25 agosto,2021 5:11 am

La 1ª Gran Transformación

 

La consumación de la Independencia de México, hoy hace 200 años (1821-2021)

(Vigésima séptima parte)

 

 

Julio Moguel

 

 

I. Vicente Guerrero, dentro del “campo de guerra” del Ejército de las Tres Garantías

 

Todo lo que hemos podido registrar hasta el momento en torno a la manera en que Vicente Guerrero aceptó aliarse finalmente a Iturbide para enfrentar a las cúspides del virreinato, dentro del marco de lo planteado en el Plan de Iguala, el 24 de febrero de 1821, ofrece suficientes elementos para entender que no se trataba de un ayuntamiento incondicional, y que, por el contrario, el magnífico mulato, líder indiscutible de la verdadera insurgencia del Sur –y del país–, no daría un paso atrás en sus principios, por lo que hay que leer, en cuanto a la forma y verbo, cómo entró al Ejército Trigarante con sus propias consideraciones “tácticas”.

Entendiendo Guerrero, bajo tales circunstancias, que lo cortés no quita lo valiente, escribía, el 9 de mayo de 1821, las siguientes letras a quien ahora era “su jefe militar”:

 

“Mañana muy temprano marcho sin falta de este punto para el de Ixcatepec, y en breve tendrá V.S. a su vista una parte del ejército de la Tres Garantías, de que tendré el honor de ser miembro y de presentármele con la porción de beneméritos hombres que acaudillo, como un subordinado militar. Esta será la más relevante prueba que confirme lo que le tengo ofrecido, advirtiendo que mi demora ha sido indispensable para arreglar varias cosas, como le informará el militar don José Secundino Figueroa, que pondrá ésta en manos de V.S. y con el mismo espero su contestación”.

 

Cualquier iturbidista pudo haber “confirmado”, al leer estas letras, que Guerrero había entrado finalmente al plano simple y llano de la rendición. Pero la historia de la época –o de cualquier otra época– tiene que ubicar bien el contexto y saber leer “entrelíneas”. Más aún, si como es el caso –como lo habrá corroborado el lector de esta serie–, el género epistolar en las relaciones militares implicaba tener una maestría en el manejo de la pluma, sobre todo si ya quedaba presupuesta una “necesaria” jerarquía militar.

Una pluma avispada como la de Lucas Alamán supo interpretar sin mayores esfuerzos la circunstancia indicada, de tal forma que en un momento dado escribió sin la menor inhibición:

 

“Iturbide, no obstante que en su discurso a los oficiales en Iguala aparentó dar [solvencia] a su  unión con Guerrero, lo consideró siempre como un mal por el que había sido preciso pasar, para no impedir o detener la revolución, pero nunca se prometió mucho de su cooperación ni hubo entre ellos sinceridad”.

Guerrero no pensaba distinto a Iturbide. Sabía que el agua y el aceite no tenían en realidad forma alguna de conciliar.

 

II. Ramón Rayón, otro rebelde sumado activamente al Ejército Trigarante. Y el avance de Iturbide hacia el corazón de su tierra natal

 

Las diferencias político-militares que siempre distinguieron la relación de “los Rayón” con José María Morelos no pueden quitar ni un ápice de gloria a quienes encabezaron sin duda, con triunfos relevantes, a las fuerzas insurgentes que abrieron fuego desde que el cura de Dolores hizo el llamado a la insurrección.

No puede omitirse aquí, así fuera por este simple hecho, la importancia que tuvo que Ramón Rayón presentara sus fidelidades de adhesión al jefe del Ejército Trigarante, en este caso en el pueblo de Cutzamala.

Mas vale aquí seguir con el relato de la ruta que Iturbide ya había trazado hacia el Bajío, con paso triunfante por Zitácuaro y Acámbaro hacia mediados de abril. Iturbide conocía bien el terreno y no dudaba en que era en Michoacán –precisamente en Michoacán–donde alcanzaría sus mayores y más rápidas glorias.

Dice sobre ello quien es ya nuestro muy bien amigo el historiador Julio Zárate:

 

“[Iturbide, en la seguridad que le infundía su paso por tierras de Michoacán], ordenó en todos los lugares que iba tocando en su marcha que se derribasen las fortificaciones levantadas para defenderse de los insurgentes; y para captarse mejor el afecto de los pueblos, licenció a los realistas de las milicias, suprimió las contribuciones establecidas para su pago, y redujo las alcabalas a lo que eran antes de la guerra. Los realistas que quisieran seguir la campaña, y los reclutas que voluntariamente se presentaron en el tránsito del primer jefe por Michoacán, completaron los efectivos de sus cuerpos de la Corona, Santo Domingo y Tres Villas, y con las compañías de Murcia y otras de diversos cuerpos formó el batallón de Fernando VII […] Al mismo tiempo, admitía bajo su bandera a todos los antiguos defensores de la independencia que corrían a presentársele, siendo uno de ellos el coronel Epitacio Sánchez […] y que fue destinado a mandar la escolta del primer jefe del ejército libertador. Bustamante, por su parte, acogió en sus filas a los Ortices, Borja, Durán y otros jefes de guerrillas que con tanto valor y constancia habían combatido contra él mismo en las sierras y llanuras del Bajío.

 

III. Una reflexión, en vísperas del final de la serie, en torno a cómo es que Iturbide entiende (¿o no entiende?) que la fuerza motora de la guerra está en el ámbito popular…y en la insurgencia que él combatió con tanta saña

 

¿Puede haber un relato más revelador que el que hace Julio Zárate para definir con la mayor nitidez dónde estaba la fuerza real de la insurgencia? ¿Puede entenderse sin confusión alguna en este tramo de la historia cómo y por qué Vicente Guerrero, Pedro Ascencio, Nicolás Bravo o Ramón Rayón, entre otros insurgentes memorables, se suman al Ejército Trigarante al mando del anti-independentista Iturbide durante diez años, quien en 1821 encabeza “la lucha por la independencia”?

Creo que sí. Quienes desprecian los saberes y/o “las magias” del saber popular y son proclives a considerar que las “grandes inteligencias” definen los andares de la historia tendrán poco que decirnos, y no entenderán jamás la –no tan famosa– frase de un moderno pensador francés quien definía a Napoleón simplemente como “alguien que se creía Napoleón”.

Iturbide no fue en este caso la excepción. Toda su inteligencia político-militar y su encantadora y seductora presencia en palacio o ante las masas no valía en el fondo ni un milímetro de lo que él mismo pensaba de su Ser y de su Andar.

Por desgracia para él, y no para la patria, todo ello quedaría de manifiesto muy poco tiempo después de su gran encumbramiento, el 28 de septiembre de 2021.