25 septiembre,2018 7:06 am

Política y tolerancia

Florencio Salazar
“El político moderno expone y se expone”, dijo Ruiz Massieu, porque el lugar apropiado para los políticos tradicionales es el silencio, las sombras. Hay que exponer y exponerse, debatir, contrastar ideas y propuestas, cuestionar lo cuestionable.
La esencia de la democracia son la libertad de pensamiento y la tolerancia. De lo contrario, los derechos de  asociación y reunión no serían posibles, como tampoco lo serían partidos políticos, medios de comunicación, credos religiosos, la equidad de género y el reconocimiento a la diversidad sexual.
Capacidad de elegir significa tener libertad de conciencia, y cada quien elige lo que quiere y le convine. En los procesos electorales los candidatos y sus equipos de campaña diseñan y operan estrategias para ganar.
¿Y hacia dónde se dirigen esas estrategias político-electorales? A la conciencia de los votantes; a la de los adeptos para asegurar su lealtad; a la de los indecisos para ganarlos a su causa; a la de los adversarios para hacerlos dudar de sus ideas.
La voluntad es el acto transitivo de la conciencia. Los discursos, la propaganda, los mensajes en las redes, los ataques anónimos y el rumor, con diferentes calidades e intensidades, forman la narrativa conducida a mover conciencias, a sumar voluntades y a conseguir votos.
Los comicios del pasado 1 de julio fueron el cierre de la campaña mas feroz que el lobo. Los contendientes se dieron hasta con la cubeta. Descalificaciones, ataques, insultos y amenazas fueron el PAN/PRI/MORENA de todos los días.
Las urnas quedaron atrás. Tenemos presidente electo, un nuevo congreso federal, nueve gobernadores han sido relevados, 27 congresos locales renovados y un sinnúmero de ayuntamientos. Hay una nueva composición política, en la que predomina ya sabes quién.
 Como ocurre siempre que la oposición arriba al poder se promueven los cambios. El triunfo de MORENA significa nuevas claves para la gobernabilidad. Para avanzar en su propuesta debe reformar, cambiar, e innovar, con un margen razonable de certidumbre que signifique que el futuro será mejor. Y sin echar al mar a los que no visten el mismo uniforme.
Y para que sea mejor lo que viene, se deben ampliar “las avenidas de la democracia”. Que la tolerancia carezca de aduanas; y a los opositores políticos, críticos, disidentes e inconformes no se les exija visa en tanto se comporten legalmente. Por ello, deben cesar los ataques masivos, vulgares y amenazantes de los acólitos de la democracia histérica, como bien la calificó Muñoz Ledo.
Con AMLO necesitamos a un país mas unido y fuerte. Para lograrlo el presidente electo requiere, además del poder que le ha sido concedido, autoridad; y de la autoridad deviene el respeto. Vivimos globalmente el achicamiento del estado. En todas partes, el ciudadano se erige ante el gobernante y exige, cuestiona. Y el gobernante debe resistir, endurecer la piel.
López Obrador enfrentará problemas que no son exclusivos de la nación. Los poderes fácticos y el crimen organizado también son globales, la protesta social igual. Hoy, como nunca antes, vivimos el drama de los desaparecidos, migraciones masivas y desplazamientos, guerras teocráticas, disputas armadas y luchas ciudadanas contra gobiernos represivos.
México es la 16ª economía mundial, la 6ª potencia turística, pero ocupa el lugar 140 en el índice de paz mundial, entre 163 países observados. Somos un país competitivo, que arrastra el lastre de la pobreza y la desigualdad. El próximo gobierno tiene al menos dos grandes desafíos: formular políticas para una mejor distribución del ingreso y ampliar nuestra inserción global.
Usar el espejo retrovisor no convierte a los gobiernos en estatuas de sal. La asunción de un nuevo presidente significa un corte y este, a la vez, la necesaria evaluación: ¿En dónde estamos parados? ¿porqué y cómo se ha llegado a este lugar? ¿qué mantener y qué corregir? Para avanzar es indispensable reconocer, identificar.
El conflicto es inherente al ser humano, de ahí que la política sea impulsora de la civilización y esencia de la democracia. Y la democracia obliga a hacer mejor política. Sin tolerancia el conflicto se aviva, la política se encona y la democracia se desvirtúa. La tolerancia es deber de todos, pero corresponde a los nuevos gobernantes ser sus principales promotores y custodios.
El fanatismo es el ciego adversario de la libertad de conciencia y surge a la menor provocación. “El fanático -señala Savater- no se conforma simplemente con vociferar o lanzar inocuas anatemas, sino que aplica medios terroristas para imponer sus dogmas”. Y el medio natural y propicio para el fanatismo es la intolerancia.
El nuevo poder no puede erigirse sobre la voluntad de todos. La voluntad general no es unánime y el acuerdo social debe tener vigencia permanente. Es la política la que  hace posible la continuidad del acuerdo, es decir, de la sana convivencia.
La mayoría gobierna, la minoría es gobernada, pero el diálogo es entre todos. Simple, si comprendemos que el fundamento de la democracia es la tolerancia en la ley. Dejemos que la libertad de conciencia haga lo suyo: hacer que la conducción responsable active a los ciudadanos y responsabilice a los servidores públicos, que son los mandatarios.
La pluralidad no es lucha de enconos. Es la exposición de programas, el debate y la capacidad de convencer lo que debe significar –ni mas ni menos- el triunfo de la razón. Implica la aceptación del otro en el espacio finito del municipio, del congreso, de la entidad federativa. Y  de nuestro país.
Nosotros: tolerancia para ser mejores, verdaderos demócratas.