
DE NORTE A SUR
Silber Meza
Ha pasado suficiente tiempo para revisar y evaluar las acciones del gobierno federal en Sinaloa, y el balance es negativo. Lo tomaron como bandera, como símbolo de la nueva estrategia de seguridad; una que sí se animaba a topar a los delincuentes, una que no les rehuía con el “abrazos no balazos”, una que además incluía programas sociales y prometía atender lo que ellos llaman “las causas de la violencia”, pero que en realidad nadie sabe cuáles son porque nunca hicieron un estudio al respecto.
Y permítanme referirme sólo al gobierno federal en esta columna porque el terreno local está, en los hechos, vencido. La batalla interna del Cártel de Sinaloa se ha agudizado en Culiacán, y allí el alcalde Juan de Dios Gámez Mendívil es un fantasma que deambula por las calles de la ciudad protegido por un equipo de seguridad que lo mantiene preso de sus miedos. El gobernador Rubén Rocha Moya muchas veces ha sido acusado públicamente de tener vínculos con el narcotráfico, y aunque nunca se han dado a conocer pruebas de ello, el mandatario tampoco ha logrado convencer a la gente de que esos dichos son falsos. Se comenta en las calles y en los cafés. El simple hecho de que el mismo día en que privaron de la libertad a Ismael Zambada García él haya tomado un vuelo privado sin aviso previo para viajar a Estados Unidos se ha convertido en una mala broma.
La esperanza de poner orden en el país y dar seguridad a los mexicanos cada vez se aleja más. Dentro del equipo de seguridad de la presidenta Claudia Sheinbaum –ha trascendido– se planeó pacificar primero a Sinaloa, que sus grupos controlan buena parte del norte de México, para después ir por el Cártel Jalisco Nueva Generación, convertido en el grupo criminal más grande y poderoso del país y que mantiene una enorme derrama de sangre en más de la mitad de la República. Sin embargo, ni una cosa ni la otra. Lo intentan, pero simplemente no pueden.
Y sí, las cifras de los primeros 10 meses de acciones del gobierno federal en Sinaloa son impresionantes: mil 184 personas detenidas, 2 mil 913 armas de fuego aseguradas, 239 granadas y 4 mil 889 artefactos explosivos. También, mil 889 vehículos presuntamente utilizados en hechos delictivos y 2 mil 71 vehículos con reporte de robo recuperados.
Pero esto no ha podido detener la cifra de personas asesinadas: más de mil, y casi dos mil desaparecidos. Tampoco el miedo constante en la población, la cancelación de la vida nocturna, el descalabro económico que abarca cientos o miles de negocios cerrados, el crecimiento del endeudamiento de las personas sin trabajo y la caída del precio de las viviendas porque, simplemente, poca gente está dispuesta a vivir en una ciudad donde la vida se puede perder en cualquier momento con el simple hecho de salir a comprar un pan, ir a la escuela o al trabajo.
Y los indicadores que nos llevan a creer que la estrategia ya es un fracaso son muy simples: han enviado a miles de militares al estado, el secretario federal de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, se ha ido a vivir a Culiacán por temporadas; han topado al crimen; Estados Unidos ha presionado de forma impresionante; han aumentado la inteligencia policial; Sinaloa se ha convertido en bandera de la estrategia; el gobierno es de Morena –el partido gobernante– y los homicidios no han bajado, por el contrario, se han incrementado: junio fue uno de los tres meses con más muertos en la historia registral de la entidad; el robo de vehículos también ha crecido; los pobladores que han podido se han ido del estado; hace unos días aparecieron 20 muertos en un solo hecho, una masacre, y hubo 30 en un solo día. No han detenido a ninguno de los líderes reales de las estructuras criminales en disputa: ni de los chapos ni de los mayos. Además, los grupos criminales no han sido menguados, siguen con un poder criminal y económico que apenas estamos dimensionando. Esto, sin mencionar que se unieron dos estructuras más a la batalla: El Chapo Isidro en alianza con los mayos y el CJNG con los chapos.
Tuvo razón el general de División de Estado Mayor Francisco Jesús Leana Ojeda, ahora recién nombrado comandante del Ejército mexicano, cuando el año pasado se sinceró y dijo en Culiacán, a un lado de Rocha Moya, que la violencia no dependía del Ejército, sino de que los cárteles dejaran de pelear entre ellos.