Almacenan maíz en las casas de San Luis Acatlán porque no tiene compradores que paguen lo justo

El nuni (maíz) en Cuanacaxtitlán, San Luis Acatlán, es amontonado y envuelto como las ixta (tortillas) en los corredores de las casas de los tu’un savi (mixtecos), a falta de una bodega donde guardar las 800 toneladas, el 10 por ciento de lo que se cosechó en todo municipio, según cálculos de los campesinos.
Los campesinos mixtecos entre ellos se llaman tu’un savi, a sus comunidades van los compradores y ofrecen poco dinero para comprar su maíz y luego lo revenden más caro.
En diciembre pasado durante la visita del gobernador, Héctor Astudillo Flores, el alcalde, Javier Vázquez, solicitó ayuda para que los campesinos vendieran la producción y que el maíz no se dañara. De las 8 mil toneladas de maíz que tenían sólo fueron compradas 40 toneladas por un comprador enviado por el gobierno.
La comunidad está a 35 minutos de la cabecera municipal, la mayoría de sus 3 mil 500 habitantes se dedican a la siembra del nuni y el nduchi (frijol). Hombres y mujeres por igual sentados en las banquetas de las calles o en los corredores de sus casas ayudan a la limpiar el maíz.
En Guerrero, según estimaciones de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), en la temporada primavera-verano de 2016 453 mil 705 hectáreas fueron sembradas de maíz y se obtuvo 1 millón 167 mil 523 toneladas de granos, lo que representa un rendimiento de 2.57 toneladas por 1 hectárea.
En 2015 en Guerrero se obtuvieron apenas 738 mil 464 toneladas de maíz en uno de los peores años por la sequía que se vivió. Los datos de la Sagarpa estimaron que en 2016 México obtuvo una cosecha de 18 millones 718 mil 76 toneladas del grano.
El maíz es guardado y arrumbado en costales en los pequeños cuartos de las casas, otros costales son amontonados bajo pequeñas chozas improvisadas y al aire libre, donde las inclemencias del tiempo pueden influir para que se pudran. Esa es la más grande preocupación de los campesinos.
La lluvia en la temporada pasada fue buena con los campesinos, pero no siempre ha sido así, recordó el maestro jubilado y fundador de la cooperativa Productores de Semillas de Cuanacaxtitlán, Alberto Margarito Porfirio. En 2015 la cosecha apenas fue para el consumo de los pobladores.
El maíz criollo y maíz mejorado llenan los terrenos escarpados en los alrededores de la comunidad, donde las mujeres más grandes aún conservan chillantes y coloridas enaguas (faldas).
El maestro jubilado quien trabajó durante 33 años en el magisterio recordó que en 2007 junto a otros 98 productores se organizaron y obtuvieron un crédito, “pero desafortunadamente lo que logramos bajar no alcanzó para todos y muchos de los que no alcanzaron el crédito se retiraron”.
Un año después la organización tenía 178 integrantes y se constituyeron de manera legal como una cooperativa. El primer proyecto que lograron conseguir del gobierno sirvió para comprar desgranadoras y una cribadora, lo que facilitó el trabajo de los campesinos.
En la comunidad cada campesino trabaja de 2 hasta 10 hectáreas, y cuando les va bien, llueve a tiempo y tienen el apoyo del fertilizante llegan a producir hasta 8 toneladas por hectárea, de acuerdo a sus cálculos.
Esta temporada la tonelada de maíz en promedio se compra en 3 mil 400 pesos, una costalilla para los minoristas se vende en 170 pesos, que no logra reintegrar la inversión de unos 12 mil pesos por hectárea desde que se siembra el maíz hasta que se cosecha.
El maestro recordó que desde niño “cuando no podíamos participar en la limpia de las parcelas éramos los que llevaban las tortillas a los terrenos, de ahí empecé a estudiar, estuve en el magisterio 33 años, ahora jubilado me estoy dedicando al campo y apoyar a la gente”.
Margarito Porfirio dijo que la mayor dificultad que encuentra en su comunidad es la falta de una bodega de gran tamaño que garantice el almacenamiento del maíz y que no pierda su calidad para poder ofrecerlo a los compradores.
Recordó que los compradores que van a la comunidad la recorren y negocian el grano a un precio muy bajo, que en vez de apoyar a los campesinos resulta negativo y desalentador, ya que después hay una cadena para revender el maíz a un precio más elevado y las ganancias no son para quien trabajó la tierra.
El campesino dijo que con la construcción de una bodega ya no habría ese inconveniente, pero para ello se necesitan al menos 2 millones de pesos, que servirían para la edificación del inmueble que cuente con toda la ingeniería tecnológica para resguardar el maíz.

Una vida sembrando y cosechando maíz

El señor Lorenzo García Calixto desde hace 40 años trabaja el campo sembrando maíz y frijol para que una de sus hijas estudie la carrera de Ingeniería en Tecnología.
Afuera de su casa de adobe y tejas de barro estaban sentadas en la banqueta su mamá, su esposa y una de sus hijas, ellas limpiaban el maíz, retiraban los granos en mal estado que tenían manchas negras o que no se desarrollaron. En la temporada pasada sembró 3 hectáreas de maíz criollo del que obtuvo 30 toneladas de grano.
“Voy a empastillar el nuni, es mucho lo que invertimos y no lo queremos vender barato. No me conviene –venderlo– porque he invertido mucho dinero, por 1 hectárea, gastamos de pura pizca y acarreo 20 mil pesos”.
Sus manos son rasposas y agrietadas, señales del esfuerzo del trabajo de campo, de limpiar la milpa, arar la tierra, regar las plantas, quitar la mazorca, desgranarla, limpiarla y almacenarla.
Los seis integrantes de su familia ayudan en el largo proceso de la siembra, desde preparar la tierra hasta la limpieza del grano. El señor dice que venderá un poco del maíz que ha conseguido cosechar para recuperar algo de lo invertido, el resto lo dejará almacenado en su pequeña casa donde los costales de maíz llegan al techo, bajo la amenaza de que se moje y se pudra o que el gorgojo se lo dañe.

Celebran indígenas tlapanecos y mixtecos el cuarto viernes de Cuaresma en La Montaña

*  El festejo en el Tejocote se extiende por tres días

* Los feligreses acostumbran llevar al “Padre Jesús” ofrendas de velas y flores

Tlachinollan * El Tejocote es una comunidad Me ‘phaa (tlapaneca) del municipio de Malinaltepec y tiene alrededor de mil 200 habitantes que viven en pequeñas casas de adobe. En este rincón olvidado de México los viernes de Cuaresma se cuentan y el cuarto es el más importante de todos: ese día el pueblo detiene sus actividades cotidianas porque es tiempo de fiesta y debe entregarse a ella.

La celebración comenzó el miércoles y duró tres días, en los que se les unió gente de lugares cercanos.

“Ayer vinieron 13 bandas de varios pueblos. Vienen a presentar sus ofrendas de velas y flores, y cantan y tocan. También vienen danzantes de otros pueblos. Estas personas corresponden a la visita que los de El Tejocote hicieron a la fiesta de ellos”, cuenta el sacerdote de origen maya encargado de la parroquia, Carlos Saravia Uc.

Quienes se acercan a compartir el festejo son en su mayoría Na savi (mixtecos), “porque hay más pueblos mixtecos alrededor”, pero también llegan indígenas Nauas. Esto transforma a la fiesta principal de una comunidad chica en una ocasión para que converjan los tres pueblos originarios de la Montaña de Guerrero. Aquí parecen mimetizarse Nauas, Na savi y Me ‘phaa en una misma expresión de fe.

El cuarto viernes de Cuaresma comienza al mediodía con una misa. La iglesia está repleta y ya no cabe nadie más. Las personas que se quedaron afuera tratan de escuchar desde el otro lado de la puerta abierta. Al mismo tiempo, en el interior del edificio, el fuego de las velas –muchas y de todos los tamaños– recibe cual temazcal a los fieles que se acercan a dejar su ofrenda a la imagen del “Padre Jesús”.

“Es un poco raro, pero así se llama”, admite Saravia Uc. Y explica que es “teológicamente contradictorio” el nombre que le da el pueblo a este objeto de veneración. Con respecto a la imagen en sí, nadie al parecer sabe de dónde proviene, pero coinciden en que lo han adorado desde mucho tiempo atrás.

“Yo realmente no recuerdo bien, pues, qué año fue cuando se organizó la comunidad para que se comprara la imagen. Tengo entendido que fue un mayordomo quien lo trajo”, se esfuerza para rememorar un hombre que se encuentra sentado en la galería del curato.

Alrededor de la iglesia se empieza a reunir más gente que espera la partida de la procesión. Ya llegaron los bailarines, jóvenes de la comunidad ataviados en ropas de colores brillantes que combinan a la perfección con este día de sol potente y cielo limpio. Al final del peregrinaje harán una danza que representa la conquista de México para “recordar la historia del país”. Algunos danzantes, los que personifican a los españoles, usan capas cortas azules. En cambio, los aztecas tienen capas largas rojas. Entre los personajes interpretados se encuentran la reina Xóchitl, Cortés, Malinche, Moctezuma y Cuahutémoc.

Además de ellos, están los chareos: niños vestidos de rojo que llevan machetes en sus manos, sombreros con forma de conos adornados con flores de papel y moños de regalos y máscaras de “nobles guerreros” que les cubren los rostros de a ratos, cuando deciden ponérselas. Son definidos como “mascotas” y apenas están iniciándose en el baile. Cuando sean más grandes se integrarán al grupo de aztecas y españoles. Pero mientras esperan que el tiempo pase harán su propia danza, simularán que pelean con los machetes y brincaran a su antojo.

A la 1 de la tarde la misa ya terminó y la procesión parte desde la iglesia, adonde regresará luego de recorrer el poblado. El Padre Jesús abandona la quietud de su morada y es llevado “para que bendiga a todo el pueblo”. En todo el camino nunca tocará el suelo: está sujeto con una cuerda a una mesa de madera y, cada vez que se detengan, esa mesa será apoyada sobre un petate.

“Cualquier persona del pueblo que tenga devoción puede cargarlo”, comenta el sacerdote. No obstante, quien lo cargue no lo tocará en ningún momento. Cuando deba sujetarlo, lo hará con una toalla de por medio.

“Es por respeto y veneración al santo”, explica. Tampoco será expuesto a los rayos del sol, ya que una sombrilla lo cubrirá durante todo el camino.

Las paradas de la procesión serán 4, una por cada punto cardinal.

“Son 4 estaciones que cubren la totalidad de las direcciones del universo y que cubren así las dimensiones del pueblo. El pasear la imagen dentro de las 4 esquinas del pueblo significa que su santo lo ha bendecido”, comenta Saravia Uc.

En cada una de las paradas se erige un altar distinto del anterior. La explicación a la mayor o menor sobriedad se encuentra en el hecho de que cada quien “puede adornar su estación como prefiera, con alguna imagen, con flores, con velas o sin imágenes, sin nada. Es la devoción de cada persona que adorna la estación”.

Al frente de los peregrinos camina un hombre que carga una cruz verde. Cerca de él, una mujer quema copal. Adelante va una banda y atrás, otra. Ambas tocan el mismo vals triste, exquisito en su dolor, y sus instrumentos musicales se envuelven en el polvo de la marcha.

“Perdona a tu pueblo, perdónale señor”, se escucha a los devotos y su canto se pierde en el ruido estrepitoso de los cohetes que van quemando a su paso.

“Amarte es mi deber, serás mi salvación”, continúan.

Como si el peso del sol no fuera suficiente en esta caminata al mediodía, algunas mujeres cargan a sus niños en la espalda. Debajo de un rebozo azul y negro se adivina una cabecita, y un par de manos de bebé se escapan de su protección.

“Está sudando”, dice su mamá. Es una madre joven, de cara curtida, que lleva a otro niño de la mano.

La procesión atraviesa una feria de puestos de cacahuates y naranjas, de ropa y calabazas. Sigue su recorrido. Pasa por casas de las que sale humo negro de sus cocinas, ese que hace llorar los ojos. O que sirve de excusa para llorar por lo que ya se tenía ganas desde antes.

Los chareos también participan del peregrinaje por las calles principales. Uno de ellos tiene un aspecto conmovedor. Es pequeño, panzoncito y camina de lado. Tiene una trenza postiza, negra y larga hasta las rodillas, una oreja doblada por la presión que ejerce el sombrero sobre ella y un machete acorde a su tamaño. Coloradas sus ropas y colorado él, de tanto calor, ostenta una imagen entrañable.

El camino no es fácil. Siempre es empinado, en las subidas y en las bajadas. Y está lleno de piedras. Cuesta terminarlo, pero ellos están acostumbrados a caminar mucho. Los carros en esta comunidad no abundan y el transporte público tampoco. Una parte del camino que media entre ellos y el mundo es de terracería. En esas circunstancias, caminar el polvo es cosa de todos los días.

Finalmente, regresan al punto de partida. Ya en el interior de la iglesia vuelven a pasar frente al santo, que está de nuevo en su lugar. Pero muchos de ellos no le dejarán la ofrenda de alcatraces y velas que tuvieron en sus manos durante la procesión.

“Traen la ofrenda de flores y tocan al santo, por la fuerza positiva, espiritual, que adquiere la flor, y la llevan a su casa, a sus enfermos, y en los momentos que ellos necesiten pueden invocar a su santo”, aclara el sacerdote. Y agrega que “es la fuerza espiritual del santo que se llevan consigo”.

“Las flores del santito se las llevo a mi santito”, dice una mujer de blusa violeta que confirma la explicación de Saravia Uc.

Ante la pregunta de qué le solicitan alpadre Jesús, las respuestas difieren.

“Le pedimos gracias”, expresa una anciana de cabellos grises.

“No pido, son costumbres”, responde otra, y una tercera afirma que “pide por sus hijos”.

Afuera ya están por empezar a bailar. Alguien toca una flauta de madera y la tranquilidad de sus sonidos prehispánicos se funden con el bullicio de la fiesta.

En este pueblo con nombre de fruta el último día de celebración se vive a pleno, las creencias se comparten con los vecinos y las certidumbres indígenas se mezclan con las ideas de la religión formal de manera contrastante e irreprochable a la vez.