición de los 43, que se hayan girado órdenes de aprehensión contra los indiciados y se proceda a su detención. Tal vez ahí se detenga la persecución y al final queden intocados quienes dieron las órdenes, pero por lo pronto se trata de hechos que marcan una actitud plausible.

Ante ese panorama, la pregunta obligada es ¿a cambio de qué? Porque luego del 22 de octubre de 2019, militares y miembros de la Marina de Guerra han ido ocupando posiciones que tradicionalmente desempeñaban civiles y han recibido comisiones y contratos para realizar múltiples tareas que eran ajenas a las fuerzas armadas.

Aquel 22 de octubre, en una reunión presidida por el secretario de la Defensa Nacional y ante un millar de oficiales, el general Carlos Gaytán Ochoa, único orador en ese acto, se permitió minimizar la legitimidad del presidente López Obrador, diciendo que “hoy el país tiene un gobierno que representa aproximadamente a 30 millones de mexicanos”, que fue el número de votos recibidos por AMLO, pero que sumaban más de la mitad de sufragios emitidos, cada uno de los cuales representaba a familias enteras, lo que se ha expresado en las encuestas que dan al Presidente un apoyo de más de 60 por ciento de los ciudadanos.

Igualmente, Gaytán Ochoa cuestionó el “fortalecimiento del Ejecutivo que viene propiciando decisiones estratégicas que no han convencido a todos, para decirlo con suavidad”. Para el orador, eran “preocupaciones que, en virtud de la situación actual, sin duda compartimos los aquí presentes”, una situación, agregó, que “nos inquieta, nos ofende eventualmente, pero sobre todo nos preocupa… Nos preocupa el México de hoy. Nos sentimos agraviados como mexicanos y ofendidos como soldados”.

A partir de entonces, las fuerzas armadas han estado recibiendo las encomiendas más peregrinas, pues ahora deben atender aduanas, construcción de aeropuertos y vías férreas, puertos y mil cosas más que representan cantidades inmensas de dinero. En la misma línea se inscribe la incorporación formal –ya lo estaba de hecho—de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa. De ahí también, suponemos, la insistencia de AMLO para hacer suya la propuesta de los priistas y prolongar hasta 2028 el control militar de la Guardia Nacional, pese a que el sexenio termina cuatro años antes.

La popularidad del Presidente cuenta con el poderoso blindaje de un resuelto apoyo apoyo popular, pero al parecer no ha sido suficiente para retornar a los tiempos en que nuestras fuerzas armadas estaban en sus cuarteles y no formaban parte de organismos multinacionales dirigidos desde Washington. En esa tesitura, tiempos aciagos nos esperan.