Humboldt: ¿turista o explorador?

MAR DE FONDO

(Primera de dos partes)

Hace días amaneció el Parque de La Reina con un nuevo guardián de bronce que nunca cierra los ojos. No es la primera vez que viene al puerto. Lo tuvimos aquí hace 221 años, a principios del año 1803, proveniente del puerto de Guayaquil, Ecuador, a bordo de la fragata Orúe.
Es Federico Enrique Alejandro de Humboldt, explorador, naturalista, hombre de mundo, embajador de buena voluntad y, muy importante, divulgador de la ciencia de su época. No era un simple turista. No señor.
De él se puede decir que era el hombre universal de su tiempo, educado en las mejores universidades de Europa, y que siendo heredero de una fortuna familiar considerable, decidió dedicarse a la exploración y descripción del mundo natural del relativamente recién descubierto continente Americano, del cual en Europa se conocía poco o en una mezcla de observaciones de la vida real junto con una plétora de quimeras míticas que se plasmaban en las publicaciones de la época.
Antes de llegar a Acapulco había viajado por territorios que ahora son países como Cuba, Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, en conjunto asiento de la mayor expresión de biodiversidad del planeta, y con los ojos aún saturados de las maravillas naturales del sur del continente fue que arribó a Acapulco. Nada lo preparó para lo que lo que le esperaba en México.
Tuvo la suerte de presenciar la partida del Galeón de Manila, de seguro maravillado por asistir a la concurrencia pacífica de tantas razas que todavía no se hermanaban genéticamente en el activo proceso de mestizaje que se daba en la Nueva España. El parloteo en multitud de idiomas asiáticos, europeos y americanos debió haber sido espectacular, como también la mezcla de humores, platillos y condimentos, literalmente, de todo el mundo conocido que participaba en esta primera etapa de globalización que conoció el planeta.
De que era más que un turista, no queda duda de eso. Un turista en un destino se divierte, descansa, consume recursos y produce desechos, dejando tras su visita sólo residuos a su paso. Nuestro viajero-explorador se dedicó a recabar información, ejemplares de flora y fauna, observaciones geofísicas, topográficas, batimétricas, mineralógicas y de la población humana y su desempeño social, y tomado de la mano de naturalistas como Alejandro Malaspina y varios sabios latinoamericanos, poco a poco abandona el camino a trote ligero del simple acopio de ejemplares para comenzar a llevar a cabo esquematizaciones con alcances a nivel regional e incluso planetario, resultante que era de esperar de un observador que en su haber contaba con viajes en varios países del orbe.
Este acervo fue plasmado en forma de trabajo científico en el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, aportación de gran calado a la ciencia del siglo XIX y referente todavía de la ciencia del siglo XXI, el cual cuenta con cinco tomos. Otros trabajos fueron también publicados a lo largo del tiempo gracias a sus recorridos por el continente Americano : Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente (34 tomos), Viaje a las regiones tropicales del Nuevo Continente (10 tomos), Kosmos (5 tomos), Ansichten der Natur (2 tomos), Vues des Cordillères et monuments des peuples indigènes de l’Amérique (2 tomos) y el Atlas géographique et physique du royaume de la Nouvelle-Espagne. Definitivamente, Humboldt no era sólo un turista.
Siempre acompañado en campo por el eminente botánico y médico francés Aimé Jacques Alexandre Bonpland y por el científico ecuatoriano Carlos Montúfar de Larrea, apoyado además en la laboriosa tarea de clasificación por el botánico inglés Carl S. Kuhnt, la visión que se tenía de la naturaleza en aquella época se ampliaba de manera vertiginosa gracias a las detalladas observaciones del equipo que en conjunto firmaba con las iniciales “HBK”, demostrando con esto que la ciencia es una actividad colectiva y altamente colaborativa.
Ipomoea hederifolia HBK (Campanilla morada), Gossypium hirsutum HBK (Algodonero), Heliotropium indicum HBK (Hierba de San Juan), Cassia alata HBK (Candelilla), Bocconia frutescens HBK (Planta de sangre), Guaiacum coulteri HBK (Guayacán), Senna alata HBK (Candelilla), Acacia farnesiana HBK (Mezquite dulce), Solanum americanum HBK (Trompillo), Ipomoea cairica HBK (Campanilla de la India) son algunas de las especies botánicas que fueron registradas por el equipo en esos breves e intensos días que permanecieron en el puerto, los cuales fueron muy benéficos para la ciencia de la época.
Uno de los productos más conocidos de este esfuerzo científico fue la elaboración de una muy detallada infografía que representa la distribución de las Zonas de Vegetación de Sudamérica con respecto al clima, a la latitud y la altitud, la cual demuestra de manera gráfica como es que estas variables del mundo físico influyen en la distribución y abundancia del mundo biológico. Muchas de sus reflexiones impactaron profundamente en la ciencia de su tiempo y siendo un hombre de mundo tuvo el buen tino de saber cómo hacer llegar esos conocimientos al público en general, pues además de tener una buena presencia tenía fama de ser un buen conversador y aún más excelente narrador. Si el barón hubiera vivido en esta época de seguro hubiera sido una estrella sólida y preferida de las redes sociales. Sus impresos publicados en francés –el lenguaje “culto” de la época– eran referentes de lectura obligados a la gente que viajaba hacia el nuevo continente.
Los escritos de Humboldt brincan con agilidad de la parte estrictamente científica plagada de datos duros a las descripciones surgidas de la admiración profunda que inspiraba la belleza del paisaje.
Ejemplo de lo anterior es la descripción magistral de la bahía de Acapulco, en donde dijo lo suficiente pero no demasiado: El puerto de Acapulco forma una inmensa concha cortada entre peñascos graníticos abierta al sur suroeste que tiene de este a oeste 6000 m de ancho. De otra parte, estas costas peñascosas son tan escarpadas que un navío de línea puede rozarlas sin ningún riesgo porque casi en todas partes hay de 10 a 12 brazas. Pocos sitios he visto en ambos hemisferios que presenten como Acapulco un aspecto más salvaje y aún diré más lúgubre y romanesco, rematando después con : El magnífico puerto de Acapulco, donde los galeones españoles arrojan el oro del Perú y la plata de Nueva España, apenas tiene defensa contra los vientos del este. Sin embargo, el puerto es un espejo tranquilo, y cuando el sol se pone detrás del pico de la montaña de la Cruz, la vista desde la fortaleza es maravillosa.
La referencia textual de su visita a La Roqueta también fue plasmada en su obra: La Isla de la Roqueta es un islote rocoso situado frente al puerto de Acapulco. Su forma y la naturaleza de sus rocas son notables. La isla es un lugar de paseo para los habitantes de Acapulco y es famosa por sus cuevas y formaciones rocosas, que han sido erosionadas por el oleaje del Pacífico durante siglos.
Esto parece suficiente como indicativo de que el barón tuvo que haber desembarcado en La Roqueta, porque la isla es un rasgo geográfico muy relevante a nivel regional. Se sabe que estuvo alrededor porque existen mediciones batimétricas –del fondo marino– compartidas con un cartógrafo de Malaspina de nombre Dionisio Alcalá Galiano, con el cual Von Humboldt confeccionó uno de los primeros mapas de la bahía en la que el trazo es muy cercano a las representaciones cartográficas actuales. Suficiente mérito entonces para ingresarlo en un lugar de honor que se tiene en la isla de La Roqueta para los pro hombres que la visitan y algo bueno han dejado para el puerto.

 

Retoña la flora de la Roqueta y al parecer la fauna no sufre daño por Otis: oceanólogo

Jacob Morales Antonio

El oceanólogo e integrante de la Asociación Pro-defensa y Conservación de la Isla de la Roqueta, Efrén García Villalvazo, informó que la vegetación en el lugar está retoñando a pesar de que el 100 por ciento de los árboles y arbustos fueron derribados por los fuertes vientos del huracán Otis.
Consultado por teléfono el especialista dijo que la fauna marina no tuvo afectaciones por el huracán, pero sí por las embarcaciones que encallaron en la zona oriente de la isla, y donde integrantes de la Secretaría de Marina está haciendo trabajos para extraer el combustible de las embarcaciones, aunque reconoció que pudo haber descarga de aceites al mar.
García Villalvazo informó que el acceso a los senderos de la isla está limitado, porque no han sido despejados, hay troncos y árboles caídos, esto a pesar de que algunos grupos de voluntarios y prestadores de servicios turísticos han acudido a hacer la limpieza de las zonas más próximas al muelle y de restaurantes.
Precisó que la devastación que provocó el huracán con los árboles se debió a que debido al tipo de suelo, las raíces no estaban enterradas, sino que crecían alrededor del tronco, y no había cómo sostenerse ante las rachas de más de 300 kilómetros por hora.
“Los árboles están caídos, pero están comenzando a renacer, parece que alcanzaron a sobrevivir. La vida se va a adaptando, se ha comprobado que están reverdeciendo, porque cuando hay hojas verdes quiere decir que hay alimentos y van a sobrevivir, yo estaba acongojado porque se cayó todo”, indicó.
Respecto a los animales que habitan la isla, dijo que la mayoría sobrevivió, porque no han encontrado restos en las zonas donde ha recorrido. Informó que el 4 de febrero voluntarios del grupo de senderismos Raptors Runners Acapulco llevarán a cabo una limpieza en los senderos de la isla para ir poco a poco abriendo los espacios que muchas personas visitaban para emprender caminatas o simplemente apreciar la naturaleza y las vistas que ofrece la isla.

Huracan Otis: La última lección

Con todo respeto escribo esta historia fantástica inspirada en el relato de un sobreviviente como un homenaje a aquellos hombres de mar que por la mañana no pudieron llegar a puerto. Muchos todavía están por ahí y aún se les espera
en casa.

Mi nombre es Pedro Espinoza. Soy –o más bien fui– capitán del Tiger, embarcación de 58 pies de eslora y varios centenares de caballos de fuerza con base en La Marina de Acapulco, y cité a mi marinero a las 9 de la mañana, como siempre, del 24 de noviembre.
Circulaba la información del arribo de un huracán llamado Otis por la madrugada, así que decidí ir a refugiar la embarcación temprano para encontrar lugar a buen abrigo cerca de la Base Naval. Aun así, se trataba de capotear una tormenta y eso siempre impone respeto.
Lalo (Joel Eduardo González Candela), como siempre, me acompañaba en esta tarea propia de nuestra profesión y me sentía seguro de haber hecho una buena elección. Desde el puente de mando lo veía caminar ágilmente por las superficies húmedas del yate sin la más mínima vacilación y llevar a cabo todas sus tareas como marinero sin ningún error. Volteó sobre su hombro al sentir que lo observaba y sonrió como saludo. Sí, Había hecho una buena elección.
Llegamos al punto de fondeo cerca de Villa Alejandra y junto con otras 30 o 40 embarcaciones nos distribuimos para no estorbarnos en la maniobra en caso de que hubiera viento fuerte. Algunos eran amigos de muchos años y los saludamos con la familiaridad de toda la vida. A lo sumo esperábamos solo un día más de trabajo con oleaje fuerte. Y sí, quizá algo de viento fuerte, ya nos lo anunciaba el meteorológico. Algo de viento fuerte.
Cayó la noche después de una tarde perezosa con una superficie del mar tan plana que no parecía hubiera una tormenta próxima. Hacia las 8 de la noche recibimos una actualización por noticiero de que el huracán apuntaba directamente hacia el corazón del puerto de Acapulco y que iba subiendo de categoría absorbiendo como combustible de alto octanaje la vaporación intensa que provocaba el agua caliente que desde hace meses azotaba esta región del océano Pacífico. El huracán tenía un aspecto compacto y muy común; sin embargo, en pocas horas pasó raudo por la categoría 3 y llegó sin dificultad a la 5 justo antes de tronar contra el inerme puerto que lo esperaba sin conocer a ciencia cierta de su poder.
Con el ancla tendida y la máquina prendida nos aprestábamos para embestir con lo mejor de nuestra marinería al monstruo líquido que se nos venía encima. A las 10 de la noche comenzaron a llegar las primeras olas de campo cercano generadas por la fuerza del viento y esa primera ola fue un negro presagio al cubrir por completo al yate Tiger. Una segunda ola repitió la dosis y el terror se apoderó de mi marinero que volteó a verme y con sequedad le atizo la frase: Reza. Ya nos llevo la…”.
El viento rugía trepando rápidamente varios órdenes de magnitud hasta estabilizarse en un punto que selló con una impronta de silbido supersónico a todos los que habitamos el puerto. Un silbido acompañado de gritos, de crujido de metales y fibra de vidrio desgarrada, de estampidos por el choque de las embarcaciones, de zumbidos de lo que no se podía ver. Diez minutos bastaron para que Otis arrasara con esta pequeña flota sin esperanza alguna para sus tripulantes que hacían sonar sus sirenas en solicitud de un auxilio que se sabía era imposible que llegara.
Intuyendo lo que ya era evidente, Lalo alcanzó a hacer una llamada telefónica de despedida a su familia con un mensaje dramático: “Mujer, ¡nos estamos hundiendo!, ¡cuida de mis hijos!¡No me dejen de buscar…!
Lalo me sujetaba con fuerza mientras yo trataba de controlar el timón.
–¡Pedro…no quiero morir…! –me decía mi joven aprendiz del mar.
–Yo tampoco –le contesté, pero no veía cómo librarla. Sentía que mi suerte marinera se agotaba rápidamente.
Una turbonada intensa sujetó a la embarcación y la volcó violentamente sobre un costado sacándonos de la seguridad relativa del puente. Alcancé a gritar a Lalo que nadara y que luchara por su vida. Furiosos micro torbellinos se formaban y se deshacían en minutos en la superficie negrísima del agua. Uno de ellos me atenazó por una pierna y me jaló hacia abajo, abajo, abajo. Contuve la respiración lo más que pude y más allá de lo que pude. Pero el impulso por respirar quemaba mis pulmones y contra lo que dictaba la razón respiré hondo, muy hondo. El agua fría se precipitó por mi garganta y la desesperación súbitamente cesó como impulso vital. Una paz espesa y serena me invadió y me llevó fuera de la locura que se arremolinaba con violencia en la superficie; quedo inmóvil, suspendido en una tersa tumba de agua. Viajo y me dejo llevar. Mi vida ha sido larga, divertida y fructífera. He visto mares y olas por miles. Es hora de parar.
Pero, ¿y Lalo? Mi conciencia en un chispazo se trasladó instantáneamente al lado de mi joven marinero y desde el fondo le veo claramente nadando en la superficie del agua verdosa y agitada e iluminada por relámpagos. Torbellinos se formaban en la superficie y reventaban contra su rostro tratando de arrancarle su chaleco salvavidas que apenas le mantenía en superficie. Veo un cojín flotador a lo lejos y me estiro de manera inverosímil para acercarlo a sus manos. Él se aferra con frenética esperanza y lo usa a manera de escudo contra las gotas de agua que como furibundos abejorros escupidos por una Karcher se estrellan contra sus ojos cegándolo por completo. Palapas, pedazos de plástico, ramas, restos del yate y de otros yates complementan la singular metralla que amenaza con hacerle perder el sentido, asunto probable pues el viento del huracán en ese momento con facilidad rebasaba los 300 km por hora provocando que los oídos se taparan por el diferencial de presiones. Siento en mi mano su dolor al apretar el cojín y toparse con una pija que Lalo aprieta para evitar que el cojín resbale de sus manos. Quién sabe qué tanto le debe a este recurso el no haber perdido su flotador. Vi claramente como el agua lo alzaba y lo sumergía nuevamente como un muñeco sin esqueleto y él, aferrándose a la vida. Tiene tanto por qué vivir. Su joven esposa. Sus dos hijas pequeñas. Su seguramente exitosa carrera como capitán de yate.
El viento lo arrastra como un suspiro fuera del área protegida que representaba la Base Naval. Súbitamente el aire se detiene y a la luz de rayos del mismo huracán alcanza a ver que se ubicaba a la mitad del camino entre Punta Bruja y la Piedra del Elefante. ¡Lejísimos! ¡El viento lo había empujado fuera de la costa! De repente imaginó a sus hijas llorando sobre su cadáver despellejado y empalidecido por el agua de mar y eso le dio una fuerza sobrenatural para nadar hacia el centro de la bahía. El viento comenzó a aullar de nuevo y vi con alivio que lo arrastraba como a un barquito de papel rumbo al Farallón del Obispo, justo al interior de la bahía. La tarea de mantenerse a flote se había convertido en una odisea saturada de dolores, pues sus piernas eran perforadas perversamente por calambres provocados por el sobre ejercicio a que las había sometido Lalo. Y sin embargo, seguía nadando.
–Nada, nada Lalo, no dejes de nadar –le grito muy fuerte al oído. Estoy convenciendo al mar de que te deje flotar, le he convencido de que te permita respirar.
Me di cuenta de que su cuerpo aun resistía. Su mente, ya casi no. Y de repente Lalo me provoca una sonrisa cuando escuché claramente como ponía en práctica una técnica para sobrevivir naufragios que me había platicado había leído en libros de navegación y en Facebook: repetir palabras, números, lemas, muchas y tantas veces hasta que se convertían en mantras de los cuales se colgaba artificialmente la atención para proseguir la lucha contra los elementos, y en este caso hasta contra la locura, engañando a su mente para que pensara en otra cosa que no fuera la muerte.
“Uno, dos, tres, cuatro, cinco, cinco, cuatro, tres dos uno. El 15 por ciento de 2 mil 200, el 35 por ciento de mil 400… Padre nuestro que estas en el cielo, ánimo, ánimo lo peor está pasando. Aguanta cabrón, aguanta… ya esto se acaba, ya casi acaba…”. Su vida pasaba frente a él –de qué otra manera podría ser– y revisaba lo que había hecho y había dejado de hacer. El balance no lo favorecía.
Haciendo uso de una recién adquirida agudeza bajo el agua daba yo vueltas con facilidad alrededor de Lalo y me sorprendo al notar que ahora cuento con una gran cola ahorquillada de rígidos bordes, como uno de esos atunes que alguna vez pescamos juntos. Nado maravillado con ella y gracias a ella cuido a mi marinero… Magnífica pelea. Magnífico muchacho.
Unos seres azulados con escamas pequeñas y brillantes, chaneques nacidos del agua de mar y vueltos remolino por el fenómeno sureño de El Niño, hicieron un último intento sobre el exhausto muchacho. Tomándolo con violencia por el pecho intentan llevarlo al fondo de la bahía. Poco les hubiera costado, ya estaba muy cansado. Con un par de coletazos furiosos llego cerca de ellos y advierto que mi cola ahora tiene la forma truncada de un pargo dientón de rojas escamas, de esos que pelean con fiereza por su vida. Sujeto a Lalo por los brazos causándole oscuros moretones y a jalones azotando mi poderosa cola lo acerco a la superficie. Y justo en ese momento me doy cuenta de que he aprendido el lenguaje del agua, del aire y del viento y dialogo con ellos. Les platico de la vida, de mi vida que termina, de la vida de Lalo que apenas comienza, pero… ¿qué van a saber de este tema esos duendes-remolino que tienen apenas unos minutos de vida por delante? Sin embargo, hay que explicarles, y lo entienden. Sueltan a Lalo y llegamos a la superficie apenas para que el joven llenara sus pulmones con fresco aire cargado de humedad, diésel marino y plásticos rasgados por el huracán.
Parece mentira, pero esta tormenta está sacando lo mejor de Lalo como persona, como hombre, como marino. Siento su miedo, pero también veo que su miedo ahora se convierte en su motivo principal para seguir adelante. Y sigue. Nada 500 metros más, 100 metros más, 10 metros más.
El viento disminuye y se reduce hasta solo ser un silbido suave que no asusta a nadie. La lluvia cae a raudales sobre un mar lleno de detritos arrancados de tierra firme y salpicado de vidas humanas y de animales que tienen solo minutos de haberse extinguido. Al fondo de la bahía oscurecida por un apagón eléctrico, Lalo alcanza a visualizar un remolcador que se había fondeado rumbo a la Base Naval y allá dirige sus cansados miembros. Los dedos de los pies se vuelven hacia abajo con dolorosos espasmos, pero había que seguir. Con una mano entumecida sujeta con fuerza el cojín que ha sido su escudo y con la otra sigue nadando, nadando. Dos horas más tarde sus esfuerzos le hacen llegar al remolcador y se pesca de una llanta que colgaba de él. Gritaba, pero nadie le hacía caso hasta que alguien se asomó. Algunos compañeros lo reconocieron y le tiraron una “dona” para rescatarlo del agua. Y como en las películas, la cuerda no alcanzaba para que llegara al aprendiz de náufrago. Una corriente lo arrastraba lejos del barco y de la salvación.
–¡Suelta el cojín, Lalo, suéltalo para que llegues a la dona! –le gritaba con desesperación la tripulación
Él se resistía, pero… ¡le debía tanto al cojín! Al final lo soltó, hizo un doloroso sprint final y llegó al salvavidas. Tuvieron que ayudarlo a subir pues se sentía absurdamente cansado. Ya a bordo mi aprendiz de capitán agotó su último gramo de resistencia y rompió a llorar de cansancio, de agradecimiento, de tristeza. ¡Lo logró…! Nuevamente verá a su familia… es salvo.
Muchas historias, mucho dolor, mucho asombro. De todo esto mi valiente aprendiz salió bien librado y ahora dedica su tiempo a tratar de localizar a sus compañeros en desgracia. A esos que no los busca la autoridad, a esos que quieren ocultar de la lista oficial de fallecidos mediante el desgastado y flaco recurso de declararlos como “desaparecidos”. Sus amigos de las embarcaciones Niurka, Tourbillon, Sereno y Bachu con los que desayunaba todos los días no aparecen o han fallecido. Dura prueba le queda por delante pues siendo un genuino sobreviviente, los familiares de los desaparecidos acuden a él por consejo, por esperanza, por consuelo.
La última lección consistió en sobrevivir a un huracán categoría 5 y a continuación servir a sus compañeros de la comunidad marina.
Le dedico una última mirada orgullosa y con lentitud me elevo hacia lo que sigue. Me llevo de aquí la mejor recomendación.

* El autor es oceanólogo y miembro de la Asociación Prodefensa y Conservación de la isla La Roqueta

 

Retiran toneladas de basura en el primer día de limpieza en la playa Manzanillo




Pedazos de madera vieja y fibra de vidrio, basura, así como fierros y trozos de lanchas fueron retirados de la playa Manzanillo como parte del proyecto de reordenamiento de ese balneario.
La mañana de este miércoles, asociaciones civiles en coordinación con autoridades de los tres ámbitos de gobierno comenzaron la limpieza integral de la playa Manzanillo, en la que recolectaron varias toneladas de desechos.
En días pasados, el Comité de Mejoramiento del Barrio de Manzanillo, que encabeza Efrén García Villalvazo, presentó un proyecto de reordenamiento y limpieza para ese balneario, con el objetivo de dar una buena imagen.
Ayer participaron integrantes del Comité del Barrio de Manzanillo, de la Asociación de Colonos de Península de las Playas, así como representantes de Semarnat, Profepa, de la Promotora y Administradora de Playas, Ecología, Servicios Públicos, Áreas Verdes, Imagen Urbana, Zona Federal, la Policía Ecológica, restauranteros y trabajadores del astillero.
Del lugar se retiraron varias toneladas de pedazos de lanchas, madera vieja, fierros, fibra de vidrio, bolsas, botes de plástico y escombro, mismos que fueron llevados al relleno sanitario, no sin antes –explicó la coordinadora de Servicios Públicos Municipales, Angelina Mercado– los pepenadores escogieran el material que les sirve.
A pesar de que se logró despejar un poco el lugar, aún hay algunas embarcaciones descompuestas y que no pueden ser retiradas debido a que no se sabe quiénes son los dueños.
García Villalvazo hizo un llamado a los dueños para que retiren sus embarcaciones, pues “hay lanchas que tienen hasta 15 o más años y están abandonadas, por eso queremos que los dueños vengan”.
Indicó que por el momento se tira la pedacería que puede ser retirada a mano, pues posteriormente se requerirá de maquinaria, “hay restos muy pesados”.
Por su parte, la directora de Imagen Urbana, Dulce María Gómez Velasco, se quejó que los trabajadores sindicalizados de la Semarnat no quisieron trabajar en conjunto y prefirieron sólo retirar lo que había en su área de competencia.
“Cuando pregunté quién estaba de la Semarnat para poder coordinarnos, uno de los trabajadores me ofendió al decirme que no le hacía caso a locas, entonces ante la falta de respeto preferí que ellos hicieran su trabajo donde quisieran y ya nosotros nos pusimos a trabajar con los demás”, señaló.
Dijo que Imagen Urbana ya coloca 60 palmeras y rehabilita las jardineras que están en los accesos a los yates de paseo y que antes se usaban como basureros.