Guillermina Cabañas vio cuando se llevaron a su sobrino; aprendió a disparar y se unió a la guerrilla

Guillermina Cabañas Alvarado, prima del líder guerrillero Lucio Cabañas platica su testimonio de la represión de la guerra sucia, ayer en Chilpancingo Foto: Tlachinollan

Zacarías Cervantes

Chilpancingo

Guillermina Cabañas Alvarado afinó su puntería disparándole primero a las calabazas, y cuando estuvo preparada entró a la guerrilla de su primo Lucio Cabañas obligada por la represión que en la década de 1970 sufría la familia del líder guerrillero.
El testimonio de Guillermina fue uno de los que recibió ayer la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las Violaciones Graves a los Derechos Humanos Cometidas de 1965 a 1990 (Comisión para la Verdad), durante el Dialogo por la Verdad.
Ahora de 74 años, la ex guerrillera originaria de San Juan de las Flores, municipio de Atoyac, contó que en ese pueblo la represión más fuerte se vivió entre 1970 y 1972 cuando fue ocupado por los militares.
Entonces había señalamientos contra los familiares del guerrillero Cabañas Barrientos y los militares llegaban a los pueblos y sacaban a la gente a la cancha de básquetbol, y quienes no se apellidaban Cabañas los ponían a un lado y los que sí en otro.
Muy jovencita entonces, Guillermina vio cuando militares se llevaron a su sobrino Antolín Cabañas Fierro, después a Joaquín Cabañas.
“Se sentía mucha impotencia, mucho coraje, no podíamos hacer nada ante las fuerzas armadas”, contó Guillermina, para entonces ya tenía desaparecido a su hermano Humberto y era ella quien lo buscaba.
Dijo que la mayoría de su familia, incluidos sus padres, salieron desplazados para Acapulco y ella se quedó al frente de los trabajos que le correspondían a su papá, pero también, por eso, fue hostigada por la misma gente del pueblo y empezaron a amenazarla.
De eso se enteró Lucio, quien le mandó una carta en la que le decía que se preparara para salir, antes le mandó a unas personas para que le enseñaran a usar armas.
“Yo le tenía miedo a las pistolas, sentía que me iban a explotar en la cara, pero de tanto y tanto me pusieron a prueba con una calabaza a 100 metros y hasta que le pegué me sentí segura”, contó.
Entonces le mandó avisar a sus padres que se iba a la guerrilla porque se estaban llevando a la familia Cabañas, “y no podemos hacer nada”.
Recordó que sus padres lloraron: “No te puedes ir, allá hay puros hombres, te van a tener de cocinera y no sabemos que más vaya a pasar”, le objetaron.
Pero Guillermina insistió, les dijo que prefería irse a que la agarraran con las manos cruzadas, “me tengo que defender, además yo coincido con las ideas de Lucio”, les insistió y se fue.

Dificultades en la sierra

Contó que el primer mes la acompañó su hermano Silvestre para constatar que ahí (en la guerrilla) había respeto.
“Tuve que estar aprendiendo las reglas, los trabajos se hacían parejo por hombres y mujeres. Los hombres tenían que aprender a hacer tortillas, lavar su ropa e igual las mujeres tenían que arrimar leña y los alimentos que se llevaban de otros pueblos”.
En los primeros días Guillermina se dio cuenta de que la vida en la sierra no era como la había imaginado, en el tiempo de lluvias dormían con la ropa mojada y con las botas puestas.
“A veces no podíamos ni prender la lumbre para preparar café o hacer la comida”, y dijo que lo peor fue cuando los militares los bloquearon y no los dejaban pasar alimentos ni pastillas para los enfermos.
Vio a compañeros que les llegaron a picar alacranes o animales ponzoñosos y no tenían antibióticos, ni pastillas para curarse.
Recordó una anécdota: Un día se le prendió una garrapata de las conocidas como del tigre en la entrepierna y le tuvieron que sacar la cabecita con un cuchillo, y la herida se infectó porque no había antibióticos, sólo se lavaba con jabón o con hojas de yerbas que creía eran curativas.
Además por el bloqueo del Ejército cuando no tenían suficiente comida comían raíces, una de ellas la oreja de burro que hervían para ablandarla.
En una ocasión cuando estaban en Los Piloncillos, no tenian alimentos y comieron cola de león que crece cerca de los arroyos. Contó que hervían el camote y en las noches no aguantaban los dolores de estómago por el frío, o porque lo que comían no era suficiente.
“Pasábamos hambre, frio, dolores, calores, diarreas.
Añadió que por esos días subieron unos médicos a apoyarlos y ella aprovechó para acompañarlos a las comunidades para dar consultas y aprendió a inyectar, poner suero, entablillar y a curar las heridas.
Después, cuando algún compañero se enfermaba ella estaba al pendiente de ellos.
Cuando los médicos se fueron le dejaron a su esposo el directorio para saber cómo se aplicaban las medicinas y los antibióticos, y mientras él daba las consultas ella era la enfermera, así apoyaban a las comunidades y los pobladores, a cambio, les daban huevos, frijol, maíz, a veces pollo que se repartían de a pedacitos.
Recordó que a finales de 1973 salió embarazada y se preocupó porque le daba hambre y no había qué comer, a tal grado que cuando le daba vómito lo que arrojaba era espuma.
Recordó que un compañero cercano a Lucio era “muy bondadoso” con ella y cuando salía de comisión pedía en las comunidades comida para llevarle.
Un día llegó y le dijo: “me da pena Hortensia (así la conocían en el grupo) te traje un pan pero viene bien mojado en mi morral, nos llovió y no sé si te lo quieras comer así. Vio que el pan lo llevaba envuelto en hojas verdes; “el hambre es canija, dámelo”, le respondió.
En otra ocasión se enfermó de gripa, tos y temperatura, mero cuando les avisaron que tenían que irse porque se acercaban los soldados.
Para salir tenían que cruzar un río y su esposo tuvo que cargarla para que no se mojara, pero a medio arroyo resbaló y cayeron los dos quedando totalmente empapada. Ambos tuvieron que seguir mojados porque no llevaban más ropa debido a que habían dejado sus mochilas para avanzar más rápido.
La empapada le agravó el dolor de cabeza, la temperatura y hasta quedó sorda.
Sonriente y divertida, contó que se hizo unos calzones de manta con las bolsas de arroz y a su esposo unos calzoncillos, y a éstos le quedaron el letrero de: “suprema” (la marca del arroz).
Dijo que en broma le pidió a su esposo: “no los vayas a tirar, guárdalos, porque ese calzoncillo va a ir a dar al Castillo de Chapultepec cuando termine esto (la guerrilla), pero en el primer arroyo los tiró y ella se enojó; “porque tenía historia ese calzón”, dijo ayer sonriente, contagiando al público.
El 14 de agosto de 1974, cuando tenía cinco meses de embarazo, Lucio le dijo que tenía que salir de la sierra porque ya era peligroso que enduviera en el monte.
De camino a Acapulco por el monte, una noche se cayó de la hamaca y rodó unos dos metros y su embarazo se le complicó, la tuvieron que sacar rápido, pues ya no podía aguantar más.
Explico que esa vez desbarató una bolsa de manta y se hizo una venda larga con la que se envolvió para avanzar más rápido porque ya para entonces los caminos estaban llenos de militares.
Otras parejas aprovecharon para salir con ellos y hubo lugares que atravesaban “como Tarzán, porque no podíamos ir por el camino, teníamos que ir rompiendo el monte para llegar donde pudiéramos dormir y al otro día seguir rumbo a Acapulco”.
Al final pudieron llegar “con muchos trabajos” a Acapulco, “desafiando los retenes y dando muchas vueltas”.
Explicó que en Acapulco ya tenian un lugar convenido donde se iban a reunir todos los que habían salido.
Informó que llegaron todos, y se abrazaron, rieron, lloraron y se despidieron, cada quien le dio por su rumbo, pero días después se iban enterando “que a fulano lo agarraron, y al otro también”.
Una de las que detuvo el Ejército días después fue Migue, a quien Guillermina dijo que quiso mucho; “siempre anduve pegada a ella, nos queríamos mucho”, contó y dijo que, incluso, a una de sus hijas le puso Migue, en recuerdo a ella que sigue desparecida.

Los Santiago Dionicio, una familia de Atoyac perseguida por su apoyo a Lucio Cabañas

María de los Ángeles Santiago Dionicio, hermana del ya fallecido ex guerrillero, ex diputado y ex presidente estatal del PRD Octaviano Santiago en la entrevista para el El Sur Foto: Zacarías Cervantes

Zacarías Cervantes

Chilpancingo

La familia Santiago Dionicio de Atoyac se incorporó al movimiento de Lucio Cabañas, primero por las condiciones de pobreza extrema que padecieron, después por el discurso del guerrillero que convenció sobre todo a Octaviano, quien junto con su hermana María de los Ángeles Santiago Dionicio fueron testigos de la represión del 18 de mayo de 1967 en la plaza de esa ciudad, episodio que motivó al guerrillero a tomar las armas y a remontarse en la sierra.
En entrevista, la hermana de Octaviano declaró que la simpatía y la participación de su familia en el movimiento de Lucio Cabañas, de quien este 2 de diciembre se cumplen 48 años de su asesinato, desencadenaron una de las represiones más crueles en contra de algunos de sus hermanos.
Los episodios los recordó entre sollozos, pero dijo que “valió la pena”, a pesar de que cuando menos dos de ellos; Octaviano y Francisco, murieron por enfermedades derivadas de las secuelas por las torturas físicas y sicológicas.
La maestra María de los Ángeles es una de las mayores de la familia Santiago Dionicio, y junto con Octaviano, miembro de la guerrilla de Lucio Cabañas, a la postre dirigente y fundador del PRD y diputado local, se ganaban la vida vendiendo chicozapotes que les regalaban sus tías en las ferias de los pueblos de Atoyac y la más famosa, la de San Bartolo, de Tecpan.
Contó que eran seis hermanos y frecuentemente se dormían en el suelo sin cenar, a veces, incluso, sin comer; “vivimos la peor pobreza y miseria que te puedas imaginar”, dijo la maestra en un receso de un taller para profesores en el que participaba el miércoles en el Museo Interactivo la Avispa de Chilpancingo.
María de Los Ángeles recordó que Octaviano, cuando tendría unos 10 años y ella unos ocho, le exigía a su madre, doña Juana Dionicio, que comprara bolillos en vez de panes porque eran más chicos y sus hermanos no se llevaban.
“Inicialmente la pobreza y el hambre nos motivó a entrar a la lucha de Lucio. Después se vino y fuimos testigos de la represión del 18 de mayo de 1967 en Atoyac”, contó María de los Ángeles, quien entonces tenía 13 años y estudiaba el sexto año en la primaria Juan Álvarez.
Como presidenta del Comité de Alumnos le tocó organizar el festejo del Día del Maestro, que sería ese mismo 18 de mayo, pero que suspendió por la masacre.
En su escuela había un movimiento en contra de la corrupción de la dirección que cobrara tres pesos al mes por cada alumno y los obligaban a llevar uniformes y al que no, lo regresaban.
“Imagínate, nosotros éramos seis hermanos, a dónde íbamos a traer tanto dinero, por eso estábamos en contra de la directora y a favor del movimiento al que fue invitado Lucio Cabañas a pesar de que este era maestro de la escuela Modesto Alarcón”.
María de los Ángeles contó que ese 18 de mayo, reunió a sus compañeros para que le ayudaran a organizar el festejo a los maestros y desde temprano, cuando iba a la escuela y pasó por el Zócalo, vio a muchos policías “motorizados”.
Después del mediodía las madres llegaron a la escuela Juan Álvarez con el mole, el estofado y el arroz para la comida de los maestros, y ella cuando fue por el aparato de sonido para el programa vio a Lucio que estaba en el Zócalo micrófono en mano, convocando al mitin de los padres de familia en contra de la directora de la escuela Juan Álvarez.
Dijo que pasó a hablar con él porque su profesor le pidió que lo invitara al convivio más tarde.
“El aceptó agarrándome la cabeza cariñosamente y me pidió que le avisara cuando ya estuviera empezando el festejo”, y ella se comprometió a que irían a traerlo.
Pero de regreso, cuando pasaban con las bocinas con otra de sus compañeras, “se soltó la balacera”, y corrieron a meterse a una casa cercana desde donde vieron cuando a Lucio se lo llevaron a esconder a unas fondas cerca del Zócalo donde él comía “y lo querían mucho, fue por eso que salió con vida”.
Aseguró que antes de que ella y su amiga llegaran al Zócalo cargando las bocinas, había escuchado que Lucio arengaba: “’no vamos a caer en provocación, vamos a hacer las cosas por la vía pacífica’. Yo pienso que él nunca pensó que iba a tomar las armas ese día que salvó la vida de milagro”.
Recordó que antes de que alguien la escondiera en una casa vecina vio a algunos de los muertos, entre ellos a doña Isabel, una señora embarazada que ya andaba en días para aliviarse.
Dijo que observó a la mujer ya sin vida y todavía el bebé “meneándosele” en el vientre, “todo eso lo cargo en mi mente como si hubiera sido ayer”.
Indicó que entonces su hermano Octaviano tendría 15 años, “y le dio tanto coraje” que a partir de entonces se sumó al movimiento de Lucio repartiendo volantes.
A esa edad lo detuvo por primera vez el Ejército por repartir propaganda, “esa sería la primera de 14 veces que estuvo preso a lo largo de su vida”.
La segunda vez fue a los 17 años cuando estudiaba la preparatoria en Chilpancingo.
Después, María de los Ángeles perdió la noción de los años en que su hermano fue detenido. Sólo recuerda que una vez ella estaba presente cuando le fueron a avisar a su mamá Juana que los soldados se llevaban detenido a Octaviano.
Explicó que entonces recientemente había habido el corte del café y su madre tenia algo de dinero, y pagaron un taxi para seguir a los militares a una casa particular donde tenían su cuartel.
Vio que a Octaviano lo llevaban vestido de militar y que alcanzó a decirles adiós con las manos, pero cuando llegaron al cuartel les negaron que lo tuvieran detenido, pero su madre les gritó: “Yo no me muevo de aquí porque aquí lo tienen, y me voy hasta que me lo entreguen”.
Agregó que los militares aseguraban que no tenían a ningún Octaviano, hasta que lo vieron salir al baño y su madre le gritó a un general: “No que no lo tienen, ahí va, entró al baño y me lo van a entregar”.
Enseguida el general llamó a Octaviano y le preguntó que por qué andaba repartiendo propaganda de la guerrilla y el joven le respondió que eso no era delito.
El militar le dijo que Rubén Figueroa (entonces senador), le ofrecía un cargo pero que dejara el movimiento de Lucio, y Octaviano le respondió: “’no me miente la madre general’, no aceptó, ‘si me van a matar, mátenme de una vez’”.
El general a regañadientes le dijo a su madre: “¿Ya ve señora?”, sin embargo, se los entregaron después.
María de los Ángeles explicó que cuando salían, su hermano les contó que vio adentro al comisariado de la comunidad de San Martín, Julio Hernández, y que lo oyó quejarse muchas veces por las torturas, “yo creo que ya está muerto porque no se oyen los quejidos”.
En ese momento llegó la esposa del comisariado acompañado por un taxista, hermano del comisariado.
La esposa llegó reprochando que hayan detenido a su marido después de que les mató un marrano para que comieran y les bajó cocos.
Dijo que minutos después la esposa del comisariado y el hermano de este se enterarían de que Julio Hernández ya estaba muerto en la funeraria Manzanares, a consecuencia de la tortura que recibió de los soldados.
“Fue una cosa triste y dolorosa, lo mataron con picahielo, le dieron piquetes en la cara, en la panza, le rajaron los pies. Eso acabó de indignar a Octaviano”, narró.
Explicó que a partir de entonces se comenzaron a reunir a escondidas con la gente de Lucio y su casa permanentemente estaba sitiada por militares. “ya para entonces decían que éramos guerrilleros”.
Otra vez que detuvieron a Octaviano fue cuando estaba estudiando la preparatoria en Chilpancingo. Antes, detuvieron y saquearon la casa de su hermana Rosario quien era la mayor y vivía en Acapulco, para que lo entregara.
Rosario estaba recién aliviada y la tuvieron vigilada en la cárcel de Acapulco tres días con sus noches, siempre apuntándole con pistola.
Días después les contó que escuchaba los clamores de los detenidos en otras celdas que decían: “ya no me pegue” y los militares respondían, “hínquese”.
Rosario les dijo que a veces escuchaba también los llantos de otros detenidos implorando: “Ya no me pegue”.
María de los Ángeles contó que en otra ocasión, Octaviano le pidió que le llevara una carta a Carmelo Cortez, otro miembro de la guerrilla de Lucio que estaba preso en la cárcel de Chilpancingo y cuando estaba parada en la reja con una compañera de la Preparatoria, la llamó un general de apellido Tijerina quien le dijo: “Tú qué andas haciendo aquí pinche vieja hija de la chingada, los amigos se ven en la cárcel y en la cama y tu eres amante de este cabrón, eres de lo peor”.
–Yo soy estudiante, no me ofenda, soy una señorita –respondió la hermana de Octaviano.
–A ver, ¿de dónde eres?
–De Atoyac.
–¿Y con cuantos guerrilleros te revolcaste?
Dijo que esa vez la tuvieron detenida tres horas haciéndole esos señalamientos hasta que fue el papá de su amiga que era abogado.
Denunció que otro de sus hermanos, Francisco, quien no participó de manera directa en el movimiento de Lucio Cabañas, también fue perseguido con intenciones de detenerlo y por ese motivo dejó la Escuela Superior de Agricultura (ESA) de Iguala.
“Se vino de Iguala a Chilpancingo y una vez cuando caminaba acompañado de uno de sus amigos se le acercó un policía judicial y le preguntó a su compañero: “¿Tú eres Francisco? y en vez de agarrar a su hermano se llevaron a su acompañante”.
Informó que Francisco anduvo huyendo varios años “y fue tanto el temor que cargaba que al final sufría de delirios hasta que murió, siempre con el temor de que sería detenido y a los militares que de niño tenían sitiada su casa”.
Otra de las detenciones que sufrió Octaviano, recordó que fue en 1975 en Querétaro, acusado del homicidio de un tal Obdulio, que no cometió, pero que se culpó por la tortura que ya no aguantaba.
Octaviano le contó a su hermana que “le rajaron sus testículos” y que las golpizas eran tan crueles que un día se hincó e imploró: “Dios, si deberás existes que ya no me torturen, y si no, que me maten de una vez”.
Agregó que dos días después le habló el procurador quien le preguntó: “qué prefieres que le avisemos a tu familia o una conferencia de prensa”.
Dijo que él pidió la conferencia de prensa en la que se culpó del homicidio y a cambio pidió que lo trasladaran a Acapulco donde negó todo y denunció que se culpó por las torturas.
“Lo que nos da gusto que el gobierno no cumplió su objetivo de asesinarlo”, aunque dijo que Octaviano murió (el 9 de agosto del 2012 a los 61 años) por padecimientos causados por las secuelas de las torturas, murió de neumonía y complicaciones en los riñones.
Octaviano murió en el Hospital del Seguro Social de Acapulco y horas antes de que falleciera, María de los Ángeles lo vio pensativo y le preguntó: ¿en qué piensas?, aquél le respondió: “En que como pude aguantar tantas chingas que me dio el gobierno”.
María de los Ángeles explicó que fue tanta su devoción por Lucio Cabañas que cuando estudiaba el sexto año en la escuela Juan Álvarez en contra de la voluntad de su madre se cambió a la Modesto Alarcón, donde daba clases Lucio.
“Se hicieron grandes amigos con Lucio quien le enseñó a tocar guitarra”, contó le hermana del ex miembro de la guerrilla de Lucio.
Dijo que comenzó a gustarle sus discursos desde cuando Octaviano acompañaba a su madre al Ejido el Porvenir Limón, donde nació Lucio y su madre tenía una huerta de café y el comisariado invitaba a reuniones en las que Lucio daba platicas a los ejidatarios.
Por Lucio, Octaviano entró después al Partido Comunista que lo envió a la URSS cuando apenas tenía 16 años y se libraba la guerra de Vietnam. Esa vez, dijo su hermana “se fue a preparar políticamente”.
La hermana de Octaviano informó que durante los días de mayor persecución a su familia, la madre abandonó Atoyac y se vino a vivir a Chilpancingo y vendió sus huertas de café que era el único patrimonio que tenía.
A más de 50 años, María de los Ángeles dijo que a pesar de la represión “no nos rajamos, seguimos firmes mi familia y yo. Nos costó caro, no fue fácil pero valió la pena”.
Para María de los Ángeles la guerrilla de Lucio Cabañas en la que se fletó su familia coadyuvó para que llegara a la presidencia Andrés Manuel López Obrador, “y para ello tuvieron que pasar cosas muy dolorosas como las que vivimos”.

Presentan en Atoyac El Último Disparo, nuevo libro sobre la guerrilla de Lucio Cabañas



El Último Disparo, Versiones de la guerrilla de los setentas, es el nuevo libro sobre la guerrilla de Lucio Cabañas Barrientos después de la masacre del 18 de marzo en Atoyac, donde cinco padres de familia, entre ellos una mujer embarazada, fueron muertos por agentes de la entonces Policía Judicial.
El libro es parte de la segunda edición literaria del profesor y periodista Felipe Fierro Santiago, quien vivió la guerrilla siendo un niño de nueve años en la sierra en Agua Fría y como estudiante en la secundaria Técnica de Río Santiago.
En su presentación Fierro señaló que fue un esfuerzo periodístico de 10 años, vivencias y entrevistas. La exposición del libro se realizó en el auditorio Juan Álvarez, donde se dieron cita más de 200 personas.
La presentación la hizo el escritor acapulqueño radicado en el DF, Ángel Carlos Sánchez y el párroco Máximo Gómez Muñoz de la iglesia de Dios Único.
Allí Sánchez destacó que este libro por primera vez tiene la versión de un atoyaquense que vivió la guerrilla donde se recopilaron fotos y entrevistas inéditas.
Señaló que ahí se pone y se acaba con versiones románticas de que el llamado Tigre de la Sierra está vivo.
Manifestó que muestra a través de testimonios de funcionarios y amigos de Lucio Cabañas de cómo era su vida y sentir del movimiento que generó indiscutiblemente el aspecto desarrollista en el municipio de la respuesta oficial contra la insurgencia.
El texto destaca el aspecto de la desaparición forzada de campesinos acusados de ser guerrilleros, sobre la tumba de Lucio, oculta por 27 años y la inhumación y exhumación que se hizo en años atrás.
La publicación expone que quien lo lea difícilmente no se dejara caer en trampas ideologías débiles y fingidas.
Por su parte el cura Gómez Muñoz, citó que no es el último disparo sino el inicio de muchos.
Dijo que hace 39 años alguien en Atoyac ante opresión e injusticia que se vivía en Atoyac reaccionó “y así quisiéramos que se reaccionara en la actualidad porque sigue la desigualdad”.
Señaló que con este libro se cuenta lo que se vivió en los 70 para que no se olvide y no se pierda la memoria de un pueblo.