27 abril,2023 5:09 am

Mujeres de todos los tiempos

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Tercera parte)

 

Tongolele y el sol de Acapulco

Nací en Spoken, Washington, el 3 de enero de 1932, mi nombre de pila es Yolanda Kuone Montes Farrington. Mi padre era sueco español, Elmer Montes, y mi madre francesa tahitiana, Edna Pearl Farrington. Llegue a México a los 15 años y entré a trabajar al teatro con una acta de nacimiento falsificada. La dueña del Teatro Iris me pidió un nombre exótico, entonces inventé dos nombres Tongo-Lele que vienen de las islas Tongo de la Polinesia. Todo mundo se admira siempre de lo bien conservada que me mantengo…
–De veras, señora, ¿cómo le hace?
–Bailando; también hago dieta en el sentido de que no como de todo lo que me gusta: hoy como postre, por ejemplo, pero sólo un poquito, mañana frijoles, pero también poquitos; no como todos los días cosas que engorden. Tomo mucho yogur, fruta y agua, alcohol jamás, me acuesto temprano y me asoleo en la azotea de mi casa. Toda mi vida me he asoleado, no a tostarme o resecarme la piel, me pongo crema humectante en la cara y el cuerpo, y me asoleo media hora de frente y media hora de espalda, esporádicamente, de diez en diez minutos, no de un jalón. Hay mujeres en Acapulco que se ponen al sol una, dos, tres y hasta cinco horas; las hay, incluso, las que llegan a dormirse bajo sus rayos y esto sí que es nefasto para el cutis.

Cecilia La Saurina

Bondadoso, el fraile dominico Domingo Martínez pone a Cecilia La Saurina a disposición de las autoridades administrativas de Acapulco, ello no obstante que debió enviarla sin dilación al tribunal de Santo Oficio. A la mujer se le acusa de estar empautada con el Diablo y todo porque ha previsto la suerte de un galeón de Manila, cuya tardanza rebasaba todos los precedentes.
Mientras que en Acapulco algunos ubicaban a la nave en el fondo del mar, por causa de una tormenta, para otros estaba en manos de sanguinarios piratas. Cecilia, por su parte, la veía en problemas pero con derrotero seguro.
“Llegará, desarbolada y con la tripulación menguada, pero llegará”, predecía La Saurina.
¡Y que va llegando el galeón San Nicolás Tolentino!, tal como la mujer lo había anticipado. Entonces los habitantes del puerto intercederán por ella ante la Inquisición y hasta alguna ropa usada le obsequian para cubrir su desnudez.
Cecilia se salva de la hoguera, pero no del castigo impuesto por el arrecho alguacil mayor del Santo Oficio quien, babeando ante las formas rotundas de la mujer, la condena a recibir 25 nalgadas sin ropa. El verdugo se las dará con la mano abierta ante un público mayormente masculino que, jadeante, coreará cada golpe en aquellas gloriosas redondeces sangrantes.

María Correa, chilena

Alfonso Reyes se queja con María Correa, su dilecta amiga chilena, de sus dificultades para sentarse a escribir tranquila y plenamente.
–Cuando no son las conferencias –le dice–son las visitas, las presentaciones y ¡ay!, los compromisos sociales. Los compromisos sociales, María, me abruman: son tantos y frecuentes que me alejan por mucho tiempo de mi mesa de trabajo. Esto, Mariquita, no puede seguir así o se me olvidará incluso tomar la pluma, exagera el maestro.
–Sufres porque quieres, mi querido Alfonso –lo consuela María–. Vente conmigo a Chile y allá, escondido en mi fundillo, podrás escribir a tus anchas, sin que nadie ose molestarte. El más insigne literato de nuestra lengua, lamentará no poder aceptar la tentadora oferta de su amiga.
(María Correa le ofrecía a Reyes esconderlo en su fundo, como se llama en Chile a una finca rústica. La de ella era muy pequeña y por ello la llamaba fundillo (¡ay!, este español tan diverso y engañoso).

La bella y el presidente

“Ayudé muy sinceramente a la actriz Sasha Montenegro a conseguir sus propósitos dentro de su carrera pero, como sucede frecuentemente, el triunfo hace a las estrellas insensibles y vanidosas. Muy pronto se fue a que la vistieran modistos como Mitzy, Gerard y Yuyú. Este último trabajó conmigo y hasta mis moldes se llevó. ¡Ah!, y cómo les gustaban a Yuyú y a Sasha los ‘encantamientos’ y echar la cartas”.
Quien escribe lo anterior es Julio Chávez, El modisto de las estrellas (Vestidas y Desvestidas, Diana 1992), justamente indignado por la “traición de la malagradecida”. Revela: Desde que Sasha llegó a México procedente de Yugoslavia (su nombre artístico tiene que ver con Montenegro, una de las repúblicas de aquel país) se hizo tres propósitos: ser bella, triunfar como artista y conquistar a algún personaje mexicano. Y añade:
Primero se casó con el doctor Barrón, el cirujano estético que en el cuerpo de Sasha encontró el material necesario para construir una auténtica estatua de carne. Así que de perfil o de espalda, en su torso o en sus extremidades todo debía ser perfecto. Después la estatua y su artífice se divorciaron.
El modisto recuerda que la última vez que lo visitó Sasha fue para que le confeccionara el vestuario para su presentación en el carnaval de Guaymas. Platicando, platicando me confesó: “tengo que atrapar al Presidente y lo voy a lograr muy pronto”. La ocasión se presenta durante la inauguración del teatro Manolo Fábregas, a cargo precisamente del presidente José López Portillo.
Llegado el día –reseña el autor–, artistas e invitados hicimos valla para recibir al mandatario. Entre todos llama su atención Sasha Montenegro, acompañada por el modisto Tao Izo (el bárbaro que quiso vestir a Lola Beltrán a la francesa). Sasha no volteó a verme siquiera. Su mirada arrebatadora era sólo para el señor presidente, empezando ahí todo lo que el mundo luego conocerá. Sasha logró, pues, su propósito.
¡Ay, los modistos!, buenos para vestir pero mejores para desvestir.

Agarrar parejo

Cleopatra, la reina de Egipto, era más que cabrona, cabronsísima, como dicen las mujeres de San Jerónimo. Para ascender al trono se casó con dos hermanos, a uno lo destronó y al otro lo envenenó, misma ración letal usada para quitarse de en medio a su hermana. En materia de varones Cleo agarraba parejo. Se le ofreció envuelta en una alfombra a mismísimo Julio César, con quien contrajo matrimonio y le dio un heredero.
A la muerte del emperador llegará a su vida Marco Antonio, de quien se prendó como adolescente. Al guerrero le sucederá lo mismo, al grado de abandonar su familia para formar una nueva con la soberana. Procreará con ella tres hijos. Mujer querida por su pueblo pero odiada por la nobleza romana, para la que sólo era una vulgar puta quitamaridos, como se dice hoy aquí.
La soberana del Nilo no soportará la muerte de Marco Antonio. Plutarco refiere al respecto que al conocer el deceso de su amado, Cleo preparará la suya. Maquillada fúnebremente se encierra en su propio mausoleo y ahí se deja morder por una serpiente venenosa, llevada por una sirvienta en una cesta con higos.

La hiena húngara

Aunque se da a conocer como suicidio, la muerte de un joven de la corte del rey Matías II de Hungría, desata una investigación ordenada por el propio monarca. La indagatoria culminará con el descubrimiento de una asesina serial, quizás la primera de la historia, la condesa Erzébet Báthory.
La policía descubre cadáveres semienterrados por los alrededores del castillo imperial. Para no alarmar a la población se minimiza la cifra hablándose de únicamente de 80 muertes, aunque en realidad sumaron 600, adolescentes y niños en mayor número. La condesa Báthory los atraía al castillo con las ofertas, según las edades, de sexo, empleo, comida, dulces y juguetes. La mujer conducía a sus víctimas a su sótano y ahí les clavaba agujas y tijeras en la piel, barras de hierro al rojo vivo en las plantas de los pies; les cortaba los dedos de pies y manos, les mordía hasta desprenderles pedazos de piel y carne, o simplemente los golpeaba hasta matarlos.
El pueblo manejaba diversas hipótesis. Hablaba de que la condesa estaba rematadamente loca, que practicaba ritos satánicos o bien que estaba obsesionada con la preservación de su belleza, adjudica por ella al consumo voraz de sangre humana. Una hiena.
La confesión de los criados, sus cómplices, será determinante para la sentencia de la asesina dictada por la Suprema Corte de Hungría. Será condenada a permanecer encerrada en su castillo, con las puertas y ventanas tapiadas. Una corte tan justiciera como la nuestra.

Para eso son…

La señora diputada poseía un cuerpo con volúmenes repartidos como Dios manda, si bien con mayor prodigalidad en los sitios que atraen primero las miradas masculinas. La acusaban de “haber llegado a la Cámara por la recámara”, cosa que a ella le “valía”. Adjudicaba el infundió a sus propias compañeras de partido.
Uno de los mayores placeres de la legisladora –enemiga de dietas y ejercicios– era reunirse con sus amigos periodistas los sacrosantos jueves pozoleros, según la original y exigente liturgia chilapo-chilpancingueña, hoy con alcances universales.
Será memorable por desgraciado el jueves en el que aquella reunión alegre y cordial adquiera matices rijosos. Cuando la señora diputada alce la voz llamando majadero al periodista sentado a su izquierda, a quien le cruza el rostro con la mano derecha abierta. Alcoholizado, el colega tendrá el buen juicio de abandonar el sitio, tan veloz como el correcaminos de la caricatura. ¡beep beep!
Recompuesta pero todavía con el rostro encendido, la dipu, como le llamaba su gente, pronunciará frases sacramentales de efectividad comprobada: “¡Aquí no ha pasado nada, que siga la fiesta!”. Y no era cosa que profesionales del mitote se quedaran con la duda. ¿Qué había pasado? La dama se decidirá a hablar sólo cuando queden sus íntimos:
–¡Ya muy pedo el cabrón me exigió las nalgas! ¡Y no es que yo me haga la estrecha o remilgosa. Mi filosofía ha sido siempre ¡que para eso son… pero, carajo, hay que saber pedirlas!