1 octubre,2022 5:21 am

Saber que no se sabe

Amerizaje

Ana Cecilia Terrazas

 

Hace varias semanas que la atención de esta columna ha sido atrapada por la conversación del curso Ecosofía impartido por una joven doctora, un tanto mexbrasileña: la genial Ana Patto Manfredini. Se trata de ocho capítulos en ocho semanas para incursionar en la filosofía y su relación con la naturaleza; desde el pensamiento griego hasta la fecha, para intentar entender un poco el por qué estamos como estamos respecto del cambio climático, el calentamiento global, nuestro contexto devastado.

El rastreo no es difícil y es muy interesante. En cuanto dioses y diosas de la naturaleza, hechicería y magias de un submundo inexpugnable se suponen suplantados por la lógica, la razón, el progreso, el mecanicismo, la máquina, el análisis de las partes y la ciencia, se acentuó el deterioro. El medio ambiente que nos rodea, al ser objetivizado por el pensamiento científico, se vuelve una suerte de subalterno presuntamente susceptible a ser estudiado, explicado, explotado e intervenido.

Es curioso que la legitimación de la razón en la historia del pensamiento filosófico moderno desbanque a la sensatez para abrazar uno tras otro despropósitos que se van traduciendo en la destrucción de las demás especies vivas, no humanas, acelerando fenómenos meteorológicos cada vez más inclementes, menos predecibles.

Es imposible atravesar las conversaciones semanales con Patto sin aludir una y mil veces a las noticias de hoy, de ayer, a la pandemia, a las variantes del virus, a los sismos, a las casualidades, a los incendios, las sequías, los huracanes, a las antes nunca vistas lluvias y los desprendimientos enteros de glaciares mentales y de hielo que elevan el nivel del mar hasta situarnos en plena crisis.

Claro, parece obvio que si la premisa del pensamiento científico es que el sujeto de estudio es objeto, pues estudiar la naturaleza como algo externo, como un objeto a la o él sujeto, de entrada nos separa, desintegra y anula cualquier posibilidad de interdependencia, de sentir o de emocionarnos e involucrarnos como parte de.

Descartes coloca al pensamiento, a la duda, en el centro del sentido, del quehacer filosófico; Bacon inaugura el mecanicismo, la experimentación; Comte se arroja al progreso irrefrenable; Weber se desencanta frente al desarrollo industrial y comienza a ver que se requiere una suerte de corset ético, común, para retornar a este proceso de desarrollo social. Aparece Nietzsche y con toda claridad advierte –sobre todo en su imperdible ensayo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral– “esa increíble soberbia de este animalito humano”* que se ha creído su propio juego y, empaquetado en una coraza engreída, no alcanza a ver que no alcanza a ver. En esa ubicación histórico-filosófica es cuando comienzan a trazarse los límites, a señalarse los fallos del desarrollo, la razón, el progreso, el desenfreno industrial y capitalista, el todo poder conocer y la ciencia como centros gravitacionales de un Antropoceno fallido. Después vienen las exploraciones interesantes de la Escuela de Frankfurt y otras como las de Capra, Guattari, Deleuze y muchas más.

Cada paso y cada lectura a través de los siglos de pensamiento filosófico llamado occidental, contrastados con la inclusión de costumbres milenarias de ciertas regiones asiáticas u originarias americanas, nos aseguran que no hay una solución definitiva ni única a un problema que, dicho sea de paso, tal vez ni siquiera lo sea.

Lo más que se puede armar a partir de entender que no necesariamente el hombre puede o debe entenderlo y dominarlo todo, es un costal de conceptos a reinsertar en los intentos de tesis, estudios y observaciones. Estas palabras son caos, azar, misterio, confusión, ficción, arte, desacelere, desconocimiento, invisibilidad, falla, error, imposible e indecidible, incontrolable, integral.

Ese filósofo legislador mal visto por Nietzsche, ese incesante afán extractivista que no puede refrenarse ante la falsa tentación de transformar es el motor de una serie de catástrofes del milenio y sus desenlaces medioambientales.

Como parte de la comunidad humana y ante lo recién comentado, no es posible doblar los brazos o menos aún se recomienda dejar de meter el cuerpo para simplemente no hacer nada. La única petición pertinente es que no nos la creamos ya que hoy se sabe que casi nada de nada se sabe.

 

* Ana Patto dixit

@anterrazas