Acapulco, por siempre y para siempre I

Ignacio M Altamirano
Tixtla, Gro. (1834-1893)

Huésped con los suyos de la familia Álvarez en la hacienda de La Providencia (Acapulco), Ignacio Manuel Altamirano Basilio participa con don Juan y su hijo Diego en la redacción del Plan de Ayutla, tarea a la que se unirá más tarde don Benito Juárez. Llegadas las fiestas patrias de septiembre de 1865, el gobernador de Guerrero, Diego Álvarez, pide al maestro tixtleco que pronuncie el discurso alusivo durante la ceremonia del Grito en Acapulco. Ya en el puerto, no podrá hacerlo por la llegada de refuerzos militares para la ocupación francesa y entonces será llevado a La Sabana, donde pronunciará una alocución exaltando la belleza de Acapulco y el patriotismo de sus habitantes:
“Íbamos a celebrar las fiestas de septiembre en el bello Acapulco, allí, a orillas de esa dulce y hermosa bahía que se abre en nuestras costas como una concha de plata; iban sus mansas olas de esmeralda a acariciar los altares de Hidalgo, iba su fresca brisa a agitar los libres pabellones; iban los penachos de sus palmas próceres a dar sombra al pueblo regocijado; iba el lejano mugido del tumbo a mezclarse en el concierto universal; iba, como tantas veces, Acapulco a aderezarse con su guirnalda de flores, cuando repentinamente, extranjeras naves, las naves de aquél que se llama soberano de México (Maximiliano de Habsburgo) han venido a deponer en nuestras playas una falange de traidores”.
Surto en la bahía del puerto, el vapor St Louis de la línea Pacific Mail se dispone a partir hacia puertos estadunidenses. Son las once de la noche y Altamirano ha sido el útimo pasajero en abordarlo. Escribe en su camarote:

Al salir de Acapulco

Aún diviso tu sombra en la ribera
salpicada de luces cintilantes,
y aún escucho la turba vocinglera.

De alegres y despiertos habitantes
cuyo acto lejano hasta a mi oído
viene el terral trayendo, por instantes.

Dentro de poco, ¡ay Dios!, te habré perdido,
última, que pisara cariñoso,
tierra encantada de mi Sur querido.

Me arroja mi destino tempestuoso
¡adónde? no lo sé, pero yo siento
de tu mano el empuje poderoso.

¿Volveré? Tal vez no y el pensamiento
ni una esperanza descubrir podría
en esta hora de huracán sangriento.

Tal vez te miro el postrimero día
y el alma que devoran los pesares
su adiós eterno, desde aquí te envía.

Quédate pues, ciudad de los palmares,
en tus noches tranquila arrullada
por el acento de tus roncos mares.

Y a orillas de tu puerto recostada,
como una ninfa en el verano ardiente
al borde de un estanque desmayada.

De la sierra el dosel cubre tu frente
y las ondas del mar siempre serenas
acarician tus plantas dulcemente.

¡Oh suerte infausta! Me dejaste apenas
de una ligera dicha los sabores
y a desventura larga me condenas.

Dejarte ¡oh Sur! acrece mis dolores
hoy que en tus bosques quedase escondida
la hermosa y tierna flor de mis amores.

Guárdala, ¡oh Sur!, y su existencia cuida
y con ella alimenta mi esperanza,
¡porque es su aroma el néctar de mi vida!

Mas yo te miro huir en lontananza
oigo alegre el adiós de extraña gente
el buque, lento en su partida avanza.

Todo ríe en cubierta indiferente:
sólo yo con el pecho palpitando
te digo adiós con labio balbuciente.

La niebla de la mar te va ocultando;
faro, remoto ya, tu luz semeja;
ruge el vapor, y el Leviathán bramando.

Las anchas sombras de los montes deja.
Presuroso atraviesa la bahía
salva la entrada y a la mar se aleja;

Y en la llanura lóbrega y sombría
abre en su carrera acelerada
un surco de brillante argentería.

La luna, entonces, hasta aquí velada,
súbita brota en el zafir desnuda,
brillando en alta mar. ¡Mi alma agitada,
pensando en Dios, a la inmensidad saluda!

Dr Alfonso G. Alarcón
(Chilpancingo 1864-1953)

“Acapulco es un encanto tanto por fuera como por dentro. Ahora se comprende y se disfruta su belleza natural porque el automóvil ha dominado a la Sierra Madre, pero cuando era un puertecillo olvidado al que sólo podía llegarse a lomo de bestias jadeantes o por la vía marítima en barquichuelos endebles o vapores de la línea americana que funcionaba entre San Francisco y Panamá, el aislamiento en que se vivía le daba cierto encanto de joya escondida y engarzada en la ruda montaña”.
“Los viajeros de ahora se fatigan realizando el recorrido por la carretera y experimentan incobrable satisfacción y confortable deleite cuando al tramontar el último baluarte que forman aquél circo gigantesco, súbitamente reciben la sorpresa del bellísimo paisaje marino. Los de la época que recuerda Rosendo Pintos, entre fines del siglo XIX y principios del XX, mucho más fatigados por las jornadas largas que teníamos que emprender por el sendero escabroso, seguramente que sentíamos más satisfactoriamente el llegar al Raicero, el enorme recibimiento del cielo, mar, montaña, brisa, olor y calor que da Acapulco a sus visitantes como premio de su esfuerzo.”
(Extracto del prólogo escrito por el doctor Alfonso G. Alarcón para el libro Acapulco, monografía anecdótica y contemporánea –1949–, de don Rosendo Pintos Carballo. Ambos fueron amigos entrañables desde la infancia por haberla disfrutado en el puerto. Fue él un distinguido pediatra mexicano, autor de varios textos sobre el la especialidad médica y entre ellos el Breviario de Pediatría, galardonado en 1935 con la Corona Olímpica, del gobierno de Bruselas, Bélgica). El acapulqueño funda la biblioteca de Acapulco y le da el nombre de su amigo.

Miguel Ordorica
México, DF (1884-1963)

–Un baño en Caleta supera los efectos de tres inyecciones tónicas.

Llamado “el periodista non de América”, Miguel Ordorica fue el director fundador del vespertino Últimas Noticias de Excelsior. Fundó también los diarios El Sol de San Luis Potosí y El Sol de Guadalajara., ambos de la Cadena García Valseca. Tipo extraño, dirán de él porque presumía su orgullo de haber sido amigo de Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta.

Agustín Aragón y Leyva
(1870-1954 )
¡Acapulco, nomás!

“No hay nada más bello que nuestras costas… Ni la Costa Azul de Italia, ni las muy hermosas playas de Biarritz en el golfo de Gazcuña. Ni San Sebastián, ni el Cantábrico. Allá, castillos almenados, carreteras inmejorables, grandes hoteles, lujo. Aquí, la belleza agreste del paisaje… el paisaje único de Acapulco, nomás”
(Agustín Aragón, morelense, maestro, escritor, ingeniero, topógrafo, hidrógrafo, geógrafo astrónomo y geodesta. Sucesor de Gabino Barreda al frente de la escuela filosófica del positivismo en México. Fue diputado federal los últimos diez años del porfiriato).

Gabriel García Márquez
Colombia (1927-1982)
Acapulco y Cien años de Soledad

La manera de cómo Gabriel García Márquez escribió su más famosa novela, ya forma parte de la mitología literaria latinoamericana. Así lo narra él mismo:
“Desde hacía tiempo me atormentaba la idea de una novela desmesurada, no sólo distinta de cuanto había escrito hasta entonces, sino de cuando había leído. Era una especie de terror sin origen.
“De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma, tan intenso y arrasador, que apenas sí logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad:
–¡Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera!.
“No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: “Muchos días después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…
“Desde entonces no me interrumpí un sólo día en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final”.º

 

1939-2024: Escuela Secundaria Federal 22

 

(Segunda y última parte)

Miranda Fonseca

Dos años más tarde, una vez que ha encauzado la segunda enseñanza en Acapulco, el maestro Eduardo Jiménez Ramírez entrega la dirección de la Secundaria Federal 22 al profesor Eugenio Miranda Fonseca, originario de Chilapa. Así retratado por sus alumnos en el Anuario Escolar: “difícil de carácter pero muy formal en sus clases y estricto con las tareas”. Mismo documento en el que expresarán cariño y gratitud para todos sus maestros: Edmundo Villalva (geografía), Oswaldo Olvera (civismo), Julio Vélez (talleres), Mauricio Güicho González (música) y Eva Martínez de León (inglés) .
Miranda Fonseca, hermano de Donato de los mismos apellidos, alcalde de Acapulco (1953-54) y secretario de la Presidencia en el gabinete del presidente López Mateos (1958-64), cumplirá un año al frente de la institución y su relevo será el maestro J. Guadalupe Lozano. Este, a su vez, entregará la estafeta el maestro Eduardo Vega Jiménez, quien llevará a la institución a los más altos niveles de aprovechamiento y prestigio de los que goza en la actualidad.

La tragedia

La tragedia sobrevendrá tres lustros más tarde. La casona que alberga a la Secundaria Federal 22 sucumbe luego de una serie de sismos que sacuden al puerto los días del 3 al 16 de septiembre de 1953. Los daños se reportan graves en toda la ciudad, incluida nuestra escuela que sufre la destrucción del área de talleres y muy lastimado el resto del inmueble. Por poco tiempo, ciertamente, pues el temblor de la Noche del Grito acabará totalmente con la vieja, la casona de adobe con techo de tejas. Y, por si hiciera falta, un tercer movimiento al amanecer del 16 la reducirá a una montaña de cascajo.
La primera reacción de la población fue necesariamente de pena y congoja por la afectación general de la ciudad. Emociones que contrastarán con las manifestaciones de alegría y felicidad expresadas por estudiantes y padres de familia de la secundaria. Dando gracias al cielo porque los sismos no hubieran ocurrido en días y horarios de clases. Habrá incluso una misa de acción de gracias en la vecina parroquia de La Soledad.

¿Y ahora?

Será esta la angustiosa pregunta de los afectados y la respuesta será inmediata por parte de la SEP: “La Secundaria 22 ocupará por las tardes las instalaciones de la Escuela Primaria José Ma. Morelos y Pavón, localizada en el área del mercado de la ciudad. Será por poco tiempo, se advertía, púes su edificio se construirá rápidamente.
Ocurrirá lo previsible a partir aquella abrupta invasión. Profesores y alumnos se quejarán de una y mil anomalías adjudicadas a los apestosos arrimados. Algunas: el mobiliario escolar para niños usado por adultos, lo mismo ceniceros y perforado con dibujos de mujeres desnudas. Las leyendas obscenas en los baños, además de la presencia constante de sucios “globitos de hule”.
Finalmente, un grupo de estudiantes toma la decisión de no esperar el nuevo año escolar arrimados en la escuela Morelos y buscan apremiar la solución. No se dirigen a ninguna representación local de la SEP sino al alcalde de Acapulco, Donato Miranda Fonseca, cuya hermano Eugenio había sido de los primeros directores de la Secundaria 22. Este les ofrece su más amplia colaboración para que muy pronto ocupen su escuela propia. Para asombro de los jóvenes, a los pocos días de aquella entrevista se anuncia la visita del secretario de Educación Pública, José Ángel Ceniceros, quien vienen especialmente a conocer el caso de la Secundaria 22

El titular de la SEP

Don Rosendo Pintos Lacunza, cronista, ex alcalde de Acapulco y vecino pared con pared del inmueble colapsado, con la pérdida varias máquinas de su imprenta, escribirá en el diario Trópico:
“Por fin, un buen día se presenta ante la ruinas de la Secundaria Federal el secretario de Educación Pública, José Ángel Ceniceros, acompañado por el alcalde Donato Miranda Fonseca. Un grupo de estudiantes se hace presente en aquél momento con consignas alusivas y una gran manta en la que se lee: Exigimos edificio nuevo. Los muchachos portan pancartas condenando la tardanza de la SEP para asumir su responsabilidad demandando en coro: “¡queremos edificio nuevo!… ¡queremos edificio nuevo!…¡queremos edificio nuevo!”.
“El secretario Ceniceros no oculta su molestia, su irritación ante aquella manifestación. Monta peligrosamente a un volcán de cascajo de lo que fue el edificio escolar, para responder a los muchachos:
–¡Óiganlo bien, exigentes jovencitos, el gobierno del señor presidente Ruiz Cortines no necesita ni de ultimatos ni plazos fatales para cumplir con sus obligaciones y este caso no será la excepción. Les ruego que nos serenemos si queremos llegar a algo concreto. Tan no necesita el presidente Ruiz Cortines de apremios o exigencias que ha sido él quien me ha ordenado venir a Acapulco para lamentar con ustedes la destrucción de su escuela y darles la seguridad de que pronto tendrán un edificio nuevo. Y se los digo desde ahora, la escuela no se levantará en este mismo lugar, sencillamente porque no es apropiado.”
El grupo de “exigentes jovencitos” lo integraban Martha Durán, Olga Navarrete, Elvira Oscos, Cristina Cristerna, Mercedes Vanmeeter, Martina Roque, Violeta Zúñiga, Evelia Alcaraz, Elia Rita Vega, Eduardo Salinas Torres, Cuauhtémoc Lobato, Luis Castañeda, Cuauhtémoc Juárez, José Manuel Linares, Tadeo y Ervey Arredondo, Luis de la Peña, Armando Ruiz Massieu, Héctor Mújica, Jaime y Luis Muñoz Pintos, Guillermo González, Raúl Reducindo, Nicolás Salinas Sotelo, Ezequiel Ramírez, Alejandro Arzate, Magdaleno Monroy, Cuauhtémoc Rivera y este columnista.

Se inicia la construcción

La construcción de edificio para la Escuela Secundaria Federal 22 se inicia en el lejano fraccionamiento Hornos, a cargo del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas, CAPFCE. Se hace a chita callando seguramente para evitar la presencia de “exigentes jovencitos” midiendo los tiempos de construcción que, por cierto, muy pronto serán suspendidos.

Por vidita…

El Planeta, periódico escolar editado por quien esto escribe con la asesoría del maestro Alfredo Beltrán Cruz, consideraba “inaceptable que Acapulco, su juventud, no hubiera merecido en casi medio siglo un plantel de educación media Y se preguntaba: ¿Acaso será necesario que la juventud porteña se manifieste con acciones poco civilizadas para lograr lo que justamente se merece?”. Integraban el directorio del medio escolar quincenal: Virginia Hurtado, Ulises Vargas Guillén, Marta Rodríguez Rábago y Elio Reyes Berdeja.
El Planeta –dos hojas tamaño oficio– acreditará a su denuncia la reanudación de los trabajos paralizados por mucho tiempo. El director del CAPFCE lo negará revelando que ello había sido posible gracias a una inyección de un millón de pesos. Mismo funcionario que a finales de 1956 juraba, besando la cruz, que la escuela estaría a tiempo. Un juramento que, por cierto, no fue en vano pues justo antes de terminar el sexenio de Ruiz Cortines se entrega el edificio de la Secundaria Federal (ya no 22 sino número 1 de Acapulco).
Un inmueble por cierto muy pobre, así calificado por quienes habíamos conocido el proyecto original. Un maravilloso complejo educativo que hubiera sido modelo no sólo en el país sino en el resto del mundo. No habrá, sin embargo, reproches ni calificativos y sí muchas manifestaciones juveniles de agradecimiento para Adolfo Ruiz Cortines. Ello no significará que lo dejen de llamar a la mandatario con los motes populares relacionados con su edad (62 años): Momia, Faquir, Tío Coba, ARC (Antigua Reliquia Colonial) y más.

Ruiz Cortines en Acapulco

Permítasenos esta digresión para recordar una antigua estancia acapulqueña de un jovenzuelo Adolfo Ruiz Cortines. Se desempeñaba como secretario particular del general Alfredo Robles Domínguez, comandante de la División Militar del Sur con sede en el fuerte de San Diego. Hospedado en el hotel Jardín, de doña Balbina Alarcón de Villalvazo, en la calle de La Quebrada, el veracruzano trabó amistad con varios porteños en torno al dominó, un ejercicio de sus dominios plenos. Aquí, no obstante, algunos le darán batalla: Rosendo Pintos, el general Ismael Carmona y Rosendo Batani.
Todos ellos y más, encabezados por doña Balbina, serán sus mejores abogados cuando, candidato a la presidencia de la República, sea acusado por sus opositores de traición a la patria. Se le hacía responsable de haber servido al enemigo durante la invasión norteamericana al puerto de Veracruz, en 1814, en cuya defensa había sido sacrificado el teniente acapulqueño José Azueta.
La defensa de los acapulqueños fue contundente al narrar el día a día y el minuto a minuto sobre la estancia del joven Adolfo en el puerto, fechas coincidentes con la invasión veracruzana que sirvieron para amarrar la acusación. El general Miguel Henríquez Guzmán, candidato a la presidencia de la República por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, tendrá que tragarse su mentira

La Torre Azul

Don Adolfo visitará Acapulco siendo presidente y cuando deje de serlo siempre con la máxima discreción, se hospedaba en un departamento del edifico conocido como la Torre Azul, sobre la Costera, donde recibía a sus viejos amigos para pasarse horas moviendo las figuras del dominó. El vistiendo guayabera blanca con corbata de moño o “pajarita”, una indumentaria que se usará como etiqueta durante la Reseña Mundial de Cine. (La Torre Azul se adjudicó entonces a la primera dama doña María Izaguirre de Ruiz Cortines e incluso el hotel El Presidente)

Quinceañera

Volvemos a la Secundaria Federal 22 que cumple 15 años todavía arrimada en la escuela Morelos, sin poder celebrarlos como correspondía, con vals y toda la cosa. Coincidentemente, el periódico El Planeta cumplía dos años en la misma fecha y sus editores deciden una celebración conjunta. Un gran baile con la coronación de la reina de la escuela y del periódico estudiantil, la hermosa Emma Graef, quien bailará el vals dedicado a la escuela en el escenario de los muelles del Club de Skies. Interpretado por la famosa orquesta capitalina de Venus Rey (Venustiano Reyes, líder del SUTM), el único que se avino al presupuesto de los contratantes. Sus temas: Sobre las olas, En Acapulco fue, Vereda tropical, Te compro el mar, El Varadero, Hey Lupe, Té para dos y Al compás del reloj.

Cuadro de honor

Un grupo de docentes muy queridos, respetados e inolvidables formaron parte del cuadro de honor elaborado por egresados de varias generaciones de la Federal 22. Los encabeza el director de la institución, Eduardo Vega Jiménez, quien impartía literatura. Miguel Chavelas (subdirector, historia), Gloria Carro Mancilla (biología), María de los Ángeles Serratos (inglés), Socorro Pérez de Vega (manualidades), Alfredo Beltrán Cruz (física e historia), Teófilo Moyado (matemáticas), Arturo Horta Miranda (civismo), José Luis Córdova (química), David Malvaez de la Barrera (biología), José Flores (taller mecánico), Alejandro Ayala (ducación física), Mauricio González (música), Julio Vélez Romero (carpintería). Estos dos últimos, extraordinarios maestros, venían de la primera generación).

Himno a la Escuela Secundaria Federal 22

El autor de la letra del himno a la escuela Secundaria Federal 22, fue el alumno Juan Gilberto León Berdeja (más tarde distinguido profesor) y la música fue arreglada por el maestro Eduardo Ramírez Jiménez, primer director de la institución.

En honor a la escuela querida
Que simiente en su frente el saber
Entonemos un himno de vida
Que haga eco triunfal por doquier

Es la lira que trémula plañe
Con la trova que rasga el zafir
Y con eco de ritmo sagrado
Canta un verso de don del vivir

En tu honor ¡Oh, recinto sagrado!
Surge un canto de amor sin igual
Que nos dice con notas sonoras
Que eres ciencia y de luz manantial

Estudiantes costeños marchemos
Siempre unidos en férrea lealtad,
Y forjemos con fuerza grandiosa
La más pura y sincera hermandad

Acapulco nos pide entereza
En la busca de un gran porvenir
Y la Patria no dice: ¡Estudiantes,
a triunfar, a vencer o morir!

 

1939-2024. Escuela Secundaria Federal No. 22

 

(Primera parte)

Lázaro Cárdenas

La primera escuela oficial de enseñanza media se establece en Acapulco el 16 de marzo de 1939, siendo presidente de la República el general Lázaro Cárdenas del Río. Se le denomina Escuela Secundaria Federal número 22 (el número de ellas en todo el país) y ocupa una vieja casona en la esquina de las calles de La Quebrada y Francisco I. Madero, antiguas sedes de las oficinas de Correos y Telégrafos.
La decisión presidencial es aplaudida y agradecida por los porteños, reconociéndose como justo premio a la entereza y perseverancia de la juventud porteña, así como a las instituciones y personalidades que por años la gestionaron. Estarán entre ellos el alcalde Manuel López López (1927-28) y su hijo José Manuel López Victoria, más tarde cronista fiel de la ciudad. La maestra Felícitas (Chita) Jiménez, fundadora de la primaria Ignacio M. Altamirano; el periodista José O Muñúzuri, el hotelero tamaulipeco Carlos Barnard (El Mirador) y los comerciantes José Tellechea y Juan Gómez.
Se ponderó también el particular interés del secretario cardenista de Educación Pública, Gonzalo Vázquez Vela, quien designa como primer director de la institución al profesor hidalguense Eduardo Jiménez Ramírez y como subdirector al profesor Vidal Gutiérrez. Ambos procedentes de las célebres Misiones Culturales de la propia SEP.

Los primeros

Las primeras matrículas se generan inmediatamente y corresponden a las hermanas Lidia y Evelia Villalobos, hijas del profesor César Villalobos, quienes conservarán por siempre el orgullo de haber sido las primeras alumnas de la naciente institución educativa. Tras ellas seguirán las también jóvenes acapulqueñas Eloísa Soberanis, Victoria Muñoz, Gloria Pano, Evelia y Sara Pedroza, Elidé Barrera, Celia Ramírez, Aurora Barrientos y Gloria Jiménez . Fueron los primeros alumnos: Emilio Karam, Ricardo Morlet Sutter, Gilberto León Berdeja, Ángel Vinalay, Francisco Ayerdi, Alberto Batani y Martín Heredia Merckley. Ya para el mes de abril del mismo año la matrícula superaba los 40 secundarianos.
La falta de una secundaria durante los primeros 40 años del siglo XX, no fue impedimento para que algunos jóvenes la cursaran en instituciones de otras ciudades y entre ellas el colegio Wallace, de Chilpancingo, y los monjiles de Chilapa. E incluso del extranjero como el colegio Saint Mary de Oakland, California, del que fue alumno Juan R. Escudero, nuestro héroe mayor.
Será entonces cuando atrevidas jovencitas opten por vivir alejadas de seno familiar en pos de prepararse mejor para la vida, siempre, eso sí, bajo la mirada de severas tutorías Entre ellas: Minerva Anderson (inspiradora mucho más tarde de la Acapulqueña linda, de José Agustín Ramírez), Teresa Argudín, Consuelo Orbe y María Guadalupe Torreblanca. Ellos fueron Arturo García Mier, Enrique Uruñuela, Manuel Añorve, José Sthepens, Vicente Sánchez, Donaciano Luna, Alfonso Argudín, Guillermo Sabah y Erasmo Romero.

El anuario de la Escuela Secundaria Federal No. 22

Estudiantes de la Escuela Secundaria Federal No. 22
publican en 1941 un primer anuario de su institución. En él que dejan emotivos testimonios de sus vivencias en la novísima experiencia educativa. Su directorio lo integraban Juan Izabal (director), Pedro Orbe (jefe de redacción), Carmelo Alarcón (sociales), Daniel Catalán (escolar), Gilberto León Berdeja ( literatura), Ricardo Morlet (humorismo), Miguel Ángel Lépez (deportes), Francisco Vela (administrador-gerente) y Lidia Villalobos (publicidad).
“Es motivo de profunda satisfacción manifestar a ustedes que con fecha 27 de marzo de 1939 inició sus trabajos la Escuela Secundaria Federal de este puerto. El gobierno del General Cárdenas ha respondido a nuestros anhelos de superación y el plantel que hace realidad nuestro deseo.
¡Ya la tenemos!

“Lo participamos a los padres de familia de Guerrero para que, haciendo un esfuerzo digno de todo mexicano que desea una Patria mejor, inscriban inmediatamente a sus hijos jóvenes que hayan terminado la instrucción primaria superior. Basta la presentación del certificado de cualquier escuela de enseñanza elemental, para que desde luego sea considerado como alumno del primer año de esta Secundaria”.
“Trabajadores de las costas guerrerenses, enviad inmediatamente a vuestros hijos a la escuela secundaria federal No. 22”.

Nuestro director

El profesor Eduardo Ramírez Jiménez es originario de Zimapán, Hidalgo, lugar del que será más tarde presidente municipal y diputado federal por el Partido Comunista Mexicano. Son sus especialidades literatura, matemáticas, física y química. Extraordinaria su aptitud para el aprendizaje de las lenguas autóctonas, 10 de las cuales domina. Su nombre lo llevan las secundaria de Parral y Delicias, Chihuahua, por él fundadas.

Las carencias de la Escuela Secundaria Federal No. 22

No faltan en el documento las denuncias:
“Con cuanta amargura nos quejamos, aprovechando las páginas de este Anuario, del olvido en el que ha tenido a nuestra escuela el Departamento de Enseñanza Secundaria durante el presente año lectivo 1939-1941. Lo único que nos ha proporcionado hasta hoy: 54 butacas, un escritorio, dos máquinas de escribir (una de medio uso), un tarjetero kardex y un mimeógrafo inservible, desechado por la secundaria de Ciudad Juárez.
“Así las cosas, todos los bienes materiales de los que hoy dispone nuestra institución han sido adquiridos por el esfuerzo de sus alumnos y la colaboración inapreciable de la sociedad acapulqueña. Mención especial merecen el Comité Pro Escuela Secundaria encabezado por don Manuel López (alcalde de Acapulco y el Club Rotario de Acapulco, dirigido por el Dr. Felipe Valenzuela. Una institución con la que siempre estaremos en deuda las primeras generaciones de esta escuela.

Sociedades de alumnos
1939-1940

Secretario general: Juan Izabal Merckley; Actas, Miguel Angel Lépez; Finanzas, Velia Chávez; Higiene, Ricardo Morlet; Gloria Jiménez, Acción Social; Fidencio Tellechea, Acción Deportiva.
1940-1941: Carmelo S. Alarcón (Secretario general); Graciano Bello (Actas); Teresa A. Vela (Finanzas); (Juan Izabal (Cultura); Gloria Jiménez (Acción Femenil) y Carlos Buenfil (Acción Deportiva).

Concursos de canto
y declamación

Canto, solistas: 1) Francisco Vela, 2) Roberto Galeana, 3) Manuel Meza
Canto coral: 1) Evelia Pedroza, Cristina Cadena y Herminia Cruz; 2)Eloísa Soberanis y Evelia García.
Declamación: 1) Eloísa Soberanis, 2) Juan Gilberto León Berdeja, 3) Gloria Pano.
Jurado calificador: Manuel Pérez Rodríguez, director del periódico Trópico; Rafael Saucedo Montemayor y los profesores Gonzalo Vázquez y L. Barrón.
Sección Deportiva, Miguel Ángel Lépez (2º año)
Basquetbol: Se trata del deporte que goza de mejor organización en la escuela. Contamos con ocho quintas varoniles y femeniles patrocinadas por casas comerciantes que dan nombre a los equipos: El Bazar de Acapulco, La Suiza, El Tigre, Lotería Nacional, La Ciudad de Oviedo y La más Barata. El Tigre se coronó en el último campeonato interior con las actuaciones sobresalientes de Francisco Vela, Miguel Ángel Lépez, Pedro Orbe, Juan Izabal y Fidencio Tellechea.
Pista y campo: El subcampeonato de pista y campo lo ganó el alumno Ricardo Morlett Sutter, primer lugar en carrera de 100metros, salto de longitud y relevos 4 por cien y 4 por 400.

Mecenas

Agradecemos a las empresas que colaboraron para la edición de este Anuario 1941:
Hotel Anáhuac (Isauro Flores), Sastrería de Acapulco (Valentín Ramos); Los Precios de Ocasión (Jorge Karam), Botica Acapulco; Minaya Cía. y Sucs, W.M. Hudson y Cía, Hotel Las Palmas, Botica La Salud, Las Tres BBB, Fraccionamiento Las Playas. Hotel El Mirador, El Progreso (Francisco Vela), Hotel del Monte; La Divina (casa Schekaiban); La Naval (I.K. Lozano); Hotel El Paraíso, La Especial, Villa Alfonsina, Hotel Américas, Hotel Marazul, Mercantil Suriana y Maderería Tepoxtepec.

 

Heráldica porteña V

ACAPULCO, SIEMPRE Y PARA SIEMPRE

Racismo

El mosaico social y racial de la Nueva España estaba compuesto por indígenas, mestizos y castas, mulatos y negros, asiáticos, españoles, peninsulares y criollos, extranjeros y judíos. Una sociedad profundamente racista inmersa en una tensión social provocada por tantas diferencias y contradicciones y serán los negros quienes lleven la peor parte, sometidos permanentemente a prohibiciones y castigos como los siguientes:
1.- Las esclavas negras no podrán usar ni oro, ni seda, ni perlas del mar, ni gargantillas, ni zarcillos, ni pequeños aretes y tampoco adornos como ribetes en zaya de terciopelo.
2.- La negra que se enrede con un cimarrón será ahorcada.
3.- El negro no podrá tener esclavos –ni negros ni indios– porque sería en menoscabo de su propia raza.
4.-Los negros sólo podrán casarse con negras.
5.-Todo negro tiene prohibido salir por la noche de sus aposentos, so pena de muerte.
6.- Un mulato vivirá en libertad sólo cuando sirva a amos conocidos, respetados por la sociedad.
7.- Ningún negro podrá portar armas aún en resguardo de su amo.
8.- Para el negro que huya cuatro días: 100 azotes; ocho días, 200 azotes; cuatro meses, 200 azotes y cárcel.
9.- Los negros cimarrones tienen mejor trato y libertad que los negros esclavizados, duermen en refugios y forman palenques (pueblos o colonias de negros).
10.- Los bailes de los negros son prohibidos por la Santa Inquisición por lascivos, vulgares, lujuriosos y ejecutados con poca ropa. Entre ellos La Maturranga, El Chuchumbé, Sacamandú, y El Congo que se bailan en Acapulco. El Sapo y El Gallinero en Tierra Caliente. El Papirolo y El Sarangandingo, en la capital de la Nueva España y en Pachuca.

Bonaparte, García Polo, Navarro, Bustos

La vieja costumbre de los poderosos de compartir el poder con familiares y amigos recibe el nombre de nepotismo. Alude a la palabra italiana nepote que significa sobrino, el parentesco familiar más usado históricamente para esconder tal usurpación. Y no sólo sobrinos. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, nombró reyes a sus cinco hermanos, tres hombres y dos mujeres, de las regiones conquistadas por él. Y qué decir de México donde hoy mismo los árboles genealógicos se deshojan con mayor intensidad que con Otis, en busca de las riquezas derivadas del poder público. Pero regresemos al Acapulco de 1677.
Se cuestiona aquí entre la clase gobernante la designación del joven Diego García Navarro, tenido como un “bueno para nada”, como capitán de infantería y ayudante del gobernador José Polo y Navarro, su tío. Su salario de 60 ducados se equipara con el del viejo coronel Jesús de Olloqui, de apenas 20 ducados. Por su parte, Diego Joseph Bustos jura como guarda mayor de Acapulco con salario de cuatro pesos oro.

Mandinga

La salud pública en el Acapulco de finales del Siglo XVI es necesariamente precaria. Se conjugan para ello dos hechos sustantivos, el ámbito inhóspito del puerto y el flujo intenso de nacionalidades cagadas de “humores” tenidos como patológicos. Acapulco, debe recordarse, ya era entonces el eje del comercio entre el Nuevo Mundo y el lejano Oriente. Una auténtica babel circundando la bahía tenida ya como singularmente bella por los navegantes que la frecuentaban.
En tal entorno cobra fama como curandero un negro llamado Tomás Mandanga, cuyos servicios dejan pronto de ser exclusivos de sus paisanos africanos para alcanzar a toda la población. No es Mandinga un taumaturgo, un brujo o cosa parecida. Sus habilidades para desterrar los males del cuerpo están referidas a las yerbas que utiliza en sus curaciones traídas de su tierra o recogidas en los alrededores del puerto. Hábil como es, Tomás envuelve sus consultas con humo intenso de copal e invocaciones dramáticas a sus dioses africanos.

Vargas, Dulché

No era Tomás Mandinga el negro de cuerpo apolíneo y ojos verdes de la idealización morbosa de la escritora Yolanda Vargas Dulché, en celebérrimas novelas ilustradas y televisivas. Se trata de un hombre de baja estatura, cargados de carnes, pelo cuculuste y voz de bajo profundo. Las cicatrices de su rostro las adjudicaba a la viruela negra, aunque no lo parecían. Eran nudos en lugar de cráteres que, sus competidores, adjudicaban perversamente a su militancia en una tribu de caníbales. Otra falacia soportada por el curandero era su procedencia cimarrona. Los negros cimarrones de Huatulco, Oaxaca, fueron perseguidos acusados de crimines nefandos, al grado de que un virrey de la Nueva España llegará a pedir la castración masiva de la tribu.
Por cierto, muchos cimarrones de Oaxaca encontrarán refugio en el “palenque” (asentamiento de esclavos libertos) conocido como Cuajinicuilapa (hoy Guerrero) donde se concentrará la mayor población negra de la Nueva España. Las cien parejas fundadoras de Cuijla cuidaban entonces miles de cabezas de ganado vacuno, convertidos en hábiles y temerarios vaqueros.

Los remedios

Una fila de hombres boquiabiertos frente a la choza de Mandinga, era indicio seguro del atraco de algún galeón español. Enfermos de escorbuto, enllagadas lengua y esófago, aquellos marineros encontraban pronto alivio con los remedios a base de limón, ajo, cebolla y geranio. El epazote, utilizado por las amas de casa del puerto para darle sabor a los frijoles, le servía a Mandinga para curar el mal de San Vito. La sarna y la tiña, comunes entre la marinería filipina, la trataba eficazmente con las semillas de chicalote, mientras que para los cólicos desaparecían con el estafiate. la yerbabuena para el dolor de estómago, el tomillo como antibiótico eficaz y la guayaba contra la diarrea. La tripa de Judas, buenísima para las reumas, el te de retama bueno para el riñón y como mejor vermífugo la granada.
Las enfermedades venéreas estaban en Acapulco a la orden del día. Despreocupados marineros y sí muy angustiados frailes acudían al redondo de Mandinga, donde éste les preparaba brebajes a base de cola de caballo, zarzaparrilla, doradilla y pirúl. Y hasta la próxima.

Alvear, Carrillo

Los mismos dioses africanos que habían convertido a Mandinga en una celebridad acapulqueña –Yemayá, Changó y Obatala– le retirarán al mismo tiempo toda tutela y protección cuando sean rechazados por una atracción diabólica. El curandero acepta mediante una generosa paga el encargo de la esposa de un alto funcionario del virreinato. La dama pide un elixir que haga volver a sus brazos a un jovenzuelo al que, alcoholizado, había violado y que ahora, sobrio, la rechazaba como si fuera el mismo demonio. El negro Tomás se esmera tanto en la elaboración de aquel brebaje que se le pasa la mano: trastorna la razón del chamaco. El abogado de la familia, Juan de Alvear y Carrillo, presenta el asunto ante el Tribunal del Santo Oficio como un caso de hechicería, penado con el “garrote vil”. Mandinga será ejecutado corriendo el año de 1586.

Del Rincón, Olaguíbel, López Victoria

Capellán de las fuerzas del sargento Francisco del Rincón, el padre Olaguíbel atiende con diligencia a las familias damnificadas por el feroz temporal que se abate sobre el puerto. Les ofrece lo poco que tiene, ropa seca, caldo caliente y mucha resignación y consuelo. Esto último es imposible ante madres e hijos que lloran la ausencia de esposos y padres sorprendidos por el temporal pescando en alta mar. Es tanto el dolor reflejado en aquellos rostros morenos que el cura toma una decisión inesperada: buscará personalmente a los ausentes.
–¡Una canoa y dos hombres!, demanda decidido el cura Olaguíbel.
Todos los hombres se disputaron el honor de seguirle –narra don José Manuel López Victoria, el cronista por excelencia de Acapulco– pero el cura sólo escogió únicamente a dos, con quienes aborda la canoa en plena borrasca para dirigirse al farallón. Llegan al promontorio y Olaguíbel lo escala con gran dificultad ayudado por sus dos acompañantes y una vez en lo alto implora el cese de aquella maldición desencadenada sobre Acapulco.
Milagrosamente el temporal cesa lo que permite el descenso de los tres varones que abordan inmediatamente la canoa. Será al regreso a tierra cuando vuelva el vendaval para estrellar la nave sobre las rocas con la desaparición de sus ocupantes.
El promontorio será bautizado Farallón del Obispo por los parroquianos del padre Olaguíbel, seguros de que fructificaría la petición hecha al Vaticano para darle póstumamente tal jerarquía.

 

ACAPULCO, SIEMPRE Y PARA SIEMPRE

Heráldica porteña III

Sandoval, Cerda, Silva, Mendoza

La finca localizada al noreste de Acapulco , propiedad del virrey Luis de Velasco II, en la que pretendió descansar alejado de la política, aparece en 1595 como propicia para albergar a familias sin recursos y alejadas de la fe católica. Así lo acuerda el virrey Gaspar de Sandoval Cerda Silva y Mendoza a favor de 25 indígenas y mulatos de Sabana Grande, quienes desde luego son instalados en la nueva comunidad establecida en la bahía de Acapulco. Tomará ésta el nombre de Icacos, el fruto de árboles poblando el entorno, traídos de Japón por el propietario original.

Magallón, Marín, Arellano

Por ocupar un lugar dentro de la bahía de Acapulco y ser sus habitantes indígenas y negros, la comunidad de Icacos ha padecido a lo largo de los años de asedio y persecución por parte de la raza dorada. Primero fue el presidente Alemán quien los despojó de su playa y los arrinconó al otro lado de la Costera, pero vendrá el gobernador Rubén Figueroa, quien se llevaba de piquete de ombligo con la brava luchadora social Toña Magallón, cuyo saludo cordial era una mentada de madre, y les construirá viviendas a los icaqueños.
Doña Toña y los también dirigentes Martín y Arellano lucharán por años por el rescate del antiguo panteón de Icacos, en plena playa, entre los hoteles Holiday y Calinda, sin nunca haberlo logrado. Hoy los turistas pagan las consecuencia al ser interrumpidos en sus sueños con centenares de ánimas reclamando justicia. ¡Es cosa nomás de imaginarse!

Suárez, Mendoza, Velasco, Zúñiga, Acevedo

Durante los festejos de la toma de posesión de don Alonso Suárez, como tesorero de la Real Hacienda y titular de la recién establecida Aduana de Acapulco (1597), se habla de la urgente necesidad de proteger al puerto de los piratas. Un tema tratado años atrás durante el virreinato de Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de Coruña, quien trasmitió al rey de España un memorial en tal sentido. Incluso, anexaba un mapa de la colina ideal para edificar tal fortaleza(1539). Silencio Real.
Misma demanda que revivirá 10 años más tarde el virrey Luis de Velasco, hijo, marqués de Salina. El 25 de febrero de 1593 solicita al rey Felipe II la autorización para construir un castillo artillado, en la misma colina aludida por virreyes anteriores. No tendrá respuesta.
Recién llegado a Acapulco, el virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, hace suyo el proyecto de una fortaleza para proteger las riquezas de la Corona española. Con tal argumento se dirige al monarca, esta vez Felipe III, quien tampoco dará ninguna respuesta.

Drake, Van Spielberg, Boot

Todo cambiará cuando se tengan noticias sobre la presencia de Francis Drake en los mares del sur. Un sanguinario pirata cuya última hazaña era comentada con horror: el asesinato de toda la tripulación de una nave saqueada en altamar.
A lo anterior se sumará un suceso jamás imaginado. La ocupación de la bahía de Acapulco por seis bergantines del pirata holandés Jorge Van Spielbergen, el 11 de octubre 1615. Embarcaciones recibidas con un solo disparo de advertencia por parte de uno de los 60 arcabuceros españoles situados en torno a la propia bahía. Los piratas, extrañamente no responden el fuego sino que izan la bandera blanca de paz y envían a tierra a sus parlamentarios .Ofrecen disculpas por la incursión y demandan agua y comestibles a cambio de los prisioneros españoles que han tomado a lo largo de sus correrías. Los habitantes del puerto tendrán que soportar aquella odiosa presencia durante una semana.
Cuando han transcurrido apenas 15 días aquél insólito cuanto peligroso suceso, el gobierno virreinal, ahora sí, contrata los servicios del ingeniero holandés Adrian Boot, para edificar la tantas veces demandada fortaleza. o Real Fuerza, según la denominación oficial.

Gómez, Vasco, Del Valle, De la Riva, De León Ruiz, Aréstegui

Boot inicia desde luego los trabajos en la meseta escogida años atrás, frente a la bocana. Lo apoyan maestros locales de albañilería y entre quienes figuran: Luis Gómez, Pedro Vasco, Andrés del Valle, Pedro de la Riva, Juan de León, Hernando Ruiz y Martín Aréstegui. La peonada de aquí y de fuera fue numerosísima.
El ingeniero militar concibe su obra en forma de pentágono o estrella de cinco puntas. Y da nombres a los baluartes terminados: Caballero del Rey, El Príncipe y El Duque Sobrevendrá entonces un fuerte terremoto que obligará a reforzar los que estaban en proceso denominados Los Caballero de Guadalcázar y El Marqués. Se ejecutarán la puerta y el puente levadizo, el cuartel, la casa del castellano y la sala de armas. La construcción de la Real Fuerza de Acapulco, en una superficie de 25 varas, concluye el 4 de febrero de 1617. Su polvorín será edificado en el cerro de El Veladero.

Peralta, Fernández, De Córdova

Antes de que las personas que intervinieron en la construcción de la fortaleza –maestros albañiles, canteros, peones–, regresen a sus lugares de origen, pedirán a las autoridades y al contador real someterlos a revisiones que eviten más tarde acusaciones sobre malos manejos. Acuerdan también entre todos ellos el nombre que llevará la obra, coincidiendo todos en llamarlo Castillo de San Diego, en memoria del santo patrono del virrey Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar, su constructor.
La Real Fuerza de Acapulco se inaugura, finalmente, el 15 de abril de 1617, cuyo costo había alcanzado la suma de 113 mil 400 ducados. El ingeniero Boot exalta y agradece la participación de los maestros albañiles, canteros y peones locales destacando entre ellos a varios presos que cumplían alguna sentencia. Para perpetuar la memoria de la fortaleza, se coloca sobre el portón de entrada una lápida con la siguiente leyenda:
“Reinando en las Españas, Indias Orientales y Occidentales la majestad del imbicristisimo y católico Rey D. Felipe nuestro señor tercero de este nombre, siendo su virrey lugarteniente y capitán general en los reynos de la Nueva España Don Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, se hizo esta fortificación. Año de 1616. Ingeniero Adrián Boot”.
Se hicieron disparar los cañones con cargas de prueba, alcanzando a llegar los proyectiles hasta la Punta Grifo, quedando por tanto debidamente protegida la ciudad de posibles incursiones de naves enemigas.
Sucederá, sin embargo, que San Diego no será capaz de rechazar un primer ataque pirata. Ello quedará demostrado cuando, en 1624, el príncipe de Nassau, al mando de una poderosa escuadra, penetra la bahía de Acapulco sin cesar su intenso bombardeo, logrando llegar muy cerca de la fortaleza sin ninguna respuesta. Y era que había sucedido lo increíble: los cañoneros habían huido junto con la aterrorizada la población del puerto. Lo bucaneros permanecerán una semana apropiados de Acapulco, llevándose, al retirarse, todas los bienes que pudieron embarcar incluidos gallinas, chivos y cerdos.
En 1621 se funden en Manila dos cañones de 24, destinados a San Diego de Acapulco y dos años más tarde recibe dos piezas similares.

Mirrha, Sosa

Expectación en el puerto por la presencia de una dama de rasgos orientales y extraña vestimenta. Ha desembarcado de una nao procedente de Manila y, según la versión popular, se trata de una esclava llamada Mirrha, rescatada por el capitán del navío Miguel Sosa. Este y la esclava viajan inmediatamente a la ciudad de Puebla donde ella será presentada como “La China Poblana”

Díaz, Laurel

Bartolomé Díaz Laurel nace en 1599 en el Barrio de la Poza de Acapulco y muy joven recibe los sacramentos de la iniciación cristiana en la parroquia de Nuestro Señor de los Reyes. Será aquí mismo, en el convento de Nuestro Señor de la Guía, donde surja su vocación religiosa.
Ingresa al noviciado en el convento de Santa de Buenaventura, en Valladolid (hoy Morelia, Michoacán) donde recibe el hábito el 13 de mayo de 1615. Profesa como hermano lego en octubre de 1617.
En 1619 se ofrece para integrarse a las misiones en Filipinas y en el convento de su orden, en Manila, se dedica al estudio del japonés y a la práctica de la enfermería.
En 1625 viaja a Japón como ayudante del sacerdote Francisco de Santa María, donde desarrolla una importante labor como catequista hasta su arresto. Encerrado en Nagasaki, donde, tras muchos padecimientos, fue quemado vivo, a fuego lento, el 17 de agosto de 1627. Junto con él 14 dominicos, franciscanos y laicos .
La Sagrada Congregación de Ritos por decreto del 21 de abril de 1668 lo declaró mártir, El papa Pío IX lo beatificó el 7 de julio de 1867.

 

Acapulco, de siempre y para siempre

 

Heráldica porteña II

Cortés, Santana

Casi veinte años más tarde de que Cortés enseñoreara la bahía de Acapulco y transcurridos apenas dos de su muerte en Castilleja de la Cuesta, llega al puerto un núcleo de 29 familias decididas a fundar un enclave peninsular. El grupo de temerarios ultramarinos es encabezado por Fernando de Santana y en él destacan andaluces y extremeños, paisanos estos del Gran Capitán.
Santana, líder dinámico y audaz , ha obtenido los permisos oficiales para el nuevo asentamientos acapulqueño y, por si fuera poco, ha conseguido la bendición del Papa de Roma, que los suyos le agradecen infinitamente, mismos que, luego de un viaje azaroso y lleno de peligros , han llegado finalmente a la tierra prometida (enero de 1550).
Apenas descubren Acapulco, maravillados del espectáculo que ofrece la conjunción del sol con el mar, los nuevos colonos se dan a la tarea de iniciar la creación de su centro de población. Lo trazan frente a la playa Grande y ahí mismo construyen sus casas de madera con techo de teja o de bajareque y paredes de adobe , todas en línea recta al mar.

Mendoza, Pacheco

Ni el calor sofocante ni las cargas de miríadas de implacable mosquitos serán capaces de doblegar aquellas voluntades fraguadas en la fe y el infortunio. El nuevo asentamiento se consolida al paso de los días y llega el momento en que se haga patente la necesidad de un gobierno que regule su convivencia. Se lo dan ellos mismos en un ejercicio democrático, entonces desconocido por vivirse en una monarquía absolutista. Así, eligen a Pedro Pacheco, uno de los suyos, como primer alcalde mayor de Acapulco, ratificado sin ningún reparo por el virrey Antonio de Mendoza. Un personaje éste al que deberá reconocerse la presencia de la imprenta en el Nuevo Mundo.

Castro, Villafuerte , Dorantes

Atento al desarrollo de aquella comunidad, asentada en una bahía clave para el desarrollo económico de la Nueva España –según lo habían vislumbrado el emperador Carlos V y el propio Cortés– el virrey De Mendoza nombra a Juan de Castro como primer Justicia Mayor de Acapulco . Su trabajo, a decir verdad, no será fatigoso o conflictivo pues los nuevos acapulqueños, hombres, mujeres y niños, son ejemplo de armonía, cooperación y solidaridad.
La fama de un Acapulco francamente idílico llega a Michoacán, a oídos del fraile Francisco Villafuerte , quien ya tiene en su haber la fundación de las parroquias de Petatlán y Tecpan. No lo piensa dos veces y se lanza hacia este puerto, al que arriba en 1551. Se da inmediatamente a la tarea de localizar un predio donde levantar un templo dedicado Nuestra Señora de los Reyes (Acapulco es la Ciudad de los Reyes). Un momento aquel muy delicado, pues la Iglesia de Roma se enfrenta con toda su capacidad beligerante a la Reforma de Martín Lutero. La ventaja era que el Concilio de Trento había ha confirmado 5 años atrás la doctrina tradicional.
Villafuerte consigue su propósito de iniciar la edificación del templo y lo hace en el sitio donde convergen una barranca con el inicio de la cresta de El Teconche (sitio donde hoy se levanta la catedral de NS de La Soledad), caracterizado por su tierra y piedras coloradas, que desde luego se utilizan para la construcción. Una vez terminado, el templo delimitará al sur con la plaza de armas (Álvarez), comprendida esta entre la puerta principal del templo y el atracadero de embarcaciones. Al oeste quedaron abiertas las primeras calles de Acapulco y en cuyos trabajos de empedrado cooperaron los marinos de las embarcaciones surtas en la bahía.
El fraile Francisco Villafuerte regresa a Michoacán dejando al bachiller Francisco Dorantes al frente del templo.

Marín, Sámano, Hernández, Negrete, Solana,

Las hogazas de pan en las mesas porteñas resisten incluso al marro y al cincel. Y cómo no iban a estar duras si viajaban días a partir de la capital del virreinato. Urgía pues un panadero que ofreciera calientitas las delicias de la tahona ya mestizada y para ello se ofrecen estímulos fiscales y, por si fuera poco, terreno frente al mar. El primero que acepta la oferta se llama Alonso Martín, quien ofrece la primera hornada de exquisiteces tahoneriles en la mesa del alcalde Mayor, quien acaba sólo con ellas. Marín construye su casa con la panadería anexa.

El Teconche, La Poza

Don Juan Solana, en su calidad de escribano Real, entrega a una docena de familias recién llegadas la falda del cerro del Teconche, (planta cuyos frutos son los tecomates o bules para portar agua) . Ocupados como están levantando sus bajareques, los colonos no se enterarán del florilegio del escribano dedicado a sus monarcas. El barrio contiguo, La Poza, se comunica con la plaza de armas y la parroquia de NS de los Reyes a través de una vereda recta y empinada (hoy calle Independencia).
Las casas de adobe y teja y los bajareques de la nacientes comunidad se extienden a lo largo de la zona costera. Por otra parte, gracias a los numerosos manantiales de agua potable, en 1555 empezaron a ser sembradas algunas huertas y a levantarse tecorrales, entre los que surgirán casas con techo de paja.
Como bien lo había vislumbrado el propio Cortés, Acapulco recibe en 1578 la cédula real que lo declara el “único puerto desde el que podrá realizarse el intercambio comercial de España con el Oriente. Y es por ello que queda programada la llegada de los galeones durante los meses de febrero y marzo de cada año y el retorno de los mismos los meses de julio y agosto. Todo ello en previsión de los peligros de tan larga travesía.
A propósito de lo anterior, se crea aquí el Consulado o Tribunal del Comercio para regular el intercambio por conducto de las naos de Manila; también como instrumento para organizar y vigilar el funcionamiento de las ferias anuales en el puerto.
Fue por ello que las disposiciones emitidas en materia de comercio cobraron verdadera importancia, pues tuvieron como objetivo principal asegurar el movimiento marítimo entre la Nueva España y el Oriente, amén de que en las actividades de compra-venta hallaron el mejor incentivo para obtener brillantes ventajas económicas.

Zorrilla, De la Concha, Suárez, Silva Mendoza

En plena Navidad de 1581 y en acatamiento de la cédula real de 1578, arriba a este puerto la nao San Juan Bautista, que inaugura el intercambio comercial de la Nueva España con el Oriente.
Se trata de un lujoso navío que provoca expectación entre el vecindario y al que dan la bienvenida el Alcalde Mayor, el nuevo Vicario don Juan Zorrilla de la Concha y el escribano de SM Álvaro del Castillo. Junto con la nave arriban al puerto los mercaderes autorizados por el consulado para ofrecer sus productos durante la Feria de Acapulco , a partir del 25 de febrero de 1582. Feria anunciada en la capital de la Nueva España con campanas a rebato, al tiempo que los ferieros toman camino hacia el Sur.
La escasez de albergues por ser sólo accesibles para comerciantes y turistas adinerados, determinará que el resto de los visitantes ocupen playas, corredores, zaguanes, patios y corrales para dormir. Durante el día, la abigarrada multitud pululaba por las angostas calles disminuidas con los puestos de los comerciantes. Sobre el piso los mantos de seda bordados con exóticos dibujos, las vajillas de porcelana transparente, mejores aún que las europeas; los muebles tallados con incrustaciones de fino metal, las figuras de marfil, tapices, medallones con incrustaciones de oro, balaustradas de tumbago y calamina. Todo alternando con artesanías locales, entre las que destacaban los trabajos de herrería, herramientas y aperos de labranza, rejas para arar, hachas, azadones, picos y palas. El obraje procedente de Oaxaca será muy apreciado.
Los cronistas que aquel Acapulco dejaron testimonios sobre las “chimoleras” y las “comideras” que hacían su agosto durante la Feria. Los llamados entonces “platos de hambre” resultaban bocatos di cadinale y por ello de gran consumo. Entre unos y otros puestos había también vinaterías, donde no faltaban músicos y cancionistas. Las jugadas de gallos y las carreras de caballos acaparaban multitudes.

De Velasco, Sandoval, Silva, Mendoza

Don Luis de Velasco II ocupó el virreinato de la Nueva España y por su buen desempeño fue nombrado con la misma jerarquía en el Perú. Terminando allá su desempeño, regresa a México decidido a vivir retirado de la cosa pública y escoge a Acapulco para hacerlo. Aquí adquiere una enorme finca en el sureste de la bahía y la siembra con icacos, un fruto procedente de el Japón. La disfrutará poco tiempo, pues el rey Felipe III le encomienda de nuevo el virreinato de la Nueva España. No se sabe si la volverá a ocupar , la heredó o la vendió.

 

Heráldica porteña I

Acapulco, de siempre
y para siempre.

Cortés-Saavedra-Cerón, Humboldt

Hernán Cortés descansa en Cuernavaca cargado de títulos y honores entre los que destacan dos: gobernador y capitán general de la Nueva España. No obstante, su mente no tiene reposo proyectando nuevos descubrimientos y conquistas Dispone por ello que Juan Álvarez Chico, uno de sus capitanes más leales , viaje hacia el Sur hasta toparse con la bahía sobre la que sus adelantados le han hablado maravillas. Y así sucede el 13 de diciembre de 1521 , día que el calendario religioso dedica a Santa Lucía. El conquistador llega mucho más tarde a su bahía anticipada y al conocerla le provoca una emoción tan intensa como la experimentada ante el Valle de Anáhuac. ¡Es perfecta!, exclama conmovido quien pareciera haber perdido toda capacidad de asombro. “Una bahía ideal por su tamaño, forma, fondo y protección natural” , comenta emocionado a los suyos. Una bahía a la que dos siglos más tarde el sabio Alejandro Von Humboldt calificará como “la más hermosa jamás conocida”. Un descubrimiento que don Hernando entrega a sus monarcas avizorando lo que significará económicamente para ellos. Él se asienta en 1533 en la rada vecina que tomará el nombre de su título nobiliario, Bahía del Marqués, otorgado por sus servicios a la corona española. Un marquesado llamado de Oaxaca y que comprendía pueblos de varias entidades significados todas por su alto valor económico.

Zúñiga, Alarcón

Hernán Cortés ya había cruzado el Atlántico en dos ocasiones y será en la tercera cuando traiga a su esposa, Juana Zúñiga. Aconsejado por el propio monarca, había contraído matrimonio para así terminar con el “oprobioso” escándalo de su amancebamiento con una indígena, que había cimbrado particularmente a la Iglesia. Para doña Juana Z. de Cortés, la Malinche no significará ninguna rivalidad amorosa, pues la consideraba una simple aventurilla de su esposo, obligada por las circunstancias.

Oro, oro, oro

Luego de 45 días de navegación resistiendo hambre, enfermedades y tormentas, la primera pregunta de marinos y viajeros al desembarcar en Acapulco no era donde están las “malinches”, por ejemplo, sino donde está el oro. Y todo porque, vencidos y humillados, los autóctonos encontraron una venganza dulce al inventar leyendas fantásticas sobre ciudades áureas y argentíferas en cuya búsqueda morirán miles de conquistadores. Una de ellas fue Quivira, ciudad con árboles de oro macizo, ramas de esmeraldas y frutos de zafiros, que estaría localizada al norte de la Nueva España. Una leyenda basada en la medieval de las Siete Ciudades áureas. Una expedición naval sale de la Nueva España en busca de Quivira, pero se pierde en las inmensidades oceánicas. Cortés, quien no creía en tales leyendas, ordenará entonces una expedición en su búsqueda. Sale de Acapulco compuesta por las naves San Pedro y Catalina, al mando del capitán Hernando de Alarcón, mismas que retornarán al poco tiempo con una trágica noticia, ya esperada por cierto.

Arzola, Las Casas, Martín, Villafuerte

La nao Santiago, al mando del capitán Tomás Arzola, abandona la bahía de Acapulco con destino a Manila, Filipinas. Uno de sus pasajeros es un joven llamado Felipe de las Casas Martín , cuyo destino es el convento de Santa María de los Ángeles, de Manila. En Acapulco, mientras espera la salida de su embarcación el religioso había frecuentado la parroquia de NS de los Reyes, construida cuarenta años atrás por fray Francisco de Villafuerte, en el mismo sitio que hoy ocupa la catedral de NS de la Soledad. Villafuerte había fundado las comunidades católicas de Tecpan y Petatlán.
El espíritu inquieto de Felipillo seguramente lo llevó a vagabundear por el deprimente villorrio que era entonces Acapulco. Tomando el callejón de Salsipuedes (hoy Francisco I. Madero), debió llegar al barrio de La Poza donde quizás no pudo vencer la tentación de abrevar en el generoso ojo de agua zarca. Desoyendo las advertencias del cura párroco, se internará en el barrio de El Rincón (hoy La Playa) “habitado por gente muy mala”. Se encontrará, por el contrario, con personas sencillas y amables que lo saludarán cariñosamente, sin faltar la hermosa morena que le guiñe el ojo derecho, con todo lo que ello significara entonces.
Por las tardes, luego de asistir al rosario, el muchacho se sentará bajo el amate de la plaza de armas, explanada de la parroquia, para leer y admirar la bahía. Siete años más tarde, Felipe de las Casas Martín, de 22 años, hace Profesión Solemne y satisface los deseos de sus padres de ordenarse sacerdote en México, para cual adquiere pasaje en la embarcación próxima en salir para Acapulco.
Aborda finalmente el galeón San Felipe en el que viaja gente adinerada y va cargado de mercaderías finas para la Feria de Acapulco. La alegría de los pasajeros se tornará temor y desasosiego cuando a nave se sacuda peligrosamente al enfrentar una poderosa tormenta que deja maltrecha. El capitán ordena rumbo a las cercanas islas japonesas para repararlos y una vez en tierra, el joven Felipe de las Casas indaga la ubicación del convento franciscano de Santa María de los Angeles de Macao.
Se incorpora a él participando en misiones en principio muy exitosas. Vendrá enseguida una despiadada persecución religiosa, desatada por el poder supremo japonés.
El convento de los franciscanos será de los primeros victimados. Felipe, por no ser aún sacerdote, pudo haberse evitado los tormentos y la prisión, pero optó libremente por la suerte de los misioneros. Fue por ello que figuró entre los veintiséis franciscanos llevados en procesión por varias ciudades, de Kioto a Nagasaki, siendo objeto de la befa popular.
Para esto, cada uno de ellos había sufrido el corte brutal de ambas orejas. Finalmente, dice la crónica, en la colina Nishizaka fueron colgados en cruces 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 laicos japoneses. Felipe clamaba en su agonía: “Jesús, Jesús, Jesús”. Viendo que se ahogaba por la argolla que le ceñía el cuello , dos soldados lo atravesaron con sus lanzas ambos costados, una de las cuales le atravesó el corazón. El calendario marcaba el 5 de febrero de 1597.
Felipe de las Casas será beatificado como San Felipe de Jesús, el 14 de septiembre de 1627, y canonizado el 8 de junio de 1862, convirtiéndose en el primer mexicano canonizado como santo.
En Acapulco se estableció en 1607 un convento de los Franciscanos Descalzos que operó durante un siglo. Sus instalaciones albergará un hospital y más tarde el Palacio Municipal.

Bello, Ruiz

A propósito, el arzobispo de Acapulco, monseñor Rafael Bello Ruiz, obtuvo que las provincias franciscanas volvieran a estas costas surianas. Primero entre los amuzgos y mixtecos, en Xochistlahuaca y Tlacoachistlahuaca, donde los franciscanos conventuales asumieron las parroquias y, posteriormente, los hermanos menores asumieron las parroquias de Huajintepec, (Ometepec) y Ciudad Renacimiento.

Hernández, De la Cruz, Altamirano

Para poner punto final a las condenas infernadas desde los púlpitos y las hablillas del vecindario, pero sobre todo a la marginación social que padecen, Antonio Hernández y Mariana de la Cruz deciden santificar una unión libre de tres años. Ella mulata de ojos verdes y unas formas esculturales que reclamaban urgentemente a un Fidias con mucho mármol. El día de la boda, Mariana lucía espectacularmente hermosa, tanto que más de un señoritingo al servicio de Felipe II hubiera dado el dedo chiquito del pie por ocupar esa noche el lugar de Toño. Bien dicen las filosas filósofas de la televisión que “la felicidad absoluta es imposible”.
Tal será el caso de la pareja, cuando más tarde Mariana esté bajo el escrutinio de Tribunal del Santo Oficio , lo que significa estar en el umbral del más allá. Una denuncia anónima llegada al aguacil inquisidor, con sede permanente en Acapulco, afirma que Mariana vivía en el estado de bigamia, agraviando no sólo a su pareja sino a la comunidad y fundamentalmente a Dios.
Sustentaba el anónimo que Mariana , residiendo en Michoacán, había contraído matrimonio con un “liberto” de la familia Altamirano. Una acusación que no sólo sobrecogerá al marido, sino a todo Acapulco. Sin embargo se le rechaza, adjudicándola a algún perverso despechado.
Pero como la Santa Inquisición no estaba para escuchar opiniones, ordena la inmediata aprehensión de Mariana para ser llevada, engrillada y a lomo de mula a la capital de la Nueva España. Allá será puesta a disposición del temible tribunal inquisidor. Toño siempre detrás de ella.

 

Germán Titov en Acapulco. Segundo cosmonauta soviético con 17 vueltas a la Tierra

¿Fotos de Acapulco?

Germán Stepánovich Titov visitó Acapulco como parte de su gira internacional para exaltar la supremacía rusa en materia espacial. Su hazaña había tenido lugar el 6 de agosto de 1961 a bordo de la nave Vostok 2 (Este), con una duración de 25 horas con 18 minutos. Dio 17 vueltas a la tierra y tomó las primeras fotografías del planeta.
–¿De Acapulco, tomó fotos de Acapulco? –fue la primera pregunta durante una conferencia de prensa-desayuno, a la que asistió este reportero con el gafete del diario Trópico, el más leído de Acapulco.
–¡Que más hubiera querido yo que fotografiar muchos países y particularmente a Acapulco al que, conociéndolo hoy, estoy de acuerdo con quienes lo comparan con el paraíso terrenal. Tomé varios carretes de 300 milímetros con una cámara Kopvas Avtomat, de los cuales se han difundido mundialmente tres gráficas. Una mostrando la Tierra de color azul cubierta con nubes blancas y fondo negro; otra de un amanecer poco espectacular y una tercera de la ventanilla de la nave desde la que apunté el objetivo.
–¿Fotógrafo profesional?
–¡No, no, qué va! Para cumplir esa misión fui sometido a un riguroso entrenamiento sobre el manejo de cámaras por más de 60 horas. Hoy, sí, ya me siento un profesional de la fotografía.

¿Dios en las alturas?

–¿Vio a Dios allá arriba?, pregunta una dama que no identifica el medio para el que escribe. Seguramente alguna hoja parroquial, comenta alguien.
–Perdón, señorita, pero considero esa una pregunta desafortunada sobre un tema del que no deseo hablar. Lo siento, de veras.

Aclara Titov

(“Aquí no veo a ningún Dios”, fue la frase adjudicada a su compañero Yuri Gagarin luego de regresar del primero vuelo espacial. Se conocerá más tarde que su difusor, en calidad de confesión del astronauta, había sido un alcoholizado Nikita Kruschev, líder de todas las Rusias. Las palabras grabadas del astronauta fueron, por el contrario, dirigidas a a la humanidad pidiendo salvaguardar la Tierra y no destruir tanta belleza).
La misma reportera, desconocida por el resto de los asistentes, se queja con grandes voces que su platillo está muy salado, exigiendo al mesero su cambio inmediato. Ello dará pie al cosmonauta para lanzar una suposición: que la cocina del hotel estaría a cargo de una dama. Lo digo, advierte, porque en mi país existe una conseja popular asegurando que una mujer enamorada cocina con demasiada sal. ¿Aquí, no?
–No, aquí las únicas saladas son ellas! –responde la voz meliflua de un comentarista radiofónico, acribillado con miradas de grueso calibre.

La ensaladas rusa

Aprovechando que se ha rota la tensión inicial del encuentro, impuesta por la presencia de los acompañantes de Titov –dos tipos patibularios con cara de perros bulldog, dignos de pertenecer a la Policía Judicial de Guerrero–, alguien de la mesa se refiere a un platillo local con el nombre de aquél país. No otro que la ensalada rusa (papa, chicharos, zanahoria y mayonesa, con pollo o camarones), adoptada como platillo navideño.
–¡No la conozco, pero puedo asegurar que no es rusa, –responde enfático el hombre que ha volado más alto que todos los ahí presentes–. –Hay en mi país, efectivamente, una ensalada tradicional que viene de épocas muy lejanas. Se llama ensalada Olivié en honor de su creador, un cocinero francés al servicio de los zares, y en cuya elaboración se utilizan caviar y cangrejo de río.
–¡No, pos no, esa no es la nuestra!, –comentario unánime.
–Hemos leído que usted y no Gagarin, su antecesor, padeció en el espacio un trastorno bautizado como mal del espacio. ¿En qué consiste?
–Efectivamente, el tovarich Gagarin no lo padeció y no se trata de un mal mayor sino de simples mareos y desorientación. No obstante, el bautizado como mal del espacio afectó en tal forma mi conducta que los científicos decidieron suspender el programa espacial durante año. Luego encontraron el remedio.

Creo en el hombre

–A propósito, señor Titov, se ha comentado que usted hizo el entripado de su vida, incluso con un rechazo violento, cuando conoció la decisión de que Gagarin volaría antes que usted, dejándolo incluso en calidad de reservista. Se intuyó acá que todo tuvo que ver con el origen campesino de aquél, situación que ofrecía elevados réditos para el régimen comunista en materia de propaganda exterior. “¡Un campesino ruso el primer hombre en conquistar el espacio!”, se vitoreó exaltando a un sistema con oportunidades iguales para todos.
–¡Si eso se dijo aquí es totalmente falso! Para empezar yo no pude haber externado ningún descuerdo dada mi formación militar, soy un solado, además de que Yuri era mi amigo muy querido. Por lo demás, yo ya estaba advertido de mi posición. Mi maestro, Serguéi Koroliov, el padre de la cosmonáutica soviética, me había confiado: “German, te necesitamos para misiones más difíciles”. Ahora que yo no pertenezco a ninguna élite social: mis padres son profesores de una humilde escuela en un distrito de Siberia.

¿Su credo?

–Creo en el hombre, en su fuerza, sus posibilidades y su razón.
Germán S. Titov nació en la ciudad siberiana de Polkóvnikovo. Estudió en la escuela de Aviación Militar de Stalingrado y se graduó en la Escuela de Pilotos Militares de Novosibirsk, integrándose más tarde a las Fuerzas Aéreas de la Unión Soviética con el grado de coronel. Suya será la iniciativa para establecer el Día de la Cosmonáutica de la Unión Soviética y más tarde la petición a la ONU para celebrar el Día Mundial de la Cosmonáutica. En ambas celebraciones se honrará principalmente a Yuri Gagarin, cosmonauta precursor en la nave Soyuz 1 (Unión).

Una “miadita”

Muy celebrada en la Unión Soviética la fotografía de Titov orinando en la llanta trasera del autobús, llegando a la plataforma de despegue. Tal y como Gagarin lo hiciera en su momento “porque ya le andaba”.
Momento a partir del cual, el aligeramiento de la vejigas antes del vuelo, quedará incorporado a la lista de supersticiones de los astronautas rusos. Incluso de las damas, quienes lo hará en un frasquito a propósito.
Ya al día siguiente de la misión de Titov –7 de agosto de 1961–, sus simpatizantes harán las consabidas comparaciones con Gagarin, considerándolo usurpador de la gloria del primer vuelo. Con sus 25 años, German representaba al grueso de la juventud soviética ilustrada y por ello dominaba buena parte de la opinión pública. Así, mientras Gagarin había dado una sola vuelta a la Tierra en 108 minutos (12 de abril de 1961), la odisea de Titov cubría 17 de ellas en 25 horas con 18 minutos. Otra acción destacada por sus fans tenía que ver con el control de la nave por parte del joven cosmonauta, en tanto que su rival había volado con el piloto automático. Y una más: el libro de los Records Guinness ubica a Titov como el navegante del espacio más joven de la historia.

El vodka

Prolongado el desayuno por razón de las traducciones hasta cercano al mediodía, un comensal propone un brindis en honor de Titov con vodka Stolichnaya. Este lo rechaza argumentando que no bebe y que en todo caso no sería una hora conveniente para hacerlo. La negativa tajante del cosmonauta provocó el malestar de algunos reporteros, cuyos rostros denunciaban crudas dignas de ingeniero, mesero y periodista, juntas.
El tema dará otro pie al coronel Titov para disertar sobre el vodka (agüita) cuya paternidad le disputa Polonia a Rusia, que es como si Estados Unidos le disputara a México el origen del tequila, ni más ni menos, comenta el astronauta, para referirse con entusiasmo de su bebida nacional.Y hasta dicta algunas recomendaciones para su correcta ingestión:
1) No debe mezclarse con otras bebidas. 2) Debe enfriarse en la botella y no servirse con cubos de hielo. 3) La ingestión de este licor de 40 grados de alcohol (lo hay hasta de 50), debe acompañarse con zakuski (botanas) o bien con la comida. Y entonces sí: ¡na zdoróvie! (¡salud!), invitó alzando su taza de café.
Recomendaciones tardías para muchos presentes, entre ellos el de la pluma, fiel durante años al vodka Stolichnaya al que traiciona por el Wyborowa, siempre con agua quinada y hielo. Hoy, si se me permite la indiscreción, sometido por prescripción médica a una dieta rigurosa de Etiqueta Negra. ¡Chin!

Cargos y galardones

Su precursora hazaña espacial le valdrá a German Titov, entre muchas distinciones soviéticas y extranjeras, las de Héroe de Primera Clase, dos Ordenes de Lenin, Héroe del Trabajo Socialista en Bulgaria, Héroe del Trabajo en Vietnam y Héroe de Mongolia. Titov se le llamará a la cara oculta de la Luna.
El cosmonauta se gradúa en 1970 en ciencias militares. Jefe del Comando Espacial (1972), comandante general en 1975, año a partir del cual fue asistente del director de la revista Aviación y Cosmonáutica y director en jefe de la Fuerza Espacial del Ministerio de la Defensa (1979-1991) Se retira del servicio militar (decisión en la que tendrá que ver su afición etílica) para ser nombrado diputado a la Duma (Congreso) de la Federación Rusia. Fallece el 20 de septiembre de 2000, víctima de un infarto a los 65 años.

La familia

German Titov procreó dos hijas con su esposa Tamara W. Tsherkas: Tatiana y Galyna. La viuda confió en su momento que “Titov nunca se consideró un héroe. Estaba convencido de que su vuelo era un logro del pueblo soviético, orgulloso, sí, de haber sido pionero en la conquista del espacio”.

La foto

La sesión de fotos del cosmonauta con cada uno de los reporteros presentes, sugerida por uno de los misteriosos acompañantes de Titov, será rechazada por la reportera incógnita. Confesará más tarde que lo hizo ¡para no aparecer en los archivos de la KGB! (¡Ay nanita!).

 

Con Martín Luis Guzmán en La Poza y a la sombra

 

(Segunda parte y última)

Anterior

El general Eugenio Martínez, quien se encargaría de fusilar a Calles, Obregón y Amaro, es sometido por un “cañonazo” de 50 mil pesos, así bautizado por el propio Obregón. Su jefe de Estado Mayor, Héctor Almada, decide continuar la sublevación por no haberle tocado ni una cualila (moneda de dos centavos) pero muy pronto será abatido en Texcoco por el general Gonzalo Escobar…

La villa morelense

A eso de las cuatro y media de la mañana, cuando la fatiga y el vino empezaban a rendir a los más resistentes, apareció en la puerta de la villa morelense un contingente militar cuyo capitán se pone a las órdenes de Serrano, cuando en realidad van a arrestarlo. El periodista que se ha unido al grupo califica el arresto como un abuso y amenaza con denunciarlo en su periódico como traición.
–¡Bien, en ese caso, usted también está preso! –estalla el militar.
Marchando al frente del grupo de contertulios apresados, Serrano recordó seguramente aquello muy viejo que dice que en la política mexicana sólo se conjuga un verbo: madrugar.

La orden de Zeus Tonante

–¡Entonces que Fox vaya por ellos! –ordena el presidente Calles luego de enterarse de que el general Roberto Cruz ha pedido ser relevado de la misión de apresar a Serrano .
–Es que son muy amigos, señor Presidente! –disculpa con timidez el general Joaquín Amaro, secretario de Guerra.
–¡Puta madre! –estalla el futuro Jefe Máximo. ¡Ahora resulta que estoy rodeado de puro cabrón sentimental! ¡No me vayan a salir ahora con que Fox es cuñado o compadre de Serrano! (Claudio Fox, jefe de las Operaciones Militares en el estado de Guerrero, concentrado en el Castillo de Chapultepec).
–¡A sus órdenes, señor presidente! –saluda el general Fox haciendo chocar ruidosamente los tacones estoperoleados de sus botas cuarteleras. (Alto, blanco, fornido, gran quijada cuadrada y bigote kaiseriano).
–¡Qué bueno que estaba usted aquí, mi General –contesta Calles el saludo, entregándole una hoja de papel manuscrito y, alzando la voz, le ordena: ¡Bajo su estricta responsabilidad me trae muertos a todos los enlistados! ¡A todos!
Claudio Fox se queda de una pieza, como engarrotado, pensando seguramente que el fusilamiento sin Consejo de Guerra es asesinato. No obstante, ante al apremio presidencial, responde el saludo castrense buscando ansioso con la mirada al general Obregón.
–¡Cumpla usted estrictamente con la orden del señor Presidente de la República! –responde luego el Caudillo sonorense a la súplica ocular del perturbado militar.

Ahora le toca a
usted, mi General

Lo que pasó después es descrito con maestría por el periodista José Alvarado en su columna Intenciones y Crónicas (Excelsior, 4 de octubre de 1967):
“Los detenidos fueron conducidos en automóviles por el camino hacia México. Al llegar a Huitzilac se les hizo descender y se les llevó a un lado de la carretera. Comenzaba a oscurecer y el viento frío del ‘cordonazo’ de San Francisco agitaba las ramas de los árboles.
“Todos, menos Serrano, iban con las manos atadas por detrás. Será angustioso el coro pidiendo piedad, pero sin faltar las mentadas de madre y toda clase insultos. Serrano se había quedado aislado y mudo a la orilla de la ruta, un poco arriba de la escena. Los soldados de rostro oscuro y ojos impenetrables tenían los fusiles dispuestos. El rudo vocerío de los presos se hacía confuso y ensordecedor. Serrano, callado, apretaba los dientes. Sus ojos parecían fijos en el color de la tarde.
“–¡Qué esperan! –grita entre blasfemias el Coronel enloquecido por el griterío. Los soldados esperaban la orden de fuego. No la hubo. Otra vez: ‘¡Qué esperan!’, y más maldiciones histéricas. Un disparo hacia los bultos humanos y otro y otro y cien más en una repentina ebriedad homicida. Bajo el humo y el olor de la pólvora había quedado el silencio.
“Ahora le toca a usted, mi General, le dice el Coronel dirigiendo su pistola al pecho de Serrano. Un solo tiro. El general cayó todavía vivo y entonces el coronel destrozó el cuerpo a balazos con una ametralladora , golpeándole la cara. Era casi de noche, pero todavía podía verse la sangre sobre las piedras y las matas”.

Axcaná, herido.

Axcaná González, el único personaje ficticio de la novela de Martín Luis Guzmán, recibe un balazo entre la tetilla y el hombro cuando trata de acercarse al cuerpo sin vida de Serrano. El autor necesitará seis páginas de La sombra del caudillo para salvar a su personaje-conciencia, perseguido con furia asesina por los hombres de Segura.
“Axcaná, casi a rastras, se movió hasta en medio del camino. Allí se arrodilló, se puso de pie y volvió a caer de rodillas. Iluminado por los rayos de los fanales de un automóvil que le desencajaban más el rostro y le prolongaban la agonía, levanta la mano derecha. Algo le dijo a quien le hablaba desde más allá, Mister Winter, primer secretario de la embajada estadounidense que regresaba de Cuernavaca. Él y su chofer procedieron a tomarlo en brazos para llevarlo hasta el automóvil”.

Catorce cruces

Catorce cruces, tanto en la novela como en la realidad, testimonian en Huitzilac la disputa eterna por el poder en México. A cada una de ellas correspondió un nombre y un apellido: general Francisco R. Serrano, general Carlos A. Vidal, general Carlos Ariza, generales Miguel y Daniel Peralta, licenciado Rafael Martínez Escobar, licenciado Otilio González, Alfonso Capetillo, Augusto Peña, Antonio Jáuregui, Ernesto Noriega, Octavio Almada, José Villa Arce y Enrique Monteverde.
El general Arnulfo R. Gómez, el otro candidato opositor al Caudillo, había huido a la sierra veracruzana. Será descubierto en una cueva de Coatepec treinta días después de la muerte de Serrano. Vencido y enfermo, será llevado a rastras al cadalso sin formación de causa.
Obregón, el candidato reelecto, será asesinado a balazos diez meses más tarde, durante un banquete en su honor. Comía cabrito al pastor y escuchaba su tonada favorita, El limoncito.

Carne y hueso

–Bueno, pues, periodista, pero anote rápido que me deja el avión –urge Martín Luis Guzmán en el Aeropuerto Internacional, hasta donde lo han acompañado Kamal y un grupo de campesinos. Identifica a los personajes de La sombra del caudillo.
El Caudillo (Gral. Álvaro Obregón); Ignacio Aguirre (Francisco Serrano); Hilario Jiménez (Plutarco Elías Calles); Protasio Leyva (Arnulfo Gómez); Emilio Oliver Fernández (Jorge Prieto Laurens); Encarnación Reyes (Gral. Guadalupe Sánchez); Eduardo Correa (Jorge Carregha); Jacinto López Garza (Gral. José Villanueva Garza); Ricalde (Luis N. Morones); López Nieto (Antonio Soto Gama).
–¡Ya, por favor, joven Rebolledo, no me pida más nombres. Recuerde que La sombra del caudillo fue escrita cuando usted seguramente no había nacido! ¡Muchas gracias y adiós!

Martín Luis Guzmán Franco

Martín Luis Guzmán Franco nació en Chihuahua el 6 de octubre de 1887, escritor, periodista y diplomático considerado uno de los pioneros de la novela revolucionaria. Estudió Derecho en la Ciudad de México y en 1914 se unió a las tropas de Francisco Villa, con quien trabajó muy de cerca. Tras salir de la cárcel se exilia en España, donde, en 1915, publica en Madrid su primer libro: La querella de México. Entre 1916 y 1920 vivió en Estados Unidos, dirigiendo en Nueva York una revista en español llamada El Gráfico, además de colaborar con la revista Universal. Con los artículos publicados en ambas publicaciones integró en 1920 su segundo libro: A orillas del Hudson.
Regresa a México, donde continúa ejerciendo el periodismo y es elegido diputado nacional. Exiliado, viaja a España donde de 1924 a 1936 colabora en varios periódicos. Escribe El águila y la serpiente, publicado en 1928, libro que contiene memorias de las luchas civiles de México, y La sombra del caudillo, en 1929. Posteriormente, Guzmán Franco publica en 1932 Mina, el mozo héroe de Navarra, la biografía de Francisco Xavier Mina y Memorias de Pancho Villa, en 1940 y Muertes históricas, en 1958. Esta última le valdrá en México el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística. De 1959 a 1975 presidirá y dirigirá la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito.

Periodista de combate

Como periodista fundó a los catorce años el periódico quincenal La Juventud de Veracruz; dirigió El Gráfico, en Nueva York (1917); fundó en 1922 el periódico vespertino El Mundo; escribió en El Sol y La Voz de Madrid, colaboró en El Heraldo de México. Finalmente, fundó su semanario Tiempo, que dirigió desde 1942 y hasta su muerte, sin duda, una de las mejores revistas literarias de América, además de crear la editorial Ediapsa. En el terreno político, Guzmán Franco fue embajador de México ante las Naciones Unidas, de 1953 a 1959, y Senador de la República, de 1970 a 1976. Miembro, a partir de 1940, de la Academia Mexicana de la Lengua.

Gral. Claudio Fox

Claudio Fox Valdez nació en Hermosillo, Sonora, el 25 de abril de 1885. Fue constitucionalista y operó en los estados de Sonora y Chihuahua. Enviado a Guerrero como jefe de Operaciones Militares, asume de hecho el poder militar y político de la entidad. Obliga la salida del gobernador Héctor F. López, originario de La Unión (1925-1928) y nombra como interino al Coronel Enrique Martínez (1 de febrero de 1928 al 30 de marzo de 1929). Finalmente, designa como gobernador sustituto al general agrarista Adrián Castrejón, originario de Apaxtla, hoy de Castrejón (abril de 1929 a marzo de 1933).
Fox Valdez será relevado apenas asuma la presidencia el general Lázaro Cárdenas del Río, haciendo efectivo su retiro de la milicia. La reasumirá con el grado de General de Brigada durante el mandato presidencial de Manuel Ávila Camacho (1940-1946). Fallece el 15 de mayo de 1961, en la Ciudad de México, a los 76 años.

La Güera Fox de Acapulco

La unión matrimonial de Claudio Fox con la guerrerense María Luisa Leyva, funcionaria de Correos y Telégrafos en Acapulco, procrea seis hijos: Claudio, Ricardo, Guillermo, Alejandro, Raquel y Ringue. Raquel, conocida popularmente como La Güera Fox, bella, alta, esbelta, fue una precursora del feminismo en Acapulco. Alma Rebolledo viuda de Pano, mi hermana, con la que laboró en el Hotel El Mirador, la recuerda desprejuiciada, atrevida, irreverente y muy disparatera. Toda una leyenda en el prejuicioso medio siglo acapulqueño. Contrajo matrimonio con Alfredo Piliquío Berreatúa procreando niña y niño. La enfermedad de este último (lupus) los obligará a tomar residencia en Los Ángeles, California. Lila Berreatúa Fox volvió al puerto.

Paredón:

La sombra del caudillo, Martín Luis Guzmán, CGE, 1967.
Historia extraoficial de la Revolución Mexicana, Alfonso Taracena, autor, 1972.
Visiones mexicanas, José Alvarado, FCE, 1985.
Historia Gráfica de la Revolución.

 

Con Martín Luis Guzmán en La Poza y a la sombra

 

(Primera de dos partes)

Martín Luis Guzmán se afana en abrevar el agua de un coco de media cuchara y en el primer intento empapa la pechera de su alba camisa de cuello duro.
–¡Qué cosas!, –exclama sorprendido el periodista y escritor achicando la inundación con su propio pañuelo: –¡Nunca pensé que tomar a boca de coco demandara habilidades especiales!
El biógrafo fiel de Pancho Villa dicta su cátedra al leve vaivén de una mecedora de palma en el corazón mismo del poblado de La Poza o La Zanja del Teniente, municipio de Acapulco. Lo escuchan atentos campesinos acuclillados y mujeres arrebozadas mientras niños y niñas corretean en torno de ellos. Todos protegidos por la sombra de un árbol de mango copetudo y cuyos frutos cuelgan casi a ras de suelo. “Parecen esferas de Navidad”, exclama una menor ante un ramo de frutos amarillos.
La última palabra del novelista norteño será en aquél momento un no rotundo pero amable.
Rechaza con vehemencia que su nombre se inscriba en el portal de la nueva escuela a cuya inauguración ha sido invitado. Argumenta a su favor la falta de merecimientos para tan señalado honor, pero básicamente por razones de conciencia y congruencia. “El, crítico permanente de los tontos que buscan trascender imprimiendo sus nombres en bronces y mármoles de la obra pública, ¡no puede convertirse en uno de ellos!”.
–“Escuela primaria Martín Luis Guzmán”– pronuncia en voz alta–, ¡Estaría yo lucido!
–Pero es que ya lo habíamos hablado, señor –advierte el campesino más anciano de la reunión–. Tanto Kamal Assam como nosotros queremos rendir este modesto homenaje al soldado más leal de nuestro general Francisco Villa…

Extranjero generoso

–Sucede, queridos amigos míos, que a Kamal se le olvidó comentarles mi temprana negativa. Se la hice saber en el momento mismo en el que me participó su proyecto. El de construir con recursos propios, gestionados y el trabajo de ustedes una escuela primaria, agradecido por la hospitalidad y el cariño que ha recibido de La Poza. Por ello mi presencia tiene hoy aquí dos propósitos: saludar la generosidad de Kamal y pedir a ustedes que entiendan mi negativa. Les doy mi palabra, en cambio, de que gesto tan honroso lo guardaré agradecido en lo más profundo de mi corazón.
A Kamal Assam, comerciante y agricultor de origen árabe, asimilado de tiempo atrás en La Poza, le había fallado la estrategia. Pensó que Guzmán, presionado por la gente a la que guarda especial respeto y consideración aceptaría finalmente dar su nombre a escuela. El promotor tendrá entonces que habilitar rápidamente una cartulina en el que escribirá con plumón negro el nombre de “General Ignacio Zaragoza”, el nombre que llevaría la institución, sugerido por el propio escritor.
Ora que no fueron sencillas las condiciones impuestas por el autor de El águila y la serpiente para aceptar la invitación de Kamal Assam. No deberán estar presentes en el acto ninguna autoridad política de Acapulco “¿Por qué se les aplaudirá sin haber puesto un centavo? Educativas, claro que sí. ¡Ah, tampoco periodistas ni fotógrafos! (¡yo sé por que!). Y, finalmente, no más niños al rayo del sol quemante lanzando vivas al “supremo” en turno y no a los héroes!…
Aquí, Kamal tendrá que intervenir necesariamente para presentar a este reportero. “Se trata de mi amigo Anituy Rebolledo Ayerdi, reportero de Trópico, el único invitado de prensa. Ha sido también el único que ha creído y apoyado mi trabajo.
–Mucho gusto, joven… ¡Claro que aceptaré sus preguntas!

La sombra del caudillo

–¿La censura contra La sombra del caudillo? Esta será, joven, la respuesta número mil que he dado en años a esa misma pregunta. Y lo haré como la primera vez:
–A mí no me lo crea, amiguito, pero dicen que la película de Julio Bracho no le gustó al secretario de la Defensa Nacional, general Agustín Olachea Avilés (1958-1964). Armará por ello una reacción airada de los generales acusando a la cinta de denigrar al Ejército Mexicano y a la propia Revolución. ¡Vive Dios!
–¿Le sorprendió, maestro?
–No, por supuesto que no! La sombra del caudillo fue escrita y editada durante mi primer destierro en España. Los primeros ejemplares llegados a México fueron incautados por órdenes del presidente Elías Calles, prohibiendo la circulación de la novela en todo el territorio nacional. Para mi fortuna y de la libertad de expresión hubo personas que hicieron desistir a Calles de tamaña atrocidad. No obstante, el bilioso Jefe Máximo amenazará con cerrar la editorial Espasa Calpe y expulsar del país a su personal hispano si publicaba una nueva obra mía. Como se eximía de tal prohibición cualquier texto cuyo asunto mexicano fuera anterior a 1910, fue que surgieron temas como Mina, el mozo; Filadelfia, paraíso de conspiradores, Piratas y corsarios y otros.
–¿Por qué no nos recuerda, maestro, que en 1960 se prohibió la película mientras que la novela circulaba libremente?, –interviene el director de la primeria que ya no llevaría su nombre–.
–¡Es verdad, es verdad! –acepta el novelista–. Nada, sin embargo, deberá justificar la censura sobre ninguna forma de expresión del pensamiento. Resulta muy peligroso que en México se acepten tan bárbaras manifestaciones de intolerancia sin que se produzcan respuestas sociales de la misma intensidad.

La inauguración

Llega el momento inaugural de la escuela que no llevará el nombre de Martín Luis Guzmán, pero sí el del general Ignacio Zaragoza. El autor hace un amplio reconocimiento a la generosidad de su amigo Kamal Assam y explica de nuevo la razones por las que no aceptó que llevara su nombre. Una vez cortado el listón en medio de una celebración entusiasta, el escritor será invitado a presidir una larga mesa forrada con manteles blancos, bajo la misma sombra arbolada. En ella, el autor de La sombra… será homenajeado con su platillo favorito: langostinos gigantes. La cátedra continuará durante la sobremesa:
–Dice usted, maestro, que todos los personajes de La sombra del caudillo son réplica de personajes reales. ¿Axkaná González, también?
–¡No, claro que no! Axcaná no lo es, él es el único personaje ficticio. Con él pretendí darle voz al pueblo. Es un poco el coro de la tragedia griega buscando que el mundo ideal cure las heridas del mundo real. Axcaná es en realidad la conciencia revolucionaria. La Sombra narra los asesinatos de dos aspirantes a la presidencia de la República –fusilamientos los llamó el gobierno de entonce–, que preludiaron el magnicidio del presidente reelecto, a manos de un fanático…

La sombra, platicada

–¡Caray, jefe, no creo que sea necesario matar a Pancho! –suplica el general Álvaro Obregón, candidato reeleccionista a la presidencia de la República, al presidente Plutarco Elías Calles. Estoy seguro de que sus amigos desistirán de levantarse en armas en cuento sepan que lo tenemos preso en Cuernavaca.
Elías Calles, golpea con el puño cerrado el grueso cristal de la mesa ovalada del despacho presidencial y, puesto de pie, ladra:
–¡No me chingues, Álvaro! ¡Resulta que ahora te pones blandito y sentimental! ¿Crees que la estuviéramos contando si caemos en el cuatro que nos tendieron esos hijos de la chingada? ¡Son ellos o nosotros, Álvaro, carajo!
El inminente Jefe Máximo de la Revolución –Zeus tonante–hacía referencia al complot para asesinarlos a él, a Obregón y al secretario de Guerra, Joaquín Amaro, urdido presumiblemente por el general Francisco R. Serrano. Era este un joven y brillante militar lleno de inteligencia y simpatía dispuesto a impedir la reelección de su antiguo padrino y protector. Planea una anticipada “Noche criolla de los cuchillos largos”.
El otro candidato incómodo, el general Arnulfo R. Gómez, no participa en la conjura de Serrano. Le parece estúpido pretender tumbar en 24 horas un gobierno fuerte como el del Turco (por lo Elías). Y no es que respete a Obregón, su contrincante. ¡Que va! Apenas ayer, en Puebla, ha anunciado que su primer acto de gobierno será fusilar por traidor al Manco (Obregón). Arnulfo Gómez tiene preparada su propia asonada. Se levantará en armas el 8 de noviembre (el 2 de octubre se entrevista con Serrano) y entonces se convertirá en el único jefe de la Revolución.
Serrano y Gómez son como el agua y el aceite. Si algo los identifica en aquel momento son la frustración, el resentimiento y el odio. También la convicción de que ninguno de los dos será presidente por la vía del sufragio universal.
“¿Por qué otra vez ese pinche manco?, ¡carajo!”. Finalmente, lo que se esperaba como una alianza indestructible resultará una mascarada. Los dos generales opositores terminan como odiados enemigos. Serrano viaja a Cuernavaca con el pretexto de festejar su santo –en realidad va a esperar el triunfo de la asonada–, mientras que Gómez toma el camino de Veracruz para ultimar su levantamiento.
Son 13 a la mesa de la villa morelense y como alguien advierte la cábala es incorporado de inmediato un periodista sentado en una mesa de al lado.
Pancho Serrano, ex secretario de Guerra y ex gobernador del Distrito Federal, es objeto de honores especiales. Se brinda por él como si ya fuera presidente de la República. El coñac Hennessy-extra, su licor favorito y por imitación el de todos los presentes, corre generosamente. Las copas se alzan también “por ellas, aunque mal paguen” y es el momento de pedir al jefe la reseña de sus últimos lances amorosos. “¡Tiene chupamirto, el cabrón, ni hablar”!

El galanazo

El joven general disfruta relatando sus experiencias sentimentales con damas esculturales y hermosas como “salidas de un calendario”, según su propia vanidad. Sus conquistas parisinas, por ejemplo, –vivió en París becado ¡por Obregón!–, forman entre su tropa de una suerte de Decamerón oral y su affaire con una princesa rusa borda lo pecaminoso. Calles, a propósito, aseguraba que Serrano había vuelto de Europa “más tahúr, más borracho y más mujeriego”. Sobre Gómez, quien también había cruzado el Atlántico en busca de refinamiento, la opinión del presidente no era diferente: “había regresado más bruto!”.
Las botellas vacías de coñac forman una hilera sobre la barra desolada. La tertulia no decae en su entusiasmo santoral patriótico y revolucionario. El general Carlos A. Vidal casi besa la oreja del jefe Serrano al ofrecerle secreta lealtad. Mañana –una vez consumado el golpe de estado—, Vidal asumiría provisionalmente la jefatura del Poder Ejecutivo y desde allí convocará a elecciones generales. “El candidato de la unidad revolucionaria no podrá ser otro que el general Francisco R. Serrano. “Y luego a ver quien lo baja de la burra.” El Turco, bien visto, le ha hecho un gran servicio al pisotear la “no reelección”.

Los cañonazos

El galán de los generales mexicanos ignora que mientras él narra sus aventuras eróticas y bebe licor como periodista la conjura ha fracasado. El general Eugenio Martínez, quien se encargaría de arrestar y fusilar al triunvirato Calles- Obregón-Amaro, ha sucumbido ante un “cañonazo”. No de los sonoros de artillería sino los sutiles de 50 mil pesos inventados por el sonorense genial. El general Héctor Almada, jefe de Estado Mayor de Martínez, prosigue por su cuenta la sublevación, pero pronto será batido en Texcoco por el general Gonzalo Escobar.