El estreno mundial de El Pesebre, de Pablo Casals, en Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

Diciembre de 1960

Muchos acapulqueños lo ignoran pero hubo en el pasado ocasiones en las que el nombre de Acapulco destacó en las secciones culturales de los medios internacionales y no únicamente en la páginas frívolas y policiacas. Una de ellas fue la celebración en el puerto del Festival Pablo Casals (del 10 al 22 de diciembre de 1960), cuyo cierre triunfal fue el estreno mundial de su obra cumbre El Pesebre, ejecutado por una orquesta sinfónica, un coro mixto y célebres cantantes dirigidos por el propio chelista, de 84 años. Un espectáculo irrepetible, inolvidable.
Los centenarios muros del Fuerte de San Diego hicieron eco profundo a la majestuosa ejecución calificada por musicólogos, críticos y melómanos como “profunda, hermosa e impecable”. Será sin duda el suceso mejor calificado del año en el universo musical. Se dirá de él:
“Es una invocación, un canto a la paz y de amor a la humanidad. Una obra que habla de libertad de creencias y que busca la unión entre los humanos sin importar color o religión. Plena, además, de alientos y esperanzas por un planeta mejor, ajeno a los terribles conflictos que dividen al género humano”.
El Festival Casals había nacido 10 años atrás, en algún lugar de Francia, como una simple reunión de amigos, festejando el bicentenario de Johann Sebastian Bach, de quien se decía: “Si todos los compositores son montañas gigantescas, él es toda la naturaleza”.
Autoexiliado en Francia durante la Guerra Civil española, Casals no volvió a su patria mientras vivió el dictador Francisco Franco. Durante la Segunda Guerra Mundial no sólo se negó a tocar en Berlín, silenció su chelo para que Hitler ni ningún otro tirano lo escucharan. Fue su amigo Alexander Schneider, violinista lituano, quien lo convenció de abrazar nuevamente su instrumento, por la gloria de Bach.

El Festival Acapulco

El Festival Casals de Acapulco, en honor del músico catalán, convocó a muy importantes músicos extranjeros, particularmente chelistas amigos y discípulos del maestro. Se celebró durante dos semanas en el Fuerte de San Diego, aprovechando las instalaciones de la Reseña Mundial de Festivales Cinematográficos. Música y danza fueron los temas del evento, destacando en el segundo rubro los ballets Folklórico de Yugoslavia y Folklórico de México. Ambos deslumbrantes por la espectacularidad de sus coreografías y el colorido de sus vestuarios.

El Pesebre

El Pesebre fue estrenado mundialmente la noche del 17 de diciembre de 1960, ejecutado por una orquesta sinfónica compuesta por reconocidos profesores y un coro mixto. Fueron solistas la soprano Irma González, la contralto Rosario Gómez, el tenor Julio Julián, el barítono Roberto Bañuelas, el bajo Donald Mcdonald y el niño soprano Conrado Larios

Los virtuosos

Los chelistas reunidos en Acapulco eran atrilistas en las mejores agrupaciones musicales del mundo, además de ejercer un trascendente magisterio personal. Aquí hicieron gala de virtuosismo:
Zara Beslova, canadiense de padres rusos, recibió enseñanzas adicionales del maestro Casals. Nacionalizada estadunidense, fue solista en las grandes orquestas de ese país. Poseía un violonchelo Stradivarius, llamado El Marqués de Corberon, fechado en 1726.
Leonard Rose, estadunidense de origen ruso, maestro del japonés Yo-Yo Ma, uno de los más grandes chelista del mundo. Tocó muy joven bajo la dirección de Arturo Toscanini y a los 26 años ya era primer violonchelo de la Filarmónica de Nueva York. Tocaba en un chelo Amati del año 1662.
Milos Sádlo, checo, también alumno de Casals y maestro de varias generaciones de chelistas en la Academia de Música de Praga. Hizo tríos memorables con el violinista ruso David Oistrakh y el pianista soviético Dimitri Shostakovich. Fue solista de la Filarmónica Checa.
Maurice Eisenberg, estadunidense de origen polaco, fue chelista a los 18 años de la Sinfónica de Nueva York. Tocó con el maestro Casals siendo su alumno en París. Confesó que ese encuentro había sido un punto de inflexión en su vida. Ocupó la “clase Casals” en la École Normale de Musique de París, fundada entre otros por el propio chelista catalán.
Otro gigante de la música en Acapulco fue el pianista estadunidense, de ascendencia rusa, Eugene Istomin. Serán célebres sus tríos con el violinista Isaac Stern y el chelista Leonard Rose. Quince años más tarde de su estancia en Acapulco, se casó con la viuda de Casals, Marta Montañez Castillo, a la sazón presidenta de la Manhattan School of Music.
Otros ejecutantes en Acapulco: la clavecinista Julieta Golsaetz y los violinistas Franco Ferrari, peruano, e Higinio Ruvalcaba, jalisciense. Los pianistas Alicia y Héctor Monfort y Carlos Vázquez.
Entre las voces escuchadas en las noches de gala de la fortaleza acapulqueña figuraron Amparo Guerra Margain, soprano; Enriqueta Legorreta, soprano; Aurora Woodrow, mezzosoprano y Paulino Seharrea, tenor

La Medalla de la Libertad

Dos años más tarde de su estreno en Acapulco, El Pesebre se presentará en el Memorial Opera, de San Francisco, donde Casals anuncia su intención de dedicar el resto de sus días a una cruzada personal por la dignidad humana y la paz. Al año siguiente lo ofrece en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York. Ahí, el presidente John F. Kennedy le impone la Medalla de la Libertad de Estados Unidos. Veintiocho días más tarde el mandatario fue asesinado en Dallas, Texas.

Guadalajara, su casa

Casals regresa a México en 1971 para ejecutar su obra mayor en Guadalajara, bajo la dirección orquestal de su paisano Enrique Gimeno. Invitados por él, ofrecen una gala benéfica dos de los más grandes músicos del siglo XX: el violinista Isaac Stern y el pianista Eugene Istomin. El chelista no resistió la tentación de subir al escenario para tocar con ellos el Triple de Beethoven, haciendo de aquella una velada inolvidable.
Viajó luego a Nueva York para estrenar en la sede de la ONU el Himno de las Naciones Unidas, de su autoría, que se convertirá en el Himno a la Paz. En su discurso, el primero en idioma catalán pronunciado en aquél recinto, Casals refrendará su origen catalán y terminará con esta afirmación: “Catalunya fue la nación más grande del mundo”. En la propia Gran Manzana, dirigirá en el Lincoln Center un concierto único e irrepetible con la participación de 80 violoncelistas.
Los habitantes de Guadalajara, Jalisco, acogieron con especial cariño y orgullo al músico pacifista y él correspondió haciéndola su tierra mexicana favorita. Recibió de los jaliscienses la Medalla de Honor del gobierno de la entidad, inacabables homenajes municipales y el obsequio de una casa campestre a pocos kilómetros de la capital. Se ubicaba en la calle Pablo Casals.
La última vez que el chelista visitó la capital jalisciense fue poco antes de morir, en abril de 1973, con casi 97 años a cuestas. “No los representa y es un hombre singularmente lúcido”, dice Enrique Loubet Jr., reportero del diario Excelsior, quien consigue entrevistarlo. Revela que está en Guadalajara de descanso, acompañado por su esposa Marta Montañez Martínez, puertorriqueña de 36 años, quien fue su alumna y es hoy una destacada chelista. Y que su descanso es tocar, tocar, tocar.
–Tocaré preludios y fugas de Bach así me esté muriendo –confiesa el artista.
A propósito de tocar y tocar, dos años atrás una joven periodista estadunidense le había preguntado: “Mr. Casals: usted tiene 95 años y es el más grande violonchelista que jamás haya existido. ¿Por qué entonces practica más de seis horas al día?”. A lo que él respondió con humildad beatífica: “Porque creo que estoy haciendo progresos”.

Un retrato

Entrevistador non, inteligente, acucioso y ameno, Loubet retrata al maestro catalán:
“Bajito, algo encorvado –lo que lo hace aparecer más pequeño aún, más frágil, más delicado–, se diría un hombre de menos edad. La suavidad sería su principal característica. Empero, sus manos son fuertes, vigorosas. Manos grandes de dedos largos, firmes, sólidos entre lo que más destaca es un anillo matrimonial. El escaso cabello es blanco y sólo las cejas permitirían adivinar que alguna vez fue rubio. Los ojos de azul pálido, algo desvaídos. La frente despejada con pocas arrugas a cambio de múltiples lunares. La boca de trazo recto, de labios finos, que apenas se curva al sonreír . La voz aterciopelada las más de las veces, algún trueno en ocasiones”.

Acapulco, un sitio único

“No se olvide anotar mi intenso amor por México”, pide Casals al periodista Loubet. “Sentí una gran emoción la primera vez que vine, pero muy particularmente en el estreno de El Pesebre, en Acapulco, un sitio verdaderamente único. Es algo especial lo que siento aquí. Me ocurre lo mismo aquí y en Israel, son dos grandes pueblos, dos naciones con futuro.
Entre las contribuciones más importantes del catalán destaca haber cambiado la técnica de la interpretación del violonchelo, buscando movimientos más naturales alejados de la técnica rígida del siglo XIX y pegando el arco a las cuerdas siempre. Casals poseía únicamente dos chelos: un Bergonzini Gofriler, de 1730, muy delicado, sensible a cualquier cambio de temperatura y por ello conservado en una cámara especial en Nueva York. Lo tocó en Acapulco

El niño, un Dios

Aunque nunca los tuvo propios, los niños serán un tema recurrente en la conversación del chelista genial. Insistía: “Al niño hay que decirle que no ha nacido ni nacerá otro niño como él. El niño preguntará que cómo es eso. Habrá que contestarle que el Dios de la naturaleza. Porque ese es el dios. Dios quiere decir todo. Y, cuando aquél niño cumpliera nueve años, podría decírsele: Mira, los grandes hombres también fueron niños como tu”. Escribió para ellos el poema Eres una maravilla.

Cada segundo que vivimos es un momento nuevo y único del Universo, un momento que nunca se repetirá. ¿Y qué les enseñamos a nuestros hijos? Les enseñamos que dos más dos son cuatro, y que París es la capital de Francia. ¿Cuándo les enseñaremos también lo que son?

Debemos decirle a cada uno de ellos: ¿Sabes lo que eres? Eres una maravilla. Eres único. En todos los años que han pasado, nunca ha habido un niño como tú. Tus piernas, tus brazos, tus inteligentes dedos, la manera en que te mueves.

Puede ser que te conviertas en un Shakespeare, Miguel Ángel o Beethoven. Tienes la capacidad para todo. Sí, eres una maravilla.

Y cuando crezcas, ¿puedes entonces hacer daño a otro que como tú es una maravilla?

Debes empeñarte, debemos todos empeñarnos, por hacer el mundo digno de los niños.

Pau Casals.

Ayotzinapa, bandera quemada

 

 

Acusados falsamente de una infamia, siete estudiantes normalistas son encerrados en calabozos del Fuerte de San Diego de este puerto: Daniel Ramos González, Rafael y Pablo Añorve, paisanos, Miguel Alonso, Estanislao Córdova, Efrén Hernández y Modesto Álvarez.

La calumnia

El estado de Guerrero será foco de escándalo e indignación nacional cuando el feroz anticomunismo galopando en el país, apoderado incluso de las altas esferas gubernamentales, lance una temeraria acusación contra estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Tixtla. La calumnia perversa de haber hecho girones la bandera mexicana para luego prenderle fuego e izar en su lugar la bandera roja comunista.
Corren los últimos días del mes de abril de 1941. España ha sucumbido pisoteada por las hordas falangistas y toda Europa está a punto de correr la misma suerte, avasallada por el nazifascismo. El relevo del presidente Lázaro Cárdenas, general Manuel Ávila Camacho, ha pintado su raya con el pasado reciente declarándose “católico por origen y sentimiento moral”. Advirtiendo, además, que ningún comunista colaborará en su gobierno porque “estos no han encajado ni pueden encajar en México”.
Manipulados tradicionalmente por el gobierno y en aquellos momentos también por la quinta columna nazi-fascista, muchos medios moverán los resortes de un nacionalismo exaltado, patriotero, llevando a la opinión pública a estados de peligrosa exaltación. Del estupor a la incredulidad y de la rabia nacionalista a la irritación cívica. Ningún mexicano, se exige, puede permitir que un puñado de comunistas agravien de esa manera al lábaro patrio y mucho menos en el lugar de su nacimiento. No faltarán grupos porriles dispuestos a viajar a Guerrero para castigar como se merecen a los “malditos rojos antipatria”.

Simpatías por Hitler

Las amplias simpatías y admiración por Hitler y su milenario Tercer Reich son alimentadas aquí por varios medios escritos y radiofónicos afines a esa causa. Todos apoyados por un bien montado aparato de propaganda nazi con operación “clandestina” y recursos sobrados para corromper incluso a las conciencias más sólidas.
El periodista tabasqueño José Pagés Llergo es enviado por la revista Hoy como corresponsal viajero a Europa y Asia, donde consigue entrevistar a Hitler, Mussolini, Hirohito e incluso al papa Pio XII, acusado este más tarde de tener simpatías por el Führer. El reportero mexicano llega a Tokio durante el ataque a Pearl Harbor y eufórico, fuera de sí, declara las simpatías mexicanas por los nipones.
Los textos del futuro director de la revista Siempre le dan la vuelta al mundo para poner en serios aprietos al gobierno mexicano. Regino Hernández Llergo, director de la revista Hoy, publica en la misma un recuadro con su firma en el que niega que José Pagés, su sobrino, sea corresponsal del medio y que, por tanto, todo lo que ha escrito es a título personal. Sugiere, además, que su viaje fue pagado por las embajadas de Alemania y Japón en México.

¿Cómo dice que dijo?

La propaganda nazi en México será de tal manera penetrante que se darán casos de grupos sociales que rechacen pelear contra Hitler, pero sí contra Estados Unidos. Como el siguiente:
La radio trasmite a todo el país la declaración de guerra del presidente Ávila Camacho contra de las potencias del Eje –Berlín-Tokio-Roma– (1945). Es tan mala la señal que en algunas regiones norteñas no se escucha bien a bien contra quien o quienes es la guerra. Sucederá entonces que, armados con lo que encuentren a la mano, grupos de hombres y mujeres marcharán más al norte “¡dispuestos a partirle toda su madre a los gringos!”.

¿Qué ocurrió en Ayotzinapa?

La histeria anticomunista desatada a partir de la que será alma mater de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, se propagará como yesca ardiente por todo el país. Los estudiantes normalistas habían estallado una huelga exigiendo la salida del director Carlos Pérez Guerrero, acusándolo de feroz represor anticomunista. A este le bastará la presencia de una bandera rojinegra de huelga para armar la insidia. Lo demás correrá por cuenta de los medios mal informados o subvencionados. México arderá en los días siguientes con un fuego atizado por el más peligroso de los nacionalismos
(Una provocación tan o más perversa usará el presidente Díaz Ordaz en 1968. Cuando los estudiantes en huelga icen efectivamente la bandera rojinegra en el asta monumental del Zócalo de la Ciudad de México. El genocida no podrá insinuar algo parecido a lo de Ayotzinapa porque la acción había sido cubierta por las cámaras de televisión. Ordenará en cambio multitudinarios actos de “desagravio” al pendón de Iguala en todo el país, haciendo aparecer a los jóvenes y a su movimiento como traidores a la patria.

Todos contra Ayotzinapa

El coahuayutlense profesor Carlos F. Carranco Cardoso, gobernador por cuatro meses en sustitución del defenestrado general Alberto J. Berber, organiza en la propia Ayotzinapa un acto de desagravio a la bandera nacional. (Un exaltado profesor muy “físico” pedirá a voz en cuello “la emasculación” de los autores del atentado y serán pocos los asistentes que entiendan la demanda de “cortarles los güevos a los muchachos”). El mandatario viajará de ahí a la Ciudad de México para reunirse urgentemente con el presidente Ávila Camacho.
El Frente de Maestros Revolucionarios de México (FMRM) denuncia que también en la Normal Rural de Tenería, Estado de México, ha sido quemada una enseña patria, insinuando una consigna en ese sentido procedente de Moscú. Demanda también la expulsión de los funcionarios de la SEP y líderes de la FSTSE de filiación marxista. Ofrece listas negras.
La Secretaría de Educación Pública anuncia, con base en tales listas negras, el cese de siete maestros de Ayotzinapa y ofrece el cambio de escuela a maestros y alumnos “que no estén de acuerdo con la política internacional del gobierno”. Entrega sus expedientes a la PGR.

La que, falsa: SEP

El titular de la SEP, maestro Luis Sánchez Pontón, informa al presidente de la República:
“Continuando con la investigación del incidente de Ayotzinapa, el inspector general Ramón García Ruiz ratifica su informe del día 7. Aclara en modo preciso que el pabellón nacional no fue quemado ni sufrió ultraje alguno, como ha informado la prensa”.
Por su parte, el Sindicato de Trabajadores de la Educación de la República Mexicana (STERM), se suma al desmentido de la SEP. “Ni en Ayotzinapa ni en Tenería sucedieron los hechos deleznables narrados por la prensa y la radio, rechaza.

Renuncia el secretario
de la SEP

Frente al clamor que demanda la desaparición de las escuelas normales rurales, por ser “nidos de comunistas antipatria”, el titular de la SEP, maestro Sánchez Pontón, manifiesta:
“La nueva escuela mexicana es una institución exenta de toda doctrina y de toda tendencia que no sean las que constituyen la raíz misma de nuestra nacionalidad y los más caros ideales perseguidos por nuestro pueblo a través de sus luchas libertarias”.
Sánchez Pontón no soportará finalmente el golpeteo en su contra, pero básicamente que el presidente no crea su versión de los hechos parando el escándalo. Abrumado por tanta inquina renuncia como secretario de Educación Pública y es sustituido por Octavio Véjar, un sujeto acusado de simpatizar con Alemania.

Normalistas a prisión

A 20 días de iniciada la provocación se arresta a ocho estudiantes de Ayotzinapa, acusados de haber quemado el lábaro patrio: Miguel Alonso, Estanislao Córdova, Efrén Hernández, Modesto Álvarez y los ometepequenses Rafael Añorve, Pablo Añorve y Daniel Ramos González.
Un editorial de prensa insulta a los normalistas llamándoles “miserables renegados”. “Salvajes a quienes el gobierno deberá darles la sanción única que merecen, devolviendo violencia por violencia, golpe por golpe”. Histeria pura, perversa.

Presos en el Fuerte

“Calumniado por un delito de lesa patria, para satisfacer a una opinión pública enardecida de falso patriotismo, se me declaró auto de formal prisión y como tal estuve, al igual que otros compañeros y estudiantes, recluido en varis cárceles por más de seis meses”, escribe el profesor Daniel Ramos González, de Huajintepec, municipio de Ometepec, periodista (jefe de redacción fundador del Diario de Guerrero de Chilpancingo), escritor y poeta. Lo hace en un pequeño libro editado por él mismo y que contiene relatos, leyendas, cuentos y poemas básicamente de la Costa Chica.
(Un texto consultado para esta entrega gracias a la gentileza de uno de los hijos del maestro, arquitecto José Rubén Ramos Osorio, constructor de la Universidad Americana, a quien mucho lo agradecimos).
Fundador, director y catedrático de instituciones educativas durante 37 años (aquí, la Primaria Benito Juárez y la Secundaria Federal Uno), el maestro Ramos González tuvo además una intensa participación política como militante priista. Fue asesor de este columnista cuando ocupó hasta en tres ocasiones la dirección municipal de Actividades Cívicas, Sociales y Culturales del Ayuntamiento. Un amigo a la antigua que no cobraba.
Es explicable la brevedad del maestro Ramos González para referirse al dramático suceso del que fue actor involuntario y al cual dedica únicamente 25 líneas en 150 páginas. Una experiencia juvenil traumática que seguramente pudo exorcizar a tiempo. Dice más:
“La prensa nacional a ocho columnas y con grandes titulares los tabloides destacaban hechos nunca realizados y menos comprobados. Sin embargo, sin línea doctrinaria definida, tendríamos que pagar las reformas al cardenismo que el presidente Manuel Ávila Camacho tendría que hacer antes las presiones del momento. Suprimir la coeducación en las escuelas normales rurales, reformar el artículo Tercero Constitucional que era marcadamente socialista y lanzar a la ilegalidad el Partido Comunista. Todo realizado posteriormente, como también después el mismo presidente Ávila Camacho ordenaría nuestra salida de prisión, por conducto del general Gerardo Rafael Catalán Calvo, gobernador de Guerrero”.

La sordidez:

“Al calabozo del llamado “pentágono” del fuerte de San Diego llegué empujado por gente armada que lo había creído todo, pues la prensa nacional fue sorprendida y la publicidad en torno a la calumnia abundaba. Por una angosta puerta, en contra de mi voluntad, penetré en un diabólico recinto. Madera gruesa recubierta de fierro, los barrotes hacían imposible todo intento de alcanzar la libertad. En la parte media de la cúpula un pequeño orificio tragaba luz para nosotros, mientras abajo la humedad, la falta de aire y la oscuridad hacían de cada preso un candidato seguro a la tuberculosis.

María de la O

Revela el cronista Alejandro Martínez Carbajal que fue doña María de la O con sus mujeres quienes se hicieron cargo del cuidado y alimentación de los muchachos, exigiendo para ellos un trato respetuoso. La valerosa luchadora socialista encabezará luego a estudiantes y maestros para exigir al gobernador Catalán Calvo la libertad de los ayotzinapos. La lograrán en octubre de ese mismo año.

Ayotzinapa, la provocación

Para el investigador Gerardo Peláez Ramos la provocación de Ayotzinapa fue la primera acción anticomunista de proyección nacional durante el sexenio de Ávila Camacho, aunque el primer cambio de derecha fue la llegada de Fidel Velázquez a la secretaría general de la CTM. Peláez es autor del texto 1941: la provocación de Ayotzinapa, de cuya información nos hemos servido para esta entrega. Gracias a él.

La Ruta 95 (México-Acapulco) Vereda tropical, Eduardo VIII y nuevos acapulqueños

Tú la dejaste ir

Los porteños encomian una obra pública que significará el primer camino hacia Caleta, a la que sólo se llegaba por mar. Lo habían ejecutado los soldados al mando del general Rodolfo Sánchez Tapia, con la participación entusiasta y voluntaria de los acapulqueños. Los recursos utilizados eran producto de una colecta popular destinada a ofrecer una recepción tumultuaria al presidente Plutarco Elías Calles, constructor de la Ruta 95, visita finalmente cancelada.
El tajo al cerro de Los Dragos o de La Pinzona abrirá, a partir de Tlacopanocha, un camino junto al mar hasta la playa de Manzanillo, preferida para días de campo familiares en medio de un enorme y hermoso palmar. Luego llegará a Caleta y más tarde formará parte de la avenida Costera, por supuesto.
El antiguo acceso a Manzanillo era una empinada vereda, hoy vigente, que se iniciaba en el barrio de El Rincón. Trepaba zigzagueante el barrio de La Candelaria hasta llegar a un recodo donde había un nicho con una cruz en su interior, siempre colmado de flores silvestres. El sendero bajaba hasta un sitio donde hoy se levanta una gasolinería y allí estaba Manzanillo.
Un paso muy trotado pero no recomendable para las familias decentes por ser asiento del congal Gloria, donde vendían caro su amor La Niña Verde, La Patas de Oso y La Manos de Oro.
Una vereda que fue cantada por Gonzalo Curiel, el célebre compositor jalisciense, por haberla transitado una y otra vez siempre acompañado por la misma dama. Morena, ella, de ojos glaucos, dueña de una cinturita de avispa y caderamen anforino. Sucederá que un día la dama no llega a la cita y tampoco los siguientes. El autor de Caminos de ayer, Incertidumbre y Temor lo reprochará a la vereda:

¿Por qué se fue? /
tú la dejaste ir /
vereda tropical /
hazla volver a mí /
quiero besar su boca /
otra vez junto al mar…
(Vereda tropical)

La Ruta 95

Doce automóviles esperaron en Xaltianguis la apertura oficial de la Ruta 95, celebrada el 11 de noviembre de 1927. Fue a las 4 de la tarde de ese día cuando el presidente de la República, Plutarco Elías Calles, acciona el mecanismo telegráfico que hace volar la enorme roca que taponaba el camino, a la altura del kilómetro 402. Lo hace desde la residencia oficial del Castillo de Chapultepec, donde lo acompaña el gobernador de Guerrero, general Héctor F. López.
La ceremonia local fue encabezada en Xaltianguis por el alcalde de Acapulco, Manuel López López, y los generales Claudio Fox, jefe de operaciones militares de la entidad y Héctor F. Berber, jefe de la guarnición local. Todos ellos firmaron la relatoría del suceso dejando asentado el agradecimiento del pueblo de Guerrero para el presidente Calles.

Los primeros autos

Dos horas después de la apertura entrarán a la ciudad los primeros 12 automóviles, últimos modelos de las marcas Ford, Buick, Oakland, Stutz, Oldsmobile y Hopmobile. Evento histórico aprovechado por las empresas automotrices para exaltar el poder de sus motores y los bajos consumos de combustible. La Ford, por ejemplo, presumía que su auto “T” gastaba escasos 17 litros por cada 100 kilómetros.
La recepción vehicular será jubilosa y agradecida particularmente por una muchachada maravillada ante aquellos autos sólo vistos en el cine y en revistas. No pocos acariciarán aquellas lustrosas carrocerías en tanto que los menores se dedicarán a imitar el sonido de sus bocinas. Y no era que los autos fueran desconocidos en el puerto pues los había traídos por mar. Como el Essex propiedad de una familia Fernández, objeto de burlas por circular cuando mucho a 10 kilómetros por hora, con una máquina para alcanzar más de 60. “Con ese paso ni los perros lo persiguen”, se burlaba la gente.
Más atrás, 10 años exactos, el gobernador de Guerrero, Silvestre Mariscal, profesor rural de Atoyac convertido en general, se movía en su auto Studebaker descapotable. Los faros eran de carburo y el arranque era manual porque tenía magneto y no de conexión eléctrica. Acostumbraba un paseo vespertino con su esposa por todo Acapulco, declarado por él como la capital de Guerrero ante las mentadas de los chilpancingueños. Los perros ya no le ladraban porque los primeros que los hicieron fueron abatidos a tiros por Domitilo, el chofer mudo del mandatario.

Eduardo VIII

Los cañones del fuerte de San Diego permanecieron mudos aquél 9 de octubre de 1920. Ello no obstante que entraba a la bahía el acorazado MHS Renow, buque insignia de la Royal Navy inglesa, al mando del príncipe Eduardo de Gales. Silencio determinado por la carencia de relaciones diplomáticas entre ambos países.
El futuro monarca, cuyo reinado no cumplirá un año por sus tratos secretos con Hitler, aunque se argumentó su amor por una plebeya, desembarca hasta que lo autorizan las autoridades mexicanas. “El güerejo pasmado y sin chiste”, según calificación certera de doña Tomasa Benítez, baja a tierra luciendo el traje de gala de la armada de su país.
Por la tarde, Lalo, como ya lo llaman los lancheros del puerto, visita Pie de la Cuesta donde caza patos y pichiches. Para darle color a su visita, el hijo de reyes es llevado a la fonda de doña Bocha Castrejón, en el mercado localizado en pleno Zócalo. Ella lo agasaja con un par de albóndigas de pollo que él elogia como bocatto di cardinale y hasta se chupa los dedos (¡mi señor!, lo reprende su jefe de ceremonial). El tratamiento de doña Bocha para el príncipe es el de “mi rey”: ¡Para servirte, mi rey!..¡Que güerito estás, mi rey!… ¡Gracias, mi rey!… ¡Que te vaya bien, mi rey!. El inglés sólo sonríe agradecido
Cuando 16 años más tarde el príncipe ascienda al trono inglés con el nombre de Eduardo VIII, recordará su estancia en Acapulco. Se seguirá preguntando si aquella mujer mexicana poseía dotes de profeta o augur al verle la testa coronada. El monarca inglés no se enterará jamás que doña Bocha, su anfitriona, daba el tratamiento de “mi rey” a toda su clientela. Incluido Bencho, el tuerto, operador del carromato de la basura jalado por burros, a quien le obsequiaba la comida.

Nuevos alcapulqueños

En su periodiquito El Liberal, el cronista Carlos E. Adame destaca y agradece la participación entusiasta de muchos avecindados en las tareas encaminadas al progreso de Acapulco. Los menciona uno a uno, sus orígenes, perfiles y trincheras.
* Isaías Acosta, bondadoso contador. Funda la Cámara de Comercio de Acapulco.
* Manuel Revilla, casado con Rosalía Pintos, hija del primer matrimonio del alcalde Antonio Pintos Sierra, hermana de Federico, Rafael y José. Fue contador-gerente de la empresa Alzuyeta y Cía.
* José Gómez Arroyo, médico militar llegado en 1918 con las fuerzas revolucionarias. Fue director del hospital civil Morelos y salvó la vida de Juan R. Escudero, víctima de un primer atentado a tiros. Procreó varios hijos con diferentes esposas: Genoveva, Leonila, Carmen, Gloria y José.
* Pascual Aranaga, español que llegó al puerto como arriero y dirigirá más tarde una empresa comercial.
* Los hermanos Samuel, Manuel y Félix Muñúzuri. Venidos de Guatemala se identificaron desde sus años mozos con la gente del puerto, formando honorables familia acapulqueñas.
* Alejandro, Rosendo y Alberto Batani, originarios de la isla de Batan, Filipinas.
* Don Ramón y Jorge Córdova, comerciantes de pieles y armadores del tráfico de cabotaje en el puerto.
* Los hermanos Sergio, Rogelio y Obdulio Fernández, dueños de la fábrica de jabón La Especial, establecida en el barrio de Río Grande (hoy, de La Fábrica).
* Don Adolfo Argudín, propietario del hotel Miramar y gerente de la empresa Transpor-tes Lacustres. Formó aquí con Adela Alcaraz una gran familia: Alfonso (alcalde de Acapulco (1984-1986), Tere, Teyín, Chayo y El Güero.
* Los hermanos Hugo y Enrique Stephens, dedicados a la agricultura y la ganadería en Plan de los Amates.
* Hermanos San Millán –Ma-ximino y Luciano–, dueños del cine Salón Rojo y de una cantina en el Zócalo.
* José Flores, representante de la empresa Casa Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Cía, dueña de las fábricas de hilados de El Ticuí, en Atoyac, y Aguas Blancas, en Coyuca de Benítez.
* Manuel Tejado, simpático y jacarandoso español, gerente de la casa Hermanos Fernández y Cía. Lo había sido de la empresa P. Uruñuela y Cía.
* El asturiano Arturo García Mier, propietario de la imprenta La Asturiana.
* Los señores Casís, don Guillermo Edwards, don Lorenzo Sánchez Morales, don Juan Manzanares y don Luis Long. Comerciantes muy queridos.

Un aviador en apuros

Tripulando su propio aparato, un aviador español sale del puerto de Veracruz con destino a la Ciudad de México, pero por el mal tiempo extravía su ruta. Sin conocer su ubicación, a causa de las nubes negras, desciende en un “claro” que no es sino un tupido maizal al que arrasa, necesariamente. Tiembla de pies a cabeza cuando al apagar el motor se percata de que está rodeado por una multitud, pensando lo peor. Será la presencia de una tropilla alharaquienta de niños que le devolverá el alma al cuerpo.
–Perdónenme ustedes, estoy dispuesto a pagarles su sembradío, se disculpa, al tiempo que indaga en qué sitio del país se encuentra. Una respuesta coral se lo hace saber: ¡San Marcos, Guerrero, cerca de Acapulco!
Ya ubicado, el tripulante se presenta como Juan Ignacio Pombo Alonso, piloto español que hace un viaje de aventura en su propia avioneta, a la que ha bautizado Santander por ser el nombre de su ciudad natal. Que ejecuta un raid entre ocho capitales sudamericanas y que el mal tiempo lo hizo descender. El calendario marca el 13 de septiembre de 1935.
–¿Acapulco?. Claro que he escuchado ese nombre, balneario famoso por sus bellezas naturales. ¡Si me llevan se los agradeceré eternamente!
El aviador es recibido en el puerto con júbilo por sus muchos paisanos quienes lo agasajan con paella, vinillo de Jerez y canciones del terruño. Le proporcionan, además, los medios para rescatar su aparato bajo la celosa custodia de niños sanmarqueños. Tres días más tarde, el 16 de septiembre, Pombo Alonso vuela a la ciudad capital para culminar su hazaña. Más tarde manifestará su agradecimiento a los niños que cuidaron su nave, con dulces y juguetes.

Juan Ignacio Pombo

Para acometer tal hazaña, Pombo Alonso voló una avioneta deportiva British Aircraft Tagle 2, monoplano de ala baja construido en madera contrachapada. Dotada con un motor Gipsy Major de 130 CV y tanque para 694 litros de gasolina. Cubrirá una distancia de mil 800 kilómetros en 16 horas con 47 minutos para, finalmente, obsequiarla a México. Volverá en 1943 para fijar aquí su residencia. (Wikipedia).

Granjas del Marqués: despojo brutal a los más pobres para favorecer a los más ricos

 

Conmoción política

A escasos siete meses de su administración, el al-calde Jorge Jóseph Piedra –acapulqueño güero, periodista, risueño y carismá-tico– toma una decisión tan insólita como riesgosa. Decisión histórica que provocará una grave desavenencia entre la golosa familia revolucionaria hasta colocarla al filo de la navaja.
La mañana del 4 de julio de 1960, el hombre que en su niñez voceó el periódico Regenera-ción, de Juan R. Escudero, encabeza una invasión de tierras. El suceso es calificado como el más duro golpe a la contrarrevolución en Acapulco, sin faltar desde luego quienes hablen de una “chifladura”. Ambas reacciones dispares obedecían a que la ocupación tumultuaria afectaba las otrora famosas Granjas del Marqués, reserva estratégica de un grupo de políticos y empresarios favorecidos por el gobierno del presidente Miguel Alemán Valdés.

¡El Palacio Nacional se cimbra!

–¡La cagaste, Jorge, la cagaste! –aúlla en el teléfono Humberto Romero, secretario particular del presidente Adolfo López Mateos. ¿Qué pretendes, cabrón, al meter cizaña entre el jefe y Don Miguel?… ¡Dime, carajo, a qué oscuros intereses estás sirviendo? ¿No te das cuenta que nadie se ha tragado la ino-centada de que actuaste por cuenta propia?… ¡Ahora mismo, el poderoso Clan Alemán culpa justamente indignado al Señorpresidente de tu pendejada… ¡El señor, como podrás imaginarte, no quiere saber nada de ti!… ¡Estás acabado, Jorge, acabado!
Una sentencia, por cierto, ya intuida por Joseph a partir de que el teléfono de su amigo el mandatario no era contestado a sus reiteradas marcaciones.
La indignación de López Mateos quedará exhibida cuando ordene hacerse cargo del “Caso Acapulco” al secretario de la Presidencia, Donato Miranda Fonseca, el mismo a quien Joseph solía referirse como “El ministro del odio”. Este se hará acompañar por Roberto Barrios, jefe del Departamento Agrario y por el procurador general de la República, Fernando López Arias. Significando todo ello, efectivamente, que Joseph Piedra estaba acabado. Acabado y quizás encarcelado.

Las tierras ociosas

Con todo, el alcalde periodista mantendrá la convicción de haber actuado legalmente con la ocupación de las Granjas del Marqués. Lo había hecho bajo el amparo de la Ley de Tierras Ociosas, promulgada por el presidente Adolfo de la Huerta (1920) y reglamentada en Guerrero por el gobernador José Inocente Lugo (1935-37). Ley que claramente facultaba a los ayuntamientos del país a entregar, en alquiler o aparcería (porcentaje), las tierras no cultivadas en un año con esa misma temporalidad y hasta por tres años si el abandono era mayor.
“Una ley anacrónica, ridícula y derogada hace tiempo. Un esperpento, pues”, será la respuesta de los jurisperitos presidenciales.
No obstante que los invasores eran militantes del PRI, los líderes de los comités estatal y municipal de ese partido recomendarán al alcalde “poner los pies sobre la tierra y dejarse de desplantes demagó-gicos. Usted es de los nuestros y está obligado a evitarnos problemas”, lo reconvienen.

La historia

Retrocedamos al Acapulco de 1925. Corre el mes de septiembre cuando los habitantes de la cuadrilla de El Marqués, solicitan al gobernador, general Héctor F. Berber, la dotación de tierras agrícolas. Durante una visita del mandatario al puerto le exponen: “Queremos sembrar la tierra pues la pesca ya no nos da para sobrevivir” e invocan un ordenamiento carrancista del 6 de enero de 1915. Una ley, explican, que ordena la restitución a los pueblos de tierras expropiadas ilegalmente y que anula las enajenaciones y las concesiones de tierras y aguas. La reacción del mandatario es favorable.
Originario del municipio de La Unión, el general Héctor Berber ordena la atención inmediata a la demanda de los marquesanos, misma que en dos meses más tarde se estará procesando ante la Comisión Agraria. Con tan mala suerte que el procedimiento se atora. Una, porque los terratenientes se defendían como gatos boca arriba, y dos, porque los funcionarios agrarios estaban corrompidos hasta el tuétano. Figuraban entre los posibles afectados Jacobo Harotian, de la Hacienda de La Luz (3 mil 471 hectáreas que comenzaban en la laguna de Tres Palos y terminaban en La Sabana), Hacienda de El Coloso (582 hectáreas.) de doña Virginia D. viuda de Uruñuela, y la hacienda de El Potrero. Su propietario original, Mariano Moreno, la vende en 1900 a los hermanos Stephens.
Dueños de una paciencia franciscana, los marquesanos esperarán seis años para obtener, finalmente, una resolución favorable a sus demandas. La decreta el presidente Pascual Ortiz Rubio, el 26 de junio de 1931. La dotación de 624 hectáreas para el ejido de El Marqués provendrá exclusivamente de la hacienda El Potrero, una inmensa heredad de más 6 mil hectáreas que incluía el poblado de La Zanja, el cerro del Diamante y terminaba en Barra Vieja. Diez mil cabezas de ganado Hereford llegaron a pastar en aquellas verdes vastedades, valuadas fiscalmente en 100 mil pesos oro.

Los Sthepens

Los hermanos Hugo, Enrique y Guillermo Sthepens habían llegado al puerto en las postrimerías del siglo XIX, procedentes del estado de Arkansas (Estados Unidos). La misión de los tres era instalar aquí una nueva maquinaria para la fábrica de jabón y aceite La Especial (hoy IDHASA). Dos de ellos se quedan aquí y forman dos familias acapulqueñas. Hugo con Elodia Estrada Orozco, de Tecpan de Galeana y Enrique con la acapulqueña Juana Galeana.
Afectar las tierras de ricos capitalistas extranjeros se cantó entonces como un triunfo de la Revolución Mexicana, en su justo papel de “redentora de los parias”. Se exaltó, igualmente, la vocación agrarista del gober-nador Adrián Castrejón Castre-jón, miembro de la escolta del general Emiliano Zapata y sobreviviente de la emboscada en la que muere abatido el cau-dillo, en Chinameca, Morelos. El hombre de Apaxtla (hoy de Castrejón) fundará más tarde el Frente Zapatista de la República Mexicana.
Dieciocho años más tarde, la Revolución Mexicana se escribirá con minúsculas y se tendrá sólo como un referente anecdótico. Por eso se llamará “locos exal-tados” a quienes califiquen como contrarrevolucionario el decreto del presidente Alemán del 13 de junio de 1949. Acordaba, a solicitud de la Junta Federal de Mejoras Materiales de Acapulco (JFMMA), la expropiación del ejido de El Marqués “para que ese organismo lo fraccione y venda destinando esos recursos a obras de interés general”.
Los ejidatarios, salvo algu-nas voces rebeldes, finalmente sometidas, estarán de acuerdo con el despojo. Los campesinos recibirán a cambio una casita con valor de 10 mil pesos, además de una suma igual en efectivo. A unos cuantos se les pagarán sus palmeras y árboles frutales.

Melchor Perrusquía y las granjas del Marqués

Melchor Perrusquía, presidente de la JFMMA, le vende al presidente Alemán la idea de que el Marqués es el sitio perfecto para trasplantar a México las edénicas farms californianas. Granjas con casitas blancas, vacas contentas, hortalizas en glorioso technico-lor, puerquitos parlanchines y gallinas coquetas. “Granjas capaces de producir los insumos requeridos por la industria turística, cualquiera que llegara a ser la demanda, asegurando calidad uniforme y un importante ahorro al eliminarse los altos costos de acarreo. Una central de abasto con precios abatidos, frente al cine Río, beneficiaría directamente a los porteños”, era la oferta.
Cada granja poseía una dotación de seis hectáreas, un pozo profundo, energía eléctrica, casa principal, vivienda para el encargado, establos, porquerizas y gallineros. Acceso fácil y expedito además de protección con una cerca de alambre de púas. La granja modelo exhibía sementales de varias clases de ganado, obsequiados por la Secretaría de Agricultura y Fomento. De Arabia se trajeron varas de morera con la loca pretensión de propagar aquí su cultivo. Un árbol originario de la China de hasta 15 metros de altura y cuyas hojas verdes oscuro acorazonadas han sido durante milenios el alimento de los gusanos de seda. El precio de la unidad se estableció en 80 mil pesos, 15 mil pesos de enganche y el resto en cinco mensuali-dades , sin intereses. Setenta de ellas se vendieron inmediata-mente.

Brutal desalojo

Con la fe del notario Julio García Estrada, el alcalde Jóseph había probado que, salvo las granjas del ex presidente Alemán, del ex gobernador Gómez Maganda, varias de Melchor Perrusquía y las de algunos gringos, las restantes nunca llegaron a ocuparse a partir de 1949.
–No te hagas pendejo, Jorge, el principal adefesio de Puerto Marqués es su gente: negra, fea y cochina –le dijo aquí Miranda Fonseca y el acapulqueño habría estado a punto de abofetearlo.
Así pues, el 7 de julio de 1960 se producirá el desalojo anunciado. Un grueso contingente militar, al mando del general Álvaro García Taboada, comandante de la 27a Zona Militar, echan a punta de bayoneta a los nuevamente engañados marquesanos. Tres días de intensa fajina les habían bastado para limpiar “sus granjas” de maleza acumulada durante 11 años.
No obstante el descalabro en este caso, el alcalde no dará su brazo a torcer en cuanto al desalojo de las enramadas playeras, cocinas y restaurantes de Puerto Marqués. Serían barridas con bulldozers para suplirlas por quioscos diseñados por la Casa Disney y cuyas concesiones ya poseían empresarios locales como Carlos Barnard y José Martino. Joseph regresará al puerto sólo cuando tenga en sus manos la orden de respetar las fondas del balneario, dirigida a la Comisión Administradora de Terrenos de Acapulco (CATA), autora del proyecto de claros tintes racistas. El romántico periodista convertirá así su derrota en triunfo.

Jóseph, ¡fuera!

El alcalde Jorge Jóseph preside la primera sesión de Cabildo luego de un mes de licencia. Fuera del Palacio Municipal centenares de acapulqueños lo aclaman, demandando su presencia. Los ediles le piden al presidente municipal que salga a calmar a sus partidarios. Jóseph abandona la sesión. La continúan el síndico y el resto de los ediles, todos ellos afines al gobernador Raúl Caballero Aburto. Cuando el alcalde regresa ya no lo dejan entrar. Por debajo de la puerta le pasan una nota notificándole que ya no es presidente municipal de Acapulco, que el síndico Alfonso Villalvazo ya ha sido nombrado su relevo. Él mismo comunica los hechos a sus simpatizantes y les propone rescatar la alcaldía por las vías legales. Hombres y mujeres, enfurecidos, rechazan la propuesta del periodista disponiéndose a penetrar por la fuerza a Palacio para devolverle su cargo. Jóseph los convence de que él sería acusado de cualquier acto de violencia y evita así lo que pudo terminar a una dolorosa tragedia.

Brutal agandalle

La expropiación de El Marqués despoja de sus tierras a ejida-tarios acapulqueños como Sabi-no Palma, Adrián Deloya, Francisco García, Cornelio Ávila, Pablo Chegüe, Germán Salinas, Cipriano Nava, Ray-mundo Salinas, Ernesto García, Eduarda Juanico, Nazario García, Julio García, Leopoldo Olea, Claudio Salinas, Natividad García, Pedro Valeriano, Ventura Palma y muchos más. Un brutal agandalle para beneficiar a los políticos y empresarios más ricos de México.
Entre los mexicanos que serían criadores de vacas, gallina y cuches estaban Ramón Beteta (secretario de Hacienda); Joel Rocha (socio de Salinas); Manuel Suárez (Techo Eterno Eureka y Casino de la Selva); Antonio Carrillo Flores (ex secretario de Hacienda y titular de Relaciones Exteriores); Antonio Díaz Lombardo (hotel La Marina, Acapulco, director del IMSS); Enrique Parra Hernández (ministro sin cartera del alemanismo); general Sánchez Celis, Alberto Braniff, Rafael Mancera, Yuco del Río, Enrique Cusí, Raúl Martínez Ostos, Moisés Cossío, Eduardo Ampudia, Elías Suranski, Antonio Domit y una dama, doña Soledad Orozco, viuda del presidente Ávila Camacho. Y más.
Otro millonario beneficiado será extranjero, Paul Getty, el entonces hombre más rico del mundo. Melchor Perrusquía le hará su apartado de 655 mil metros cuadrados para su hotel Pierre Marqués.

¡Bombas contra escolares! Terror durante el desfile del 5 de mayo de 1920

La parada

El desfile cívico del 5 de Mayo de 1920, conmemorativo de la Batalla de Puebla, cubre un breve recorrido por las principales calles de Acapulco. Lo encabezan el Cabildo en pleno, así como los mandos militares y navales. Al frente marcha el alcalde don Juan H. Luz; embraza orgulloso el lábaro patrio.
Por entonces, todos los funcionarios públicos del puerto vestían traje riguroso, incluso en plena canícula. El mayor número usaba telas de algodón lino y buen dril en colores blanco, crema y caqui, si bien no faltaban quienes optaban por el negrísimo casimir inglés. Las camisas de seda, las corbatas chinas y los sombreros de fieltro y jipijapas procedían de la fayuca, necesariamente.
Por lo que hace a los contingentes escolares, los más disciplinados y gallardos pertenecían a las escuelas Miguel Hidalgo, para varones, e Ignacio M. Altamirano, para señoritas (Ya mixta, esta última seguirá siendo la mejor durante todo el siglo XX y más). Marcha al frente del contingente una mínima banda de guerra cuyos tambores enfatizan la marcha –un dos, un dos– con pasos muy cortos reafirmados con un deslizante pie derecho.

Los estallidos

Un primer estallido hace retumbar la tierra provocando la algarabía infantil creyéndolo parte de la celebración. Enseguida, uno similar provoca un largo eco procedente del cerro de Las Iguanas (barrio del Hospital), en cuya línea recta se localiza el Palacio Municipal por cuyo frente discurre el desfile. Un tercer disparo roza el tejado de la Casa Municipal .
–¡Son bombas de verdad!, ¡son bombas de verdad! –advierte a gritos un aterrorizado gendarme. ¡Corran, muchachillos corran, corran y métanse al palacio o la iglesia! (La Soledad). ¡Rápido, rápido, muchachillos, o no la cuentan! El los encabeza, por supuesto.
“Eran bombas las que cayeron cerca del desfile”, testimoniará más tarde el ex alcalde Jorge Joseph Piedra, pequeño actor de aquél drama. (En mi Viejo Acapulco).

Los artilleros

–¡Que pasa contigo, carajo!, eres bizco o dialtiro muy pendejo –reprende un superior al artillero del cañonero General Guerrero, nave desde la que se produce el bombardeo– ¡El blanco está en el cerro de La Pinzona y tú le estas tirando al cerro de Las Iguanas, diametralmente opuesto!… ¡Si serás pendejo!
–¡Perdón, mi teniente, pero es que me estorba el cerro! Y tenía razón.
El ataque sobre Acapulco se había iniciado cuando la nave cañonera navegaba paralela a la península de Las Playas, buscando la entrada a la bahía. La cruel acción tenía como objetivo silenciar las comunicaciones de la ciudad con el exterior. Básicamente la destrucción de la antena telegráfica, un vara altísima sostenida por cables, conocida simplemente como La Inalámbrica, localizada precisamente en el cerro de La Pinzona.
Muy de mañana de ese mismo 5 de Mayo habían entrado al puerto los mercantes San Basilio y Josefina, naves auxiliares del cañonero General Guerrero. Viajaban en ellos las tropas del general atoyaquense Silvestre Mariscal, a la reconquista de Acapulco.

El cañonero General Guerrero

El cañonero General Guerrero tenía en su haber acciones memorables al servicio del gobierno federal. Seis años atrás lo encontramos en aguas mazatlecas enfrentando ventajosamente al cañonero Tampico, que ha sido tomado por los revolucionarios al mando del joven teniente Hilario Rodríguez Malpica, veracruzano de 25 años. Lanza este un angustioso SOS al coronel Álvaro Obregón quien ordena de inmediato que uno de sus biplanos, Sonora, tripulado por el capitán Gustavo Salinas, vuele en su auxilio. La crónica:
“El capitán Salinas se elevó a una altura de 3 mil pies mar adentro hasta donde se encontraban el cañonero General Guerrero, arrojando sobre él racimos de granadas. Siembra el pánico entre los soldados enemigos y despierta una gran emoción entre los revolucionarios que presenciaron la hazaña”. ¿La primera batalla aeronaval de la historia? No obstante, el Tampico será finalmente inutilizado por el Guerrero, quedando a la deriva. La tripulación recibe la orden de abandonar la nave a la que se le han abierto las válvulas de fondo. Luego vendrá un desenlace con pinceladas de tragedia griega: el teniente Rodríguez Malpica desenfunda su pistola para llevarla a la boca y la disparar antes de ver a su nave tragada por el océano Pacífico. El calendario marcaba el 16 de junio de 1914”.
Ataque al puerto

El cañonero General Guerrero penetra aquél 5 de Mayo a la bahía de Acapulco y enfila sus baterías hacia los dos blancos ordenados por el general Mariscal: el fuerte de San Diego y el cerro de La Pinzona. Son tan malos los artilleros que algunas bombas no le atinan a la fortaleza pero sí impactan en la ciudad. El pánico se apoderada de los habitantes que huyen despavoridos. Madres angustiadas llaman a sus hijos con grandes voces, indagando los sitios donde se han refugiado los alumnos del desfile.
–¡Maldito Mariscal, mil veces maldito! ¿por qué nos haces esto, hijo de la gran puta? –fue el grito desgarrador de una mujer bajando en tropel, como muchas, de los cerros.
Las calles minutos antes repletas aplaudiendo a los contingentes del desfile lucirán vacías, impregnadas con el olor característico de la pólvora. Un mayor número de hombres, mujeres y niños se refugia en el Palacio Municipal y en la Parroquia de la Soledad. Allí, el padre Florentino Díaz ofrece, además de auxilios espirituales, atención a mujeres desfallecidas o presas de agudas crisis nerviosas.

Otro testimonio

El ex gobernador Alejandro Gómez Maganda, ofrece su testimonio: “El cañoneo naval dispersó a la gente más que de prisa, dando fin a la importante ceremonia cívica, todo ello entre la confusión de las fuerzas militares que tomaban dispositivos para resistir el desembarco” (Acapulco en mi vida y en mi tiempo).
El grito de “¡Maldito Mariscal, mil veces maldito!”, se repetirá aquél 5 de Mayo una y otra vez… ¡mil veces!
Mariscal, gobernador

Tres años atrás, el mismo Silvestre Mariscal compartía las funciones de gobernador de Guerrero y jefe de las Operaciones Militares de la entidad. Habiendo declarado a Acapulco como capital de la entidad, despachaba en una casona de la actual calle Felipe Valle. Allí mismo se reunirá el Congreso Constituyente de 1917 para promulgar la Constitución Política de Guerrero y entre cuyos firmantes figuraron los diputados acapulqueños Simón Funes y Ricardo Uruñuela.
Devuelto los poderes a Chilpancingo, Mariscal durará únicamente dos meses al frente del Ejecutivo. El presidente Carranza lo llama a Palacio Nacional para “arreglar asuntos urgentes”. No obstante tener a Mariscal entre sus consentidos, don Venus o el “Barbas de chivo” atenderá por primera vez las denuncias en su contra, presentadas por legisladores y personalidades de la entidad como Eduardo Neri, Adolfo Cienfuegos y Camus, Héctor López y Custodio Valverde.
Sucederá lo nunca esperado por Mariscal. Al llegar a la Ciudad de México acude a presentar sus respetos al ministro de Guerra y Marina y ahí mismo es arrestado bajo los cargos de abuso de autoridad, usurpación de mando e insubordinación. El atoyaquense encargará desde luego su defensa a varios abogados y entre ellos a su joven y bella esposa Eloísa García.

Mariscal, libre

Acosado por los matones de Carranza, Álvaro Obregón huye hacia Guerrero disfrazado de maquinista de ferrocarril. En tanto, Plutarco Elías Calles lanza el Plan de Agua Prieta desconociendo al presidente Carranza. Este, desesperado, no sólo ordena la libertad de Mariscal sino que lo nombra jefe de las Operaciones Militares de Guerrero. Confía en que su amplio conocimiento del terreno y su fuerte liderazgo social le permitirán acabar pronto con Obregón y sus muchos seguidores. Será el propio Primer Jefe quien ordene al capitán del cañonero General Guerrero, Hiram Hernández, conducir al profesor atoyaquense a la toma de Acapulco.

Nomás diez disparos

Advertido de tal amenaza, el jefe de la guarnición acapulqueña, coronel Antonio Martínez, había dispuesto la reparación de dos magníficas piezas de artillería Chaumont Mondragón, emplazadas en la fortaleza de San Diego. Un trabajo impecable del licenciado Crisóforo Cárdenas Salas y del teniente coronel retirado Miguel Velásquez, revelados como formidables artilleros.
Llegado el momento, 10 disparos de aquellas bocas relucientes bastarán para dejar fuera de combate al cañonero General Guerrero. El décimo le abrirá un boquete enorme sobre la línea de flotación obligándolo a huir humillado por dónde había llegado. Tras él irán los mercantes San Basilio y Josefina.

Ni pa’l arranque

La algarabía de los porteños al terminar aquella pesadilla, con mucho susto pero sin víctimas, no tendrá paralelo. El Zócalo se llena de música y los oficios religiosos en La Soledad lucen pletóricos como nunca.
–¡Ni para el arranque nos sirvieron esos hijos de la “chingoncha”!, –alardea Secundino, un viejo limosnero carente de ambos brazos agitando triunfal sus muñones. Le decían El menos dos y ocupaba la puerta principal de la parroquia de La Soledad.

El rescate

La fiesta se intensificará cuando se conozca el rescate de un grupo de jóvenes acapulqueños tomados como rehenes por Mariscal. Integraban la tripulación del barco guía de la Capitanía de Puerto. Ellos: Luis Mayani, Benjamín H. Luz, Juan Funes, Julio Vélez, José Díaz, Heraclio (Yaco) Bermúdez, Jesús García y Faustino Vélez.

Sesenta bombas

El recuento de los daños sufridos por la ciudad durante el bombardeo arroja cero víctimas y escasos los materiales. Eso sí: una gran peste a pólvora. Las mismas autoridades calcularán en 60 el número de impactos sobre la ciudad, afectando muchas techumbres de teja. Se encomiará la reacción inmediata y valiente de la población ante la artera agresión: hombres, mujeres y niños.

¡Bueno, bueno!

Huyendo a bordo del General Guerrero, a la altura de Pie de la Cuesta, Silvestre Mariscal logrará comunicación hasta Chilpancingo con Álvaro Obregón. Lo hará para ponerse ¡“a sus órdenes, mi general, para lo que usted disponga y mande!”. Señal que la Inalámbrica seguía de pie, no así el honor y la dignidad de la canalla.

¡Agua para Acapulco!

 

Anituy Rebolledo Ayerdi

Los Pozos del Rey

Acapulco mantuvo en tiempos de la Colonia una población de 2 mil habitantes, multiplicada varias veces durante la feria anual con motivo del arribo de la Nao de Manila. La población se abastecía entonces de agua a partir de los cauces naturales y de pozos abiertos por el virreinato llamados Pozos del Rey. El más visitado se localizaba en la actual plaza Álvarez (edificio Pintos) del que se abastecían incluso los galeones. El otro se ubicaba en el actual barrio de Petaquillas, para servicio de las familias de la guarnición militar del fuerte de San Diego, en cuyo interior, por cierto, se localiza un venero.

Los aguadores

Los aguadores de aquellos tiempos distribuían su producto en cántaros de barro llenos hasta el pescuezo y cubiertas las bocas con hojas de plátano. Los transportaban en redes de mecate atadas al fuste de un burro chaparro. Ora que quienes carecían de una acémila las cargaban a lomo, colgadas de un palo delgado y rollizo. Mucho más tarde los cántaros serán suplidos por latas alcoholeras. El aguador es descrito por don José Manuel López Victoria, el cronista por excelencia de Acapulco: “Vestía holgada camisa y apretado calzón de manta ceñidos en las piernas y en la cintura. Usaba sarape de colores chillantes sobre el hombro izquierdo, mientras que en la mano diestra llavaba siempre una cuarta o soga de buey para arrear al asno (Leyendas de Acapulco).
Por su parte, don Alejandro Gómez Maganda, ex gobernador de Guerrero, cronista memorioso y escritor de prosa elegante, describe a las aguadoras:
“Mozas de piel morena y satinada yendo por agua al pozo del Rey. Muy garbosas con sus cántaros en la cabeza y los pechos enhiestos, empitonando el percal detonante de sus vestidos de indiana”. (Acapulco en mi vida y en el tiempo).

El Pozo de la Nación

–¡Pozo del Rey, mis talegas! –truena irritado el mal hablado gobernador Diego Álvarez –cuando escucha de una tales fuentes coloniales. Participa en la inauguración de un pozo profundo abierto atendiendo el angustioso pedido de los residentes de una barriada de la ciudad. A ellos se les ha cortado el suministro de El Chorrillo, un venero inmemorial que da nombre al barrio en el que se localiza, surtidor incluso de los galeones orientales.
–¡Este no será el pozo de ningún puto monarca español, será el primer Pozo de la Nación de Acapulco –proclama orgulloso el hijo de don Juan Álvarez–, bautizando de paso al céntrico barrio citadino.

El Nopalito

Será hasta la tercera década del siglo XX cuando Acapulco sea dotado con un sistema de agua a la medida de su población. El sistema Palma Sola, llamado así por el manantial que lo abastecía, fue inaugurado en 1932 por el presidente Pascual Ortiz Rubio (1930-1932). Uno de los tres presidentes impuestos por Calles, el Jefe Máximo de la Revolución, para cubrir el período del malogrado Álvaro Obregón.
Apodado El Nopalito, por baboso, se decía, Ortiz Rubio no lo fue tanto. ¡Qué va! Junto con su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Juan Andrew Almazán, paisano de Olinalá, se agandallaron, centímetro a centímetro, la superficie total del litoral de la bahía acapulqueña sembrado con palma de coco. Se utilizó el recurso de la “expropiación por causas de utilidad pública”, pagando “cualilas” (moneda de dos centavos) por el metro de tierra cultivada con miles de palmeras. Almazán constriuirá su hotel Papagayo y hasta una primera costera con su nombre.

El río Grande

Acapulco nunca tuvo problemas para satisfacer las necesidades hídricas de sus habitantes, ni cuando sumaban 2 mil y tampoco 10 mil, ya en pleno siglo XX. Y era que allí estaba el río Grande que nacía en la sierra de Carabalí y descendía caudaloso como serpentina hacia el mar. Los hispanos Fernández lo aprovecharon antes que nadie estableciendo a su paso la fábrica La Especial, de aceites y jabones (hoy Idasa, de agua y hielo, propiedad de los Carriles Ontañón) siendo por ello conocido como el río de La Fábrica, nombre también del barrio.
Otro nombre de esa corriente fue el de Aguas Blancas, por serlo las suyas incluso azulosas. “Cristalinas, livianas y pobladas con varias especies de peces”, rememora el cronista Rubén H. Luz Castillo (Recuerdos de Acapulco). Por su parte, el almirante Alfonso Argudín anota en El Acapulco que perdimos: “el Río Grande tenía muchos pozos profundos en los terrenos propiedad de Facundo Castrejón (papá del doctor Luis Rafael), donde hoy se levanta el Infonavit. De estos se abastecían los aguadores que surtían a la ciudad mediante latas alcoholeras, transportadas en acémilas, conocidos como burreros.
–¡“Ya llegó el agua… agua clara y liviana para beber”!, era el grito de los muy populares Chuy García, Maco, Cleto, Emilio Hurtado Yuyo Castrejón.

Muchachillos “berriondos”

Los Llanitos era un aguaje localizado en el área que hoy ocupa el Mercado Central, dotado de varias pozas. A ellas concurrían muchas mujeres a lavar ropa propia y ajena pero sin nunca descuidar a los hijos chirundos lanzándose clavados. Otros muchachillos, estos ya “verijoncitos”, se dedicaban a visnear detrás de las rocas a las lavanderas con las “chichis al aire”, como ellos las describían.
“Muchachillos berriondos, les va a caer nube en los ojos por andar viendo tantas chiches colgando”, amenazaba a gritos doña Flavia Meraza, del barrio de El Placer.
El río Grande o Aguas Blancas o de La Fábrica, el de aguas cristalinas, zarcas y livianas, hábitat de peces, crustáceos y garzas es hoy un arroyo inmundo y pestilente que corre confinado herméticamente bajo el paso elevado de la avenida Diego Hurtado de Mendoza. Una obra más de la modernidad, se dijo.

El Camarón

Por su parte, el río de El Camarón nace en Palma Sola y era llamado así por la abundancia de ese crustáceo, tantos que su curso era interrumpido cotidinamente por legiones de camaroneros. Los 14 metros de ancho de El Camarón serán disminuidos por la mancha urbana en más de la mitad, esto es, 7.8 metros. Aquella noche terrible de octubre de 1977, el Paulina convirtió el dócil riachuelo en una corriente impetuosa y destructora reclamando su espacio. Según la información en los medios, fue tan brutal el golpe de agua que derribó 100 edificaciones, entre ellas la parroquia de la Sagrada Familia, y provocó la muerte de por lo menos 13 personas.

Otras fuentes

Pozos profundos fueron perforados en los patios de muchas casas del puerto, pero muy pocos ofrecían agua buena para tomar. Por lo regular se trataba de agua llamada “pesada” y algo salobre. De ahí que serán muy concurridos los pozos ofreciéndola potable, lo que era un decir, simplemente era cristalina y tenía sabor agradable. Entre ellos: El Pozo del Venado, en La Mira; los pozos de Yuyo Castrejón en Los Tepetates; el pozo de Salsipuedes, en el Barrio Nuevo (IMSS), el pozo de Los Parazales (hoy Tepito). El Pocito surtiría de agua a un ferrocarril que nunca llegó y que terminó dando nombre al Pasito.

Las cajas

Dos cajas redondas para abastecer agua fueron construídas durante el último tercio del siglo XIX y el primer lustro del XX. La primera en el barrio de La Adobería, propiedad de la empresa estadunidense Pacific Mail Ship Company, para abastecer a sus barcos con servicio regular entre Acapulco y Estados Unidos. La Pacific tenía su propio muelle de 30 metros co techumbre de lámina de zinc, con astillero y bodega a sus lados. Cerca de la escuela José Azueta se levantaba un enorme depósito del que se bombeaba el agua hasta el muelle, luego transportada a los barcos por un tanque remolcado por un bote con seis remeros.
La segunda caja se localizaba en el bario de Las Crucitas. La había construido el alcalde Cecilio Cárdenas Miranda, del barrio de El Rincón (La Playa), para surtir al hospital Juárez en el cerro de Las Iguanas. Construido por el acalde gallego-cubano Antonio Butrón Ríos, el nosocomio fue destruido por el gran terremoto de 1909 (¡dos minutos y medio de duración!, juró la gente). Un nuevo hospital será edificado más tade en ese mismo lugar por el alcalde Antonio Pintos Sierra, con el nombre de Morelos.

Sierra Madre

Son muchas las corrientes que como hilos de agua descienden de tiempo inmemorial por los cerros que bordean la bahía y que dan origen al anfiteatro sobre el que se recuesta la ciudad. Cerros que forman las últimas estribaciones de la Sierra Madre del Sur y cuyas cimas no alcanzan los mil metros de altura aunque a solo a 50 kilómetros ya rebasen los 2 mil metros.
Además de un arroyo que bajaba por la hoy calle Azueta y del que se servía la Pacific Mail, el ex alcalde Alfonso Argudín recordaba otra corriente que pasaba por su casa. Bajaba del cerro de La Mira, a partir de un ojo de agua conocido como El Venado, pasaba por un costado del domicilio de los Van Meeter y enseguida por la escuela Altamirano. Seguía su curso entre las casas de los Adame y los Basterra, deslizándose enseguida bajo un pequeño puente de madera, cerca del hotel Jardín, para desenbocar en la bahía.
En Caletilla, un estero bañaba toda el área que hoy ocupan la plaza de Toros, el Jai Alai y el estacionamiento público convertido en mercado, mismo que desembocaba donde hoy se levanta el hotel Boca Chica. Más acá estaba el arroyo de la playa de La Aguada, nombre que adquiere porque de él se abstecían las embarcaciones que en lenguaje marinero es “hacer la aguada”.

Los lavaderos de Juana Valle

El estero de Manzanillo fue aprovechado para la instalación de lavaderos públicos dedicados por doña Juana Valle a las lavanderas de los barrios cercanos. La abuela de Luis Walton Aburto (QEPD) pedirá como regalo de cumpleaños lavaderos nuevos para sus mujeres y su hijo Raúl la complacerá. Cumplía 101 años de lúcida existencia. Y los lavaderos siguen allí. A propósito, el cronista Carlos E. Adame, recuerda las tarifas de las lavanderas del puerto: 25 centavos la docena de ropa y el doble por la planchada.

El arroyo de La Garita

Otro arroyo descargaba en la playa de Hornos. Bajaba del fraccionamiento Marroquín y escurría atravesando la actual avenida Cuauhtémoc, inundaba el primer campo de aviación de Acapulco (hoy auto-hotel Ritz) para desembocar al mar entre los hoy hoteles Maris y Ritz.
El arroyo de La Garita, a partir de La Cima, ha reclamado desde siempre y con violencia su cauce natural y desembocadura plena. Algunas veces tronchado la avenida Farallón y en otras inundado los sótanos del hotel Emporio Continental. Finalmente y a regañadientes se abrirá una vía para dar a la corriente paso libre hacia la bahía.

El Chorro, 1942

Y mire usted qué gran casualidad. Será otro de los presidentes efímeros de este país, Emilio Portes Gil (1928-1930), quien construya en 1942 el sistema de agua potable conocido como El Chorro. Asi llamado el manantial que lo surte desde Coyuca de Benítez, a 50 kilómetros del puerto y a mil 200 metros de altitud. Apodado por sus malquerientes como El Manchao, Portes Gil se desempeñaba aquí como presidente de la Junta para el Mejoramiento, Saneamiento y Alumbrado de Acapulco (antecedente de las alemanistas Juntas de Mejoras Materiales), designado por su cuate el presidente Manuel Ávila Camacho.
El proyecto de la obra fue presetado por los ingenieros Fernando Tejado y Fortunato Dozal cuyo concurso ganó la compañía Techo Eterno Eureka, propiedad Manuel Suárez. Empresario hispano a quien el presidente López Mateos le cobrará viejos agravios despojándolo de su cerro de La Laja, destinado a fraccionamiento de lujo, utilizando para ello al líder popular Alfredo López Cisneros, Lopitos.
El monto de la obra contratada fue de un millón 950 mil pesos, etipulándose un año para su entrega con una penalización de mil pesos por día de retraso. Sin embargo cuando se lleve un avance del 80 por ciento, Suárez se presenta ante Portes Gil para decirle que la guerra ha encarecido todo y que no tiene dinero para terminar la obra. El presidente Camacho lo salva y una vez terminda la obra beneficiará a las población de 60 mil habitantes a razón de 300 litros diarios por cabeza. La línea de conducción de 50 kilómetros se consideró en su momento como la más larga del país.
A partir de entonces Portes Gil se enamora de Acapulco residiendo aquí largas temporadas en su casa frente a La Langosta. Acompañaba todas las tardes a su esposa al rosario en la catedral de La Soledad. El hombre que había puesto fin a la Guerra Cristera, aprovechaba la ocasión para integrarse a la chorcha de un grupo de periodistas cafeteros en el El Tirol.

¿Y luego? Luego vendrán las Capouismas y las Capamas en las que algunos directores enarbolarán el lema de “lo del agua al agua”.
¿Y ahora?

El gringo de la marañona

 

(Cuarta de siete partes)

¿ Aquí vive Traven?

La inquietante pregunta se dejará escuchar nuevamente en el puerto a fines de 1948. La formula esta vez el capitalino Fernando López, detective privado aparentando ser un turista chilango. Lo envía el doctor Alfonso Quiroz Cuarón, jefe de investigaciones del Banco de México, en apoyo de su amigo el reportero Luis Spota con varios años ya en la cacería del enigmático personaje. Muy pronto, sin embargo, las pesquisas se aplazan por vivirse aquí un álgido proceso electoral para la renovación de las autoridades municipales. Gana el PRI, por supuesto.
El nuevo Ayuntamiento de dos años es encabezado por el licenciado Antonio del Valle Garzón, quien apenas el año pasado se había estrenado como el primer notario público de Acapulco. Colimense, Del Valle tenía al puerto como cárcel luego de ser defenestrado como gobernador de su estado por enemistarse con el presidente Obregón. Lo acompañan en el Cabildo el síndico Ismael Valverde y los regidores Delfino Moreno, Lucas Ventura, José Flores Díaz, Andrés Vázquez, Jesús González Adame y el empresario hispano Julio Fernández. El secretario municipal era don Crispín Pin Escobar y lo será hasta su muerte.

1949, el año de Acapulco

Acapulco está convertido en un espectacular frente de trabajo encaminado a darle un nuevo perfil urbano acorde con la modernidad y a sus inmensas posibilidades relacionadas por el fenómeno llamado turismo. Por ello, una de las primeras acciones del gobierno federal será alargar la ciudad hasta alcanzar las dimensiones de su bahía. Descubrir y entregar al mundo el “Paraíso de América”, así bautizado por el escritor y político Alejandro Gómez Maganda. Frustrado alcalde de Acapulco y más tarde gobernador inconcluso de Guerrero.
Entre muchas acciones estará la prolongación del paseo costero, a partir de Icacos a hasta la playa de Caleta, con 40 metros de ancho. Un proyecto iniciado en 1932 con la ejecución del tramo entre el Farallón del Obispo y el fuerte de San Diego. Se le llamará paseo costero general Juan Andrew Almazán.
Y era que el militar de Olinalá, Guerrero, ya se había adueñado de 22 hectáreas frente a la playa de Hornos para dedicarlas al hospedaje turístico. (Primero Bungalows Anáhuac, más tarde hoteles Hornos y Papagayo), siempre atendidos por personal militar delatado por el imprescindible “casquete corto”. Si bien el proyecto de la vía llegaba al Farallón del Obispo, solo se abrió al tráfico el tramo comprendido en entre los peñascales de San Lorenzo (Hornos) y el puente Morelos .
Este último, originalmente puente San Rafael, salvaba un arroyo corriendo hacia el mar en el punto conocido hoy como Las Siete Esquinas, convergencia de varias calles con la avenida 5 de Mayo. Se trataba de una hermosa forja sobre la que, según una leyenda local, el Jefe Chemita había tendido su humanidad para contener la desbandada de sus soldados negros, repelidos por las defensas de la fortaleza. Desaparecerá como muchas obras de arte en la vía pública. De esta se dice que el presidente de la Junta de Mejoras la obsequió para una residencia con arroyo interior.
El paseo proyectado por la Comisión del Programa de la SCOP, ejecutado por la Comisión Nacional de Caminos, dejará de serlo a la altura de Icacos para convertirse en carretera. Tocará Punta Bruja, Punta Guitarrón y finalmente Puerto Marqués (hoy, Escénica).

El sucio agandalle

El tramo costero entre el Farallón del Obispo y el Fuerte de San Diego estuvo sembrado con miles y miles de palmeras de coco, ofreciendo un hermoso y deslumbrante contraste entre el verdor intenso de aquél manto y el azul marino de la bahía. Un espectáculo que gozarán propios extraños hasta 1931, cuando se produzca el primero de los muchos sucios y perversos agandalles que le esperaban al puerto. Lo encabeza el propio presidente de la República, Pascual Ortiz Rubio, a sugerencia del general Juan Andrew Almazán, su secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, la célebre SCOP, además de su socio.
Apodado El Nopalito (por arrastrado y baboso) el mandatario michoacano viaja al puerto para conocer sus nuevas tierras y ordenar al gobernador, general Adrián Castrejón, la inmediata expropiación de aquellas. ¿Por causa de utilidad pública?, pregunta aquél. ¡Por supuesto, mi general, ni modo que le ponga que por mis huevos azueles!, contesta enfadado el jefe de la Nación”. Muy apenado, Castrejón aprovechará el agandalle para escriturarse parte del cerro de la Garita de Juárez y parte de la planicie de Las Cruces.
Entre otros beneficiarios con tierrita acapulqueña, miembros todos de la Gran Familia Revolucionaria, estarán varios “entenados”. Entre ellos el empresario radiofónico Emilio Azcárraga Vidaurreta, public relations de Almazán, quien optará por varios terrenitos frente al mar y entre ellos la primera pista aérea de Acapulco (hoy el extinto auto hotel Ritz). Y un piloncito: un cerrito en sociedad donde instalará en 1960 la antena de su TV4
Mr. W, como le decían, se ufanaba de haber convencido a su jefe de la mutación del anacrónico “Anáhuac” por el florido de “Papagayo”.

La Costera

El trazo del nuevo paseo costero se unirá con el malecón mediante cortes de roca en la fortaleza de San Diego, con lo cual el nuevo camino podrá bordear el inmueble colonial hasta casi cien metros dentro de la bahía. Lo retrata la película Hombres de mar, de 1936, con Sara García y Víctor Manuel Mendoza. Hombres armados que viajan en canoas desembarcan en la rocosa ladera sur de la fortaleza, en pos de atacar a su guarnición.
El licenciado Del Valle Garzón se entera del proyecto de la nueva Costera en cuanto asume la presidencia municipal. También que ésta, por órdenes del propio presidente Alemán, llevará el nombre del general Nicolás Bravo. El llamado Héroe del Perdón por haber perdonado a los asesinos de su señor padre. Bautizo con el que personalmente está de acuerdo, pero que jamás comentará. Optará entonces jugarle las contras al propio jefe de la Nación. Para ello convoca a varios ciudadanos notables del puerto para que sean ellos, voceros del pueblo, quienes decidan tal nomenclatura. Llama a don Rosendo Pintos Lacunza, don Alfonso Uruñuela, don Efrén Villalvazo Alarcón, don Fidel Salinas y don Simón Funes Dueñas, quienes se comprometen a ser leales con Acapulco para que no se los reproche la historia.
Los cinco convocados deberán trabajar a marchas forzadas pues ya se ha anunciado que será el propio señor presidente de la República quien inaugure el paseo costero. Del Valle les pide sigilo pues sabe a quién se está enfrentado, llegando al extremo de recibirlos en un lugar ajeno al Palacio Municipal. Don Rosendo Pintos quien de a conocer el resultado de la misión:
–Se propone que la nueva avenida costera de Acapulco lleve por su extensión tres nombres diferentes. A saber: Paseo del Morro, el tramo entre la Base Naval y el Hotel Las Hamacas; Avenida de la Nao, del hotel Las Hamacas a Tlacopanocha y, finalmente, Avenida Caleta, de Tlacopanocha a la playa cantada por el maestro José Agustín Ramírez.
–¡Magnífico, magnífico, mejor no pudo haber salido!, adula el alcalde a los comisionados a quienes agradece el esfuerzo realizado.
Se despide apresurado anunciando que mañana muy temprano estará con don Melchor para entregarle el documento que ordena la voluntad de los acapulqueños.

La traición de Nicolás Bravo

Al día siguiente el alcalde Del Valle Garzón no podrá reunirse con el presidente de la JFMM pues éste sostiene una reunión urgente con las fuerzas vivas del puerto. En ella, Melchor Perrusquia asegura ante representantes de sociales gremiales, profesionales y políticos que la Costera y Aeropuerto preludian el despegue de Acapulco como primer centro turístico del país. La voz se la quiebra cuando habla de la humildad y nobleza del presidente Alemán al rechazar que el paseo del puerto lleve su nombre. Me ha ordenado, so pena de mi cese, que la vía lleve el nombre del general guerrerense Nicolás Bravo, el bien llamado Héroe del Perdón por lo que todos sabemos
–¡Señor Perrusquía, pido la palabra!, se escucha en el salón una voz potente que no espera la concesión.
–Hablo a nombre de por lo menos 20 mil acapulqueños (Censo de población de 1950: 28 mil 512 habitantes), para oponernos que la Costera lleve el nombre del chilpancingueño Nicolás Bravo al que consideramos un traidor. Fue él uno de los miserables que contrataron al marino genovés Francisco Picaluga para secuestrar con engaños al señor general Vicente Guerrero y llevarlo al cadalso en Oaxaca. ¡Damas y caballeros, la infame traición se consumó aquí enfrente, a bordo del bergantín Colombo del marino genovés, precisamente en la bahía de Acapulco a la que bordeará la obra de la que estamos hablando!
El orador, sin bajar el índice señalando a la bahía, alza todavía más la voz para exigir que, por voluntad expresa de los acapulqueños, la Costera lleve el nombre del presidente Miguel Alemán Valdez, un veracruzano que ha demostrar querer a Acapulco más que muchos de los aquí presentes.

El pueblo manda

–¡Que no se diga más!, ordena a gritos el presidente de la Junta de Mejoras para declarar inmediatamente: el pueblo de Acapulco ha dicho la última palabra. La Costera de Acapulco llevará el nombre de don Miguel Alemán Valdez, presidente de la República mexicana. ¡El pueblo manda!
Sobra decir que los cinco notables no fueron invitados a la reunión y que la propuesta presentada por ellos nunca llegó a conocerse.

Acapulqueño distinguido

Desde un balcón del hotel La Marina en la plaza Álvarez (hoy Bancomer) el presidente Alemán acciona, la noche del 28 de febrero de 1949, el switch que enciende la iluminación de la Costera con su nombre (del Morro a Caleta). El mandatario, siempre sonriente, agradece a los locales haberlo nombrado “acapulqueño distinguido” y ofrece serlo con dignidad. Enseguida corona a la reina de las fiestas del Carnaval de Acapulco, señorita Esther Galeana, acompañada por la princesa, la duquesa y el rey feo. Gran celebración.
Al día siguiente, la bella soberana y el mandatario encabezan el desfile de carros alegóricos y comparsas, a bordo de un Cadillac descapotable. La fiesta continúa mientras Miguel Alemán Valdez viaja a Pie de la Cuesta para poner en servicio el nuevo Aeropuerto de Acapulco.
Las obras, se dijo, costaron 32 millones de pesos.

Alcaldes de Acapulco (XLII)

Jorge Joseph Piedra, alcalde

Intensos, violentos y dramáticos. Así fueron los primeros meses del gobierno municipal del periodista Jorge Joseph Piedra. Y por lo mismo, el sucesor de Mario Romero Lopetegui apenas si logrará permanecer en la alcaldía escasos nueve meses con dieciocho días de 1960.
Fueron, por lo demás, días de revelaciones sensacionales, una tras otra. Los acapulqueños conocieron en ese perodo desde las trampas seductoras del populismo –sin saber siquiera con qué se comía aquello–, hasta las llanezas de un gobierno populachero con intervalos de indecisión y cobardía. Conocieron los porteños de traiciones y abandonos, de corrupción y marrullerías a discreción; de miserias morales y abyecciones; de huidas y frustraciones. Todo ello en un mismo escenario político de dudas y rencores.
Periodista con ejercicio perseverante en el diario La Prensa de la ciudad de México, el mismo que hoy circula nacionalmente, Jorge Joseph Piedra logra materializar un sueño largamente acariciado: Regresar a su Acapulco en busca del ombligo enterrado y hacer desde su presidencia municipal los cambios sociales profundos soñados por su maestro Juan R. Escudero. Y si las cosas marchaban bien, abrir la brecha para llegar a Chilpancingo, específicamente al palacio de Gobierno.

Jorgito

La invalidez del alcalde Juan R. Escudero, provocada por una feroz atentado militar, lo ha sentenciado a un encierro domiciliario definitivo, desesperante para un hombre de su temple. No obstante, desde su silla de ruedas, hemipléjico, aconsejará al alcalde que lo ha sustituido, redactará su periódico semanal Regeneración y atenderá la dirección del Partido Obrero de Acapulco (POA). El nuevo lema de este será a partir de la agresión: “Que se mutilen los hombres por los principios pero no los principios por los hombres”.
Jorge Joseph Piedra, de nueve años, es el más pequeño de los jóvenes que ayudan al disminuido: su correo personal. Como eran pocas las personas que podían acercarse a la casa de los Escudero, objeto de un severa vigilancia policíaca, Jorgito era el encargado de trasmitir los recados verbales y luego traer las respuestas al maestro. Voceador de Regeneración, el rubicundo chamaco podía acercarse a cualquier persona sin levantar sospechas de sus vigilantes:¡ “¡Regeneración de hoy… solo le cuesta un centavo… lleve su Regeneración de hoy!”.

Amigazo de ALM

El reportero Jorge Joseph era amigo del presidente Adolfo López Mateos a quien, el secretario del Trabajo y Previsión Social, le había controlado a los reporteros metropolitanos de la fuente. Y por si faltara muestra alguna de amistad, aquél aceptará ser padrino de bodas de Joseph con la señora Guadalupe Zetina. Estará representado en el acto por el secretario privado Humberto Romero.
No obstante su bien certificado acapulqueñismo, Joseph es la viva imagen del desarraigo y el arribismo político. Toda una vida alejado del puerto solamente su “chorcha” lo avala. Por ello emprenderá una urgente tarea para cambiar tal imagen de usurpador. Se apoya inicialmente en sus amigos de la infancia, que no son pocos, para demostrar ser acapulqueño nato, como lo exige la gente. Más tarde, sin embargo, se le señalará como error el haber cimentado su administración en aquellas viejas querencias, no necesariamente aptas para la cosa pública. Además de que algunos tenían arraigada la idea de que las “chambas del gobierno son ayudas personales”.

Presencia magnética

El alcalde Joseph de Acapulco logra un binomio perfecto entre una personalidad magnética y una bien digerida idea sobre el comportamiento de las masas (y su manipulación). Ante sus actitudes mesiánicas, los brazos elevados al cielo y la entonación canónica de su voz, mucha gente –muchísima– se le entrega sin ninguna resistencia. Ven en él –y así lo confiesan algunos ancianos– al Juan R. Escudero que les fue arrebatado por los gachupines medio siglo atrás. Y bien que conocía Jorge aquella historia y se llenaba de orgullo. Por lo demás, ¿no era un inmejorable ejemplo el populacherismo de López Mateos?
A todo lo anterior añadamos un toque maestro y sentimental redondeando al fenómeno tan estudiado pero tan incomprendido. La presencia de Lupita Zetina: rostro hermoso, recia personalidad, dulce sonrisa y trato amable. Ella es esposa y madre, compañera militante, activista y consejera. Nadie recuerda aquí un caso similar. Inimaginable. Ninguna otra esposa de alcalde alguno había tenido una participación tan destacada en tareas sociales, complementando así el trabajo político del esposo. Lupita por ello será figura central en las crónicas, reseñas, corridos de este acontecer.
Jorge Jospeh no vino a su tierra a la buena de Dios padre. Llega con un proyecto cuidadosamente concebido, además de asesorías valiosas. En lo personal posee la firme convicción de que su paso por Acapulco tendrá resonancias nacionales. Que su proyecto político trascenderá más allá del clásico alcalde pueblerino, lerdo, sumiso. (¿Borrar por principio de cuentas la imagen de trabajo y honestidad dejada aquí por Donato Miranda Fonseca?).

El cabildo

El presidente municipal Jorge Joseph Piedra lleva como suplente a Angel Tapia, amigo de la infancia, y ocupa la sindicatura Alfonso Villalvazo Alarcón, con la suplencia de Ernesto Rico, también amigazo. Son regidores el doctor Daniel Añorve Martínez (Austreberta Muñoz, suplente); Antonio Alcántara Díaz, dirigente obrero ( Darío Estévez); profesor Domingo Martínez Castro (Roberto Castillo); Víctor de la O (Ernesto Rico, Chómpíra); Ladislao Flores (Germán Nava).

Bomberos

Jorge Joseph conmueve a Acapulco el primer día de su ascensión al poder. Ese día, luego de un breve introito sobre la seguridad de los habitantes y los turistas, a su voz aparece un lustroso carro bomba dotado con todos los elementos necesarios para ofrecer seguridad al puerto. Los primeros en festejarlos son los integrantes del cuerpo municipal de bomberos, de quienes se ha fraguado una caricatura en la que apagan fuegos con buches de agua. El vehículo ha sido manejado desde Estados Unidos por el capitán Martel Alvarado Medina, bombero desde chamaco y quien asume por segunda vez el mando de la corporación.
Si la sorpresa del brillante vehículo rojo ha calado hondo, la segunda profundizará mucho más la “máquina colorada”, como ya la llaman los chamacos, fue adquirida en el país del norte en dólares y al puro cash con dinero proveniente del patrimonio de los Joseph Zetina. Específicamente de los recursos del retiro de Jorge como socio de la cooperativa de La Prensa. ¡Genial!
Con golpe tan limpio, se diría magistral, se esfuman las reticencias de quienes no aceptaban el liderazgo del periodista por ser “rubio y tener los ojos de color”. Por otro lado, deja en harapos al grupo que ha levantado barricadas para enfrentar al “frastero”, por ser ajeno al grupo dominante de las casas españolas. Dueño ya de la situación, Joseph empieza a gobernar al puerto como no le permitieron hacerlo a su maestro Juan R. Escudero.

Misoginia

Una de las primeras batallas políticas del alcalde JJP será contra su propio partido, el PRI. Alegando las razones de la sinrazón, los dirigentes priistas no ven con buenos ojos que una mujer, Austreberta Muñoz, esté integrada al cabildo sencillamente “porque es mujer y esto de gobernar es cosa de hombres”. Misoginia pura.
Se recuerda entonces que ya en 1955, en el cabildo del alcalde Efrén Villalvazo, había figurado como regidora doña Jovita Salgado de Castrejón, dirigente de comerciantes del mercado. Ella saldrá a los nueve meses de ejercicio, es cierto, pero no por ser mujer sino como parte del cabildo desaforado por el Congreso.
–¡Si no está Austreberta en mi cabildo, renuncio! –amenazó Joseph en un gesto teatral que le hubiera aplaudido de pie el propio sir Laurence Olivier, recién difunteado.
El propio alcalde se traslada a pie hasta el domicilio de la señora Muñoz, en el Pozo de la Nación, para informale su retorno al cabildo y llevarla él mismo, victoriosos, al Palacio Municipal.
Quien iba a decirlo o podrá creerlo. Será Austreberta Muñoz Vergara, Doña Beta, la que se encargue en su momento de echar de la presidencia a su otrora “caballero andante”. Cuando Joseph sea desconocido como alcalde por la mayoría del cabildo –cabildazo, se le llama–, ella será encargada de ponerlo de patitas en la calle o acompañarlo fuera del recinto.

Contra el vicio

Más secreto que lo había sido para el mundo el “Día D”, lo será para el Ayuntamiento (1960-1962) el “Día 6”. Lo que sucederá ese día solo es conocido por el alcalde JJP y su jefe de reglamentos, Liberato Torres, amiguísimo. Ese día, a seis de iniciado el gobierno, habrá cierre de cantinas y prostíbulos y se evita que los dueños sean advertidos. El colmo: no se le informa al jefe de la policía, Joel Añorve, sobrino del gobernador, porque él mismo posee los congales Babalú, Balalaika y Lontana.
El operativo que debió llamarse de los Reyes Magos resulta exitoso, más de lo que se esperaba. Se logra la clausura de cervecerías y cantinuchas del mercado Central pero también se logra el cierre de bares de postín como El pez que fuma, de Manolo Pano, en la calle de La Paz. Tenía grandes personajes como habitués de la nuit, como se llama en francés al “recaladero”.
Estaban entre ellos Lana Turner, acompañada por Armando Sotres; Hedy Lamarr, cuando vivió aquí casada Teddy Stauffer; Jose Antonio Méndez (ron con goma), Juan Bruno Tarraza, Celio González, Richard Pintos, Los Rivero y Tabaquito. También, César Balsa, cuyo número de la noche pidiendo “las otras para todos”, hacía bramar de gusto a la concurrencia. Bebedores de cerveza cambiaban a güisqui y ron a coñac, no fallaba.
La barredora moralista del alcalde Joseph se llevará en su primera semana de gobiernos a las más famosas y elegantes casas de citas del puerto, entre ellas Raquel, Rebeca, Evangelina. También El Safari, así descrito entonces: “Cabaret, fumadero de mariguana y sitio de reunión de degenerados que funcionaba pared con pared con el Instituto Regional de Bellas Artes”.
Sorprendido gratamente, el alcalde recibe la felicitación de cabildo en pleno por la acción emprendida a favor de la sanidad y la moral de Acapulco. Pronto, sin embargo, la puerca torcerá el rabo. Cuando una comisión de ediles le pida fecha para la distribución de las licencias canceladas durante el operativo, informándole de una vieja costumbre en el Ayuntamiento de entregarlos a nombre de los regidores aquello giros clausurados. Joseph adivinó en aquel momento la suerte que le esperaba.

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulco 10-M

Un fin de semana revolucionario

La toma de Acapulco

–¡Puta madre! –estalla el coronel Silvestre Mariscal cuando le informan en su cuartel de Pie de la Cuesta –la noche del 9 de mayo de 1911–, que el coronel Manuel Centurión ha iniciado desde La Sabana la toma de Acapulco, acordada para el día 15. Ambos son jefes de la Revolución maderista, el primero en la Costa Grande y el segundo en la Costa Chica.

–¡ Ya estará de Dios! –acepta resignado el profesor atoyaquense. –Vamos, pues, a sacar a esos pinches pelones de Acapulco.

Los hombres de Mariscal se deslizan como iguanas por el acceso poniente de la ciudad. Han llegado hasta ese punto luego de eludir los disparos del movilizado desde la bahía cañonero Demócrata. Con tan mala puntería que pronto los “descamisados” aprenderán a “torear” jubilosos los obuses de la artillería naval.

La avanzada logra penetrar hasta la plaza Alvarez cuando el reloj de Palacio marca las 2 y media de la madrugada del 10 de mayo de 1911. Guiados más por el gruñido de las tripas que por la intuición, los invasores descubrirán el mercado Zaragoza (explanada Escudero), donde llenarán excitados sus panzas históricamente vacías.

–Para cuando los gallos empiecen a cantar, seremos muchos pero no muchotes, –según el ábaco de un guerrillero del Bajial del Cuitero (Atoyac).

“Los cuicos del Ayuntamiento empezaron a echarnos bala y nosotros a correr. Mientras más balas nos echaban más corríamos. Mi primo Tobías y yo fuimos a parar a un recoveco del mar que le nombran la panocha, o sepa la bola, (Tlacopanocha). Nomás de ver aquella agua azulosa se nos antojó bañarnos. Tobías es gente de calicatencia pues ya acabaló el Silabario de San Miguel y es monaguillo en la iglesia Atoyac. Él dice que el señor cura le dijo que por más bala que echemos nada va a cambiar para nosotros. Que Diosito ya dijo que los que nacemos jodidos moriremos jodidos. Me quedé pensando y entonces le dije a Tobías: ¿Ya pa’qué?… ¡mejor vámono!”.

Descamisados

–30 Batallón, ¡adentro! –ordena el capitán Pedro Ordóñez a sus quince hombres incorporados a las hostilidades en la calle Tavares (hoy Galeana). Serán sus últimas palabras: una bala de 30-30 le desfigura el rostro cayendo como regla. Lo releva el subteniente Alberto Mondragón quien, cauteloso y precavido, dispone el repliegue de sus fuerzas hacia el puente del ferrocarril de la Mexican Pacific Co. (eso quedaría hoy en el cruce de Aquiles Serdán con Pie de la Cuesta). ¡Vaya carrera!

Un clarín se oye a lo lejos y al poco rato aparecen bajando del Castillo las tropas de refuerzo con el subteniente Alejandro Casas al frente. Viene dispuesto a desalojar a los “descamisados” de la calle San Diego (Galeana) parapetados en las gruesas pilastras de sus corredores. Forman los “descamisados” un grupo de rebeldes identificados por la vestimenta. Calzoncillo doblado hasta la rodilla, camisa atada a la cintura, carrillera y sombrero de petate arriscado. Han conseguido una caracterización teatral de tal modo impresionante que asustan con sólo verlos. Hoy el cine los adoptaría.

El subteniente Casas incita a sus hombres con arengas patrióticas pero aquellos se atoran como mulas en precipicio. Sólo cuando el joven oficial se coloque pecho a tierra en mitad de la calle y en el colmo de la temeridad encienda un puro con toda parsimonia, los soldados reaccionarán arrojadamente hasta hacer correr a los rebeldes.

Las dos baterías del fuerte lanzan andanadas contra los costeños bajando de los cerros y el cañonero Demócrata desembarca un contingente en la playa de Hornos. Lo encabeza el teniente de navío Manuel Morel y su misión es expulsar a los hombres de Centurión escondidos en las huertas de coco. (El Demócrata servirá también como refugio para las familias de los mandos civiles y militares del puerto).

Los lesionados del bando insurgente se desangraban y morían donde caían por carecer sus unidades de servicio sanitario, contrario al eficiente de los militares en su cuartel del fuerte de San Diego. En medio de la tragedia surgirá, no obstante, un ángel protector para aquellos desgraciados y así lo consigna el cronista Rosendo Pintos Lacunza.

Ángel guardián

Adoptará la forma de una viuda a quien don Chendo presenta como “extravagante gacetillera y no escritora; vieja activa y con algún talento”. Doña Lucrecia L. viuda de Saldívar se organiza con amigos para levantar lesionados aún desafiando las balas. ¿Para llevarlos dónde? Ella misma habilitará como hospital una casa abandonada en el callejón de La Paz y allí irán a parar unos veinte civiles, incluidas mujeres y niños, caídos en la refriega. No hay manera de saber si la revolución reconoció alguna vez el altruismo de doña Lucrecia, precursora sin duda del generoso voluntariado femenil de la Cruz Roja.

Los 5 mil habitantes de Acapulco viven momentos de terror sometidos primero al asedio de fuerzas revolucionarias y luego a la guerra total librándose en los corredores de sus propios domicilios. Los alimentos y el agua escasean pero pronto el ingenio y la solidaridad crearán redes de distribución a través de los seguros patios traseros. Los habitantes del centro abandonarán de plano sus hogares para cobijarse en zonas menos peligrosas como Manzanillo, Tambuco y Caleta.

La comunicación de boca en boca fluirá con eficacia en medio de aquel caos infernal. Las familias se informan por ese medio sobre la suerte de parientes y amigos o bien de las atrocidades de las fuerzas beligerantes. Les duele saber que el cadáver de doña Susana García debió ser inhumado en el patio de su casa porque nadie se atrevió a llevarlo al panteón. Lamentan, igualmente, el deceso del veracruzano Enrique Peñaflor, contador de la Aduana, acribillado mientras auditaba los fondos bajo su custodia.

¡Viva La República!

¡Viva Madero!

¡Viva el comercio!

Tales eran los vítores lanzados por mariscaleños y centurionistas cuando, compelidos por una acción envolvente del ejército federal, emprendan el desalojo de Acapulco. Extraña e inexplicable consigna esa de ¡Viva el comercio! A no ser que haya sido una especie de spot verbal pagado por las Tres Casas españolas, monopolizándolo en todas sus formas.

Silvestre Mariscal se repliega hacia El Pasito mientras que Manuel Centurión va rumbo a La Garita. A las 2 de la tarde de ese sábado 10 de mayo, recuerda Pintos Lacunza, todo habrá terminado.

–¡Chingada madre! –reprocha Silvestre Mariscal–, por las calenturas de Centurión nos partieron la madre en 10 de Mayo. Y no hay doble intención en las palabras del ex tenedor de libros de la Casa Bello de Acapulco. Habrán de pasar dos décadas para que tal fecha se dedique a las progenitoras.

Vuelta la calma, el coronel Emilio Gallardo, jefe de la guarnición militar, asumirá una conducta magnánima dejando en libertad a los prisioneros y proporcionando atención médica a los lesionados. Sus datos sobre la zafacoca revelarán casi ochenta muertos y otros tantos lesionados, así como el consumo de 20 mil cartuchos. Números de ambos bandos.

Este mismo 10-M, Francisco I. Madero establece su gobierno provisional en Ciudad Juárez, Chihuahua, y allí también se firmará el convenio de paz. Se nombra presidente provisional y se lanza la convocatoria para nuevas elecciones. Madero designa al profesor Francisco Figueroa, gobernador de Guerrero.

El convite

Si Acapulco no se dejó tomar a sangre y fuego, los revolucionarios lo tomarán con música y harto mezcal. La entrada triunfal se produce el 2 de junio de 1911.

El convite de la victoria arranca a las 9 de la mañana del Puente Alto hacia el centro de la ciudad. Dos mil hombres componen la columna cuya descubierta está formada por 25 jinetes y la banda de música de Atoyac de Álvarez.

Viene enseguida Silvestre Mariscal y su Estado Mayor, luego la Infantería comandada por Valeriano Vidales y, cerrando, los 400 jinetes de Julián Radilla.

Los aplausos de los acapulqueños se intensificarán al paso de paisanos y vecinos con diversos grados. Albino Lacunza, Dustano Montano (médico), Amado Olivar, Constancio Martínez, Antonio Fernández, Nicolás y Manuel Uruñuela, Fernando Heredia, Octaviano y Daniel Lobato y muchos más.

Para los acapulqueños la pesadilla no terminará. Soportarán a sus libertadores el tiempo que dure el licenciamiento del ejército popular –40 pesos por carabina y 15 pesos por machete–, borrachos las 24 horas y disparando sus armas al aire e incluso entre ellos mismos.

Lo peor, no obstante, estará por venir.

Anituy Rebolledo Ayerdi

El misterio del Río de Plata

Nunca tan apropiado el símil de anfiteatro dado a los cerros que rodean al puerto –la bahía de Santa Lucía como escenario maravilloso–, cuando los acapulqueños sean espectadores angustiados del incendio y hundimiento del barco argentino Río de la Plata. Un drama enigmático y milonguero cuyo misterio permanece intacto a distancia de sesenta años.

Las campanas de La Soledad tocan a rebato aquel 18 de agosto de 1944, tal como lo han hecho por siglos para alertar a la población sobre la inminencia de peligros graves. Los porteños se ponen de pie, siempre unidos y solidarios, para enfrentar la nueva calamidad. Desde cualquier punto de la ciudad es posible admirar una gruesa columna de humo denso y amenazador. Emerge del centro de una embarcación para elevarse verticalmente al cielo pues no corre en ese momento ni un soplo de brisa.

Gritos y carreras. La gente baja acongojada de los cerros trayendo agua en cubetas y cacharros de todo tipo con la intención de ayudar a sofocar el siniestro. Pretensión inútil pues la nave permanece en el mismo sitio al que había sido llevado luego de desembarcar su pasaje en el muelle                       porteño. Y todo indicaba que no regresaría para facilitar la extinción del fuego. Nadie se entera en ese momento que la orden en contrario había sido dictada por el propio capitán de la nave.

Acapulco, según el Censo de Población de 1940, tiene 29 mil habitantes y no es exagerado afirmar que todos ellos fijaron en algún momento la vista hacia el sitio de la bahía donde crepitaban las maderas finas del barco argentino. La mayor concentración humana se dará en torno a la bahía pero particularmente en Icacos donde se tendrá más cercano el drama. El anfiteatro ofrecerá por las noches un espectáculo estremecedor.

El alcalde porteño Enrique Lobato, orfebre de oficio, hará lo único a su alcance frente a las características peculiares del desastre. Notificarlo telegráficamente al gobernador Rafael Catalán Calvo, quien a su vez lo haría del conocimiento del presidente de la República, Manuel Avila Camacho y del secretario de Marina Heriberto Jara. En corto, hará valer sus influencias para conseguir cuartos en los ya repletos por vacaciones escolares hoteles del centro La Marina (hoy Bancomer), Acapulco, 2 de abril (luego Colonial), Miramar, La Colimense, El Paraíso, y Monterrey.

Hundan al Río

El Río de la Plata, con 180 metros de largo y capacidad para 400 pasajeros (258 en primera clase y 146 en tercera), realizaba cruceros de placer entre Argentina y Los Ángeles, California, con escalas en Acapulco y otros puertos del Pacífico. Había formado parte de un lote de embarcaciones vendidas por el gobierno de Italia al argentino, encontrándose al estallar la guerra en puertos rioplatenses. Su botadura databa de 1923 con el nombre de Principessa María.

El nuestro era entonces un país beligerante. El estado de guerra contra las naciones del Eje –Roma-Berlín-Tokio–, lo había declarador el presidente Manuel Ávila Camacho el 7 de junio de 1942. México respondía así al hundimiento de tres barcos petroleros nacionales por submarinos alemanes (por lo menos eso dijeron los gringos).

En esa misma calamitosa línea, el 2 de febrero de 1943 había hecho erupción en Michoacán el volcán Paricutín. Aquí nadie creerá a Chico Mitotes, un chaparrito vendedor callejero de tuba, haber visto desde el cerro de La Mira las chispitas de aquella “ardentía”.

Antes, en 1941, un terremoto político había sacudido al país con epicentro en Tixtla, Guerrero. La quema de una bandera mexicana por normalistas de Ayotzinapa le cuesta la chamba al secretario de Educación, Luis Sánchez Pontón, y da pie para una nueva arremetida de la derecha clerical contra el artículo tercero constitucional.

El fuego en el Río de la Plata lo había iniciado su propio capitán luego de hablar con el embajador de su país en México. Le habría informado sobre la presencia amenazante de dos destructores estadunidenses, mismos que estarían esperándolo afuera de la bahía porteña. La orden de hundir el barco debió recibirla el capitán por el mismo conducto y esta habría tenido su origen necesariamente en la Casa Rosada.

Rechazada en un primer momento por absurda, la versión piromaniaca será confirmada plenamente por los mandos navales del puerto. Revelarán, además, acciones violentas de la marinería rioplatense para impedir las tareas de salvamento emprendidas por los marinos mexicanos. El lanzamiento de una segunda ancla hará imposible remolcar la nave y finalmente la inundación de sus bodegas la harán zozobrar.

Cien mil dólares

El crucero argentino nunca pudo ser confundido con una unidad beligerante. Su capitán se había encargado de cubrirlo con el nombre de la nave y la bandera blanquiazul de su país. Se verá tan corriente como                       cualquier Acatiki local y su diferencia será abismal con el original Principessa María.

La mayor intensidad del drama se vivirá sin duda junto a los                       pasajeros, casi todos argentinos. Habían desembarcado engañados de que sólo se trataba de fumigar el barco y que volverían tan pronto concluyera tal acción. Se les ofreció, además, el disfrute por cuenta de la naviera de los atractivos de Acapulco.

Al amanecer, cuando se observe la columna de humo e incluso se escuche el crepitar del fuego, a hombres y mujeres se les acogotará el pánico, la angustia y la desesperación. Ausentes el capitán y sus oficiales pedirán auxilio a los lugareños. No faltará quien solicite en alquilar una lancha o canoa para acercarse al barco pero ningún lanchero aceptará frente al riesgo de una explosión. ¿Explosión? Aquí tendrá su origen uno de tantos mitos en torno a un pretendido cargamento bélico del crucero argentino y hará crecer la crispazón de los pasajeros. Histéricos, algunos ofrecerán a gritos recompensas económicas para quien logre salvar sus pertenencias.

Así, mientras los familiares de un general brasileño estaban dispuestas a gratificar con ¡50 mil dólares! a la persona que rescatara un cofre metálico conteniendo las cenizas y condecoraciones del prócer, una emperifollada dama bonaerense anunciaba el doble (¡100 mil dólares!) a quien lograra salvar su alhajero a esa hora quizás ya pasto de las llamas.

El arribo del embajador de la República de Argentina hará volver el alma al cuerpo de los forzados náufragos. Les asegurará pasajes para sus destinos y apoyo oficial para el reclamo de los seguros. Personal de la secretaría de Relaciones Exteriores estará aquí también para auxiliarlos, en un gesto muy humanitario de nuestro paisano Ezequiel Padilla Peñalosa, titular de la secretaría de Relaciones Exteriores.

Misterio Indescifrable

El Río de la Plata arderá durante tres días y tres noches para luego ser engullidas sus 18 mil toneladas por el océano y depositadas suavemente en un lecho marino de 30 metros de profundidad, frente a Punta Guitarrón (Latitud 15° 5.2’ Norte; Longuitud 99° 52.2’ Oeste). Los buzos lo desnudarán durante 60 años hasta convertirlo en un herrumbroso esqueleto, guarida de la fauna y flora marinas.

Argentina estaba gobernada entonces por el general golpista Edelmiro J. Farrel, quien tenía como vicepresidente al coronel Juan Domingo Perón, capaz de aquello y más. Los “ches” nunca podrán esconder sus simpatías por Hitler –recibirán durante y después de la guerra capitales y criminales nazis– No obstante, ese gobierno romperá relaciones con Alemania y Japón.

¿Por qué el incendio y hundimiento del Río de la Plata?

Formulada cuando aún la nave ardía en la bahía de Santa Lucía, la pregunta se repetirá a lo largo de los años, hoy mismo, sin encontrar respuesta sensata y convincente.

¿Qué secreto guardaba el Río de la Plata que no fuera a develarse una vez en el fondo de nuestra bahía ? ¿O se pensaba rescatar más tarde lo rescatable habiéndolo conseguido con éxito? sigilosamente hacia la Base Naval o bien en una operación submarina digna de James Bond. Incluso las 13 toneladas de cobre portadas en su panza, así como un cargamento ilegal de mercurio o azogue.

¿Y si fue oro, oro alemán?