16 diciembre,2023 5:21 am

Centralismo o federalismo

Héctor Manuel Popoca Boone

 

Oiga, el muchacho que está leyendo, ¿es disléxico? No. Es de México.

 

Desde la independencia nacional, los diversos gobiernos que hemos tenido se debatieron entre el modelo constitucional de una república federalista liberal (reflejo de la instaurada en Estados Unidos de Norteamérica) o de una república centralista conservadora (reflejo de la establecida en Francia). Triunfante la versión sajona en nuestro territorio nacional, nos constituimos en un conjunto de estados soberanos, unidos bajo un pacto federal. Los liberales argumentaban que el tipo de gobierno federal de México sería más versátil, flexible y moldeable, porque se ajustaba mejor a las características diferenciadas de los estados que integraban la república recién conformada.

Los conservadores y/o centralistas esgrimían que era mejor que nos aglutináramos en torno a un solo gobierno hegemónico, cuasi monárquico, con jefes departamentales o provinciales designados centralmente. La razón de su existencia la sustentaban en que, dada nuestra vastedad, diversidad y abrupta orografía, sólo bien unidos y compactados podíamos enfrentar nuestro destino; sobre todo con el vecino del norte.

La revolución de 1910 parió una república híbrida en su funcionamiento: en teoría hemos sido federalistas liberales, pero en nuestros estilos de gobernar somos centralistas con hegemonía de un solo poder: el presidencial. Con atisbos caudillistas de algunos presidentes de la República en turno, deseosos de trascender su sexenio gubernamental ya sea en su propia persona o en interpósita. Después de Plutarco Elías Calles ninguno lo ha logrado. Sin embargo, el actual período del presidente de la República actual, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se ha caracterizado por tener fuertes rasgos centralistas, propios de un gobierno conservador, cuya característica es ser muy centralista y acaudillado por su propia persona en lo individual.

Cuando llega la era del presidencialismo de civiles –y aún antes– empiezan a conformarse estructuras gubernamentales, desconcentradas, autónomas y descentralizadas del núcleo principal gubernamental. Ese proceso lento pero firme llevó varios sexenios realizarlo y se le denominó federalización de nuestras instituciones gubernamentales. Bajo la consigna de que a los problemas locales se les debe de dar una respuesta local y específica, así como dar resultados ahí donde se generan, en forma rápida, suficiente y expedita.

Con los años de relativa paz y desarrollo, se fortalecieron el sector paraestatal y los órganos autónomos federales hasta llegar a los fideicomisos operativos para actividades específicas. Esto no quiere decir que estos procesos no estuvieran sujetos a fenómenos deformadores burocráticos que afectaron a algunos de ellos en su operación, a saber: obesidad laboral, desvío funcional, corrupción, ineficiencia o nulidad en resultados.

Toda esa estructura que gira semiautónomamente al aparato central gubernamental, ha demostrado ser necesaria y útil para el desarrollo de nuestro país; muchas de esas instancias fueron vitales para apuntalar el lento avance que tenían diferentes áreas de nuestra actividad institucional, económica y social. Los efectos de su desmantelamiento sin ton ni son, los veremos en el corto plazo. Al tiempo.

Lo que enardece a AMLO es que no puede controlar y someter a su particular designio mesiánico a esas entidades porque actúan con dinámica propia y en armonía con buena parte de la sociedad política, empresarial y laboral del país. Por lo que aparte de no autorizarles los mínimos recursos presupuestales para su sana operación, hoy pretende de plano, desaparecerlas; haciendo patente un desconocimiento supino de su operación estratégica en una administración pública que se precie de ser moderna y eficiente. Revisión sí; supresión indiscriminada, no.

Liberal por fuera y conservador por dentro, AMLO, desea la concentración y subordinación total a su persona de los poderes institucionales, el debilitamiento de los contrapesos constitucionales, el apabullamiento maniqueo de la pluralidad y la descalificación de la libre expresión; además de cultivar y expandir una militarización anticonstitucional sin precedente en la época moderna del país; mientras que la delincuencia simple y organizada hacen de las suyas en forma muy empoderada, en un país en donde a la mayoría de sus ciudadanos fueron convertidos en una gran masa de pedigüeños, inertes e inermes; coartando así el accionar con libertad.

AMLO trató de enmendar los defectos de la administración pública con un mal mayor. Trata de tirar el agua sucia gubernamental no sólo con la bañera sino hasta con los sujetos objetos de limpia y cuidado. A guisa de ejemplo, iniciando su sexenio AMLO intentó desaparecer al SENASICA (organismo regulador de las sanidades agropecuarias a nivel nacional) aduciendo que resultaba costoso y no servía para nada. Solamente lo paró en seco la advertencia del gobierno de Estrados Unidos de no permitir la entrada a su país de frutas, verduras y carne, si no llegaban debidamente inspeccionados y certificados. (Continuará).

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