14 septiembre,2021 5:32 am

Protección civil, ¿estamos preparados?

 Arturo Martínez Núñez

El texto a continuación fue publicado en estas mismas paginas hace 4 años, el 12 Septiembre de 2017, a raíz del temblor del 7 de septiembre que afectara principalmente a Oaxaca y a Chiapas. Días después, el 19 del mismo mes, otro seismo con epicentro en Morelos impactaría al centro del país. Por su desafortunada vigencia, lo reproduzco con la consigna de que aquel que desconoce su historia está condenado a repetirla…

 

La noche del jueves, al filo de la media noche, la naturaleza nos sacudió con fuerza y dejó exhibida la poca preparación que seguimos teniendo ante los sismos. Sin duda, el terremoto de 1985 dejó secuelas positivas como el inicio de una cultura de la protección civil, sin embargo, es mucho lo que falta por hacerse.

La tragedia que, principalmente, sufren los estados vecinos de Oaxaca y Chiapas, debería de servir para crear conciencia. No olvidemos que la llamada Brecha de Guerrero, espacio que va desde Acapulco hasta Papanoa, no ha liberado energía en más de 100 años por lo que la probabilidad de que ocurra un evento de grandes dimensiones es elevada.

Las escuelas y edificios públicos realizan simulacros periódicos con mayor o menor éxito y eficacia. En teoría revisiones de las obras se realizan frecuentemente y las licencias de construcción tienen que contar con el visto bueno de las dependencias de Protección Civil. Desafortunadamente, la corrupción, ese cáncer sistémico que padece nuestra nación, hace que más de uno pongamos en tela de juicio la situación real de nuestros edificios y construcciones ante un evento de magnitudes extremas.

Los mexicanos, a pesar de vivir en una zona de alta sismicidad, no tenemos cultura de prevención de desastres. Quizás nuestro filosófico rechazo a la muerte nos convierta en temerarios, irresponsables y poco previsores.

El universo se encuentra en constante expansión. La tierra sigue acomodándose y las fuerzas que dieron origen a la actual conformación de los continentes permanecen vivas y en acción. La vida de los individuos e incluso de las civilizaciones es insignificante comparada con el tiempo del mundo y del universo.

En nuestro marco de referencia, sin embargo, los periodos vitales son cíclicos y recurrentes. Sabemos por ejemplo que al frío del invierno seguirán el calor y estiaje de la primavera (con todo y sus incendios) y a continuación la temporada de lluvias y huracanes. El único impacto externo difícilmente predecible es el de los movimientos telúricos.

No se trata de generar pánico o psicosis colectiva. Se trata de conocer y aceptar la situación real sobre la que vivimos y actuar en consecuencia. La protección civil y la prevención de riesgos deben de ser temas de todos los días y no únicamente tópicos cíclicos de moda.

Lo ocurrido el jueves debería de ser suficiente experiencia para que volcásemos mayores esfuerzos (sociales, presupuestales, organizacionales) en la prevención de los desastres futuros. Como en el tema de la salud pública, en materia de protección civil debemos de pasar de una política pública correctiva a una preventiva. Es incluso un asunto de economía no sólo de vidas en riesgo.

La sociedad, la iniciativa privada y el gobierno, deben de coordinarse para tapar los pozos antes de que se ahoguen los niños. Porque lo que es un hecho es que los impactos vendrán en forma de meteoro o de sismo, pero vendrán.

Guerrero es un estado con 65 mil metros cuadrados de extensión, con 500 kilómetros de litoral pacífico y asentado apenas debajo del Eje Neo-Volcánico; frente a nuestras costas convergen tres placas tectónicas continentales: la de Cocos, la del Caribe y la Norteamérica. Nuestro querido estado tiene todos los elementos para sufrir tragedias naturales de grandes dimensiones y es nuestra responsabilidad estar preparados para afrontarlas.